A mediodía, metidos en la andanza y sin
haber encontrado la compostura hidráulica que buscaban, doblaron al barranco de
la Salsipuedes, donde las aguas que traían como guiadera volcaban en el riacho principal.
En la lejanía, por encima de ellos, vieron removerse una confusa silueta. Se
trataba de Braulio, un viejo huraño que se entretenía trajinando calicatas sobre
un promontorio elevado, un otero que se alzaba donde los
arroyos de la Rumblosa y Valdeloshuertos entraban en nupcias. La loma, que
semejaba un reseco espolón, se asomaba al lugar donde las aguas de los dos regatos
se entregan al padre “Herrumblar”. Se le apreciaba trasteando entre las chaparreras,
removiendo pizarrones y tiestos bajo el enorme cortado de Peñalosa, un
gigantesco y mágico despeñadero, un lugar donde, desde viejo, anidaban enormes búhos
reales y la esquiva cigüeña negra. Sobre el peñasco, con cada renacer, se
desperezaba el astro solar.
Subieron en su busca por revelarle
lo que traían y pedir opinión. El anciano, tras los saludos de rigor y sin dar
pie a que le contaran la obligación que rumiaban, les comenta que “andaba tras
los pasos de una ciudad invisible y eterna, y que siendo como era
de no dejarse ver habría de llegar el día que sin más remedio diera por verse”.
Previendo la sorna y las burlas de los contertulios, se ratifica diciendo “que entonces
pocos se reirían de su entrega y afán”.
Moraba el vejestorio riacho arriba,
bajo una peña, más tinada o paridera que casucha, bienviviendo con lo justo, lo
que le daba un huerto pergeñado junto al regato, cuatro gallinas de poner
huevos y un soto de conejos… en amable consonancia con un paisaje en continua renovación. Y era Braulio hombre enjuto, nervudo y fibroso, de poca y plateada
cabellera, con tantos años a la espalda que cuando intentaba enderezarla tenía
que hacer un sobre esfuerzo de más. Y era el morabito persona de meter cabeza
en agujero chico y ya no sacarla.
En cuántos barrancos "Salsipuedes" me habré metido, creo que pedacitos de mí se han ido cayendo sin remisión en cada uno de ellos. Debería haber hecho anotaciones de ésto, en su lugar lo haré de ese precioso léxico que no sé de dónde sacas, tan enriquecedor como una primavera tan ansiada tras un confinamiento. Enhorabuena, creador de "gigantes" como molinos, tiernos y entrañables.
ResponderEliminarRosa, de "el cotanillo". Bueno, realmente del "corralón", un otero mal pergeñado y ruinoso, plantado en mitad de un pueblo que no es de paso. Un abrazo fuerte, Rosa
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