Un capitulo interesante en el devenir histórico de la serrana villa de Baños de la Encina (Sierra Morena de Jaén), ya sea desde las vertientes económica, social o cultural, y al que se ha dado poca importancia en los estudios locales y regionales, es el desarrollo de la cabaña taurina durante las tres últimas centurias.
Sin embargo, los datos numéricos que tenemos son muy interesantes. En 1978 la cabaña local llegó a tener el mayor número de hierros (28 ganaderías) y fincas dedicadas a la cría de ganado de lidia (38) de toda la Península Ibérica, convirtiéndose nuestro municipio en destino consolidado de un número indeterminado de maletillas que, poco después, llegarían a ser grandes figuras del toreo nacional. A partir de ese momento los números menguan y llegan más o menos a estabilizarse: en 1998 las ganaderías se han reducido a 17, en 2002 restamos una para contabilizar aún 16 ganaderías y el censo actual muestra 16 hierros afincados y uno con domicilio fiscal pero con finca para el ganado en municipios vecinos (Bailén y la Carolina). Por término municipal, Baños de la Encina se posiciona como uno de las localidades con mayor número de hierros de la provincia de Jaén y, en general, de Andalucía. Por otra parte, Baños de la Encina es aún uno de los pocos municipios que, aunque de manera endémica, han conservado los movimientos trashumantes de cabaña taurina, en este caso transterminante entre la Sierra Alta de Segura -Pontones- y la finca “Pastizales”, entre las vertientes de los ríos Pinto y Grande.
Así es, tras siglos desarrollando esta cultura ganadera, sólo Antonio Fernández García “el Zorro”, sigue desplazando sus 280 cabezas, entre vacas de vientre, becerros, sementales y bueyes (utreros y erales realizan el trayecto en camión), durante once jornadas entre Santiago de la Espada y Baños de la Encina. En la memoria quedan los desplazamientos históricos realizados por Sorando, Sorianos y Giménez desde los Montes Universales hasta nuestras tierras de “extremo”. La reciente perdida de Benito Mora y César Chico, puso fin a los últimos herederos de esta cultura económica y territorial.
Como nos muestra el profesor Antonio Luís López Martínez (Boletín del Instituto de Estudios Giennenses, nº 182 - 2002), en el siglo XVIII la ganadería taurina ya está presente en nuestro municipio serrano. Aunque es necesario subrayar que esta situación, por entonces incipiente, es generalizada para toda la provincia de Jaén que muestra una dispersión territorial muy acentuada: Úbeda (2 ganaderías), Cazorla (2 ganaderías), La Iruela (1 ganadería), Villacarrillo (1 ganadería), Iznatoraf (2 ganaderías), Santisteban del Puerto (1 ganadería), Castellar, por entonces de Santisteban, (4 ganaderías) Martos (1 ganadería) y Baños (3 ganaderías). Hemos de considerar que para sustentar una cabaña representativa de vacuno de bravo, por entonces no trashumante pero si transterminante, había que disponer de pastos de invernada (montaña) y rastrojos de cereal para el verano (campiña).
Según un informe solicitado por el Conde de Aranda, a la sazón Presidente del Consejo de Castilla, y realizado en 1768 por las autoridades locales, en Baños podemos apreciar tres ganaderos dedicados parcialmente a la cabaña taurina:
1.- Pedro Manuel Caridad posee 101 vacas de cría y, tenemos datos, uno de sus toros fue lidiado en Córdoba en 1775.
2.- Antonio Jorge Barrionuevo, según datos del informe posee 110 vacas y 2 toros.
3.- Finalmente, tenemos datos de que un toro de Alonso Jorge Zambrana fue también vendido para ser lidiado en Córdoba en 1775.
En los tres casos, los hierros pertenecen a “pecheros locales” que estaban siendo protagonistas del crecimiento económico y urbanístico de la villa en los siglos XVII y XVIII y cuyas familias tienen constante presencia en el Concejo local. No podemos obviar que la familia Barrionuevo, por estos años, desempeña altos cargos en el Concejo de la Villa; los Zambrana, además de gestores locales, ceden su apellido a una de las mayores, fértiles y rentables propiedades hortícolas, la Huerta Zambrana; y, finalmente, los Caridad, además de estar presentes en el Concejo como “rexidores” tienen en Francisco Caridad Villalobos, prior de la parroquia de San Mateo, a uno de los principales propulsores de las renovaciones arquitectónicas del ámbito religioso local.
