jueves, 30 de septiembre de 2010

Textos para el folleto de la Cuenca minera del Rumblar 3

FORTIN DE PIEDRAS BERMEJAS O DE LAS MIGALDIAS

Se trata de un pequeño recinto amurallado de forma piriforme que se extiende a lo largo de un cerro amesetado que se alza sobre el río Rumblar. Conocemos este yacimiento arqueológico gracias a los trabajos de limpieza realizados en 2003 por la Universidad de Granada que posibilitaron conocer la forma y funcionalidad de este asentamiento. Dichos trabajos se completaron con la consolidación y conservación del yacimiento permitiendo en la actualidad contemplar la totalidad de su trazado, con dos puertas de entrada, una al sur y otra al norte, una en cada uno de sus frentes. La estructura defensiva es sencilla, con algunos refuerzos laterales, y adaptada perfectamente a la morfología de la roca, estando cimentada en muchos de sus tramos sobre ella. Es sobre todo en su zona oeste donde presenta un sistema más complejo de defensa con diferentes líneas de muro paralelos que han ido reforzando la muralla, alcanzando un grosor considerable.

La técnica constructiva, así como el material empleado, la pizarra, siguen las mismas pautas que el poblado de Peñalosa, por lo que interpretamos que fue la misma población argárica la que lo habitó. Ello viene corroborado por el material arqueológico registrado durante la limpieza del Fortín que se corresponde fundamentalmente con cerámicas de la Edad del Bronce. Hay varios datos que indican que este asentamiento pudo tener una función militar. En primer lugar, la ausencia de contextos domésticos que pudieran indicar la realización de una serie de tareas continuadas de almacenamiento, producción o consumo, como molienda, actividades textiles, fabricación de útiles, etc. En segundo lugar, la aparición entre el material de un hacha de cobre típica argárica. Estos datos apuntan hacia su ocupación por un pequeño contingente de población que se turnaría en las labores de vigilancia y que ante cualquier peligro alertaría a los poblados más cercanos, como La Verónica, mediante señales posiblemente visuales como el humo, o sonoras. Es precisamente La Verónica el yacimiento más cercano al fortín en dirección río arriba (Grande), estando situado Piedras Bermejas de manera estratégica justo enfrente del encuentro de los ríos Grande y Pinto y controlando, por otra parte, el acceso desde la Depresión Bailén - Linares a través del arroyo de la Celada o "Zalá".

MINA DEL POLÍGONO O RAFA DE BAÑOS

Se trata de un área de explotación de vetas superficiales de cobre, cercana a la población de Baños, situada entre los depósitos de suministro de agua de la localidad y la carretera que lleva hasta el embalse del Rumblar. Atraviesa la carretera y se adentra por el olivar hasta llegar prácticamente a las faldas del Cerro del Tambor. Está formada por varios conjuntos: explotaciones antiguas de mineral de cobre, explotaciones recientes de este mineral y restos de cantería de piedra arenisca. Se trata de una serie de socavones en la parte alta del cerro, con indicios mineralizados en las paredes y vertederos antiguos cubiertos por la vegetación. Las explotaciones a un nivel más bajo, tanto prehistóricas como romanas, están fuertemente alteradas por las remociones modernas y en los últimos años por haberse convertido esta rafa minera en el vertedero de escombros de Baños de la Encina.

Las explotaciones prehistóricas documentadas se encuentran en la parte superior, en el entorno de la antena de radiofonía. Aquí encontramos fuertes concentraciones de malaquita y azurita junto a estibina y vetas de cuarzo cristalino muy compactas. Estas últimas se desarrollan sobre pizarras que se hallan altamente fracturadas generando bloques de mediano tamaño.

En las inmediaciones a estos lugares se ha recuperado una hoja de sílex de filiación cultural claramente calcolítica, por lo que podría tratarse de una mina de la Edad del Cobre, situada justo en el borde del Piedemonte, en la zona de contacto con la Depresión Linares-Bailén. Es significativo también su localización estratégica entre dos yacimientos calcolíticos, el Cerro del Tambor y el Castillo de Baños.

Esta misma mina fue explotada igualmente en la Edad del Bronce por la Cultura del Argar. De esta época se han documentado numerosos martillos o mazas mineras con ranura central para el enmangue en las inmediaciones de la rafa y gran cantidad de mineral de cobre en las escombreras. Los análisis de isótopos de plomo realizados sobre minerales procedentes de este enclave y de los encontrados en Peñalosa han confirmado que buena parte de éstos últimos procede de esta mina. Se convierte así la Mina del Polígono en uno de los enclaves más importantes para la investigación minera de la Edad del Bronce en la región.





viernes, 24 de septiembre de 2010

Textos para el folleto de la Cuenca minera del Rumblar 2

PEÑALOSA

Hasta el momento es el poblado de la Edad del Bronce que mejor conocemos, no sólo de esta área sino también del sur peninsular, ya que ha sido excavado sistemáticamente desde 1986 por un equipo de arqueólogos de la Universidad de Granada. Pertenece a la Cultura del Argar, que se desarrolló durante la Edad del Bronce por las provincias de Almería, Murcia, Granada y parte de las de Jaén y Alicante, y estuvo habitado unos 400 años, desde el 1850 hasta el 1450 antes de Cristo.

Se asienta el poblado sobre un espolón de pizarra que se alza dominando el valle del río Rumblar. También controla el arroyo de Valdeloshuertos que, desde el núcleo urbano de Baños de la Encina, conduce a su desagüe en el río Rumblar frente al yacimiento; y el Arroyo de Salsipuedes, que a manera de desfiladero lo rodea por su parte occidental. Se trata por tanto de un enclave defendido de manera natural por una serie de acantilados pizarrosos, siendo tan sólo accesible por su parte occidental en la que se construye una gran muralla de varios metros de alta que fortifica el poblado. Sobre este majestuoso cerro y sus laderas se construyen las casas, sobre un terreno aterrazado, a modo de escalones, que se comunican entre sí por calles estrechas y pasillos. El poblado se completa con una gran cisterna en la parte más baja que recogería el agua de la lluvia, tanto para personas y animales como para los trabajos industriales que se desarrollan en el poblado. El urbanismo contempla también una compleja fortificación en la zona superior del cerro, que aparece encastillado como una acrópolis.

Los habitantes de este poblado explotaron fundamentalmente las riquezas mineras del valle, habiéndose documentado todo el proceso minero: extracción, reducción y fundición del metal y la fabricación de útiles y lingotes. Martillos mineros, hornos, crisoles, moldes, lingotes y objetos aparecen en el registro arqueológico de Peñalosa mostrándonos la importancia de la actividad minera y metalúrgica. La economía se completa con la producción agraria de cereales y leguminosas, así como la explotación de ovejas, cabras, vacas, cerdos y caballos. La caza y la recolección de plantas silvestres también desempeñaron un papel social y económico importante.

Un rasgo característico de esta cultura son los enterramientos en el mismo poblado, en el interior de las casas. Este rasgo se constata igualmente en Peñalosa, en donde aparecen distintos tipos de sepulturas: en fosa, en cista, en el interior de vasijas, en estructuras de mampostería, etc., siempre, como hemos señalado, en el interior de las viviendas. Los muertos, normalmente individualizados en grupos familiares (2 a 3 personas), van acompañados por ajuares materiales para la otra vida. La riqueza o la pobreza de estos ajuares han facilitado a los arqueólogos la clasificación de la comunidad argárica en distintas clases sociales, desde la más alta, formada por una aristocracia, hasta la más baja formada por siervos o esclavos.

Peñalosa sería por tanto un pequeño poblado de una hectárea y media, con una población pequeña de unas cien personas que centrarían su vida fundamentalmente en la explotación y la gestión de mineral de cobre.

