miércoles, 28 de octubre de 2020

Renacuajos y tritones, Monte Burguillos

El viajero curioso que camine por este lugar observará multitud de desmontes en el terreno que con las primeras lluvias, y a modo de estanque, se inundan de agua. Aunque los chiquillos del terreno, ahora ya con cierta edad, lo recordarán como un paraíso para la captura de 'cabezolones' y 'tiros', lo que en realidad se aprecia son las huellas de una cantera para obtener piedra arenisca o asperón, una roca sedimentaria y porosa en la que sus componentes minerales se concentran en tamaño arena.

Esta piedra da a las construcciones cierto carácter de solidez medieval, pero valorándola en su lugar de origen nos permite realizar un maravilloso viaje en el tiempo, 200 millones de años atrás, cuando los dinosaurios campaban a sus anchas. Por entonces, todo el reborde actual de Sierra Morena era una inmensa marisma y en la cuenca se depositaban las arenas que, por compactación, gestarían una roca que adquiere su característico tono rojizo por las impurezas contenidas en los minerales.

Castilla en Andalucía

El uso de la arenisca está muy extendido por la comarca, debido a su abundancia y a que es una piedra relativamente resistente y fácil de labrar. Tiene el inconveniente de que, al exterior, acusa los cambios meteorológicos y el paso del tiempo.

En nuestras calles abundan los ejemplos de construcciones que utilizaron este tipo de piedra, principalmente a partir del siglo XVI, de tal forma que los pueblos del entorno más parecen Castilla que Andalucía. Así es, cuando en la Baja Edad Media el pueblo de Bailén se derrama a la vera de su Castillo y a la par que el Camino Real, con esta peculiar piedra ‘colorá’ se elevan su iglesia y capillas, las casonas de la Calle Real y sus adoquinados, las torres de prensa de las almazaras… y hasta el mismísimo palacio de sus condes. Pero podemos viajar aún más atrás en el tiempo, a la génesis de la población actual, cuando corrían los años finales del siglo VII y el Abad Locuber erige la iglesia visigoda de San Andrés en el lugar donde después se edificaría el castillo. De entonces, como afirmaba el prior Rus Puerta en 1634, queda escrito sobre una ‘piedra de color bermejo, propia del lugar’ la fundación de la primera iglesia cristiana de la ciudad.

Artesanos del tiempo

Aunque, en función de la dureza y resistencia de la roca, hay diversas maneras de extraerla, en nuestro caso se utilizaban cuñas de hierro o madera mojada para ir desprendiendo los bloques. Después vendría desbastarlos para cuadrar las esquinas y aplanar y alisar las caras, para lo que les era muy útil la escuadra y el compás. El trabajo final consistía en el labrado, en perfilar y nivelar las superficies mediante talla, usando algunas herramientas como el puntero, la picola, el escoplo o la gradilla, con lo que se conseguía el acabado final deseado.

Normalmente, los trabajos de extracción y los posteriores de desbastado/labrado se realizaban en canteras cercanas al lugar de edificación, con lo que se evitaban costes de transporte y se ahorraba tiempo… y el tiempo debió ser una de las grandes preocupaciones de nuestros antepasados, pues hasta diez relojes de sol tallaron en los sillares de la parroquia de la Encarnación, de Bailén. ¿Te animas a localizarlos?

Reloj de sol, Cortijo del Salcedo







domingo, 25 de octubre de 2020

Cultura del Agua y senderos temáticos

Mi último trabajo para el Congreso Virtual de Historia de la Caminería, realizado con la colaboración de mi hijo José Fernando.

'Pese a todo ello, o quizá por el déficit hídrico mencionado, y también por la concentración en un espacio tan reducido de una gran diversidad geomorfológica fruto del encuentro de dos ámbitos geológicos muy diferentes, los pobladores tuvieron la oportunidad de agudizar su creatividad modelando una infinidad de maneras e ingenios para obtener y almacenar agua para los diferentes usos cotidianos, ya fueran estos domésticos, agrícolas o industriales. Todo ello provocó que en un espacio extremadamente reducido se concentrara un interesante número de bienes, un acervo cultural que en su mayor parte estaba relacionado con la obtención, retención y uso del agua. Un patrimonio etnográfico singular, diverso y muy significativo, que hoy es carta de presentación de unos reductos paisajísticos bastante peculiares que buscan no naufragar en un inmenso océano de olivos'.