Contrastando estos datos de 1768 con los aportados poco antes por el Catastro del Marqués de la Ensenada (1753), nos permitimos subrayar que los años finales del siglo XVIII van a posicionarse como decisivos en la implantación de la cañada taurina en nuestro territorio. En este sentido, aunque este documento tan solo nos advierte de la presencia de “…80 cavezas de ganado bacuno, Cerril, que las 40 son de Antonio Jorge de Barrionuevo y las restantes, de varios particulares …” nos permite apreciar, y podemos deducir, que el crecimiento, tanto en numero de cabezas como de ganaderos, como decíamos, mostraba un signo progresivo en la segunda mitad del siglo XVIII.
López Martínez encuentra como causas principales de este crecimiento y el que se desarrollaría en los dos siglos venideros, en el aumento de los festejos taurinos locales y, en el caso particular de nuestra localidad, la disposición y concentración en unos muy pocos propietarios de un alto numero de hectáreas de pastizal que había puesto a disposición la Desamortización Civil que desarrolla Madoz en la segunda mitad del siglo XIX (1855). Hasta ese momento, el uso comunal forestal, ganadero y agrícola, ya sea bajo los sistemas de barbecho o de roza, de las tierras serranas, y la mengua de las “tierras de calma” ante la pujanza del cultivo del olivar, impedían un equilibrio alimenticio entre los pastos de invernada serranos y las rastrojeras del estío que limitaban un crecimiento mayor de la cabaña taurina no dedicada a labores agrícolas.
Apoyando estos criterios, entendemos que el proceso de implantación de la cabaña taurina en nuestro pueblo fue mucho más complejo. Es necesario tener en cuenta otras causas complementarias sin las que este proceso histórico, que llevó a nuestra villa a encabezar la cabaña taurina en la década de 1970, no se hubiera desarrollado.
Nos mostramos totalmente de acuerdo con el crecimiento progresivo de los actos taurinos, tanto de las corridas organizadas o “toreo a pie”, también denominado “villano”, como de la suelta de novillos o “toros de cuerda”, que pasan en la segunda mitad del siglo XVIII de ser eventos muy puntuales convocados por motivos extraordinarios, como la visita del rey de turno o bodas excepcionales, a ser un acto lúdico con cartel permanente en las fiestas patronales. Un hecho que evidencia este proceso en nuestra comarca es que en la construcción de la nueva ciudad de La Carolina (1767), bajo el auspicio de las nuevas ideas ilustradas y “pensada” como capital de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena, encontramos en su planimetría urbanística un espacio destinado a cobijar festejos taurinos, la actual Plaza de las Delicias que, tras perder sus arcadas, dejó de tener esta funcionalidad.
Vamos a analizar más profundamente los cambios desarrollados para ser conscientes de la complejidad del proceso de implantación de la cabaña taurina en Baños de la Encina.
Durante la primera mitad del siglo XVIII, tras la prohibición por parte de Felipe V de las llamadas “fiestas de los cuernos” o corridas en las que participaba la nobleza a caballo acosando y lanceando al toro, este tipo de toreo pierde popularidad. Por su parte, y paralelamente al desarrollo del toreo plebeyo a pie, se mantiene la tradición que ya venía de los siglos XVI y XVII de la suelta de vaquillas y toros por las calles en sus distintas modalidades: toros de fuego, toros embolados, amarrados o enmaromados. El toreo a pie había ido tomando posiciones tras el retroceso de la fiesta a caballo, habiendo derivado de la muerte que hasta entonces se daba a los toros en los mataderos para abasto de carne de la población Es decir, de manera creciente, la fiesta taurina pasa de ser un evento que se desarrolla puntualmente conmemorando un hecho excepcional relacionado con las clases más pudientes a tener una celebración más o menor periódica y un carácter popular. En este marco social es donde aparecen los primeros ganaderos taurinos bañuscos y, en general, en toda la provincia de Jaén, con el objetivo de abastecer de ganado cerril a una fiesta creciente.
