martes, 20 de abril de 2010

La Campiñuela bañusca, un caso de temprano desarrollo del olivar en la provincia de Jaén

En la actualidad, Baños de la Encina, municipio giennense situado en la zona noroccidental de la provincia de Jaén, en la difusa comarca Norte, otrora Sierra Morena, como la mayoría de las localidades coprovincianas tiene como principal pilar económico una agricultura con un marcado carácter laboral estacional, cada vez menos social: la explotación del olivar tradicional y la consecuente transformación en aceite de oliva. La diversidad física de su término municipal (escalón de Sierra Morena) le permite compartir en perfecta integración territorios de campiña y sierra. Este hecho ha favorecido tradicionalmente la presencia de unos sectores socioeconómicos con un marcado carácter cultural y etnográfico, aunque cada vez con menor pujanza y presencia, como son los oficios artesanos, la ganadería trashumante, las labores forestales o las actividades cinegéticas. En la actualidad, la propia decadencia de estas ocupaciones tradicionales ha favorecido la derivación de la población hacia nuevas actividades laborales que, la mayor de las veces, le obliga a desplazamientos diarios/semanales más o menos cortos. Estas nuevas actividades se encuadran en sectores como la construcción, la industria y, aunque con una presencia aún escasa, sobre todo en cuanto a su representación/ubicación física en el municipio, el sector servicios (alimentación, restauración y servicios administrativos). (Foto 1).

Como decíamos, es el sector oleolícola el que mayor presencia tiene en la economía agraria de la provincia de Jaén, es hoy con seguridad el carácter que más la identifica. Pero no siempre fue así, hasta el siglo XIX el olivo es claramente un cultivo complementario en la configuración de un paisaje en el que domina la tierra de calma (siembra de cereal y legumbres). En comarcas como la marteña, en la que este cultivo ha sustentado la economía de los dos últimos siglos, no será hasta iniciado este siglo XIX cuando el olivo muestre una presencia medianamente significativa.

Sin embargo, por motivos y argumentos que intentaremos aclarar en el espacio de este artículo, hay una serie de municipios muy concretos, situados en la franja noroccidental de la provincia, en los que este sector, en siglos anteriores, irá sentando las bases de lo que para la época podemos entender como una primera explotación pseudoindustrial del olivar. Este es el caso del municipio que nos atañe, Baños de la Encina.

Pese al carácter comunal de las tierras adscritas al “término privativo” de la vieja aldea de Baños de la Encina, villa tras la compra del título al rey Felipe IV en 1626, su temprana regulación en manos de una muy reducida oligarquía local que controlaba el concejo aldeano favorece el desarrollo de distintos modelos de explotación agraria claramente complementarios. Factores como la calidad agronómica de las tierras, la abundancia de agua para riego, su ubicación en las inmediaciones del núcleo urbano -Ruedos- o la proximidad al viejo Camino Real de Andalucía por El Puerto del Rey o Camino de Toledo, van a determinar quienes acceden al control de una u otra propiedad, el modelo de cultivo, la producción e incluso el mercado final al que tienen acceso los productos agrícolas obtenidos. Aunque, en realidad, la distinta utilidad agraria del territorio, como ya se ha dicho, es complementaria y parte fundamental de un único proceso económico que acerca a nuestro municipio a la modernidad de aquellos años.

Durante los últimos años de la Baja Edad Media y los primeros de la Modernidad se cimientan las bases políticas, sociales, económicas y territoriales que permiten en Baños, más concretamente en su “Campiñuela”, el temprano desarrollo del cultivo de olivar que ya podemos entender casi como “industrial” y con una producción claramente destinada a mercados internacionales.

En 1225, mediante pacto de mutua ayuda, el reyezuelo moro de Baeza, Al Bayyasi, hace entrega de la plaza de Burgalimar -para otros Burch al Hammam- al joven rey castellano Fernando III, que sería conocido posteriormente como “El Santo”. Por entonces el lugar no es sino un considerable castillo de tapial o “tabiyya” que se eleva sobre bancales agrícolas que escalonan el Cerro del Cueto y reducidas estructuras de materia orgánica (barro y madera) que alternan los usos habitacionales con los agrícolas, y que se asoma desde las más sureñas estribaciones de Sierra Morena sobre el valle del Nacimiento, una antigua fosa marina, con posterioridad denominada Campiñuela, que se alarga hacia el Sur a través del valle del río Guadiel.