Para verlo, pulsad aquí: Cultura del Agua

Cisterna de Peñalosa, con agua.


lunes, 19 de octubre de 2020

Cantera de granito: un paisaje de cuento, Monte Burguillos

Viajero, te encuentras en un lugar rebosante de historia y seducción, un paisaje gestado por la madre naturaleza durante millones de años y donde las rocas son sus principales protagonistas: cuarzo, arenisca, pizarra… y granito. Sí, granito, un mágico berrocal compuesto por una multitud de bolos y canchales, un rebaño pétreo agostado en total desorden junto a las aguas del Rumblar. Estas formas, en ocasiones tan caprichosas, se deben a la meteorización o alteración física y química que sufren los batolitos graníticos al estar expuestos a los agentes erosivos (agua, hielo, viento...). La acción conjunta de estos duendecillos climatológicos moldea un paisaje de cuento, donde rocas y vegetación, el viento y los aromas a sierra, cabalgan en común acuerdo tallando formas espectaculares, como la llamada ‘Piedra Caballera” o la más lejana ‘Siete Piedras’, donde roca sobre roca se sostienen en un equilibrio inexplicable. Otro tanto ocurre en el cauce del río Rumblar, donde el agua ha labrado un tobogán natural de formas inconcebibles y fantasmagóricas.

El maestro de los sentidos

El granito (roca ígnea formado por cuarzo, mica y feldespato) se obtiene a cielo abierto -cantería- mediante técnicas extractivas y herramientas que han pervivido prácticamente inalterables desde la presencia romana en la Península Ibérica (s. I-IV) hasta la Revolución Industrial, cuando la piedra tuvo que competir con nuevos materiales (hormigón, acero, plásticos,...) y renovadas técnicas constructivas.

El cantero inicia su trabajo observando la superficie de la piedra y localizando las fisuras o vetas internas que presenta, para después realizar con un pico de cantero y en la zona elegida unas aberturas. Estas aberturas o "cuñeras" se disponen a distancias regulares a lo largo de una línea recta y en la dirección de la veta de la roca, que es por donde la piedra "raja". Después de insertar en cada una de las aberturas unos punteros metálicos, normalmente de hierro, se golpean alternativamente con un marrillo hasta que la roca abre por igual. La aparición de una pequeña fisura por entre las cuñeras marca el momento en que el cantero da unos pequeños golpes hasta que se produce la fractura definitiva del bloque.

Este trabajo, y a lo largo del tiempo, refuerza la importancia del cantero en la vida cotidiana de la población como uno de los marcadores fundamentales de su desarrollo socioeconómico y tecnológico. El aprendizaje de sus mayores y la experiencia es la verdadera escuela de un maestro cantero. La observación de las masas rocosas, su tacto al acariciarla y el sonido mientras la trabaja son las más valiosas herramientas de este maestro de los sentidos.

El granito, símbolo de tránsito

En nuestro entorno más inmediato se obtiene una piedra de granito que se desmorona con facilidad, por lo que para usos industriales, sobre todo para fabricar las muelas de molinos harineros y almazaras, se ha conseguido externamente, principalmente de la comarca cordobesa de Los Pedroches. Sin embargo, por ese carácter de mutabilidad, nuestra roca ha sido usada en términos menos materiales y mayor contenido simbólico e ideológico, como marcador de tránsito. Así ocurrió en la antigüedad tardía con la construcción de sarcófagos, dando lugar a parajes de honda ritualidad, como así certifica la cercana Loma de las Sepulturas; o como ponen de manifiesto los humilladeros y cruces de término, como la de Las Azucenas en el próximo pueblo de Baños de la Encina, cuya columna se erigió con esta roca, y los llamados mojones de término, que a modo de enormes menhires segregaron las tierras de Baeza y Baños de las del Señorío de Bailén —siglo XIV— (de los Ponce de León, Duque de Arcos). Lamentablemente, durante las obras de remodelación de la carretera que une los dos pueblos vecinos el último de ellos fue expoliado.












martes, 13 de octubre de 2020

Monte Burguillos, Bailén

El Monte Burguillos se localiza al noroeste de Bailén, entre la depresión Linares-Bailén y las primeras estribaciones de Sierra Morena. Su estratégica ubicación, como vía de comunicación entre las tierras del interior y las del mediodía peninsular, así como la cantidad y diversidad de recursos naturales que posee han propiciado su ocupación desde tiempos remotos.