En Baños, el uso comunal de las tierras del Concejo limitaba el aumento de la cabaña taurina. Por una parte, las tierras de la vieja “Dehesa Cerrada”, privilegio otorgado por el rey Fernando III a la aldea de Baños, tenían como destino el arrendamiento de sus pastos a la cabaña trashumante merina que venía en invernada desde la Serranía de Cuenca, el Señorío de Molina y la Sierra de Albarracín (Montes Universales). El resto de las tierras del Común, principalmente las serranas, eran sistemáticamente roturadas mediante la llamada “roza de cama”. Se trata de tierras de muy baja calidad que permiten una cosecha cada 20 a 25 años una vez que se ha quemado el monte y aprovechando sus cenizas, de lo que podemos deducir que eran tierras que no tenían aprovechamiento ganadero alguno. En cuanto a las tierras de ruedos y campiña (Campiñuela), que antaño estuvieron dominadas por la tierra de calma (cereal y legumbres), mostraban un crecimiento constante de los plantones de olivar y la consecuente reducción de rastrojeras.
Por tanto, en esta primera fase de la cabaña taurina en nuestra localidad, los ganaderos taurinos debían compartir con toda la cabaña doméstica local los escasos pastos serranos fuera del mercado trashumante y las rastrojeras de la campiña que bajo ordenanza municipal eran de uso común (Ordenanzas Municipales de 1742): “Ordenamos que todos los rastrojos de dichos ruedos de la sierra, y Campiñuela del termino de esta Villa án de ser de Comun áprovechamiento para los ganados de los Vezinos de ella sin que en ello se pueda poner obice ni embarazo alguno”. Es en este punto donde tiene cabida una cabaña taurina integrada por “… cavezas de ganado bacuno, Cerril, que las 40 son de Antonio Jorge de Barrionuevo y las restantes, de varios particulares…”.
El crecimiento en el que está inmersa la cabaña taurina bañusca por estos años, como muestra el informe del Conde de Aranda de 1768, pasa a mantener estables sus números ante la incertidumbre legal que se produce durante las décadas finales del siglo XVIII y las primeras del que le sucede. Este hecho está motivado porque calan los principios humanitarios “ilustrados” en la cúspide social española. El conde de Aranda, a raíz de los informes recibidos, promulga una Real Orden de 23 de marzo de 1778 que prohíbe las corridas de toros con muerte, exceptuando las destinadas a sufragar algún gasto de utilidad pública o para fines benéficos; excepciones que son también prohibidas en 1785 y, finalmente por decreto en 1786. En 1790, complementando los decretos anteriores que venían a prohibir la “corrida moderna a pie”, una Real Provisión prohíbe todo festejo relacionado con el toro, por tanto, se suspenden también las sueltas de vaquillas y toros por las calles o “toros ensogados”. En 1804, mediante Real Decreto, Carlos IV viene a ratificar todos los decretos anteriores prohibiendo todo espectáculo público relacionado con el toro, exceptuando los espectáculos con fines benéficos.
Finalmente, con el acceso al poder del monarca Fernando VII, se recuperan los espectáculos taurinos sentándose las bases de lo que vendrá a ser la fiesta nacional por antonomasia. Durante la segunda mitad del siglo XIX se darán los cambios estructurales necesarios, sobre todo en los aspectos relacionados con la propiedad de la tierra, para que nuestro municipio pase a ser uno los principales destinos de las ganaderías taurinas durante la mayor parte del siglo XX.
