jueves, 14 de septiembre de 2017

... y al hilo de todo este revuelo

Andaba ya casi mediada la década de los felices años 20, cuando una avalancha de estudios y proyectos desembarcaron en el áspero pellejo de Sierra Morena, más concretamente en el término municipal de Baños de la Encina. En gran medida, arribaron al amparo de las ideas "regeneracionistas" propugnadas por Joaquín Costa en el tránsito de siglo, que encontraron en la Dictadura de Primo de Rivera cierto cobijo. 

Los hubo de variopinto carácter. Los unos, tendentes a la mejora y eficacia de las producciones agrícolas del valle, propugnaban interesantes trasvases de agua desde el río Guarrizas a la Campiñuela. Los más, vinculados a los postulados higienistas del momento, que preocupados por la falta de agua potable durante los meses de estío y por las muchas epidemias que parían, andaban a brazo partido en la búsqueda de nuevos y mejores manantiales que los hontanales del Barranco de Valdeloshuertos..

En esas y en 1924, el ingeniero militar Ángel Arbex evaluó los posibles veneros y el montante económico que supondría su adecuación para el consumo y la posterior conducción de aguas hasta la localidad. Cuatro fueron las opciones que  de barajaron antes de estudio de detalle:
- El Cerro del Navamorquín, del que preocupaba la posible toxicidad de las aguas debido a la alta presencia de filones mineros.
- El encuentro de la falla con Los Ruedos (que se abastecería del venero del Santo Cristo). Pobre en aguas, el coste de funcionamiento se encarecía debido a la necesidad de bombear el líquido elemento hasta la parte superior del pueblo.
- Un proyecto común con la ciudad de Linares, un trasvase de aguas desde el Río Grande, aguas arriba del Rumblar. Para ello se crearía un pantano en el lugar denominado El Puntal, al norte del poblado minero de El Centenillo (que finalmente sí llevaría a cabo la ciudad de Linares).
- Finalmente, la opción considerada como más eficaz fue la de traer las aguas del venero serrano de Gorgogil. Su bondad radicaba en sus buenas y abundantes aguas, aunque mayor caudal ofrecía el venero en la vertiente contraria, en Aguas Negras.

La opción elegida, la de Gorgogil, que fue ejecutada durante la segunda mitad de la década de los cincuenta (siglo XX), lo fue en la virtud de que las aguas vendrían sin esfuerzo por la propia pendiente.

“… A pesar de tener Baños de la Encina unos 3.200 habitantes y debido a su riqueza olivarera varias fábricas de aceite que consumen un caudal importante de agua no tiene abastecimiento de agua propiamente dicho. Unas casas se surten de pozos situados dentro de la población a pesar de ser estos de malas condiciones higiénicas y otros vecinos van a buscar el agua a fuentecillas situadas fuera  del pueblo, algunas a bastante distancia, y todas de caudal muy corto sobre todo en la época de estiaje."

E. Dupuy de Lomé, 1924.

Este suministro vendría a sustituir a las cuatro fuentes históricas que hasta entonces habían abastecido al pueblo: Cayetana, Pacheca, Socavón y Salsipuedes, todas ellas situadas en el Barranco de Valdeloshuertos, a relativa distancia y por debajo de la cota del pueblo. Paradigma de esas cosas casi imposibles, el proyecto fue dando tretas (dictadura, dictablanca, república…dictadura) para culminar su ejecución 30 años después.

Otros proyectos estaban vinculados a la mejora de las vías de comunicación, con el firme objetivo final de aumentar la eficacia de la explotación de los recursos económicos y potenciar una mayor diversificación de los usos del territorio serrano, hasta ese momento extremadamente dependiente de la actividad minera. Años atrás y enteramente unido a la minería, se contó con un proyecto para tender una línea de ferrocarril desde La Carolina a Puertollano, que recorrería todo el norte del término municipal circulando por Los Guindos y El Centenillo. Proyecto fallido.

En aquella algarabía, se redactó un nuevo proyecto que planteaba la construcción de dos pasarelas que salvarían los ríos Rumblar y Grande, mejorando el acceso entre la campiña, a través del pueblo de Baños, y la Sierra. Se utilizaba para ello dos de los caminos históricos que unían el Alto Guadalquivir con La Mancha: los del Hoyo de Mestanza y San Lorenzo de Calatrava. El objetivo final era mejorar las vías de comunicación, favorecer el poblamiento serrano, diversificar la economía agraria interior y optimizar la explotación económica serrana. En fin, hacer que un territorio dependiera en menor medida de un monopolio, por añadido finito.

