domingo, 30 de mayo de 2021

En camino...

En camino, cuando dejes atrás la poderosa estampa de La Calahorra, apreciarás como en un instante la llanura se dobla y eleva llenando cada cicatriz del relieve con una pequeña mota blanca, una retahíla de pequeños pueblitos que salpican la sierra hasta coronar el Puerto de la Ragua, llave de las Alpujarras. Detente un momento y respira hondo, vuelve la vista, tu retina jamás olvidará la inmensa panorámica que se despliega a tus pies. En ese momento reconocerás la verdadera medida del hombre. Metido de lleno en las Alpujarras, en la hondura de sus barrancos y tahas, notarás como se te encoje el alma. Déjate llevar por su escandaloso silencio, arrópate con el susurro de sus vientos y sigue la senda que te marca el murmullo de sus acequias. En las Alpujarras, una tierra tendida al sol, no hay mayor placer que dejarse llevar por sus laberínticas callejas, un amago de estrechez viaria que discurre entre ‘tinaos’ y minúsculos talleres artesanales. Pizarra, launa y cal, un mazacote urbano que amenaza con precipitarse al abismo más profundo. Aunque tengas sellado un destino concreto, detente en cualquier lugar que te agrade. En estas sierras la sorpresa emerge en el pliegue más inesperado.

Cuando caiga el día, asómate a la tarde desde cualquier promontorio y apreciarás como el horizonte se diluye en un ocaso que nos puede parecer toda una eternidad.





sábado, 8 de mayo de 2021

Caminos de ida

Un relato que escribí días atrás, con motivo del 'día del libro', con el fin de colaborar en el blog de mi amiga Rosa Cruz: 'De libros y amigos'.

En el dormivela de la infancia escucho a mis mayores contar historias de ‘verea’ y escarcha negra, mencionar el nombre de cañadas que surcan barrancos impenetrables y deletrear nombres indescifrables, de senderos que se pierden en la niebla del pasado. Junto a la chimenea y al calor de la familia, antes de tener noticias por los libros de Historia, los chiquillos de esta sierra ya sabíamos del Camino de Aníbal, aunque no supiéramos de guerras púnicas y dislates transalpinos.

Los que tenemos cierta edad y trajinamos a este lado de Sierra Morena, recordamos enseñanzas preñadas en caminos primitivos, inmemoriales, que fueron y ya casi no son: de La Plata, Viejo de Andalucía, de los Serranos… y de Aníbal; y añoramos vivencias en común, de una y otra vertiente serrana, que ya quedaron en nada, en pavesas que se volatizan de entre los rescoldos de la Historia. Metidos en faena y puestos en los quehaceres de bucear en la memoria, aún hay quién dice que en el comienzo de los tiempos, y por estas cañadas, ya pastorearon los ‘hombres de bronce’. Y que todo un héroe, el mismísimo Hércules, dejando a un lado la maza y sus obligados trabajos, apreciando que era propio de la humanidad mercadear y no aporrear, apadrinó a esta vía como Heraclea.

Por encima de devaneos históricos y otras conjeturas, se trataba de grandes corredores culturales, caminos de carne y herradura, trazas viarias que comunicaban personas, mercancías e ideas, generalizándose un trasiego mercantil de aceites, vinos, granos, mantas…, que en la mayoría de las ocasiones servían de moneda de cambio para los Galeones de Indias. Con seguridad, el camino que unía uno y otro lado de Sierra Morena, el Guadalquivir con el Levante peninsular por el puerto de Montizón, fue uno de los ejes de comunicación más importante de la antigüedad. A lo largo de la historia, el Camino de Aníbal, su papel principal, propició que su entorno se viera regado de calzadas, mansio y ventas, puentes, castillos y fortalezas, casas de postas y estafetas, cortijos, pueblos de fábula y ciudades con genio…, un patrimonio histórico cultural que ha forjado el carácter que mejor define nuestra idiosincrasia, la de una vertiente y la otra. Pues, a fin de cuentas, este hilo enhebraba a gentes de pueblos que pueden parecer tan nada, pero que son tan mucho, como Baños de la Encina, Venta los Santos, Villamanrique, Puebla del Príncipe o Terrinches.

Días atrás, testificando tanta mudanza como desmemoria, hui al Piélago. Aunque creí que era una forma de evadirme, solo fue una excusa para volver a escuchar el callado susurro del Guarrizas, el lamento de una calzada que ya no lleva a parte alguna. El puente, apartado de todo y como si se tratara de un capricho del hombre, se aferra a puerto como barcaza fondeada en medio de la nada. En realidad, se trata de un ingenio romano que sobrevive en la más completa indigencia, en eterna comunión con las miserias de un camino decadente alumbrado en un paraje de cuento romántico, un encajado infierno vestido de ruinas y calzado de olvido.

Como si se tratara de un símil de lo que fueron nuestra sierra y sus caminos, recordando las bondades que en mejores días tuvo el lugar, nos dice el Heraldo de la Industria (enero de 1904) que ‘…La Sociedad ha instalado una hermosa central eléctrica, movida por fuerza hidráulica, de cuya fuerza se sirve y con la que alumbra los diferentes edificios que posee. El molino harinero que ha montado esta Sociedad, su hermosa fábrica de pastas para sopa, su fábrica de chocolate y todas las industrias que abarca, llegan al mayor perfeccionamiento, por estar todas montadas con arreglo a los más modernos adelantos. Esta Compañía industrial, que todavía ha de dar mayores aplicaciones a su actividad, en todo, pero muy especialmente en la preparación de pastas para sopa, ha extremado la bondad de sus procedimientos; la sémola, por ejemplo, la tuesta de trigo rojo, y resulta muy alimenticia é higiénica para los enfermos y para los consumidores. La exquisita pasta de legumbres, llamada con razón especial Piélago, resulta de un paladar tan delicado y tan grato, que este solo producto acreditaría una industria. Los chocolates son, en opinión de muchos gourmets, los mejores que se fabrican en España, por lo cual esta Compañía resulta una industria de excelentes productos y una Sociedad financiera de grandes resultados’.

Más abajo, el camino se diluye y el río se hunde en un profundo remanso. El murmullo del agua enmudece mientras un milano negro rasga el cielo de nuestra Sierra Morena.