En 1855 se promulga la llamada Desamortización Civil o de Madoz, por la que se declaran enajenables todos los “montes de propios” de los municipios españoles, excepto aquéllos formados por masas de pinar y que podían tener utilidad pública, sobre todo en materia de marina. Aunque en el caso que nos atañe, Baños de la Encina, sus montes de encinar eran del “Común”, el Concejo, con la connivencia de la Diputación Provincial, había venido vendiendo durante los últimos años de la primera mitad del siglo XIX distintos predios del Común. Este hecho dio pie a considerar como enajenables el 100% de casi las 50.000 hectáreas que formaban el otrora vasto término de la villa (la Diputación Provincial los considera como de “propios” y no del “común”, por tanto susceptibles de venta). En 1859, en Madrid, se ponen a subasta pública las tierras, teniendo como destinatarios, en gran medida, a latifundistas madrileños, bajo intermediación de los propios funcionarios agrimensores, y ganaderos trashumantes, grandes conocedores del solar serrano que ocupaban estas cálidas tierras andaluzas como territorio de “extremo” de su cañada trashumante merina. En general, encontramos grandes propietarios absentistas atraídos por las posibilidades cinegéticas de la “sierra alta”, como es el caso de Nava el Sanz; propietarios de la capital imbuidos del pensamiento fisiocrático, que entendían que la benignidad de los suelos de la campiña para el cultivo del olivar les permitiría unas buenas rentas “en la distancia”; y finalmente, los grandes ganaderos merinos de los Montes Universales, aquí llamados “serranos”, perfectamente conocedores de las tierras que compraban y que, tras siglos de arrendamiento, podían obtener en propiedad.
A finales del siglo XIX tan sólo quedaban sin vender las fincas de Corrales, Dehesa Santo Cristo y Almorranares, un total de 2.133 hectáreas de las 47.466 que se pusieron a subasta inicialmente.
No sería hasta la última década del siglo XIX, cuando tras dos Decretos Reales Diputación Provincial pone fin a los litigios de propiedad surgidos entre los nuevos adjudicatarios y las múltiples roturas de agricultores locales que éstos encontraron al intentar hacer efectiva su nueva propiedad. La mayor parte de las roturas se encontraban en predios cercanos al núcleo de población: Dehesa Santo Cristo, Marquigüelo, Atalaya, Los Llanos, Garbancillares, Doña Eva, Cuesta del Gatillo y Parrilla. Así que, como decíamos, Diputación Provincial tuvo que tomar cartas utilizando como herramienta estos dos Decretos.
El primer Decreto Real es de 29 de agosto 1893 y, muy someramente, daba carta de propiedad a los roturadores que pudieran justificar un mínimo diez años de ocupación del espacio roturado; limitando la extensión de la parcela a un máximo de 10 hectáreas por cabeza de familia. Desde la vertiente financiera, el Decreto también ayudó a los roturadores evitando lo que verdaderamente hubiera sido una catástrofe social, pues permitía que el pago de las tierras se realizara durante diez años, con un desembolso anual del 6% del valor; es decir, finalmente sólo se pagaba un 60% del valor de tasación.
Un segundo Decreto Real de 25 de junio de 1897, permitió bajar el pago final a un 40% del precio de tasación.
La primacía de la lana merina española en los mercados internacionales había sufrido un lento agonizar durante el siglo XIX debido a la destrucción de la cabaña con la Guerra de la Independencia y la salida masiva de sementales con destino a Holanda, Inglaterra o Alemania. En el siglo XIX, los principales mercados productores se habían desplazado a Sajonia, Estados Unidos o Australia. La lana castellana fue quedando en un dulce recuerdo y relegada marginalmente al mercado interior. La supresión del Honrado Concejo de la Mesta en 1836 no vino sino a ratificar una realidad. Para los pastores trashumantes, la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX, fue un escenario errante en el que no supieron reconocer que había llegado el final de un ciclo que tuvo su génesis en el reinado de Alfonso X. En este seno surgieron nuevas propuestas económicas y ganaderas, entre las que tuvo cabida la reconversión de la cabaña merina en taurina.
En este marco, en el que las tierras del Común bañusco ya han sido privatizadas, aparecen los primeros ganaderos trashumantes merinos que lentamente van reconvirtiendo su cañada a taurina. La primera mitad del siglo XX es aún errática, pero en la segunda aparecen una serie de factores que harán que de manera definitiva estos pagos de Sierra Morena se conviertan en el mejor destino de España para la cabaña taurina.
En este periodo inicial que abarca los primeros años del siglo XX encontramos los primeros ganaderos “serranos”, ahora mutados a taurinos. En este sentido, podemos mencionar, a modo de ejemplo, los casos de Bernardino Giménez Indarte y Samuel Hermanos.
