Andábamos de chanteo con la cosa de los cuentos, cuando por la cuerda apareció aquel envite de un medicucho algo destartalado y bastante taciturno que, en un ataque de loca cordura aunque pareciera arrogancia, tiró por la trocha rompiendo jarones y dándole el aire a todo bicho serreño. Finalmente, metió churras entre merinas y sólo sacó de la treta el morral vacío y roto.
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