El poblamiento parece iniciarse durante el Paleolítico Medio (ca. 127.000 a.C.–70.000 a.C.), como así lo ponen de manifiesto diferentes útiles en cuarcita —bifaces, raederas, raspadores, etc.— hallados en zonas en particular del Área Recreativa, La Casa de Buenaplata, El Chaparralillo o La Huerta de los García. Dando un enorme salto en el tiempo, en el II Milenio a.C. se produce una autentica colonización de toda la cuenca del Rumblar, pues los poblados adscritos a la Cultura del Argar (Edad del Bronce del Sureste Penínsular) obtienen en la zona abundante mineral de cobre. Burguillos volverá a poblarse nuevamente, siendo uno de estos asentamientos típicamente argáricos el conocido como la Tiná.

Durante la Edad del Hierro y la posterior ocupación romana, mientras que la depresión Linares-Bailén experimentará  una colonización sucesiva, Burguillos se verá relegado a zona de captación de materias primas y de recursos naturales. Testimonios de este pasado son las más de 40 canteras de granito catalogadas, algunas de ellas, como Piedra Caballera, explotada, al menos, desde el siglo I a.C. en función de los materiales encontrados en superficie. Desde el siglo V, coincidiendo con  las invasiones de los pueblos germánicos y la caída del Imperio Romano de Occidente, se produce un cambio del poblamiento, desplazándose de las zonas llanas hacia otras en altura, con un mayor control del territorio y de las vías de comunicación. A este periodo pertenecería el asentamiento desplegado en el Arroyo de Las Mirabelas y en el del entorno del Chaparralillo.

Las primeras referencias escritas sobre Burguillos datan del siglo XIII, cuando Alfonso X el Sabio le otorga a Bailén el privilegio de su uso comunal como Dehesa Boyal. Con este nombre fue conocido hasta 1594, cuando pasó a denominarse Dehesa de la Villa. Por entonces, limitaba al sur con el Guadalquivir y por levante con el Camino de Baños a Andújar, y pareja al Rumblar subía desde la Venta del Toledillo, por Sevilleja y Los Arenales, hasta Burguillos, hoy último reducto de aquella enorme dehesa boyal del pueblo de Bailén, donde, a mediados del siglo XVIII, pastaban 130 yuntas de bueyes y 14 pares de mulas. Fue a finales del siglo XVIII, con la política colonizadora de Sierra Morena impulsada por Carlos III, cuando la extensión de la dehesa, determinada hasta entonces por el curso del río Rumblar, se redujo quedando definitivamente marcados sus límites. La Vereda de Bailén quedó como la línea que segregaba la dehesa y el término de la actual población de Zocueca.

Será a partir de época Contemporánea cuando en las tierras de Burguillos se incremente la actividad. La penuria económica de un amplio sector de la sociedad motivará que las clases más necesitadas busquen su sustento en estas tierras. Las huellas de estos rancheros —carboneros, labriegos y pastores trashumantes— han quedado fosilizadas en el paisaje a través de sus construcciones: torrucas, apriscos, molinos, caleras,... Durante la guerra civil  (1936-1939), Burguillos es protagonista pasivo de tan cruento episodio. El bando republicano, previendo la ofensiva de los nacionales hacia el interior, despliega a lo largo del río Rumblar, y hasta su desembocadura en el río Guadalquivir, una serie de recintos fortificados. El Cerro de las Trincheras es uno de los vestigios más interesantes de este programa.

En el año 1969 el Monte Burguillos pasará finalmente a ser de titularidad pública tal como lo conocemos en la actualidad.


Solsticio de invierno, en Burguillos

Arroyo Andújar y río Rumblar entran en nupcias

Cauce del río Rumblar

Pastizal de Burguillos

¿Virgen, Diosa...?