En 1927, Bernardino Giménez Indarte, vecino de Checa (Guadalajara), adquirió a la señora viuda de Damián Flores la ganadería que en su día su esposo heredó de Don Fructuoso Flores y que se había estrenado en la plaza de la puerta de Alcalá de Madrid el domingo 21 de julio de 1861 (con derechos de hierro, divisa y antigüedad) que, al parecer, estaba sólo formada con reses provinentes del cruce de jijonas con Veragua. Después de unos años en que Giménez Indarte sólo lidió novilladas (Cartagena, Villanueva del Arzobispo y Granada en 1930) las reses fueron llevadas a la dehesa de Navarredonda, en el término de Baños de la Encina. Tal vez, por ello, siempre se consideraría a esta vacada como de la región andaluza. El 15 de agosto de 1932, don Bernardino se estrenó en la plaza de la carretera de Aragón de Madrid con una novillada, lidiada por los jóvenes Fernando Domínquez, de Valladolid, el madrileño Félix González "Dominguín Chico" y Silvino Zafón "Niño de la Estrella".
A la finca de Los Alarcones y proveniente de Palma del Río, llegó en 1926 una de las cuatro partes en que se dividió la divisa de Gamero Cívico. Propiedad en la actualidad de Samuel Flores Romano, anunciada en su día como Samuel Hermanos. De sus cercados salió “Cuenco”, con el que tomó la alternativa Luís Miguel Dominguín en La Coruña y también “Palancar”, con el que hizo lo propio Manuel Benítez “El Cordobés” casi veinte años después.
A éstos siguieron otros ganaderos, todos estrechamente vinculados a la historia reciente de nuestro municipio, como José María Arauz de Robles, con ganado procedente del conquense Rufo Serrano; Jacinto Ortega con vacas y un semental de Celso Pellón; Jesús Andreu con reses procedentes de Arauz Hermanos y Celso Pellón; Raúl Lario Gómez con reses de Celso Pellón; Román y Leoncio Sorando, Bernardino Sanz Giménez o Alfredo García Merchante.
Es justo reconocer que ya hubo un precedente bastante singular, a finales del siglo anterior. Se trata de un latifundista agrícola de la vecina ciudad de La Carolina, Antonio Jiménez Martínez, que comenzó en 1854 a seleccionar vacunos de labor, hasta conseguir crear una ganadería de bravo. Aunque, como veíamos, el toreo a pie tuvo sus altibajos durante la transición de los siglos XVIII al XIX, los festejos populares de calle fueron ganando popularidad. Es en este campo donde Jiménez entiende que su recién creada ganadería podría dar más juego y espectáculo que otros encastes fundacionales de raíz no doméstica, logrando un encaste propio caracterizado por su color retinto, planta cornalona y carácter descarado.
Aunque, en primera instancia, su cañada procedía de toros y vacas de labor, pronto dio el salto cruzando sus vacas con sementales bravos, línea que siguió su hijo, Romualdo (sementales de Antonio Hernández, jijonas de Damián Flores y machos del Duque de Veragua), que fue, y es en lo que nos atañe, quién desplazó la ganadería a nuestro término municipal, a la dehesa de los Cuellos. Aquí construyó un tentadero al uso del siglo XIX, es decir, para seleccionar el ganado según su comportamiento en la suerte de varas. En 1920 se lidian sus primeros novillos en Madrid, siendo titular de la ganadería su viuda, Josefa Cappel.
Finiquitado el proceso desamortizador, como ya se ha dicho, con la promulgación de dos decretos emitidos por la Diputación Provincial y que, en tablas, ponía remedio a los problemas creados por las roturas de agricultores locales en las propiedades enajenadas del Común, se inicia un nuevo proceso en el que hay tres grandes protagonistas que van a consolidar el crecimiento de las ganaderías taurinas en nuestro territorio: el propio carácter del Régimen político y su presencia en nuestro territorio, la definitiva construcción del embalse del Rumblar y la generalización de las fiestas populares taurinas en los pueblos y aldeas de Serranía (Montes Universales).
