miércoles, 30 de julio de 2014

De fuentecillas

“A pesar de tener Baños de la Encina unos 3.200 habitantes y debido a su riqueza olivarera varias fábricas de aceite que consumen un caudal importante de agua no tiene abastecimiento de agua propiamente dicho. Unas casas se surten de pozos situados dentro de la población a pesar de ser estos de malas condiciones higiénicas y otros vecinos van a buscar el agua a fuentecillas situadas fuera  del pueblo, algunas a bastante distancia, y todas de caudal muy corto sobre todo en la época de estiaje."

E. Dupuy de Lomé, 1924. 

Pese a ello y como muestra de la calidad de las aguas de esas fuentecillas un “botón”: puede apreciarse en la parte superior derecha del arco de ladrillo la presencia de una lata, útil popular para beber de las aguas “de hierro” de la fuente del Socavón, cuando el Rumblar la deja al descubierto; cola del barranco de Valdeloshuertos.


jueves, 17 de julio de 2014

Precipicio3...

... "pan que sobre, carne que baste y vino que falte", ¡me gusta...!

Fotografía: Alex Casas

domingo, 6 de julio de 2014

De postura

Por este tiempo y cuando chico, a los zagales del Corralón nos daba por echar la mañana subiendo y ordenando alpacas en el pajar de la vaquería de Juan Manuel, el de “la tonta”, un señor con una vozarrón tremenda, que asustaba, pero con un corazón que no desmerecía el tamaño de la voz.

La paliza, el calor y los picores mermaban con el juego y las ricias que le liábamos con la paja y con la vacas, por no decir con el viejo pasquali, pero además teníamos como recompensa ser partícipes de una auténtica postura bañusca.

Al amparo del primer portal, donde el fresquito de la casa rebajaba las calores oportunas, las del tiempo y las del “castro”, una retahíla de gente de buen beber y mejor discusión mermaba la alacena de la buena de Isabel: mi tío Dioni “el de las cabras”, José “el municipal”, mi chacho “laruta”, Balbino, “el diablo”, “goyico” un tipo único, “maquilera”, “el abogao”,… seguro que me dejo alguno.

Al final, poco más que una berenjena o cuatro chorchos pillábamos, pero la ligera conquista y las muchas voces y “afrentas” llenaban con colmo nuestra infante andadura por este mundo.

De mecos

Siendo chico, las calles de mi pueblo, las que no eran terrizas, estaban empedradas con ripios de arenisca, de asperón. Con la inocencia que caracteriza a los infantes, todos los días, antes de echarnos unos mecos al trompo - yo tenía un "macaco" de lujo- a la punta le pasábamos un restre por la piedra. Igual perdías, pero ¡al que le dieras jugando con la punta bien afilá!

 Arranque de la calle Mestanza.