martes, 13 de abril de 2010

El Sendero del Bronce 4

Los pastores del Norte:
Una vez repoblada la zona por Castilla (siglo XIII), las tierras de la aldea baezana de Bannos se constituyen como un pastadero de invierno excepcional para el ganado merino. Los rebaños de oveja de la Serranía de Cuenca, el Señorío de Molina y la Sierra de Albarracín, una vez saturados los campos del Manchego Valle de Alcudia, pasan a Andalucía a través de la Cañada Real Conquense o de los Serranos. Aproximadamente treinta días de trashumancia huyendo de las nieves y hielos de las altas cotas de los Montes Universales.

En primera instancia, los pastores se instalan en los piedemonte de la sierra, en zonas linderas con las fértiles tierras de la Campiñuela (valle de Baños); así hemos heredado topónimos como Mesto o Majadavieja. Con posterioridad, gradualmente, cuando los colonos aldeanos roturan el valle hasta mudarlo a tierra de calma (cereal y legumbres), viñas y olivos, los ganaderos ovinos se ven obligados a trasladarse a las tierras del término privativo o dehesa acotada de Navamorquina, aquélla que en origen quedó para usufructo de los bañuscos y que, posteriormente, fue segregada en cuatro fincas: Navamorquí, Navarredonda, Corrales y Llano.

Así se recoge en Las ordenanzas municipales de 1742 “Asimismo ordenamos que los Ganados de Vecinos de esta Villa de cualesquiera especie que sean no entren en las Deesas acotadas, y Zerradas deste termino en las de Navarredonda, Llano, Corrales, y Navamorqui (que son de Ymbernaderos de Ganados Merinos) …”.

Con posterioridad, según se coloniza la sierra alta y se desarrollan sucesivas desamortizaciones, los ganaderos van ocupando los predios más al norte del término municipal, abandonando fincas, como la dehesa Santo Cristo o “del Llano”, sobresaturada por el ganado local. De aquella época nos quedan, como veraces testigos, las líneas de piedras que formaban las majadas y parideras de ganado, las que aún podemos observar en Migaldías o Piedra Escurridera.

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Hace ya muchos lustros que por el Este, con la caída de la tarde, asomaron pastores seguidos de rebaños acompañados de un rumor que en poco tiempo fue alzándose hasta semejar un acompasado estruendo. Cencerros y balidos hacían crujir el suelo ante el avance de una mancha blanquecina que avanzaba con ritmo firme. Aún los mazacotuscos vivían en la solana del Mazacote, afanados en romper la piedra y reconducir los pasos del agua, cuando el griterío pasó sobre sus cabezas. En poco tiempo los pastores se dispersaron por todo el Bosque del Bronce, adueñándose de él sin apenas oposición.

Era un pueblo rudo, de gran tamaño y pocas palabras, sucios y de ropas gastadas por el polvo del camino. Con la llegada del solsticio de verano marchaban de nuevo al norte dejando las tierras en silencio, para meses después, con las primeras aguas volver nuevamente con todo su ordenado estruendo. Se fueron asentando en el bosque, tranquilamente, removiendo las grandes piedras rojas del subsuelo, redondas como sus ovejas, para construir grandes corrales donde cobijar a sus animales. Junto a ellos levantaron chozas circulares, muy sencillas, de vigas de encina y recubiertas con ramas de jara y retama. En su interior el viento susurraba hasta helar los huesos de los más pequeños.
Sus ovejas no pastaron muchos años en el Bosque del Bronce. Antes que los mazacotuscos fueran expulsados de sus tierras, los pastores, con el mismo estruendo de cencerros con el que habían llegado, se movilizaron hacía el noroeste, buscando la sierra alta. Finalmente, cruzando el gran río Ferrumblar, se apoderaron e instalaron en la dehesa del Navamorquín. Por ello se les conoce como Navamorquinuscos.









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