De notable calidad agraria, contrariamente a lo que ocurre con la mayoría de las tierras de la agreste Sierra Morena, este territorio, en la primera mitad del siglo XIII, asume un papel destacado en la nueva configuración de los reinos castellanos de Andalucía. Por una parte se configura como avanzadilla sobre la rica vega musulmana del Guadalquivir -hecho que durará escaso tiempo debido a que las conquistas de Fernando III se suceden de manera vertiginosa-; pero serán los dos siguientes factores los que regirán el devenir histórico de este territorio durante todo lo que resta de la Baja Edad Media:

1.- La aldea de “Bannos” se constituye como plaza básica en la protección y abastecimiento del Camino de Andalucía a través del Puerto del Rey. No en vano la propiedad municipal de la Venta de Miranda, antes la de Los Palacios, único punto de aprovisionamiento en el corazón de Sierra Morena, a medio camino entre el Viso del Marqués y el valle del Guadiel, se posiciona como principal posta del Camino. Gestionada por un arrendatario, su abultado alquiler -14.300 reales anuales- le convierte en uno de los más importantes ingresos de las arcas municipales.

2.- Pese a la baja calidad agraria de los suelos serranos, la bondad climática invernal hace de este territorio al sur de Sierra Morena uno de los principales pastaderos de extremo para la oveja merina castellana, verdadero pilar económico de la Castilla bajomedieval. La brusca unión de las estribaciones serranas con el valle de arcillas miocénicas de la Campiñuela engendra los primeros destinos territoriales de esta cañada sin necesidad de penetrar en una serranía aún excesivamente agreste y feraz (la toponimia de algunos de estos parajes nos evidencia su uso ganadero primigenio: Mesto, Majavieja, cerro de la Mesta o Dehesa del Llano).

Junto a estos dos pilares económicos hemos de reconocer un tercero que debía permitir que una numéricamente representativa población arraigase en una tierra nada atrayente debido a su carácter agreste: la concesión, realizada por Fernando III, de un “término privativo” propio gestionado por los pobladores de la entonces aldea dependiente del Concejo de Baeza, bajo cuya jurisdicción recaía. Este hecho, posteriormente ratificado por su hijo Alfonso X y distintos monarcas, entre ellos los propios Reyes Católicos, propiciaba la gestión económica de un territorio, sin cargas económicas, bajo el mando de un muy reducido “concejo aldeano” que en principio encabezaba el propio alcaide del castillo. A Corveras y Carvajales, mandatarios durante las Guerras de “Banderías” acaecidas en las postrimerías de la Edad Media, sucedieron varias ramas familiares que llegaron a estar completamente emparentadas entre si, y que comandaron la Villa ya a lo largo de los siglos XVII y XVIII: Molina de la Zerda, Delgado de Castilla, Zambrana, Salcedo o Galindo.

“In Dey nomine et Ihesus, gracia conocida cosa sea a todos los homes que esta carta vieren, tambien a los que son como a los que seran por venir, como nos el concejo de Baeza damos e otorgamos de nuestras buenas voluntades a vos el concejo de Vaños por termino así como lo apearon y amojonaron os nuestros homes buenos, juezes e alcaldes que enbiamos y con nombradamiente, asi como tiene el Mazarulavañes e da consigo a la torre que yaze carrera de Vilches que tiene poblada domingo Yañez e da consigo fasta Tolosa-Saza, del otro cabo tienede las Canalejas e da consigo en Ferrumblar, e diemosle por dehesa de concejo toda la Navamorquí con la Navamorquiella e todos sus derechos esto que lo ayan quito e franqueado para siempre ninguno non sea osado ni poderoso de traspasar aquesto, fecho reynante el rey Fernando de Castilla, reyna de Castilla la reyna doña Juana su muger, e doña Berenguela, la reyna su madre, e don Alfonso su hijo que a de reynar …”. Confirmación hecha por los Señores Reyes a la villa de Baños de todos sus privilegios territoriales. Archivo de Baños de la Encina, legajo 11. 1561.

