Indagando entre las pocas cosas que tengo de mis padres, las menos de mi madre, releo un documento del que siempre he estado enamorado: las únicas notas escolares de mi madre. A lo largo de mi vida las he ido interpretando de mil formas diferentes.
Primeramente se abrieron un hueco en mi corazón, eran el gran tesoro heredado de mi madre. Después, en poco tiempo, fueron para mí un acicate, luché por superar una puntuación muy relevante, ¡tenía que acercarme a la puntuación de mi madre! Fue un buen referente, pero yo era bastante vago.
Con el tiempo, la puntuación dejó de tener importancia para fijarme en detalles “tontos”, como que mis abuelos tuvieran el nombre cambiado: Juana Manuela y Francisco (Frasquito); o en pequeños pero relevantes detalles, como quién era la maestra que firmaba: María Gómez “María Manuelas”, una de las muchas hermanas de Paquito “Juan Rafael”.
Primeramente se abrieron un hueco en mi corazón, eran el gran tesoro heredado de mi madre. Después, en poco tiempo, fueron para mí un acicate, luché por superar una puntuación muy relevante, ¡tenía que acercarme a la puntuación de mi madre! Fue un buen referente, pero yo era bastante vago.
Con el tiempo, la puntuación dejó de tener importancia para fijarme en detalles “tontos”, como que mis abuelos tuvieran el nombre cambiado: Juana Manuela y Francisco (Frasquito); o en pequeños pero relevantes detalles, como quién era la maestra que firmaba: María Gómez “María Manuelas”, una de las muchas hermanas de Paquito “Juan Rafael”.
Finalmente creo que he llegado a mirar en lo más profundo de este pequeño librito, logrando penetrar en lo más hondo de la vida de mi madre, del duro momento que le tocó vivir, de la historia de una familia en lucha constante con la tierra. Mi abuelo, persona en el más grande concepto de la palabra, sólo tenía dos manos y una familia a la que sacar adelante. Hoy entiendo el dolor que tuvo que sobrecargar cuando negó a su hija una formación merecida; a cambio sólo pudo darle un chozo junto a la Campiñuela.
Eran años duros donde todos tenían que aportar su trabajo al erario familiar. Lograron dominar una tierra agreste, una tierra que les dio vida y pesares y que alejo a mi madre de la formación que se merecía. No me reconozco a mí obteniendo esas notas con más de cincuenta faltas en un trimestre, unas y otras, las justificadas y no justificadas, eran ausencias por jornadas laborales. Hoy me viene una sonrisa cuando leo la temática de su puntuación más baja.
Parece mentira que ahí mismo, apenas unos años atrás, nuestros progenitores, niños todavía, tuvieran que privarse de todo aquello que era propio de su edad, urgidos por la necesidad, y aun así adornaran sus expedientes con las cifras que aquí vemos. Hoy muchos muchachos, apáticos y ostentosos, abandonan voluntariamente las aulas sin apenas saber leer y escribir. La tuya fue una más de las damnificadas por los tiempos y eso es penoso, pero su sacrificio sirvió para que nosotros, además de los lujos del cropán con estampita, pudieramos acceder a la educación de la que ellos tuvieron que ausentarse. Y sí, Isabel y Fernando, ante la sospecha de ver desplumada su águila de imperio, seguro que hubieran aconsejado clases de refuerzo para alguna asignatura.
ResponderEliminarUn abrazo