LA VERÓNICA

Se trata de uno de los poblados más extensos de la Edad del Bronce del valle del Rumblar, ocupando unas 2 has. Al igual que Peñalosa su principal actividad fue la minera y metalúrgica. Se encuentra situado en un estrecho meandro que forma el río Grande un poco antes de unirse al río Pinto y formar ambos el río Rumblar. Ocupa, por tanto, una posición estratégica, alzándose casi unos 100 metros sobre el nivel del río. En esta zona el valle es bastante estrecho y apenas existe zona de vega para los cultivos de huerta, por lo que podemos pensar que el grano que llegaría para alimentar a sus habitantes vendría bien a través del intercambio o bien por medio de la redistribución que harían las élites aristocráticas.
Las repoblaciones de coníferas llevadas a cabo por el Estado en los años 60 del siglo pasado han alterado algunas de las construcciones del poblado de la Edad del Bronce. Paseando por sus laderas, que descienden suavemente en forma de lengua hasta el río, se pueden observar restos de los aterrazamientos artificiales que realizaron los argáricos para asentar el poblado, presentando una disposición similar a la conocida de Peñalosa. En la parte superior se rastrean restos de potentes construcciones que nos indican la presencia de una acrópolis fortificada coronando el cerro, al igual que la documentada en Peñalosa.

Desde este poblado se pueden contemplar distintos asentamientos contemporáneos: hacia el Oeste el fortín de Piedras Bermejas o de Las Migaldías y en dirección contraria, hacia el Este, el Cerro de La Atalaya, que constituye otro pequeño fortín. Justo enfrente, en dirección Norte, cuando el pantano está en su nivel más bajo se pueden contemplar los restos de un pequeño fortín de época romana que posiblemente controlaría los accesos hacia las minas.

Aún considerando como sobresalientes los valores históricos y culturales de este asentamiento, posiblemente sean los paisajísticos los que nos llamarán en mayor medida la atención. La sucesión de meandros que nos ofrece el río Grande curso arriba construye una postal magnífica.

CASTILLO DE BAÑOS

Este castillo, recientemente restaurado y puesto en valor, encerraba en su subsuelo grandes sorpresas desveladas por las excavaciones arqueológicas realizadas previamente. Estas labores han permitido conocer que los primeros habitantes de Baños de la Encina se asentaron en este cerro hace más de 5000 años. Son numerosos los restos arqueológicos correspondientes a la Edad del Cobre que nos indican la antigüedad del yacimiento. Han aparecido fusayolas relacionadas con la actividad textil, placas de arcilla, hachas y azuelas, cerámicas y otros restos materiales que nos hablan de las actividades realizadas por estas gentes. Posiblemente se escogiera este cerro por su situación dominante sobre la Depresión ya que desde sus alturas se pueden contemplar numerosos enclaves prehistóricos existentes en la zona, como el cercano Cerro del Tambor, situado en la carretera que va hacia la presa del Rumblar. Además del factor estratégico hay otro rasgo importante en las cercanías del Castillo de Burgalimar: la presencia de ricos filones de cobre en la Rafa de Baños también conocida como Mina del Polígono, y que se encuentra frente al castillo.

Sucesivamente este cerro seguirá habitado por poblaciones pertenecientes a la Cultura del Argar durante la Edad del Bronce. En las excavaciones del castillo se constata la presencia de algunos muros de gran envergadura que se correspondería con los muros maestros de las áreas de habitación. También en las laderas del castillo se pueden apreciar aún hoy restos de muros de pizarra que formarían parte de las viviendas de la Edad del Bronce dispuestas a lo largo de la ladera que en parte ha sido cortada por la carretera de acceso a Baños de la Encina desde Bailén.

Aparte de las construcciones han aparecido numerosos indicios de restos materiales de la Edad del Bronce como vasijas, punzones de hueso, objetos de metal, hachas, azuelas, molinos, manos de molino, etc. Entre este material destaca un conjunto de pesas de telar de gran tamaño, relacionadas con actividades textiles, posiblemente la confección de tejidos de lino. Pero sin duda alguna hay que citar la presencia de crisoles y toberas que relacionan este poblado con la actividad metalúrgica y con la explotación del mineral de la mina del Polígono. Ya que esta mina también fue explotada por los habitantes de Peñalosa podemos pensar en la estrecha relación que existiría entre ambos poblados, que estarían fácilmente comunicados a través del arroyo de Valdeloshuertos.



Fotografías: Proyecto Peñalosa.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Textos para el folleto de la Cuenca minera del Rumblar 1

De forma paralela a la consolidación y puesta en valor del yacimiento arqueológico de Peñalosa (Edad del Bronce), estamos en faena elaborando dos folletos que ayuden a la identificación, acceso, conocimiento e interpretación de la cultura minera prehistórica de la Cuenca del Río Rumblar (Baños de la Encina) y, en concreto, de este magnífico prototipo de poblado principal, aterrazado y amurallado.

El primero de los folletos trata de situar sobre el mapa los distintos poblados (Peñalosa, La Verónica y Cerro del Cueto), minas (Rafa de Baños) y fortines (Piedras Bermejas), comunicar su acceso a pie y aportar una primera descripción de sus características y funciones. El segundo, más complejo, intenta ser un verdadero cuaderno de campo para la visita a Peñalosa. Por ahora estamos con el primero.

Se trata de un proyecto para el que contamos con la ayuda de ADNOR, Diputación, la I.T.S. Paisajes Mineros de Jaén y la Consejería de Turismo; así como con la inestimable colaboración del Proyecto Peñalosa y, más concretamente, con sus principales artífices: Francisco Contreras Cortés y Auxilio Moreno Onorato, que han participado con textos y fotografías. Los dibujos pertenecen a Juan Manuel Beltrán, un almeriense que aporta su magnífico saber artístico.

  Fotografía: Proyecto Peñalosa

El río Rumblar, parido de la unión de sus afluentes, los ríos Grande y Pinto, que desciende de Sierra Morena hasta el valle del Guadalquivir guarda en sus entrañas una auténtica historia de mineros y metalúrgicos que explotaron estas tierras hace más de 4000 años. Su huella ha quedado fosilizada en numerosos restos que han llegado hasta nuestros días en buen estado de conservación. Esto ha sido posible porque este valle es pobre en mineral de plomo, por lo que, al contrario de lo que ocurre en la comarca de Linares-La Carolina, la actividad industrial dejó de lado estas tierras, ricas en cobre y origen de la minería prehistórica y romana en la zona.

La riqueza de los filones metalíferos de cobre ya era conocida hace 5000 años por las gentes de la Edad del Cobre que posiblemente fueron los primeros en explotar esta materia prima. De hecho en la Rafa de Baños (Mina del Polígono) han aparecido materiales calcolíticos que parecen mostrar el conocimiento de la mina en esta época. A ello habría que añadir la presencia en sus cercanías de dos poblados de la Edad del Cobre: el Cerro del Tambor y el Castillo de Burgalimar.

Pero será en torno al 1800 a.C. cuando se produzca una auténtica explotación minera en la zona. Vamos a asistir a una gran colonización del valle del Rumblar en esta nueva etapa de la Edad del Bronce (embalse y río Rumblar). Así la Cultura del Argar, con origen en Almería y Murcia, será la que lleve a cabo esta gran empresa con la construcción de poblados de distinto tamaño que estarán distribuidos a lo largo del río, en lugares donde antes no había existido población, controlando los principales filones metalíferos. Este estrecho valle del Rumblar, con márgenes de pizarra y arenisca, apenas cuenta con espacios agrarios, son las causas que motivaron que hubiera estado deshabitado durante tanto tiempo. Incluso hoy, en la actualidad, su principal aprovechamiento es cinegético y ganadero debido a la escasa fertilidad agraria de estas tierras.

Utilizando la pizarra como material de construcción se levantarán cada pocos kilómetros toda una serie de poblados: el Cerro de las Obras de Moros, Peñalosa, el Castillo de Burgalimar, La Verónica, Los Castillejos, Siete Piedras, Piedra Letrera, etc. Por las excavaciones realizadas en Peñalosa y en el Castillo de Burgalimar sabemos que su principal actividad era la minera y metalúrgica, centradas en la transformación del cobre. Esta explotación no era únicamente para satisfacer su demanda interna, sino que se ha atestiguado la producción masiva de lingotes de cobre que posiblemente se intercambiaron y se movieron por todo el sur peninsular. Este auge económico posibilitó que se mantuviera una gran población en este valle, llegando el grano y los animales bien a través del intercambio o bien a través de la redistribución de los productos alimenticios por las élites aristocráticas que controlaban el territorio y que serían las grandes beneficiarias de la producción del metal cuprífero. Esto último vendría confirmado por la presencia entre los poblados de pequeños fortines, con carácter militar, como el de Piedras Bermejas, de pequeñas dimensiones y que se sitúan de manera estratégica para controlar los accesos al interior del valle minero. Tendríamos por tanto un territorio fuertemente jerarquizado, con una ordenación tendente a facilitar la producción de metal y su salida hacia los grandes poblados de la Depresión Linares-Bailén.