Con la desaparición de los componentes bélicos de este escenario, el concejo aldeano pudo verdaderamente “administrar su territorio” e iniciar un proceso de privatización claramente contrario a la concesión real. La presencia de primitivas huertas amuralladas (Zambrana, Camino de Baylen, Burrucal, Enmedio de los Charcones y del Pozo de Valdeloshuertos), a la vera del castillo, donde arranca la campiña bajo el cerro del Cueto, donde el agua, tras ser engullida en las cotas más altas del Cerro de la Calera, aflora muy cercana a la superficie del suelo –Charcones y Cantalasrranas-, nos muestran un panorama en el que las tierras más fértiles son cercadas para defender la cosecha de una masa ganadera importante -aún el uso ganadero de la Campiñuela es predominante-. Pero, por otra parte, la altura, anchura, rigidez y protección de los muros o “bardales” que cercan estas viejas huertas nos permiten diagnosticar con claridad que, pese a su carácter protector de la acción de los ganados, en estos muros predomina la intención de subrayar la privacidad de unas tierras que hasta hace bien poco habían tenido un uso comunal. Es la primera usurpación que hace la élite de lo público. (Fotos 2 y 3).

Durante los años finales de la Edad Media y estos primeros años de la Edad Moderna se desarrolla la primera transformación agrícola de la Campiñuela, la que permite que progresivamente la tierra de calma (cereal y legumbres) vaya sustituyendo a una magnífica masa adehesada de carácter ganadero en la que la masa de encinar era predominante -acontecimiento que estuvo apoyado por un corpus ideológico que entra en el campo de las apariciones marianas que se tratará en otra ocasión- (aparición de Nuestra Señora la Virgen de la Encina en el paraje denominado del Chaparral). La comunidad bañusca da un gran paso económico y social: de una economía subsidiaria, parásita del Camino de Andalucía (ventas) y la cañada merina (pastadero de extremo), salta a un nuevo modelo socioeconómico que hunde sus pilares en la roturación de la Campiñuela. En siglos posteriores, cuando el olivar inunde la propia Campiñuela, se llevaría a cabo una posterior roturación de nuevas tierras, aquéllas hasta entonces sólo destinadas a uso comunal como pasto para ganado y aprovisionamiento forestal: la Dehesa de Navamorquina. En principio fueron los cereales -trigo, cebada y centeno- y la alternancia con legumbres -garbanzo, haba, beza y “chorchos” o altramuces- las especies agrarias que mayor presencia tuvieron en la producción de la Campiñuela, cultivos organizados en torno a un sistema de barbecho variable según la distinta calidad edáfica de las tierras. La población ganadera trashumante fue paulatinamente movilizándose hacia el noroeste colonizando un territorio hasta entonces de exclusivo uso local, pues no eran otras que las tierras del término privativo aldeano, la vieja “defesa de Navamorquina” ahora segregada en cuatro ahijadas de la finca matriz: Navarredonda, El Llano, Corrales y Navamorquín. Clara muestra de este hecho son las majadas más antiguas presentes en la Dehesilla, Piedra Escurridera o en Migaldías-Piedras Bermejas.

Para Richard Herr “Agricultura y Sociedad en el Jaén del S. XVIII” 1996, en el Jaén del siglo XVIII era inevitable entender la extensión territorial del cultivo del olivar sin una fase previa de desarrollo exitoso del “grano”:

“Las zonas donde había expansión notable del cultivo del olivo entre 1750 y 1800 eran regiones donde ya había una producción de trigo para el mercado, puesto de manifiesto por la existencia de numerosos cortijos. Se puede concluir que para establecer los olivares de una manera intensiva hacía falta una etapa anterior dedicada al cereal. El cultivo de cereal permitía la acumulación del capital necesario para la transformación de la tierra progresivamente en olivares, porque hacía falta unos diez años para que un estacar de olivos llegase a producir una cosecha adecuada de aceitunas. Sin esa previa etapa cerealista no aparecerían olivares en esa época. Esto puede explicar por qué la zona de Martos estaba aún sin su manta actual de olivos. El suelo de la zona de Martos hasta Porcuna es de una salinidad pronunciada, poco apta para el trigo. No había cultivo abundante de cereales en el siglo XVIII, y no se extenderían los olivares hasta una época posterior, cuando se produjese un mercado de aceite lo suficientemente atractivo para atraer capitales ajenos.”