Corraliza

Laguna de Burguillos


Quimi, haciendo de las suyas

viernes, 9 de octubre de 2020

Andalucía, 'legado universal'

Erróneamente, el viajero podría caer en la tentación de los tópicos y concebir Andalucía sólo en su faceta más folclórica, entendiendo que esta tierra tan sólo dispone de encantadores pueblitos blancos. Y siendo en parte así, basta con darse un paseo visual por Andalucía para percibir que cualquier rincón de su ancha geografía hunde sus raíces en la memoria del tiempo y está arropado por el mágico hechizo de la historia. La riqueza monumental, artística y cultural que salpica los cuatro puntos cardinales de este territorio ha gestado un legado universal de tal magnitud y admiración que, de no haberse concebido, la ‘Cultura Occidental’, aún más, el mundo como hoy se conoce no serían los mismos. Por todo ello y no sin razones, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) ha reconocido a cinco andaluzas, a sus conjuntos históricos o a diferentes monumentos a título individual, como Patrimonio Mundial.

Metafóricamente, habrá a quien las ciudades ‘Patrimonio de la Humanidad’ les puede parecer un magnífico, pero polvoriento libro con cubierta de cuero repujado y letras grabadas en oro, un incunable situado adrede en el anaquel de mayor visibilidad de una estantería y sin ninguna otra finalidad que dar mayor mérito a la librería de turno. Pero no, no ocurre así con las ciudades andaluzas ‘Patrimonio Mundial’. Por el contrario, son un legado universal en constante ebullición creativa. Sirvan como muestra el Festival de Internacional de Jóvenes Intérpretes de Baeza, el Festival de la Guitarra de Córdoba, el Festival Internacional de Música y Danza de Granada, la Bienal de Flamenco de Sevilla o el Festival Internacional de Música y Danza Ciudad de Úbeda…, en fin, un catálogo interminable de creaciones culturales que se cuecen en la tahona de nuestras ‘Ciudades Patrimonio Mundial’.

En Andalucía te espera el libro con las historias mejor contadas, abierto por el capítulo que te apetezca. Disfrutarás intensamente de su lectura, entrarás en un diálogo apasionante y podrás redactar tus propias experiencias y emociones de tu misma pluma. ¡No te pierdas los próximos capítulos!

BAEZA, la Ciudad del dorado silencio

Aunque sus raíces se remontan a la Prehistoria, cuando, sobre un promontorio natural, el llamado ‘Cerro del Alcázar’, se erigió la primera ‘Ciudad del Bronce’, íberos, romanos y andalusíes poblaron el amurallado altozano que hoy se eleva dominando un despliegue interminable de olivos, un ordenado ejercito de hoplitas que plácidamente desciende hasta la ribera del Guadalquivir. Pero, será tras la Conquista y con la primera Edad Moderna cuando las ideas italianas del Renacimiento calen en todos y cada uno de sus hilos urbanos provocando, de esta manera, que la población alcance sus más singulares expresiones constructivas y la ciudad se convierta en uno de los principales centros culturales, eclesiásticos y educativos de los reinos del sur peninsular. Entre la Plaza de Santa María, núcleo de la mágica y ‘detenida en el tiempo’ ciudad medieval, y el Paseo de la Constitución se derrama un magnífico reguero monumental reconocido por la Unesco como Patrimonio Mundial, digna representación de la grandeza baezana: como su Catedral, antigua mezquita mayor, o el Seminario de San Felipe Neri, el Palacio de Jabalquinto, y la Vieja Universidad, ambos en la aledaña plaza de Santa Cruz, las Antiguas Carnicerías, el Balcón del Concejo o las ruinas del Convento de San Francisco.

Al pasear por sus calles, el silencio y los aromas del primer aceite pueden hacernos creer que Baeza es un hoy una urbe pequeña y laboriosa, cuando en realidad es un pueblo de una cultura inabarcable. En la dorada luz que desprenden sus edificios anidan las musas que inspiraron a insignes personajes, como Machado, San Juan de la Cruz o Argote de Molina, entre muchos otros. En toda la ciudad está presente aquel pensamiento humanista, la impronta de ilustres celebridades que dejaron de una manera u otra, entre sus centenarias piedras, su huella y su recuerdo.