Retomando el primer protagonista, las intenciones estratégicas de la Dictadura en nuestro municipio, y en general en toda la Sierra Morena de Jaén, fueron muy evidentes. Su objetivo principal fue desarrollar un gran espacio cinegético, propiedad del Estado, en una de las zonas más afamadas del país en materia montera, con el objetivo de posibilitar su uso como cazadero aristocrático y diplomático, pero que a la vez se arropara de un territorio “colchón” que evitará altas tasas de movilidad de la población por estos territorios, es lo que el Duque de Almazán denomina como “Sierra Morena en la parte de Andújar. Así, ya desde la década de los años cuarenta se inician los primeros movimientos de compra de lo que sería el Patrimonio Forestal del Estado por esta zona: Selladores, Tembladeros, Contadero, Atrancadero y Manzano que, con la suma más tardía de Lentisquillo, Callejones y Navalcardo, superaron las 8.500 hectáreas que se sumaban a las 8.800 del entorno iliturgitano de Lugar Nuevo.
En estos espacios se desarrollaron técnicas específicas para compatibilizar repoblación forestal y prácticas cinegéticas que, de alguna manera, se fueron extendiendo a las fincas del entorno posibilitando una economía dual soportada sobre la explotación cinegética y taurina que no permitía la movilidad de las personas por el territorio. Este hecho fue causa principal, en gran medida, de la opacidad que desde entonces se fue extendiendo por el macizo mariano.
Como nos subraya el profesor José Domingo Sánchez Martínez (1997) “…En estos dos espacios la caza adquirió una importancia estratégica para la Jefatura del Estado pues se han venido realizando numerosas monterías oficiales en las que han participado destacados personajes de la vida política nacional y extranjera. En 1947 el anterior Jefe del Estado dio la primera montería oficial en Contadero-Selladores. En Lugar Nuevo esto no se produjo hasta 1966, con el rey de Marruecos como invitado, aunque a partir de entonces repitió anualmente”.
Se hace notorio que para ultimar los objetivos que se pretendían con la creación de un gran cazadero aristocrático en Sierra Morena, el gobierno del momento encontró un serio y afín cooperante en la construcción del embalse del Rumblar en el paraje denominado como de la Cerrada de la Lóbrega, en término de Baños de la Encina. Tras distintos avatares que comenzaron con el fin de la dictadura de Primo de Rivero, el último día de 1929 y con la aprobación de tan magno proyecto, las obras del embalse estuvieron definitivamente terminadas en 1941, llegando las aguas a alcanzar su cota máxima en 1947.
Es evidente que la culminación del proyecto tuvo sus consecuencias positivas, pues se dotó de agua para riego a las fértiles tierras de la vega y campiña de Andújar. Pero en un marco espacial más reducido, el de la localidad de Baños de la Encina y por esos años, las consecuencias son bastantes divergentes. En primer lugar, la intervención supuso una limitación drástica de las tierras destinadas a producción hortícola, tan necesaria en momentos extremadamente calamitosos para la subsistencia como fue la posguerra. Valga como ejemplo la desaparición de las fértiles huertas de Valdeloshuertos y el Marquigüelo. En la misma línea, se dio al traste con las principales fuentes de agua potable que abastecían a las gentes de la localidad (Cayetana, Socavón, Pacheca y Salsipuedes). Quedaron sepultadas bajo las aguas del Rumblar pese a los reiterados informes de un ingeniero cordobés, Martínez Rojí, que entendió, eso si con las leyes de la República en la mano, que todo el proceso que llevó a las fuentes a quedar inundadas por las aguas era una gran injusticia que debería haber obligado a tomar medidas con antelación al desarrollo total del proyecto.
En esta materia, finalmente, la construcción del embalse supuso levantar una frontera natural entre el principal núcleo de población, Baños de la Encina, y el que fuera Común serrano hasta el siglo XIX. Este hecho favoreció que los caminos históricos perdieran su uso, cuando no quedaron sepultados bajo las aguas, impidiendo así el libre tránsito de la población de una a la otra margen del río y, en general, el libre desplazamiento por la sierra. Ahora las grandes propiedades adehesadas, ajenas a roturaciones y excesivos movimientos de población, en su mayoría valladas mediante alambre de espino, permiten la cría de un ganado con carácter extensivo que aprovecha los pastos desde finales de otoño hasta mayo. Con la llegada del estío, la nueva cabaña taurina, usando las veredas que ya usara el histórico ganado merino, asciende hasta la “Serranía”, para aprovechar en verano los pastos de altura de los Montes Universales.