En nuestro caso, como muestra el Catastro del Marqués de la Ensenada (realizado a mediados del siglo XVIII), el desarrollo cerealista ya era muy notable, pero, sobre el territorio, era evidente. Así lo subraya la presencia de un número destacable de cortijos ubicados en las tierras del término privativo, a caballo entre la sierra y la depresión (Campiñuela):

“… y las restantes de 4º en el termino que nominan Privativo, y sitios que estte comprende, habra 508 fanegas, las 900 en los cortijos, y sittios de la Atalaya, Doña Deva, Parrilla, el Pintto, Navarredonda, Loma de Villas, Hera de Don Juan Marisanta, Las labores, Juan de las Bacas, Majadillas, Morquihuelo, Cuellos y Llanos. Y de ellas 200 de 1º calidad, 220 de 2º, 250 de 3º y las restantes de 4º. 1800 que sirven para hazer la Roza que llaman de Barbecho, que son, y que se ejecutan en aquellas tierras, que tienen algunos pedazos de montte dispersos, los que quemados benefizian dicha tierra…”

La idoneidad de estas tierras para la producción cerealista ha quedado patente en la capacidad económica adquirida por la élite local. Así, no en vano, en los primeros años del siglo XVII (1626) tuvieron capacidad para la compra del título de villa para Baños, logrando eliminar la ingerencia jurídica y económica que venía realizando la ciudad de Baeza. Pero aún más importante fue la capacidad adquirida para lograr excedentes, por tanto para acumular capital que les permitiera “empresas” mayores. Este hecho fue vital en el devenir económico de la villa.

Con el discurrir del XVII hay cuatro factores que permiten que la economía agraria bañusca se abra un hueco en el mercado internacional:

1.- La capacidad política que adquiere la población local, mediante la compra del título de villa, para gestionar su territorio.

2.- El capital acumulado por la élite local mediante los ingresos obtenidos de la roturación agraria de la Campiñuela -hecho que había permitido incrementar de manera muy sobresaliente la producción cerealista y, por tanto, los excedentes-.

3.- La cercanía de un eje viario vital para movilidad de la producción: el Camino de Andalucía, a los pies del núcleo urbano de la villa, hecho que permitía la fluidez de los desplazamientos de la mercancía desde el lugar de producción al mercado portuario de Sevilla.

4.- Una muy reducida clase social, sin títulos pero con una gran capacidad económica y un alto afán de empresa que, por tanto, tiene en sus manos el capital, el dominio de las tierras y la gestión local.

Estos factores convergen todos en un hecho evidente, como así queda expresado tanto en los documentos escritos como en el análisis del territorio. Durante este siglo XVII y el que le sigue se produce una introducción masiva del olivar, territorialmente distribuido en línea con el eje viario que es el Camino Real de Andalucía. Este acontecimiento supone la segunda gran transformación agrícola de la campiña, la que será pilar fundamental de la bondad económica y social de estos siglos XVII y XVIII y motor principal del crecimiento urbano y monumental de la villa; responsable, por tanto, de gran parte de la estampa que en el siglo XXI ofrece Baños de la Encina. (Foto 4).

“Y que en el pago de olivas que se hallan en la campiñuela desta villa, y sitios que tienen declarados havra 2500 fanegas. Las 20 de 1º calidad, 650 de 2º, 1800 de 3º y las 30 fanegas restantes de 4º. Y que asimismo en los zittados Ruedos en que se comprenden los sittios que nominan Cascarrillo, el Prado, Marquesa, Parrales, Terreros, Viña del Beato, La Vega, La Serna, La Ladera, Santo Domingo, Burruncal, Palomar, Colmenera, Caminos de Baeza y villa de Vailen, bajo de los cuales se comprenden otros, habra 200 fanegas las 100 de 1º calidad, 60 de 2º y las 40 restantes de 3º.” Catastro del Marqués de la Ensenada; Pregunta 23.

Para Richard Herr “La hacienda rural y los cambios rurales de la España de finales del Antiguo Régimen” 1991, 2.700 fanegas, un 65% de la tierra privada, estaban plantadas de olivos, unos 119.000 árboles que producían la cosecha más valiosa del pueblo.