CÓRDOBA, la Ciudad vivida

Arropada por las colinas de Sierra Morena, Córdoba, ciudad sabia y estoica como pocas, mece sus anhelos y sueños en comunión con el Guadalquivir. La población se encuentra en una estratégica encrucijada, a medio camino entre sierra, valle y campiña, motivo más que suficiente para justificar sus hondas raíces históricas, su extraordinaria amalgama cultural y que se haya alzado en numerosas ocasiones como ciudad capital, tratando de iguales a urbes como Roma, Constantinopla, Damasco o Bagdad. Todo ese maravilloso poso histórico ha dejado un legado excepcional que gira en torno a su singular Mezquita, el monumento islámico más importante de Occidente, y al bello y laberíntico entramado de callejas de la Judería, pero se extiende sin parangón por todo lo ancho de su geografía urbana. Así lo pone de manifiesto un enorme elenco de monumentos levantados por todas las civilizaciones que han forjado la ciudad: el puente y templo romanos, puertas y murallas omeyas, el Alcázar de los Reyes Cristianos, el Palacio de Viana, su Sinagoga, la Posada del Potro, el Convento de la Merced o el conjunto fluvial formado por la Torre de la Calahorra, los Sotos de la Albolafia y sus molinos. La mayor parte de este patrimonio ha sido reconocido por la UNESCO como Patrimonio Mundial y, con posterioridad, se le han sumado otros bienes como la Fiesta de los Patios, Patrimonio Cultural Inmaterial, y la Ciudad Califal de Medina Azahara. De tal manera, Córdoba es la ciudad europea con más Inscripciones UNESCO y es la segunda a nivel mundial, sólo superada por Beijing.

Pero su conjunto histórico, el segundo más grande de Europa, es ante todo una ‘ciudad vivida’, el hogar de gentes sencillas y de instituciones comprometidas con su vida cultural. Córdoba oculta su alma en lo más recóndito de su laberinto urbano, en el silencio de sus callejas y patios, para quién alcance a escucharla. Porque, como diría el poeta, ‘Una vez más, uno comprende que en esta tierra se le hayan quedado enredados para siempre el corazón y la memoria’.

GRANADA, la Ciudad brillante

Con seguridad, el laberíntico barrio de casonas encaladas y callejas empedradas que da forma al Albaicín, embrión que fue de la primera ciudad de Granada, es el conjunto monumental más colosal jamás levantado a la arquitectura efímera y sencilla, a la que mágicamente fluye y muda de continuo como lo hace el agua de los veneros que discurre por las entrañas del barrio y emerge y encandila en aljibes, huertos y ‘cármenes’. A levante y por frente suya, sobre el cerro y viejo arrabal sefardí de la Sabika, quedando por medio el río Darro y el nostálgico Paseo de los Tristes, que no los separa, sino que los une mediante un hilván de agua y bosque indisoluble, se eleva a los cielos de Sierra Nevada el Conjunto Palaciego de la Alhambra y los Jardines del Generalife, posiblemente la ciudadela más bella construida bajo los dictados del Islam. Con seguridad, los estucos de sus paredes están en la cumbre del arte decorativo andalusí y la mimada complicidad de jardines y arquitectura refleja la magnífica suntuosidad de una época que nos envuelve bajo una atmósfera que embruja. Por tratarse de creaciones artísticas únicas, singulares, y por ser una muestra excepcional de las residencias palaciegas de los reyes nazaríes de la época, el conjunto formado por la Alhambra, el Generalife y el Albaicín está declarado Patrimonio Mundial por la UNESCO.

Callejear por el barrio del Albaicín, saber de sus orígenes íberos y romanos o identificar la complejidad edificatoria de su muralla zirí, germen de la ‘Garnata’ andalusí, son etapas necesarias para, obligatoriamente, asomarse al Mirador de San Nicolás. Desde allí, podrás reconocer la solidez de la fortaleza de la Alhambra y la delicadeza de sus jardines, ensoñar con su fastuosa vida cortesana, rememorar las leyendas que la arropan y contemplar la más bella puesta de sol que uno pueda imaginar con la ‘Ciudad brillante’ como testigo de excepción.