La dispersión y variedad de los poblados, su inmediata o cercana ubicación a la lámina de agua del Rumblar, su distribución por diversos hábitat y paisajes serranos de interés, la red de senderos a pie establecida y señalizada, la existencia de equipamientos complementarios como la Casa del Barro o el Museo del Territorio, y, finalmente, la excavación arqueológica, consolidación y puesta en valor turístico de algunos de los yacimientos, como es el caso de Peñalosa o Piedras Bermejas, permiten que el “Ecomuseo del Bronce de Baños de la Encina” nos ofrezca una verdadera aventura argárica por los paisajes mineros de Jaén.


miércoles, 22 de septiembre de 2010

Un buen día

Hace ya un tiempo, en un día de esos que entendemos como aciagos, intenté redactar un cuentecillo animoso que colge en el foro de poesía de bdelaencina.com. Estos últimos días le he lavado un poco las manos y los pies y aquí lo dejo.

Tomé la firme decisión de ir al castillo. Ésta sería la primera vez que rondaría por el Cerro del Cueto, planicie encrespada donde se alzaba provocativa, casi susurrando a voces que me acercara, la alargada mancha castrense de la alcazaba. Pero por fin me decidí a aventurarme ante aquella enorme mole de barro, tan grande que, pese a su lejana situación, casi llegaba a ocupar toda la hoja de mi ventana, mi única conexión con el mundo exterior, a fin de cuentas con el mundo; la que me permitía divagar cuando el monótono discurso de la maestra me aburría, la que me obligaba a mirar hacia mi interior, a hablar conmigo mismo y a interpretar cómo podrían ser las cosas más allá de mi cotidiano recorrido: Queipo de Llano, Luzonas, Recuerdo, colegio; y viceversa.

El edificio, recién remozado, debía ser bastante importante pues dos inquietas banderas recortaban el cielo con sus siluetas. Nuestra escuela, el cuartel de la Guardia Civil y el ayuntamiento sólo tenían una, aunque no sabía que leches significaba, tenía constancia que eran lugares por los que pasaba mucha gente, sitios que rezumaban demasiada seriedad, excesiva quietud. Por tanto, eran importantes.

En realidad no me atraía la posible dignidad del monumento, me intrigaban sus diferencias. Era una construcción especial, en nada se parecía a la mía, a la de mi buen amigo Andrés, muchas veces cómplice de juegos y desaguisados, o a las del resto de los vecinos. Tampoco era como la iglesia, que en realidad era un edificio grande, oscuro y silencioso, pero a pesar de todo mostraba las formas de una casa, con sus tejados inclinados y luces interiores. En el pequeño mundo en el que me movía el castillo cortaba el horizonte provocándome, exigiendo a voces mi presencia. Creo que después de muchos siglos en pie observando el trajín de la gente y de las cosas había adquirido la experiencia suficiente para conocer uno a uno a todos los que tenían cobijo a su sombra; y él ya sabía que la curiosidad era y es mi principal defecto y virtud.

Andrés, mi buen amigo, bajo el argumento de ser un cobardica, me incitó a meterme lo poco que quedaba de mi goma de borrar por la nariz –tuvo que sacármela la señorita acercándome a la nariz una buena dosis de pimienta que extendió sobre la palma de su mano-; de entonces, Andrés me debía una. Me costó, pero cuando la mañana del sábado le pedí que me acompañara hasta Santa María, hasta el castillo, no fue suficiente excusa que la tele arrancara su emisión en pocos minutos, tuvo que acompañarme. Los dos éramos poca cosa, pero él era hijo de un civil, poco nos podía pasar. Así que la clase matinal acabó, pronto como todos los sábados, y comenzó nuestra pequeña incursión hacia lo aventurado por desconocido.

La pequeña cartera de plástico duro que colgaba de mi espalda contenía una cartilla del 3, un lápiz a bocados raído y una acartonada caja de colores Alpino, sin tapa y con los lápices bailando en su interior por la ausencia de gran parte de su guarnición. No más de dos de los seis inquilinos iniciales seguían en mi poder, el resto había sido engullido por la maquinilla de plástico en un intento de conseguir la punta más afilada, los había partido a mordiscos o quizá habían desaparecido tras la pequeña puerta del cuarto de las ratas, en realidad una vieja alacena con un rancio olor a aceite. La vieja cartera de rígidos y redondeados filos de plástico como único avituallamiento.

Nos dispusimos a subir la cuesta de Santa María, dos hileras de casas que partían desde lo ancho de la Plaza y que se alzaban a nuestro lado apretando un espacio que parecía reconducirnos de manera inexorable hacia la toma del castillo. Bajo el eco que las piedras iban emitiendo a nuestro paso, me vino a la cabeza la aseveración que siempre me recordaba mi madre “cuando salgas de la escuela no te pares ni un minuto, directo a la casa, o el negro te lleva”, recordando el buen susto que una tarde me llevé al abrir la puerta y encontrar una gente de raras y chillonas vestimentas, cara y manos negras y una hucha blanca, muy blanca, como queriendo escapárseles de entre las oscuras manos. En realidad eran vecinos disfrazados para una campaña del Domund, pero mi madre supo sacar buen provecho del fiasco aunque la efectividad le duro bien poco tiempo, era más fuerte mi afán de conocer, la atracción de lo que desconocía, que el miedo a extraños personajes de los que entendía que, en campo abierto, podría escapar. Esta vez las recomendaciones cayeron en saco roto, qué mejor manera de comenzar una aventura que desoyendo a nuestros mayores.

Al llegar arriba, a los pies del castillo, fuimos a chocar de pleno con una gigantesca puerta acantonada que nos impidió entrar en las extrañas del coloso amurallado. Toda la magia que hasta entonces nos fue arropando en valentía, cayó como un pesado fardo que nos llevó a sentarnos, derrotados, al pie del cortado que formaba el borde de la meseta, el laero. Pero, nada más dejarnos caer y echar la vista hacia delante, dejó de importarme la parcial derrota de aquella mañana, empezaba a no arrepentirme de la hazaña. Andrés aprovechó para pedir que volviéramos a nuestras casas mientras mis pies rozaban la cambiante silueta del verde cereal que casi espigaba a los pies del laero, como queriendo hacer un amago de echar andar; pero en realidad era mi mente la que hervía previendo desconocidas sensaciones. Nos asomamos al laero, el trigo, de un verde brillante como nunca había dibujado en mis repetidos paisajes de casa, nubes, sol y pájaros, se mecía la cuesta abajo sugiriendo que nos acercáramos como días atrás lo hiciera el castillo. A lo lejos un paisaje infinito se dibujaba a nuestros pies. Nunca creí que el mundo en el que empezaba a escarbar, hasta entonces encerrado entre casas blancas y pardas y corrales atrapados entre muros, pudiera ofrecerme espacios tan abiertos. Una ráfaga de viento volvió a mecer el trigo y éste insistió para que nos coláramos entre sus inescrutables surcos. Cuando recuperamos la noción del tiempo, tras momentos de sana insensatez, estábamos corriendo desenfrenados laero abajo, rompiendo en nuestra carrera la frescura uniforme del trigal. Su fragilidad inicial se torno por momentos en aspereza, amargor, … pero también en dulzura extraña por novedosa. Caímos varias veces, rodamos, tropezamos y hasta algún felino nos salió al paso, pero cuando recuperamos el resuello sentados y magullados en el Camino Ancho respiramos el momento más dichoso de nuestra corta vida.

