Martín Esteban había sido cabrero y
ganadero de lana desde que se enganchó a la teta de su madre, desde siempre,
como lo fue su padre, lo fue su abuelo y con seguridad lo fue el abuelo de
aquél. Y no hay que poner en duda que algún pariente suyo fuera en la tropa de
Abraham cuando el patriarca movió su hato de ovejas por todas y cada una de las
majadas del Creciente Fértil. De
andares poco vacilantes y dormir un instante, como burro y a cabezás,
era hombre de morder aquí y allá, como las hormigas, de juntar mucha plata, gastar
ninguna y vender a su padre si era menester.
Habiendo heredado un rebaño
considerable, en poco tiempo, y por su mucho bullir, lo había doblado en número
y camino llevaba de triplicarlo. Contrariamente, día con día menguaba en carnes
y ganaba en harapos. Pero, hete ahí que en las cosas de gestionar su hacienda,
y dejándose llevar por los consejos de los que decían tener buenas entendederas
y mejor apostolado, había cambiado el campo abierto y la ancha vereda por la pestilente
estrechez de las cuadras, pastorear a la par que el ganado por darle metódica vuelta
y grano contado, cantar coplas al viento y disfrutar soleándose por un bregar
sin tino ni rumbo… y ahora, consumido, abatido, se quejaba de andar sin cuartos
para tanta pompa y día con día se le resecaba el alma.
No abandones a este Martín tan universal en nuestros días y mucho más del pasado, no nos dejes sin saber qué es de él, ojalá corra la suerte del que encuentra su lugar en el mundo y a cada día lo abrace una sonrisa. De tristezas estamos ya hechos. ¿Es real o es un sueño?
ResponderEliminarRosa, Martín, como otros muchos personajes, es germen de un cuento en borrador, como otros muchos cuentos, pero no es un personaje inútil. Por eso, a la mínima que puedo y se da la ocasión, lo cuelo para apoyar una historia que no es la suya... o al menos para narrar la sensación de un instante. Y en eso está, por el momento. Gracias por tus comentarios, tan valiosos.
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