lunes, 26 de junio de 2017

El Carril de Mestanza

Eran las casuchas de piedra encalada, de un blanco que rayaba la pulcritud, achaparradas y más de una con techumbre amarrada con monte, sencillas y de obligada simetría, de aquéllas de compartir a la fuerza cuartos y portales entre varias familias. Y escoltaban a uno y otro lado el carril enlosado de cascajos pétreos hasta darse de bruces con la Cruz de las Azucenas, viejo humilladero y pórtico de la ermita. En el arranque del llano y a espaldas de la doble hilera de casuchines, en un desorden no concebido con voluntad propia, extensas corralizas remontaban apenas un metro sobre el terrazo elevando bardales con muros de piedra oscura, ripios que habían sobrado de las faenas realizadas muchos lustros atrás en las canteras. En su interior, los cortados, medio quiñón medio cabrerizas de ganado, daban cobijo según año a siembras de habas y chorchos, a mulos, burros y bueyes, mucha cabra y alguna vaca, la de menos, y aquí y allá poca cuadra y mucha paridera, algún pajar, numerosos estercoleros y unos cuantos chamizos negros que apenas vestían para romper el horizonte.

Fotografía del Carril de postguerra, propiedad de Plácida Álvarez y compartida en facebook.

domingo, 25 de junio de 2017

La recortá

Con inclemencias tan duras como éstas y noche tras noche, Juana, que llamaban la recortá por su escasa altura y volumen, hacía honor a su apodo intentando dormir encogida, como si poca cosa fuera, bajo la bóveda inferior del Camarín del Cristo, junto a la boca del aljibe que éste cobijaba en sus entrañas. Más amodorrada que durmiendo, por la mañana aseguraba tener siempre los pies en alto no fuera a fulminarla un rayo.

Era el cubil estrecho y a la sazón húmedo, de paredes poco elevadas y bóveda apretada contra el solar. Sostén del propio camarín y cimiento de la cruz del Cristo, ocupaba lo más hondo de aquel macizo torreón que, a modo de bandera, ondeaba en la cima del caballete una enorme veleta. Según opinaba la recortá, aquel amasijo de hierro tenía encomendada como protectora función la de hacer de pararrayos. Todo aquél que sabía de ella, la recordaba desde siempre como santera y mujer responsable de sus funciones, nacida en el tajo e hija y nieta de santeras. Pero en noches de trajín eléctrico como lo era ésta, pese a todo su afán y querencia por lo que custodiaba, todo le traía al pairo,… incluido su buen consorte que nunca llegaba con hora.

Y era Horacico cojo y marido de la susodicha, hombre de huerta que ejecutaba las faenas de venta a domicilio cada tarde, siempre de reata con su Verea, una pollina deslomada y dócil. El nombre del animal no era casual y parecía más puesto por Juana que por el compañero de ronda de la borrica, pues noche sí y noche también guiaba al propietario de vuelta a la ermita en situación poco decorosa. Y en tardes como aquélla Horacico, justificándose en las inclemencias del tiempo y la obligada necesidad de no mojarse por su poca salud, echaba cerrojo a todas y cada una de las tabernas del pueblo. Evitando así calarse por fuera, acababa empapado por dentro.

Fotografía: "la encantá", sotocoro de la Ermita del Santo Cristo, Baños de la Encina. Autor: mi buen amigo Antonio Alarcón Ramírez