“… Los tres ríos citados son vadeables por algunos sitios la mayor parte del año, pero aparte de los peligros, molestias e incidencias desagradables a que diariamente da lugar tenerlos que vadear, ocurre con bastante frecuencia que en pocas horas sobreviene crecida que imposibilita el paso e impide, o que los habitantes puedan ir a sus labores, o que si se encontraban en ellas puedan regresar a sus casas, sin dar un rodeo de 18 kilómetros."

Ángel Arbex, 1927.

Pero vinieron las “vacas flacas” del ’29 y el Estado, gestor de desequilibrios territoriales por naturaleza, entonces y ahora, eso sí siempre en busca de la mayor eficacia de las naciones, tomó la firme decisión de embalsar las aguas del río Rumblar para aumentar las posibilidades de riego del curso bajo del Rumblar, las vegas de Espeluy, Villanueva de la Reina y Andújar.

Como otras muchas grandes empresas de desarrollo local, el proyecto cayó bajo la apisonadora de una comprensión más global del territorio. En tierras de Baños, el Rumblar pasó de vía de comunicación que vertebraba el territorio a lámina de agua, a una barrera, que impedía el paso a uno y otro lado de la cuenca hídrica. Lentamente, la posible y visionaria diversificación económica serrana fracasó, el territorio mudó hasta convertirse en una ancha faja serrana con una extrema especialización cinegética y taurina, los pagos se “sembraron” de alambradas y se rompieron los caminos, la opacidad del territorio cabalgó de forma alarmante y el despoblamiento y la precariedad económica vinieron para quedarse.

Con seguridad, el embalse de la Cerrada de la Lóbrega acrecentó la producción de las vegas del bajo Rumblar. Pero, paralelamente, dio al traste con el desarrollo serrano creando una barrera hídrica cada vez más insalvable y un territorio hermético que acrecienta su opacidad a pasos agigantados, aún hoy, casi un siglo después.

Y pasados los muchos años, Baños de la Encina es tierra de viejos, de muchos viejos, alguno de ellos de piedra, que cuesta mucho mantener. Y cuando llegan las vacas flacas, que siempre llegan, en la vega, en los territorios que se llaman a si mismos prósperos de compararse con los otros, que entienden son torpes o perezosos, hay quién dice “y nosotros estamos obligados a mantener estos muertos”

… y quieren comer aparte.



jueves, 7 de septiembre de 2017

De tertulia

Y allí armaban buena tertulia, aunque andando el vino y metidos en finca ajena casi se llegaba a disputa. Defendía uno, más liberal, adalid de desentuertos, los derechos y fueros de los pueblos del norte, tierra de postín, gente de mucho bullir en negocios. Y abanderaba éste la bondad de los conciertos económicos que estas regiones habían firmado con el Gobierno en 1878. Y había otro que afirmaba que “habría de llegar el día en que aquellas provincias andarán por su cuenta, sin ir de la mano de nadie, a la par que Castilla, que son gente con cultura propia, singular, y lengua bien puesta”. El de la yegua alba, habiendo rodado según decía por medio mundo, que no era otro que a uno y otro lado de Sierra Morena, y desde la perspectiva que da saber de la mucha mudanza de las gentes, “aseguraba que cada pueblo, unos y otros, tiene su cerro grande, como tiene ombligo, al que no deja de mirar y tiene como referente, con sus leyendas y mitos, y que, cuando viene con montera, si ha de llover, pues llueve”. Seguía aseverando que “cada indio tiene sus trajines, unos más y otros menos, y que por eso no han de ser más ni mejor puestos los unos que los otros”. Y concluía juramentando que “lo que ocurría es que en estas tierras, las de por debajo de Despeñaperros, la queja siempre es con boca chica y para adentro, y así les iba”.

El de las cabras, entrando al trapo, apuntalaba con rotundidad que “si era por hablas o cultura, Españas hay ciento, un millón…, cada pueblo, cada casa, cada familia lo es. Que cada cual, en su hogar, llama al pan y aceite como bien le viene en gana o tiene por costumbre para que así se den por aludidos los inquilinos de la propia, que en la suya le llaman cucharro y ese no era motivo para ir desyuntado de la vecindad. Si ha de ser para mejor y todos por igual, que haya tres, cuatro o cien Españas; si es para que unos tengan la manija, como venía siendo, y vivir por desigual, ¡que revienten!”. “Bueno, bueno…” –añadió, echando un trago bien largo de la bota, como si el vino fuera a desaparecer de la faz de la tierra-, “reventar, reventar, lo haremos los de turno y como viene siendo norma cada vez que dobla a tiempo revuelto”.