¿Qué hacemos? -pareció que nos insinuamos mutuamente con una directa mirada. Pero cuando Andrés quiso contestarme, ya estaba bajando un camino de piedras que seguía alargando el descenso, silbando la manida melodía de una serie de televisión que sesteaba todos los sábados. Descubrimos un mundo que no llegábamos a entender. Encerrados hasta ese momento en estrechas calles y viejas y apretadas casas de piedra, el corretear hacia un horizonte abierto, sólo cortado a intervalos por la mancha blanca de una nimia casona de huerta, las ramas más altas de algún olivo centenario o el recién estrenado rojo granate de los pocos granados que sucumbían ante el olivar, nos hizo sentir un remolino de sensaciones que desconocíamos. Cuando el cansancio vino a aguarnos la fiesta, una construcción rectangular, baja, desconchada por los vaivenes cotidianos, vino a flanquearnos el paso. Era la vieja alberca que fondeaba tranquilidad al cobijo y sombra de una noguera inmensa. Bebimos apenas un trago de su agua apartando el verdín de las ovas y fuimos a caer a su vera ante la fresca tentación que emanaba el entorno. Varias ranas nos saludaron en frenética zambullida.

No llegamos a hoyar el suelo bajo nuestras posaderas cuando una rueda de hierro volvió a llamar mi curiosidad. Me levanté presto, como hoja seca atizada por un tirón de viento, y me acerqué a la noria. Andrés me echó una mano al pie y pude asomarme a la raja que partía en dos mitades la mole circular de piedra; ¡qué oscura e infinita se abría bajo los herrajes buscando la profundidad de los infiernos!. Un soplo de aire frío, repentino y dulce, vino a chocar contra mi cara; desde entonces me atrae acercarme a la boca de las norias, cuando escudriño en sus entrañas identifico esa sensación contradictoria con lo que debe ser una muerte plácida, sin dolor, como cuando la vida se escapa en silencio, lentamente, sin apenas dejarse notar, buscando en la profundidad de las aguas el deseo de vida eterna que otros dicen hallar en un callejón de luz. De nuevo una rana, buscando cobijo en las negras aguas, vino a acercarme a la realidad. Ya se escuchaban las primeras y tempranas chicharras. La cercanía del verano dejaba intuir nuestras primeras vacaciones; ¿existían las vacaciones?

El sosiego del lugar nos dio una tregua, pero ya estaba decidida nuestra marcha sin más pausa. En un momento que no atinamos a descifrar, quizá dejándonos llevar por la arbitraria curvatura de una gran zanja, o quizá por el cansancio de nuestros cortos pasos, sin darnos cuenta, giramos noventa grados hasta vernos escoltados por una fila de perales que nos acercaron de nuevo a otra alberca. Ahora nos pareció mucho más húmeda, pesada, su agua ya no pretendía quitarnos la sed, al contrario, al echarnos unas manotadas sobre las sucias piernas fue abriendo con rigor cada uno de los arañazos que hasta entonces habían pasado desapercibidos como equipaje de mano de nuestro viaje. A esta desazón se sumó que, por primera vez, sentíamos las cosquillas del hambre, que arribó espontáneamente como un recuerdo del que creíamos habernos desembarazado; ahora echamos en falta a nuestras cansinas madres cuando parecía que les importaba más que comiéramos un cacho de pan con aceite que jugar tirados en el suelo.

Proseguimos la marcha, ya casi sin rumbo fijo y con pocas ganas de trasiego, y sin darnos cuenta fuimos a toparnos con la imagen de un pueblo, al fondo, que nos parecía familiar pero que no coincidía con ninguna forma ya retenida en nuestra retina. ¡Era nuestra casa!, pero desde fuera aún nos resultaba como una postal ajena y lejana.

Cuando fuimos a saltar una zanja que nos franqueaba el paso, vine a tomar constancia que perdía una de las zapatillas, a uno y otro lado se movían frenéticamente y con soltura los cordones rotos y atravesados por afiladas espigas y rechonchos pinchos. Tras muchos intentos por parte de mi madre para que aprendiera a “hacer la lazá del zapato”, todos imposibles ante mi escasa atención, conseguí por Pascua atar mi primera zapatilla, pero eran momentos en los que, apagado por el peso del abatimiento, preferí quitarme la calza y seguir a duras penas sintiendo la cruda realidad de la tierra que pisaba.

Con una zapatilla en la mano, la otra holguera pero en su sitio, los pies embarrados ante los fallidos intentos de saltar la zanja y Andrés casi lloriqueando fuimos a dar entre una línea de morales y las primeras casas del pueblo. La tarde ya se tornaba más fresca, el sonido seco de un yunque, signo de vida, nos cambió el ánimo. Pese a nuestra desventura final, estábamos enzarzados en subir a uno de los morales para coger de sus negras perlas, cuando el estrépito que provocaba el galope de un caballo sobre la dura piedra de la calle nos hizo volver la cabeza en medio de la faena. Arriba, sobre nosotros, como tapando la deslumbrante mancha de luz que el sol iba dejando en su marcha, fui a toparme con el tricornio del padre de Andrés que eclipsaba la luz del astro, ¡se me fue el alma!

Al día siguiente, cuando creímos que los ratones nos comerían los dedos de los pies en castigo, descubrimos que en la escuela no había cuarto de los ratones.

martes, 21 de septiembre de 2010

lunes, 20 de septiembre de 2010

Nuevo folleto del sendero del bronce

Bueno, ya tenemos en imprenta el nuevo folleto del Sendero del Bronce  (Baños de la Encina) que complementará a la nueva señalética (de piedra) y a las mesas de intepretación que se han instalado por todo el itinerario. Si no hay ningún problema, en pocos días los tendremos físicamente.

Se trata de proyecto para el que contamos con la colaboración de la Consejería de Turismo y ADIT Sierra Morena y que en proximos días se verá complementado con la instalación de mesas tipo picnic y bancos en tramos muy específicos del recorrido, unas y otros perfectamente integrados en el entorno, y la limpieza y recuperación de los bienes etnográficos que salpican el sendero, como es el caso del complejo hídrico de la Alcubilla (pozo, alcubilla y acequia de drenaje -una joya-).

Un proyecto paralelo contempla la recuperación de la Piedra Escurridera como área recreativa y la escombrera superior como mirador arbolado. Ya se ha realizado la limpieza de basuras (botellas, televisiones, sacos, plásticos, etc., etc.) y ahora se procede a la de escombros, sellado vegetal de la escombrera, valla de protección, instalación de sistema de riego, reforestación e instalación de bancos y mesas tipo picnic. Por cierto, ya se ha limpiado el pocico de la Piedra Escurridera que ha pasado de un metro a sus originales 5,25 metros. En el interior han aparecido todo tipo de trozos de cántaros y restos la cal usada para higienizar el agua. Se van a instalar medidas de protección que eviten cualquier accidente.



lunes, 13 de septiembre de 2010

la "vida en papel": + sobre Baños, Bailen y tejares


En ambas fotografías aparece José Díaz Fernández y me han llegado a través del buen amigo Lore. De la primera no tenemos más datos, la segunda está fechada a 20 de abril de 1961 y fue realizada por "Foto Espejo”, avda. de Jaén, 6. Linares. Tfno. 1789.

domingo, 12 de septiembre de 2010

La vida en papel: ¿mineros?

Probablemente me equivoque, pues no tengo ningún dato firme sobre esta fotografía, a no ser que como tal se considere que perteneció a mi abuelo José María. Por la indumentaria podemos situarla entre finales del siglo XIX y comienzos del XX, periodo durante el que su padre, Antonio Cantarero, trabajó en las minas de Araceli (Baños de la Encina). Con posterioridad regentaría la panadería del poblado antes de afincarse de forma definitiva en Baños de la Encina.

Podemos interpretar que la fotografía capta a una cuadrilla de trabajadores en día de asueto (posiblemente mineros), flanqueada por el encargado o  propietario. Como nos falta una parte de la fotografía, no podemos asegurar que en el otro extremo apareciera otro mando, pero así debía ser.
 