SEVILLA, la Ciudad-puerto de Indias

Desde sus más hondas raíces, la ciudad de Sevilla ha sido lugar de encuentro y fusión: allí tierra y agua son una, el río que emana de la Bética más profunda se hermana con la ‘Mar Oceána’ y gentes de las dos márgenes del Mediterráneo forjaron el mayor crisol de culturas hasta hoy conocido; en fin, fue el buen puerto en el que pueblos de todo el orbe amarraban sus sueños para volcar sus anhelos hacia el horizonte marino. En tiempos, la ciudad fue timón de gobierno del mundo entonces conocido. La agitación mercantil de su dársena impuso su frenético ritmo a todo el Occidente Europeo y en su muelle fondearon mercaderes y navegantes de todos los rincones del orbe. Entonces, fue puente de mando de ideas expresadas en cualquier lengua, en lonja donde maridarían aromas y sabores de todas las latitudes del planisferio. Y fruto de aquello gesta, el conjunto formado por la Catedral, el Alcázar y el Archivo de Indias de Sevilla ha sido reconocido como Patrimonio Mundial por la UNESCO. La Catedral, el templo gótico más grande Europa, alberga la Giralda y el Patio de los Naranjos como reminiscencias almohades, mientras que el Real Alcázar, uno de los palacios en uso más antiguo del mundo, se dibuja como mágico testimonio de la convivencia cultural entre Occidente y Oriente. Así nos lo certifica el arte mudéjar que lo inspira, fenómeno singular sólo existente en España. Además, en la antigua lonja, convertida en Archivo de Indias, se conservan fondos documentales de valor inestimable procedentes de los virreinatos españoles en las Indias, tanto Occidentales como Orientales.

Aunque hoy sigue siendo una urbe moderna, inquieta, creativa…, a Sevilla hay que pasearla con parsimonia, casi en silencio, pues es una ciudad de atmósfera acogedora, poética, que cautiva y envuelve al viajero bajo una mantilla de magia, aromas, belleza y sentimiento. Es de obligación conocer la grandeza interior de sus monumentos, pero en Sevilla, ante todo, se disfruta de la calle como en ningún otro lugar.

ÚBEDA, la Ciudad armoniosa

Como sucede con su vecina Baeza, la ciudad de Úbeda hunde sus raíces en la memoria de los tiempos. Su espléndido aspecto urbano es fruto de los avatares de siglos de frontera con el Reino de Granada, de su protagonismo en la ‘aventura’ americana y de la posterior pujanza económica (agroganadera, alfarera y textil) de una próspera clase nobiliaria encabezada por Francisco de Cobos, secretario del emperador Carlos I. Cuando el viajero pasea bajo el luminoso cielo de la ciudad, arropado por el silencio, queda asombrado por la innumerable cantidad de palacios que atesora, símbolo del poder de unos linajes que no dudaron en contar con los más afamados arquitectos de la Europa del Renacimiento para la construcción de unas residencias (Andrés de Vandelvira) al gusto de las nuevas tendencias de la Italia del siglo XVI. Al sur de la ciudad, donde se levanta la Colegiata de Santa María de los Reales Alcázares, se despliega la Plaza Vázquez de Molina, una de las más bellas de España. En ella se dan cita algunos de los monumentos más relevantes, como la Sacra Capilla de El Salvador o los Palacios del Deán Ortega y Juan Vázquez de Molina. Pero, según se penetra en la trama histórica de la ciudad, el número de edificaciones sobresalientes se irá haciendo interminable: Hospital de Santiago, Iglesia de San Pablo, Monasterio de Santa Clara, Iglesia de San Lorenzo, Palacio Vela de los Cobo o la Casa de las Torres. Todo ello motivo más que suficiente para el reconocimiento de la ciudad de Úbeda como Patrimonio Mundial.

Pero, con ser la arquitectura renacentista el rasgo más sobresaliente de su urbanismo, en la integración con otros estilos arquitectónicos y con un entorno paisajístico de agua, huertas y olivos radica la prodigiosa fisonomía de Úbeda, en donde cada calle, cada plaza y cada barrio son como células en completa armonía. La sorpresa está presente al doblar cualquier esquina, en el primer recoveco amurallado, donde, inesperadamente, emerge una sinagoga olvidada durante siglos, un centenario taller artesano erigido sobre la sabiduría de generaciones, la evocación de una leyenda o la mágica sencillez de una fachada popular. Siendo Úbeda una ciudad ecuménica, abierta al mundo, en lo más escondido de su laberíntico callejero sigue oliendo a chimenea, puchero y hogaza recién horneada.