viernes, 28 de abril de 2023

Y otro abril

Mis abuelos maternos vivían en la calle de las Piedras, ahora Riscos, dos hileras enfrentadas de casas blancas, pequeñas y achaparradas, que emergían irregularmente y sin concierto, como a dentelladas, de la vieja roca rosácea. Las de una y otra acera estaban separadas por un enorme desnivel, propio de la mucha pendiente, y un negro muro de pizarra –de donde, según me cuentan, se cayó mi bisabuelo Vidalico-. La fachada se abría en el lateral derecho, quizá por una vieja partición de la vivienda original, dando paso a un portal de chinas, tierra pisada y baldosas de barro, dejando a poniente el hogar y, muy al fondo, la alcoba de los mayores. Un segundo portal, donde se ocultaba la alacena bajo la escalera de la cámara, iba a asomarse a un corral de firme irregular formado por ripios de asperón maldispuestos. De cuando en cuando, o así me lo parecía a mí, que no tenía ni idea de estaciones y siembras, aparecía atascado de sacos viejos, higos al sol y harina. Al fondo, la cuadra oscura te encaraba a una línea de pesebres en alto, aperos y un rezume a mundo viejo, de historia apretada, cuando no enfrentada, a la tierra.

Recuerdo a mi abuela Manuela sentada en una silla baja, al fondo de segundo portal, junto al umbral de la puerta, peinándose un pelo blanquísimo y haciendo hora para que mi abuelo Frasquito volviera de los Peñones, un magnífico altozano a la campiña, a la tierra donde tanto sudor e inquietudes derramó.

Recuerdo a mi abuelo bebiendo un vino blanco con casera, en un vaso de duralex. Y veo una cara oscura, quemada y cuarteada, apretada bajo su boina, adelantándome la sonrisa más amable, sincera, que uno pueda imaginar.

Despacio, con movimientos repetidos año tras año, como en una liturgia, mi abuela me acercaba a la vieja alacena de madera y yeso, de olor a ternura. Y de allí, al amparo de una vajilla color nácar, como si se tratara de una perla oculta, emergía una magdalena dorada y relamida, de las de ‘bimbo’. Quizá parezca extraño, y hasta ridículo, pero con el peso de los muchos años lo considero como uno de mis mejores regalos de cumpleaños.

Los Peñones