Como decía, mi bisabuelo gestionó la panadería del poblado minero de Araceli durante el primer cuarto del siglo XX. Durante ese tiempo, con la ayuda de sus hijos mayores, elaboró pan para el poblado, parte de El Centenillo y media sierra. Este hecho le permitió reunir el dinero suficiente para asentarse en Baños, donde compró la panadería de la Cuesta de los Herradores y la vivienda que la familia denominaba como "la casa grande", en la calle Visitación, cuyos patios llegaban hasta la calle Desengaño, a espaldas del cine de "Chivica".
 

viernes, 10 de septiembre de 2010

La vida en papel: en el tejar

Durante muchos años los bañuscos tuvieron entre sus faenas cotidianas fabricar tejas y ladrillos en los vecinos tejares de Bailén. Se trataba de un complemento económico y laboral, estacional, durante la época en que las lluvias subrayaban su falta. Eran jornaleros del campo que, ante la ausencia de faenas agrícolas, encontraban en el verano y en las tierras de Bailén una ayuda para la frágil economía de las casas.
La mayoría se desplazaban sobre una pesada "orbea" cuyas ruedas aguantaban como podían la dureza del "Camino Ancho" que unía Baños con Bailén.

La foto es cortesía de mi padre, el tercero por la izquierda de la fila superior, y realizada por "El Niño Pepe" -calle Alfarerías, 8 de Bailén- en junio de 1960. El tejar era de Malpesa, situado entre el actual supermercado "Mercadona" y el Vivero. Mi padre, durante muchos años, fue compañero inseparable, tanto en Baños como en Barcelona, de su primo Jeromo (el primero por la derecha, arriba).

jueves, 9 de septiembre de 2010

Textos para el folleto del Sendero del Bronce 3

Nos incorporamos al carril de tierra que nace donde acaba la pista de asfalto, ahora llaneamos un buen trecho hasta cortar por encima del cauce seco del arroyo Jamilena, forzando un giro a la izquierda de 90 grados. El sendero asciende serpenteando entre jaras y romeros hasta asomar a un puntalillo, enfrente nuestra nos ha venido observando un colmenar, por el que, tras girar a la izquierda, cruzaremos siguiendo la cuerda del propio puntal. El trayecto nos lleva a un fuerte descenso cuyo final nos obliga a girar a nuestra derecha para afrontar una subida larga y continua, pero de un nivel no muy pronunciado. Durante todo el trayecto, a nuestra izquierda, nos irá acompañando el “huerto Banderas” o del “Tío Feo”, prototipo de los huertos en barranco que se desarrollaron durante la segunda mitad del siglo XIX en el corazón de la Dehesa del Santo Cristo.

Se trata de un huerto encajado y escalonado que para riego hace uso del arroyo que corre parejo a él o, en ciertos casos, se ayuda de ingenios como pozos, norias y, como en este caso, de un socavón o mina de agua. Este conjunto de huertos se distribuye a la umbría del pueblo, dejándose caer hacia los ríos Rumblar y Grande, y tienen su origen en el periodo de convulsiones sociales que sucedieron a la desamortización civil de Madoz (1855): ante la privatización de las tierras del Común, la población rotura pequeñas parcelas que va transformando en huertos de subsistencia que, finalmente, en la década de los noventa del siglo XIX, propiciado por dos reales decretos, reconocen la propiedad de los colonos.

A media pendiente a nuestra izquierda, donde se deja notar la cota máxima que alcanzan las aguas del pantano, tenemos un itinerario alternativo, de trayecto más complejo, que nos acerca a Migaldías por un itinerario donde podemos apreciar una mayor riqueza botánica: iniesta, distintas variedades de jara, lentisco, esparraguera silvestre, romero, mejorana, cantueso, retama, etc. Si tomamos esta opción, hay que salirse de la pista principal por la vereílla que cruza a la otra vertiente de la “colilla” del pantano. En caso contrario, seguimos hasta el final de la larga cuesta, que gira apenas y sigue subiendo por un cordel más empinado hasta otear las parras del huerto Lobo; giramos a la izquierda sumándonos al camino principal que se nos ofrece y de nuevo a la izquierda siguiendo una curva de nivel que llanea hasta asomarse a las Piedras Bermejas. Giramos de nuevo a la izquierda descendiendo hasta el corazón de este hito geológico.

Ante nosotros se despliega un conjunto de bolos y canchales de color rojizo que salpican un espectacular relieve. Se trata de una brecha periférica del batolito de los Pedroches que, motivado por un enfriamiento mucho más rápido del magma, da lugar a un filón de pórfidos muy interesante que se despliega sin razón de continuidad por la vecina “Piedra Escurridera”. Donde el sendero viene recrearse en un pequeña vaguada, se nos oferta un empinado desvió de ida y vuelta que nos lleva al Fortín de Migaldías (es el trayecto que traeríamos si hubiéramos elegido el desvió de Migaldías en el Huerto Banderas). Allí localizamos un fortín de control del territorio vinculado a la explotación minera de la cuenca durante la Edad del Bronce (hace 4000 años). Ha sido excavado y rehabilitado de tal forma que podemos reconocer sus atributos y función (ofrece una panorámica magnífica de la “junta de los ríos” Grande y Pinto donde vienen a formar el Rumblar, de la Picoza (río Grande) y de la Verónica, poblado gemelo a Peñalosa. En esta zona, si descendemos por el camino un poco más en dirección al embalse, podemos apreciar las antiguas majadas de piedra, destinadas a guarecer los ganados merinos durante las postrimerías de la Edad Media.

Volviendo a la ruta principal, en la misma vaguada realizamos un fuerte giro que nos permite seguir bajando, ahora sobre los restos empedrados del antiguo “camino de San Lorenzo”, de posible origen romano. Nos llevará a la Alcubilla ascendiendo por el arroyo, casi siempre seco, del mismo nombre. Aquí nos encontramos un doble ingenio hídrico formado por un pozo y una alcubilla o arca de agua; se trata de un doble venero de agua, el primero salobre (para las bestias) y el segundo potable. Este tipo de equipamiento, a modo de aljibe, solía construirse para almacenar agua en las fuentes de escaso caudal. Si observamos con detenimiento, podemos llegar a encontrar la presencia de un pequeño tramo de acequia realizada con mortero de cal, de posible origen musulmán.

Frente a nosotros, al final de la etapa, se alza majestuoso uno de los más bellos ejemplos de la arquitectura hortícola en barranco: el huerto Miguelico. Llegando a su tramo superior, habremos vuelto al punto de inicio. Una opción alternativa, abajo en la Alcubilla, es seguir ascendiendo por el arroyo de la Alcubilla que nos llevará a la Piedra Escurridera, verdadero monumento natural y etnográfico, y al Pocico Ciego, tramo que nos aleja relativamente del punto de arranque pero que nos lleva a una excepcional área recreativa (se está actuando en estos momentos).





martes, 7 de septiembre de 2010

Textos para el folleto del Sendero del Bronce 2

Arranca nuestra senda circular en el llano del Santo Cristo, en el lateral posterior izquierdo del campo de deportes municipal. Aunque hoy bajo una maraña de viviendas y asfalto, este descansadero de ganado merino, el del Santo Cristo, ofrecía hasta hace bien poco un horizonte totalmente limpio de obstáculos que, teniendo como principal cometido la posta de los ganados trashumantes, compaginaba con otros usos de interés para el común. Así, un rosario de eras de pan trillar se sucedían a modo de gigantescos círculos empedrados que, en días de asueto, soportaban a empedernidos futboleros. Pero fueron las canteras para extraer arenisca (la piedra local) las que mayor empuje tuvieron, como la de “Marquitos”, a nuestra derecha, dando cobijo a la piscina local, como antaño lo diera a docenas de mozalbetes que, arremangados los calzones por encima de la rodilla, buscaban entre las aguas sucias y estancadas del hoyo de la cantera cabezolones (renacuajos) y tiros (salamandras). De aquí, de sus tierras rojas y blancas, se obtuvieron las principales materias primas que dieron forma a nuestro castillo: tierra -roja-, también utilizada para el barro de los tejados y las legendarias “canicas de barro”, y cal -blanca- (a la sazón este es el cerro de la Calera).

Frente a nosotros arranca el “viejo camino de los Llanos”, hoy en parte sepultado por la aguas del embalse del Rumblar, y que fuera acceso principal a la vieja dehesa de la Navamorquina, un conjunto de tierras serranas que Fernando III el Santo otorgó como privilegio a los pobladores de la incipiente aldea de “Bannos”, desde los siglos XIII al primer tercio del XVII bajo jurisdicción del concejo de Baeza. Con posterioridad esa dehesa se segregaría en cuatro, entre ellas la del Santo Cristo por las que discurre el itinerario que vamos a recorrer. Iniciamos la senda surcando, a uno y otro lado, entre las últimas casas del pueblo; por nuestra derecha una de las pocas ganaderías ovinas que quedan en el pueblo.