De manera paralela, hay un proceso lento pero interesante que se va produciendo en esta segunda mitad del siglo XX en Serranía. Uno de los pilares económicos de este lugar de origen de los ganaderos trashumantes, no ya sólo en este periodo de la segunda mitad del siglo XX, sino históricamente, habían sido los aprovechamientos forestales de sus bosques: carboneros y piconeros, pegueros, resineros, … y madereros. Mientras que los artesanos mencionados en primer lugar fueron desapareciendo en el mismo proceso migratorio que llevó a ganaderos y agricultores del campo a la ciudad y que se produjo por estos años de la segunda mitad del siglo XX de la mano del “Desarrollismo”, la industria maderera se fue consolidando de tal manera, que nuevos pinares fueron ocupando los campos que agricultores y ganaderos iban abandonando en su éxodo a la ciudad.
Pese a que los datos poblacionales fueron derivando a mínimos, los bosques de propios y del común de los municipios de Serranía fueron incrementando los ingresos de las arcas locales gracias a una nueva industria maderera muy pujante. No fue sólo este hecho económico decisivo en el aumento de los festejos taurinos, la tradición taurina por estos lares ya estaba muy enraizada, pero si es verdad que los concejos serranos aumentaron sus ingresos de manera casi paralela al descenso de sus obligaciones, permitiendo el desarrollo de grandes fiestas populares en las que los acontecimientos taurinos de calle y la novillada en plaza tienen un papel principal, aún por muy pequeño que sea el pueblo o aldea.
Es por este último motivo, que a los ganaderos taurinos con fincas en Baños y procedencia “serrana” no les faltó un mercado interesante en la propia Serranía y el Levante español que favoreció la consolidación de estas ganaderías taurinas.
A día de hoy, según el censo que dispone el Centro Etnográfico y Bibliográfico virtual del Toro de Lidia, los siguientes hierros siguen estando presentes en fincas de la serranía bañusca:
1.- Alfredo García Merchante y Pilar García Larubia.
Casería el Lentisco. Perteneciente a la Asociación de Ganaderías de Lidia.
2.- Pedro y Alfredo García Larubia.
Casería el Lentisco. Perteneciente a la Asociación de Ganaderías de Lidia.
3.- Antonio San Román.
Finca Navalonguilla. Perteneciente a la Unión de Criadores del Toro de Lidia.
4.- Dionisio Ortega García y Hermanos.
Finca los Monasterios. Perteneciente a la Asociación de Ganaderías de Lidia.
5.- Francisco Andreu García.
Finca Los Llanos. Perteneciente a la Asociación de Ganaderías de Lidia.
6.- Francisco Fernández Herrero.
Finca Pastizales. Perteneciente a la Asociación de Ganaderías de Lidia.
7.- Luís Antonio Fernández García.
Finca Pastizales. Perteneciente a la Asociación de Ganaderías de Lidia.
8.- Mariano Blázquez Sánchez y Antonio Fernández García.
Finca Pastizales. Perteneciente a la Asociación de Ganaderías de Lidia.
9.- Francisco Javier Arauz de Robles.
Finca Garbancillares. Perteneciente a la Unión de Criadores del Toro de Lidia.
10.- Giménez Indarte.
Fincas Navarredonda y El Quinto. Perteneciente a la Unión de Criadores del Toro de Lidia.
11.- Mariano Sanz Giménez.
Fincas Atalaya, Bedmaras, Navalashuesas y Quinto los Cuellos. Perteneciente a la Unión de Criadores del Toro de Lidia.
12.- Herederos de D. Bernardino Sanz Giménez.
Fincas Atalaya, Bedmaras y Navaslashuesas. Perteneciente a la Unión de Criadores del Toro de Lidia.
13.- Herederos de D. Jacinto Ortega Casado.
Finca los Monasterios. