Con los primeros brotes de la primavera desembarcaba la semana más sacra, un epílogo del ya desmadejado invierno que se descolgaba con la primera luna. A modo de metáfora, en mi reducido universo la resumía en unos pocos versos, en una octava real que encerraba en sus rimas las constantes del ciclo vital de la tierra, de la rueda de la historia y de la vanidad del hombre. En realidad, y desde mi rincón desmemoriado, la recuerdo como un estrambótico bullicio, como un dulce equinoccio preñado de un excepcional repertorio de la mejor repostería casera.
Hoy, perdida la memoria de aquello, en lo más hondo aún me quedan sensaciones que emergen y se elevan dulcemente, acunándose, como el humo dormido.
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