Dejando atrás las últimas casas, iniciamos un pequeño tramo descendente que nos aventura por un tupido bosque de pino alóctono que, a veces, alterna con eucalipto, recuerdo la reforestación realizada durante la década de los cincuenta del siglo XX, añoranza de una bella “postal franquista” que pretendía, aunque sólo fuera paisajísticamente, acercarnos a nuestros vecinos del norte de Europa. Cuando el camino de tierra viene casi a tocar la pista asfaltada, se nos ofrece un pequeño desvío (de ida y vuelta) que nos permite, a voluntad, acercarnos a conocer las ruinas de un viejo “rajal de colmenas”, una especie de corral pétreo, rectangular y escalonado, que guarecía las colmenas de abejas, a sus inquilinos y producción, de posibles asaltos del ganado. En su interior, entre un bosque de jara y romero que lucha por dominar las pendientes, nos llama la atención la ordenada presencia de unos decrépitos almendros. Para no despistarnos, cuando acaba la vereda tomamos como referencia la torreta de una línea eléctrica, el rajal se encuentra avanzando en línea recta algo por debajo de la misma. Tras la visita, volvemos al arranque del desvío.

Llaneamos por una pequeña meseta bastante aclarada de pinos hasta llegar el puntalillo de la Cruz Chiquita, hoy desaparecida. Ésta saludaba al viajero que desde la sierra arribaba al pueblo; aquí el camino nos obliga a hacer un giro de noventa grados a la derecha y comenzamos un pendiente descenso. Cuando de nuevo volvemos a arrimarnos a la carretera, el sendero nos ofrece una nueva alternativa, también de ida y vuelta, que nos acerca al magnífico y elevado mirador de Cerro Moyano desde el que podemos observar el poblado de Peñalosa. La altura nos ofrece una postal que es la suma de la luminosidad del pantano en lo hondo, la inmensidad de la sierra que se aleja en lomas infinitas que cabalgan unas sobre otras, el castillo romano de las Salas Galiarda, junto al cerro del Navalmorquín, y nuestra alcazaba moruna erguida sobre su cerro del Cueto. Peñalosa es cabeza de un conjunto de poblados, fortines y minas que se distribuyen hace cuatro milenios a lo largo de la cuenca del río Rumblar desarrollando una modélica explotación de los filones mineros (cobre). Volvemos sobre nuestros pasos y, cuando arribamos al cruce, si nos dejamos caer ligeramente a la derecha de la carretera nos topamos con la primera evidencia de los llamados huertos en barranco, un sistema de subsistencia agraria que tendremos ocasión de conocer en profundidad durante el trayecto. Aquí nos muestra los restos de la casa de pizarra que dio cobijo a sus moradores y parte de los muros por los que discurría longitudinalmente la tierra de labor.

Retomamos el trayecto, ahora ligeramente ascendente, para pasar a llanear después de un giro de noventa grados a la derecha y, tras otro a la izquierda, comenzamos a descender sin solución hasta casi tocar el agua del embalse. El proyecto para embalsar las aguas del río Rumblar en el paraje reconocido como “Cerrada de la Lóbrega” tuvo su visto bueno a finales de 1929, previo a la renuncia del dictador Miguel Primo de Rivera, finiquito de una etapa regeneracionista sin parangón. Tras innumerables vicisitudes, entre ellas la sinrazón de la Guerra Civil, las obras llegan a buen puerto en 1941, siendo en 1947 cuando se consiguen embalsar por primera vez los 126 Hm3 de capacidad del pantano. El paso de los años, que todo clarifica, nos ha dejado una gran brecha líquida que segrega el núcleo de población de su sierra bajo la necesidad de unas aguas útiles en la campiña, en el bajo Rumblar; fértiles pagos de huerta sepultados, como las del Marquigüelo y Valdeloshuertos, junto con las fuentes que suministraban a los bañuscos (Cayetana, Pacheca, Socavón y Salsipuedes); y un poblado constructor, el del Rumblar, que señorea sus agraviados despojos.




Y como muestra, un botón








Fotografías: Susana Martín

lunes, 6 de septiembre de 2010

Curso de cerámica prehistórica

Ya ha arrancado el trajín en la Casa del Barro con el 1er curso de cerámica prehistórica. En total, los 14 alumnos matriculados recibirán 65 horas formativas, casi en su totalidad prácticas, impartidas por las profesoras “Consi” y “Chus”, dos profesionales que pertenecen a la empresa alfarera Galira, situada en Galera, en el altiplano de Granada.

El curso inició su andadura el sábado, día 4 de septiembre, y después de dos días de trabajo nuestros paisanos están mostrando unas dotes innatas para estas labores artesanas, como queda reflejado en que algunos de ellos ya estén elaborando verdaderas piezas complejas como copas de ajuar funerario y grandes vasijas.

Con posterioridad, se realizará un viaje a Galera, con el objetivo que puedan conocer “in situ” como desarrolla su trabajo el taller Galira, tanto técnico como comercial, y para conocer la gestión técnica del yacimiento arqueológico de Castellón Alto y del Museo de la localidad, ambos con recorridos paralelos a nuestro yacimiento argárico de Peñalosa y nuestro Museo del Territorio. Finalmente, se realizará una visita técnica a Peñalosa y se darán a conocer las posibilidades de futuro de la “Casa del Barro” de nuestro municipio.



Perdón, las fotos son de Susana Martín.

La canción del espantapájaros - 091

Ahora que Rosi está de líos preparando libros y materiales para el inicio de curso de los chiquillos, me viene al recuerdo lo desastre que yo era en materia escolar. En E.G.B. apenas tuve problemas, de mi prima Puri, la mayor, la de mi tío Jeromo, los libros pasaban de manera alternativa a mi prima Carmen o a la otra Puri, luego a mí, después a Dioni, mi hermana Ana Puri, …; así, sin problemas de continuidad, pues Puri no fallaba, iba pasando cursos de manera tajante. El esfuerzo económico de mi tío Jeromo y la constancia en los estudios de mi prima Puri eran rentas de las que íbamos tirando casi todos los primos menores.

En todo caso, era poco costoso en material escolar. Me compraba tres bloc (Matemáticas, Lengua y Nuestro Mundo, luego Cosmos), eso sí, de distinto color, y este era todo el hato que paseaba Mestanza arriba, Mestanza abajo. Acercándome a la verdad, apenas recuerdo que en “básica” llegará a tener alguna cartera, en todo caso durante párvulos.

En B.U.P., vinieron las “mudanzas” y apenas heredé los libros de mi prima. De todas formas, aventajado en descuidos, no había curso que llegara a buen puerto con todo lo menesteroso. Por supuesto desconocía lo que era plastificar un libro o tener un estuche, era de lápices de colores que bailaban en su estuche acartonado de Alpino, la mayoría de punta caduca. Es justo reconocerlo, era de equipaje ligero. Durante la carrera, en mis tiempos de Jaén, quizá por lo novedoso de la situación, llegué a comprar tres libros: el “Martín González”, libro oficioso de Arte, otro de historia medieval y uno de tendencias “materialistas” imbuido por Arturo Ruiz, “Comercio y Mercado”. En Granada no me estrené.

Pero eso sí, fui de no perder un apunte gracias a mi buen amigo y compañero Egidio Moya, no por esfuerzo propio, y de escarbar en todo artículo que oliera a interesante. Así fui llenando de “papeles” los armarios de la casa de mis padres y así tengo aún la mía, pese a la creciente reducción que voy aplicando de forma más o menos metódica.

Anecdótico, en tercero, tras una primera semana de apuntes, a mi vuelta cotidiana el lunes tras un ajetreado fin de semana cinegético (liria), decidí llevar unos “pajarillos”, así salíamos del estoico menú semanal. Invité a compañeros de piso y ajenos, como Vicente Gallego, a mi buen amigo Eduardo Araque, ya viejo profesor mío, desde primero, y al bueno de Antonio que, por entonces harto ecologista, sólo comió salchichón. Para rematar la faena eché en el macuto, con ropa y apuntes, una garrafa de cinco litros de buen vino manchego, de cristal, recuerdo de una escapada con el torreño a las tierras del amigo “Sancho”. Frente a la puerta de Cati “la del chinito” el asa cesó en sus funciones viniéndose la mitad de la aventura al traste. Ropa y apuntes quedaron perfectamente impregnados de los mejores aromas de la llanura manchega.