En Baños de la Encina, hasta este siglo XVII, la producción agrícola prácticamente se limitaba a los usufructos hortícolas y el secano para verde situado en los bancales que salpicaban la propia trama urbana, las huertas de la vega -a los pies de la villa, donde los suelos arcillosos montan sobre la roca hercínica-, y los cereales y legumbres producidos en la campiña más cercana al propio núcleo urbano; en la Campiñuela la presencia ganadera supera aún los rendimientos agrarios. El dinamismo empresarial de la concentrada y rápidamente enriquecida oligarquía local, teniendo el control de la tierras, permitió aprovechar la cercanía del Camino Real (vía de comunicación esencial para toda producción agrícola con carácter nacional e internacional) para implantar un sistema agrario que se adelantó dos siglos al devenir agroterritorial de la provincia de Jaén: el desarrollo masivo de la producción oleícola. Por otra parte, siguiendo también la opinión de Richard Herr, tras la Desamortización llevada a cabo durante el reinado de Carlos IV a partir de 1789 la tierra destinada a este cultivo siguió creciendo auxiliada por capitales externos que fueron apropiándose de una cantidad muy considerable de tierras, sobre todas las destinadas al olivar “… Los olivares, una inversión de fácil explotación que producía una mercancía óptima en una época de precios en aumento, constituían un punto lógico de atracción de capitales. Baños estaba en gran medida orientado hacia la producción de aceituna y era por tanto, un lugar adecuado para dichas inversiones”. Este fue el caso de D. Joseph Pérez Caballero, Consejero Real, que invirtió 430.000 reales en cuarenta y ocho olivares con 4.799 olivos, …, convirtiéndose en el primer terrateniente de Baños. Asimismo, compro ocho parcelas de grano, dos casas y un molino de aceite.

Pero, además, la lista de compradores tras la Desamortización aclara que los cuatro grandes compradores invirtieron preferentemente en olivares, debido a su fácil explotación a gran escala y distancia y su destacada presencia en los mercados internacionales.

A lo largo del Camino Real se sitúan cuatro grandes haciendas con molino de aceite, Caserías para la jerga local, que van a ser las que van a encabezar los nuevos usos del suelo y la construcción de un sistema agronómico partícipe de los mercados internacionales. De este a oeste, son las que siguen: Salcedo, Manrique, La Casa del Conde de Benalúa y Mendozas. Destacando en todas ellas el carácter casi monumental de su arquitectura, llegan a desarrollar pequeñas obras de ingeniería necesarias para el desarrollo de su labor transformadora. Este es el caso de la Casería Manrique que construye un pequeño embalse o “pantanillo” que permite represar el arroyo que nace a los pies de la Cuesta de los Santos, derivando las aguas, mediante un canal de ladrillo, hasta un gran aljibe situado en el cerrete que corona la Casería. (Foto 5).

“Asimismo hay, dentro de la poblazión de esta villa, veinte y dos molinos de azeite con veinte y quattro piedras, y extramuros quattro cassas de Campo, molinos de azeite, con sus piedras…” Catastro del Marqués de la Ensenada; pregunta 58.

Las Ordenanzas Municipales que promulga el Cabildo en 1742, entre otras funciones, vendrían a regular la domesticación agraria que ya se venía ejerciendo sobre la Campiñuela desde hacía más de un siglo. El resultado fue una organización agrícola compleja y mixta, mayoritariamente en manos de la oligarquía local. En el plano agrario la tierra calma alternaba con un número escaso de viñas y una incipiente producción olivarera que permitiría un cúmulo de cambios en el paisaje que tendrían su reflejo en la economía y sociedad bañusca, pero, sobre todo, desde nuestra perspectiva, en la urbanística local.

De la importancia que adquiere el cultivo del olivar son muestra evidente estas mismas Ordenanzas Municipales, y así lo reflejan destinando siete de sus artículos de un total de setenta y uno para la regulación de todo los público (funcionamiento del Cabildo, administración, penas y denuncias, agricultura, ganadería, industria, comercio, control y regulación de aguas, viales públicos, etc.): control de ganados en olivares, arado de la tierra de cultivo de olivar, rebusca de aceituna, entrada del ganado de cerda a comer aceituna, corta de cepas de oliva, quema de ramón de oliva, método de estaquillar.

