martes, 28 de marzo de 2023

La Almena Gorda

Por delante, San Mateo tenía un anchurón terrizo gestado al amparo de la fortaleza y bajo vigilancia de la torre mayor del castillo, la conocida por los bañuscos como Almena Gorda. Nos puede parecer, y así hay quién lo afirma, que sus redondeadas formas, al menos las primitivas, tuvieran su origen en cosa de levantar una torre del homenaje y darle en los belfos a un supuesto poder eclesiástico, que velaría armas al otro lado de la plaza. Sin embargo, por los años en que se moldeó el baluarte (siglo XIII), el clero aún no tenía presencia física ni arquitectónica en el exterior de la alcazaba. Por entonces, la colación de Baños (aldea) solo contaba con una capilla intramuros del castillo regentada por un capellán, la de la Magdalena, y, por lo corto, aún habrían de pasar otros dos siglos para que se levantara la parroquial de San Mateo.

La cuestión iba por otro asunto.

En tiempos en los que Europa era un baño de sangre, ya se rompiera uno los morros contra el sarraceno o con el vecino de más allá —vamos, como toda la vida de dios, los avances bélicos traían nuevas maneras de guerrear —aunque cualquier hijo de bien podría entender que en esta cuestión todo es retroceso—. Así sucedió con el trebuchet, también conocido como fundíbulo de tracción o trabuquete, un ingenio armamentístico originario de China (siglos VI o VII) que se generalizó en los asedios del viejo continente durante los siglos XII y XIII. Tan colosal y destructor artilugio necesitaba un espacio amplio y accesible para establecer las posaderas, y así ejercer su oscura función. Con éstas, y reconociendo que el llano de la plaza era el único punto hábil, frente al castillo, para facilitar el acercamiento de esta clase de catapulta, no es extraño que la torre cuadrada y almohade, situada a levante y frente a la explanada, se fortificara entonces en redondo. El castillo pasaba así a ofrecer su mejor cara a lo que con el tiempo sería la Plaza Mayor. Y todo este soliloquio venía a cuento, como diría Patricio, porque las aristas de las torres andalusíes no eran la mejor baza para hacer frente a las pesadas balas de piedra que lanzaba el armatoste.

Al hilo de esta argumentación, es necesario poner los puntos sobre las íes y dejar bien dicho que tan enorme y envolvente mole de roca no se ejecutó de una sola vez. Los dos tercios inferiores de piedra, los que recubren la vieja torre almohade en tabiyya y ocultan los ‘níos’ de los tordos (entiéndase mechinales), debieron ejecutarse poco tiempo después de la conquista castellana. Para ello se utilizó una mampostería de arenisca ordinaria, muy descompuesta, con piedras de cierta envergadura e irregulares. Por el contrario, la parte superior, desde los antiguos merlones, que se dejan apreciar en días soleados, a la terraza, muestra una mampostería mucho más concertada, compuesta por sillares mínimamente labrados. Este proceder, y la ausencia de marcas de cantero y signos lapidarios, nos indican la presencia de maestros de maestros de obra, y no canteros, y nos lleva a pensar que este tramo superior se ejecuta en un momento tardío, posiblemente durante los últimos años del siglo XV, cuando ya se está edificando la primera fase tardogótica de San Mateo.

En un callejero donde todo son cuestas y apreturas, no aciertas a saber si la iglesia ocupa y preside los pocos palmos de terreno en llano de la vieja aldea de Vannos, o si esta anchura es obra de artificio de la parroquial en un afán de ganar protagonismo en las gestiones y cosas del Común. No debemos olvidar que las primeras ordenanzas municipales bañuscas, las de 1742, se refrendaron en el atrio, bajo el tañido de sus campanas, y que la anchura de la plaza fue mercado diario y coso taurino en numerosas ocasiones, como cuando fue proclamada heredera al trono la que fuera Isabel II de Borbón. En todo caso, la iglesia se elevó en el interior del cerco aldeano, el que llegó casi a cerrarse mediante murallas y escarpas. De aquella antigua fábrica aún podemos apreciar algunos testigos, que enarbolan mejor o peor situación, como nos refrenda el murallón de la casona de Guzmanes, el torreón de los Poblaciones-Dávalos —cuyo apelativo habría que poner en cuarentena— y diversas escarpas, como la presente en la calle Huérfanos o la que corre oculta bajo el portillo que unía las calles Trinidad y Fugitivos.

Al elevar este cerco fueron diversas las intenciones, pues más que defender el pago aldeano de intrusos y batalladores fue instrumento para cobijar el ganado local, pero también el trashumante. Asimismo, fue la herramienta que permitió fiscalizar los pagos, tanto el portazgo como el montazgo. San Mateo está localizado junto a un gran espacio abierto, más corral de contaduría y guarda de merinas que plaza, y es lugar de encuentro de cañadas, cordeles y veredas. Por cierto, como también era norma por entonces en los pueblos de Serranía. Como muestra sirva un botón, pues en su cabecera está ubicado el único pilar intramuros, más abrevadero que fuente. Hoy reseco, su venero manaba unos centenares de metros más arriba, en la calle Mestanza, o Arroyo, y junto a lo que con el tiempo sería el palacete de los Mármol. El Pilar estuvo desempeñando su cometido hasta bien entrada la década de los 80 del pasado siglo, cuando accidental y torpemente se perdieron las conducciones y sus piedras quedaron secas como chortal en verano.

Por todo esto, la Plaza, como escenario del común, desempeñó un papel privilegiado para obtener ingresos, aquellos derivados del arrendamiento de los pastos públicos a los pastores de la Serranía de Cuenca y del Señorío de Molina, pilar básico de la economía bañusca en los primeros siglos de la Edad Moderna. Ahora, transcurrido un mundo, si te asomas al atrio y pones oído, escucharás un eco lejano, como un murmullo callado que empapa de nostalgia nuestros sentidos y cala en lo más profundo de nuestro espíritu. Mientras tanto, se cercena un pedacito más de la desmemoria de la comunidad:

Caña larga, chu churumbel.

Aceitero, vinagrero, Juan Correal,

amagar y no dar,

un pellizquito en el culo que sí se le da.

Manda el rey de la coronilla preguntarle a Manolica a cuánto tiene los merengues

Y allí arreaba toda una partía de zagalones, a marear a Manuela. Y en persecución de la cuadrilla, el burro, liando una marabunta que llenaba la ancha plaza de correrías, desatinos y la mayor algarabía.