Ya en Granada, llegué a entender que era una constante que el curso se inaugurara con concierto de 091. Uno de los años, por septiembre, cogimos mi primo Dioni, Juanatos y yo el hato y nos los fuimos a ver a Andújar de la mano del “grande” de Hilario, para San Eufrasio. No llegó al mes y ya estábamos de nuevo “pegando votes” en Granada.

¡¡¡Eran de los más grandes!!!


viernes, 3 de septiembre de 2010

Desde el otero

Hubo un tiempo, hace ya muchos años, que fui todo un hacha jugando al futbolín, pero como se jugaba en Baños, sin pasar la pelota entre los delanteros.

Por aquellos años era buen amigo de Joselito, el del “francés”. Allí, en el salón grande de su bar, que ha sido de todo, por entonces finado salón de baile, nos juntábamos algunos más, entre ellos Mario, mi tocayo José María, sobrino de la familia del estanco que vivía por entonces en Vallecas, y Javi, también foráneo que veraneaba al principio de la calle Mestanza.

Como decía, por aquellos años era muy bueno jugando al futbolín, pero un “matao” para el billar. Creo que aprendí mucho de Joselito que era verdaderamente bueno en este ocioso menester. También por aquellos años, según mejoraba en el juego, fui haciéndome a la estrategia de no aflojar, de no soltar amarras, de no comentar, de callarme hasta el final por muy bien que me fuera. Vamos, es lo que hoy llaman los futboleros y deportistas en general como no perder la concentración. Así, aunque no siempre, fui capaz de llegar a ganarle, como algo cotidiano, al “ruper”, de mi época, uno de los mejores del futbolín de “Ramoní”. Y también le gané a Joselito, aunque fuera en contadas veces, eso sí, en el futbolín viejo, el bueno.

Luego, cuando me fui a Jaén a estudiar llegue a formar una pareja invencible con mi buen amigo José María, “el torreño”, hijo del propietario de los autobuses de línea de Torres a Jaén. Yo en la defensa, machacando a porretazos, y él delante con una precisión tremenda. Fuimos ganadores del campeonato oficioso del Colegio Universitario, digo oficioso porque se nos retiraron todos antes de llegar a la final. Al hilo, hace relativamente poco tiempo, tuve un encuentro inoportuno con una pareja de entonces (de juego) que ofendida me decía que tenían que jugar con nosotros con casco de motorista en la cabeza.

Desde esos gastados años creo que la prudencia me ha ido acompañando en todas las facetas de la vida, no sonrío hasta que por fin, en lo que estoy, he llegado a buen puerto. Así me ha ocurrido con el desarrollo de la película del Capitán Trueno, hemos ido trabajando de manera callada, sin pausa, pero cuando ayer vi las fotografías de José María Valle donde un falso musulmán asomaba por encima de una almena de nuestro castillo, sonreí y me lo creí.


Fotografía: www.bdelaencina.com

La vida en papel: secando las tejas

En la fotografía José Díaz Fernández trabajando en el tejar, en este caso poniendo a secar las tejas; el molde toda una pasada. La foto está fechada a 21 de mayo de 1960 y realizada por el taller de “Niño Pepe”, de la calle Alfarerías 3, de Bailén.

La foto me ha llegado por mediación de Lore Rodríguez, pues este señor fue cuñado de su madre.

Textos para el folleto del Sendero del Bronce 1

La semana que viene recibimos los paneles que aportarán información e intepretación del Sendero del Bronce (Dehesa Santo Cristo), pero ya estamos preparando los textos que irán en el nuevo folleto de mano de este interesante sendero. Os dejo la introducción que acompañara al mapa/croquis del recorrido.

Corría el año de 1246 cuando el rey santo Fernando III de Castilla, tras reorganizar el concejo de la realenga ciudad de Baeza, hizo una serie de concesiones a su aldea de Bannos (Baños de la Encina). Entre estos privilegios está la concesión de un término privativo para usufructo de los vecinos sin obligación de pagar a cambio impuesto alguno a las arcas del concejo de Baeza; este terreno es el denominado en los textos del momento como defessa de Navamorquina. Para algunos cronistas este hecho tenía como causa que este rey hubiera nacido años atrás en el propio castillo de Baños (tomado y vuelto a perder en los años finales del siglo XII). Argumentos de mayor constatación histórica nos dicen que esta concesión forma parte de una estrategia del monarca cuyo objetivo era evitar el despoblamiento de unas tierras ásperas y poco fértiles, recién conquistadas, pero a la sazón control y defensa de los pasos de Sierra Morena entre la llanura manchega y la vega del Guadalquivir.

Posteriormente, este término privativo fue segregado en cuatro dehesas de las que la más cercana al núcleo urbano es la denominada del Llano. Una parcela que ronda las quinientas hectáreas y que cubre una estrecha franja de terreno entre el núcleo urbano de Baños de la Encina y los ríos Grande y Rumblar, alargándose hacia el nordeste hasta la altura del santuario de la Virgen de la Encina. Alejada del núcleo de la finca matriz, más al noroeste, y muy cercana al pueblo, casi tocando los ruedos de éste, fue perdiendo su uso como pastadero de invierno de oveja merina trashumante, ganándole terreno el ganado local: cabras, mulos y burros, colmenas y ganado porcino. Una sobreexplotación local excesiva (debido a la proximidad) llevó a la dehesa a una situación de quasi ruina ambiental. La reforestación llevada a cabo durante la década de los cincuenta del siglo XX, principalmente con coníferas, palio en parte la situación, pero, sesenta años después, el carácter alóctono de algunas de las especies introducidas (eucalipto rojo) está causando pérdidas de suelo irreparables y un agotamiento parcial de la mayoría de los veneros de agua tan presentes en la zona. Pese a ello la encina y su cohorte van muy despacio colonizando su viejo territorio haciendo que la primavera embriague de calor y olor este pellejo serrano: cantueso, romero, mejorana, jara pringosa, jaguarzo, jara estepa, retama, …

Tras la Desamortización Civil de Madoz (1885) y la subasta pública de los bienes del Común del concejo de Baños, los vecinos, acostumbrados a roturar las tierras serranas, sólo encontraron cobijo en los barrancos que desde el pueblo se dejan caer a la cuenca del Rumblar (Dehesa de Santo Cristo). Abancalaron los barrancos, detuvieron el agua y consiguieron que tierras muy ásperas les dieran de comer creando pequeños vergeles entre lomas peladas de cantueso y retama. Fue toda una revolución popular en las postrimerías del siglo XIX que, refrendado por dos decretos redactados por la Excma. Diputación Provincial, permitió la legal propiedad de los vecinos.

Por último, esta zona, antes que se construyera el embalse del Rumblar o de la Cerrada de la Lóbrega, fue nudo importante de las comunicaciones entre Baños y el sur manchego, como atestiguan los referentes culturales comunes (no en vano Baños de la Encina posee el único molino de viento de tipología manchega en Andalucía -siglo XVIII-). Caminos como el del Hoyo o de Los Llanos, San Lorenzo y la Cayetana surcan la dehesa salpicados de fuentes y pozos, y hasta casi se obtiene durante la Dictadura de Primo de Rivera la construcción de dos pasarelas metálicas que salvaran el paso de los ríos Rumblar y Grande. Cayeron irremediablemente en el olvido.

Al día de hoy, la dehesa del Santo Cristo se va constituyendo en un pulmón natural de gran calidad, inmediato al pueblo, con una carga histórica, arqueológica y etnográfica sobresaliente.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

La rafa del Polígono

Ahora que se plantea la posibilidad de realizar unas catas, o posiblemente un levantamiento, o quizá los dos, de un yacimiento arqueológico tan interesante, y por otra parte tan desdeñado, desconocido y cercano a nuestro pueblo, como es la rafa del Polígono-Contraminas, he creido interesante recuperar lo que el buen amigo Luís Arboledas decía sobre el mismo en su tesis doctoral "Minería y metalurgia romana en el Alto Guadalquivir: aproximación desde las fuentes y el registro arqueológico":

Localización

Esta gran rafa de casi un kilómetro de longitud se encuentra a escasos 500 metros al Sudoeste de la población de Baños de la Encina, entre los depósitos de agua y la carretera comarcal JV-5041, que pasa por encima del extremo sudoeste de la mina.

Ésta se encuadra entre los siguientes puntos de coordenadas UTM: extremo SW, x =431529 y = 4224000 y extremo NE, x = 432107 y = 4224789, dentro de la Hoja 905 (19-36) (Linares) del Mapa del Servicio Geográfico del Ejército a escala 1:50.000, 905 (1-1) (Baños-Villanueva de la Reina-Guarromán) y 884 (1-4) 1: 10.000 (Baños de la Encina) del Mapa Topográfico de Andalucía a escala 1:10.000 (Fig. 139 y 140).

Acceso

A esta mina se accede desde la localidad de Baños de la Encina por la carretera comarcal JV-5041, que une a esta población con Los Escoriales, tras recorrer 2.300 metros. También se puede llegar a pie bajando por la falda SW del cerro donde se levanta el castillo de Baños de la Encina.

Descripción

La rafa de la Mina El Polígono o Contraminas se abre a lo largo de más de un kilómetro, con una dirección SW-NE, en un terreno formado por las pizarras del Culm y parcialmente cubierto por los asperones triásicos (Fig. 139, 140, 141 y 142). La mineralización de cobre ocupaba los niveles superficiales, mientras que en profundidad se encontraba la de plomo. En los desmontes o escombreras se observa una gran concentración de minerales de cobre, fundamentalmente, malaquita y azurita, y se han hallado varios mallei de ranura central para el enmangüe (Domergue, 1987: 264) (Fig.142).

La fisonomía de la antigua explotación a cielo abierto de época romana no se parece en nada con la que debió de tener en su momento debido a la continua explotación a la que ha sido sometida, concretamente hasta los años sesenta del pasado siglo XX, de donde se extraería plomo a cierta profundidad, y su utilización como vertedero municipal. Los restos de galerías (Est. 7), de escombreras (dentro de la misma rafa) y de pozos (Est. 8) son testimonio de este último periodo de laboreo que sufrió esta mina (Fig. 140). En unos de los pozos aún se conserva la cabria o castillete empleada para la extracción del mineral y acceso de los mineros.

A escasos metros de la rafa minera se constata la existencia de trabajos de cantería para explotar el asperón triásico aflorante de color rojizo (Est. 5). La piedra de esta cantera se ha empleado hasta hace pocos años en la construcción de los edificios de Baños de la Encina.

También, posiblemente, de esta cantera fuera la piedra en la que se talló la estela sepulcral infantil de Q. Artulus o Q(v)artulus (Pastor et al. 1981), la cual fue hallada en el entorno de este lugar, donde se debería situar la necrópolis junto a una vía romana. Minería y Metalurgia romana en el Alto Guadalquivir. 396

Por la cronología de la estela, s. I y II d.C., podría estar relacionada con varios asentamientos rurales o villas de época romana, Alto y Bajo Imperial, de Las Mendozas I (J-BE-39), Contraminas (J-BE-44), Cerrillo Pico I y II (J-BE-45 y 46), La Lisarda (JBE-47) y Renacuajar (J-BE-48) (ver anexo nº 3) (Lizcano, et. al., 1990; Casado, 2001: 183-185), situadas en las cercanías, al Sureste, de la mina y entorno al camino de Baños a Andújar.

En las zonas aledañas a la explotación moderna se ha documentado la presencia de posibles restos de minería prehistórica, calicatas asociadas a pequeñas escombreras con elevada concentración de malaquita y azurita (Est. 9 y 10) (Fig. 143). De entre las escombreras se pudo recuperar una hoja de silex de filiación cultural claramente calcolítica (Fig. 144), por lo que pensamos en la posibilidad de que se trata de una mina de la Edad del Cobre ya que además se encuentra situada estratégicamente entre dos yacimientos calcolíticos, el Cerro del Tambor (J-BE-49) y el Castillo de Baños (J-BE-9) (ver anexo nº 3) (Contreras et al., 2004; 2005a).

Ambas estaciones (Est. 9 y 10) presentan fuertes concentraciones de malaquita y azurita. Hay presencia de estibina y vetas de cuarzo cristalino altamente compactas.

Estas vetas se desarrollan sobre pizarras que se hallan altamente fracturadas generando bloques de 2 a 20 cm. de diámetro (Contreras et al., 2004: 27; 2005).

Material arqueológico

Además del hallazgo de la estela sepulcral infantil, en esta mina se ha documentado una hoja de silex, un martillo minero con ranura central para el enmangüe40 (Fig 144 y 145) y, como señalábamos anteriormente, gran cantidad de mineral de cobre en las escombreras. Ante la abundancia de mineral cuprífero se decidió recoger varias muestras de mineral por cada estación para futuros análisis. En este caso, después de una selección previa de las mismas, se determinó realizarles un análisis de Isotopos de Plomo junto a otras muestras de minerales, escorias y objetos metálicos procedentes del cercano yacimiento argárico de Peñalosa (Contreras, 2000) y de la mina de José Martín Palacios (Baños de la Encina), con el fin de determinar la posible procedencia del mineral transformado en este poblado argárico (Hunt, 2006)41.

Fases cronológico-culturales

Los elementos documentados y analizados procedentes de esta mina señalan que ésta fue explotada en varios momentos, asociados a diferentes métodos de extracción:

Un primer periodo de explotación se produciría durante la Edad del Cobre, a través de la realización de pequeñas calicatas (Est. 9 y 10) con las que se beneficiaría los minerales ricos en cobre presentes en las zonas superficiales del filón. Esta cronología la proporciona el resto de hoja de silex hallado en una de las escombreras de estas labores mineras y su vinculación a dos yacimientos calcolíticos próximos (J-BE-9 y J-BE-49).

Los resultados de los análisis de Isótopos de Plomo realizados apoyan la existencia de una segunda fase de explotación durante la Edad del Bronce, ya que han determinado la consistencia entre los diferentes grupos de muestras recogidas de Peñalosa (básicamente de la Habitación VI) con los de esta mina y la de José Martín Palacios, dos de las minas del entorno que abastecerían de mineral este yacimiento minero-metalúrgico de la cuenca del Rumblar. Aunque este análisis no nos confirma de manera absoluta que una parte del mineral tratado en este yacimiento procediera de dicha mina, ya que la única certeza absoluta que se consigue con este método es la negativa, el saber que de cierta zona no viene el mineral (Hunt, 2006; Arboledas, 2006; Arboledas, en prensa).

Un tercer momento, y el primero de mayor explotación, se produciría en época romana republicana (s. II y I a.C) donde este filón se explotaría a través de una rafa o explotación a cielo abierto de más de un kilómetro. A este periodo podríamos asociar los martillos mineros de piedra documentados en los desmontes, aunque, a pesar de las tipologías que se han realizado (García Romero, 2002), sabemos que éste, no es un elemento material definitivo para adscribir esta mina este periodo. Sin embargo, vinculado a la explotación de la rafa en este periodo romano republicano, hallamos junto al extremo SW de la misma, dos asentamientos (Las Mendozas II (J-BE-40) y Marquesas (J-BE-43) donde vivirían los mineros y en los que se documenta, fundamentalmente, cerámica romana republicana de transporte y almacenaje (ánforas Dressel 1 y de tradición indígena) (Casado, 2001) y común de tradición ibérica (Lámina V y VI).

Además, debemos señalar la posibilidad de la existencia de otro momento en época Alto Imperial vinculado a las anteriormente mencionadas villas romanas, alto y bajo imperiales, emplazadas en la zona de vega pero muy cercanas a la mina42 y a la estela sepulcral infantil. Probablemente, éstas se dedicarían tanto a la actividad minera y agrícola de la rica llanura.

Otro hecho a destacar es la inexistencia de fundiciones en el entorno de esta explotación minera de gran envergadura. El último periodo, y segundo de mayor desarrollo del laboreo de esta mina, sería ya en el s. XX, y estaría vinculado a la explotación del plomo.

Tipo de yacimiento:Mina romana a cielo abierto.