“Siendo el heredamiento de olibas de esta Villa el Caudal principal en que los Vecinos de ella, y forasteros hacendados de su termino tienen puesta toda la consideración por el benefizio General que de ellas se disfruta, y que por esto mismo se deben guardar con el mayor Vigor, Labrarlas y Administrarlas a Ley …”. Ordenanzas Municipales de Baños de la Encina. 1742.

El uso ganadero de los rastrojos, el secano para verde y el consumo de los despojos agrarios (ramón, aceituna de suelo, permitir que las cerdas entraran en los olivares tras la rebusca, ...) permitían sustentar una economía ganadera complementaria y, en cierto sentido, con reminiscencias comunales emanadas de la compra del término municipal por el Común y la persistencia del “termino privativo” de herencia bajomedieval.

Paralelamente al crecimiento agroindustrial rural, la economía aceitera se va adueñando de la vieja villa ensanchando su trama urbana. El Camino Real viene a tocar las puertas del antiguo núcleo urbano en lo que hoy se conoce como Plazuela del Rosario, a los pies del achaparrado torreón de los Corvera. Durante estos dos siglos, a norte y sur, el callejero va alargando los tentáculos de su trama urbana en torno a este eje viario (Camino Real). Según nos alejamos del centro medieval las nuevas casonas de labor van alternando con molinos aceiteros hasta llegar a adueñarse del barrio que, tanto ayer como aún hoy, da entrada a la villa desde el vecino Linares a través del tramo norte del Camino Real: el barrio de los Molinos (esquina de los Molinos). Hacía el sudoeste del callejero, es secundado por otro barrio, el de las Eras/Trinidad, en el que los molinos salpican una trama dominada por casonas de labor hilvanadas en callejas empinadas que verticalmente rompen las líneas de nivel del Cerro del Cueto. (Foto 6).

“Asimismo hay, dentro de la poblazión de esta villa, veinte y dos molinos de azeite con veinte y quattro piedras, y extramuros quattro cassas de Campo, molinos de azeite, con sus piedras. Y son propios vno de D. Severino Pérez Carrasco, vezino de esta villa; otro de D. Salvador Navarro; otro de D. Francisco Caridad Villalobos, presvítero de ella; otro del Patronato del Sto. Christo del Llano, cada vno con una piedra, que si se arrendaran (por ser los que más molienda tienen) ganaría cada vno annualmente quatrozientos reales; otro de Antonio y Luisa de Barrionuevo; otro de D. Manuel Francisco de Rivera; otro de D. Luis de Molina y sus hermanas; otro de María de Aranda y consortes; otro de D. Juan Benito del Mármol y sus hermanos; otro de Dña. Francisca Luisa de Molina; otro de D. Joseph Galindo y Soriano ...”. Catastro del Marqués de la Ensenada; pregunta 58.

La tradición medieval había moldeado pequeñas casas de adobe y piedra irregular que se disponen escalonadamente a la vera del castillo formando calles apretadas y llanas. La modernidad agroindustrial, por el contrario, como se ha mencionado, diseña calles empinadas donde grandes casonas de labor se disponen a uno y otro lado aprovechando el desnivel de la calle para obtener un habitáculo que hasta ahora no tenía presencia en la organización estructural de la vivienda: la bodega para conserva del aceite en grandes tinajones. La casona se estructura ahora en altura en tres plantas: bodega, vivienda principal y cámara. Horizontalmente aparecen nuevos elementos como cuadras, al fondo de la casa, tras un amplio corral, y un ancho y empedrado portal que, recorriendo toda la casa, da acceso desde la soberbia puerta de la calle hasta el mismo corral; claros y bellos ejemplos los tenemos en la casa familiar de los Caridad Zambrana o las casonas que ascienden por las calles Amargura, Travesía Amargura y Mestanza. (Foto 7).

La villa se expande a través de los ejes de acceso a la localidad, como el Carril de Mestanza o los Caminos de Bailén y Linares, surgiendo nuevas calles, impregnadas hoy de un fuerte sabor popular: Mestanza, Amargura, Desengaño, Trinidad, Eras o Molinos. En ellas el componente arquitectónico que mayor representatividad ha de tener es la nueva casona agroganadera o de labor, totalmente adaptada a los usos económicos, sociales e higiénicos del momento, sin menospreciar la rentabilidad climática que el fuerte desnivel proporciona, tanto para la habitabilidad humana como en materia de conservación de los productos agroalimentarios, ya sea en la cámara o en la bodega.

Hasta hoy nos ha llegado un amplio muestrario de la riqueza etnográfica que fue motor de este periodo histórico que tuvo como protagonista el devenir de la campiña que se extiende bajo la villa de Baños de la Encina, entre los ríos Nacimiento y Guadiel: molinos de viga, molinos de tornillo, caserías, casonas de labor ejemplares, huertas amuralladas, pozos, alcubillas y fuentes monumentales, etc. Un patrimonio único y singular, verdaderas seña de identidad de Baños de la Encina y los bañuscos, por el que debemos velar. A poco que nos descuidemos las escasas muestras que aún se alzan pueden encontrar el camino que en los últimos años han seguido algunas de estas muestras históricas, como ha sido el caso del molino de viga de los Azorit o el de Santa Ana y San Joaquín; primero la desidia y la ruina y después el peso de una nueva modernidad mal entendida han acabado con ellos.

La nueva producción olivarera y el aumento de la cantidad de grano disponible, fruto de la ordenada roturación de nuevas tierras en el ámbito serrano, bajo el auspicio de las Ordenanzas Municipales de 1742, favorecieron el desarrollo de un periodo económico de gran vitalidad. Este acontecer histórico tuvo su expresión física, paralelo a un fuerte despegue industrial, en un crecimiento urbano de gran interés y envergadura. La masiva introducción del cultivo del olivar -mercado externo nacional e internacional-, por otra parte, no supone la merma del resto de la producción agraria, tanto cerealista como de productos en general -mercado local-, que crece de manera paralela con la roturación de nuevas tierras, en principio de la Campiñuela, para expandirse también por los lares serranos más inmediatos (en los predios de la vieja dehesa de la Navamorquina).

En este sentido, Herr nos hace la siguiente apreciación “Había dos tipos de mercado de productos agrícolas, uno local, para la alimentación de la comunidad, o a lo más de los pueblos del contorno. En este mercado se vendían o se canjeaban las frutas, las legumbres, los huevos, los pollos y otras cosas que no se conservaban, además del trigo para el pan del pueblo y el aceite de las sartenes. El otro mercado era nacional e internacional, donde se comercializaban productos que se podían transportar, como el aceite, los granos, el vino. Los arrieros con sus jumentos y mulas hacían posible el comercio exterior. Había pueblos que se especializaban en el transporte con gran número de arrieros como Mengíbar y Noalejo, aún cuando pocos eran los pueblos que no tenían muleros con los que transportar sus mercancías hacía centros más o menos lejanos”.

El incremento de la tierra calma puesta en explotación favorece, sobre todo en el entorno del núcleo urbano o ruedos, aunque no sólo en él, el desarrollo de nuevas infraestructuras destinadas a esta economía agraria. En este sentido, se multiplican las eras de pan trillar en todo el entorno urbano (Eras y Calvario Viejo), se consolida el silo o pósito para grano en los bajos de la Casa Consistorial, así como se construyen nuevos ingenios de molienda, tanto hidráulicos en los ríos Rumblar y Grande, como eólicos, plenamente vinculados con la relación cultural mantenida durante milenios con nuestro norte manchego: el molino de viento del Santo Cristo. (Foto 8).


Bibliografía:

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CANTARERO QUESADA, J.M.: “La torruca, eje cultural de la gestión del territorio”. Rev. Arte, Arqueología e Historia, nº 14. Diputación de Córdoba. Córdoba. 2006.

Catastro de Ensenada. Baños de la Encina.

FERNÁNDEZ LAVANDERA, E. y FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ, C.M.: Los Molinos: patrimonio industrial y cultural. Grupo Editorial Universitario. Granada. 1998.

GARRIDO GONZÁLEZ, L.: El olivar de Jaén en los siglos XIX y XX: una trayectoria de éxito. Universidad de Jaén. Jaén. 2007.

HERR, R.: Agricultura y Sociedad en el Jaén del S. XIII. Universidad de Jaén, Jaén. 1996.

HERR, R.: La hacienda rural y los cambios rurales de la España de finales del Antiguo Régimen. Ministerio de Economía y Hacienda. Madrid. 1991.

RAMOS VÁZQUEZ, I.: Memoria del Castillo de Baños de la Encina (siglos XIII-XVII). Universidad de Jaén. Jaén. 2003.








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