domingo, 22 de marzo de 2020

Marzo, 22

Y, con los primeros días de cabañuelas que nunca han de faltar, llegaron tardes de viento, brisas que remueven el polvo de la conciencia, levantan cadáveres ocultos bajo la losa del tiempo y esquivan el acoso de la hermana amnesia. Tardes de viento que en días como aquéllos te recuerdan por dónde anduviste y qué fuiste. Ahora, recordando tardes pretéritas, de ida y de retornas, se aprecia que la vida se va en un suspiro. El viento borra asfaltos y alza remolinos de humo que parecían dormidos.

Bien pasado el mediodía, el cielo se tornó de un rojo vivo, como cuando los últimos rescoldos del hogar se desperezan y avivan bajo el efecto del fuelle. Y llegó la tarde. Cielo, tierra y ríos eran de color ceniza, y lo eran las plantas, calles y viviendas, y la gente se vistió de gris. El intenso calor sepultó los recuerdos y el viento, que andaba en calma chicha, se rebeló en un instante. Cuando el negro cubrió la noche, trajo lluvia, abundante, y la madrugada no fue menos, pues llegó aparejada con una tormenta de las que desbarata cualquier plan premeditado.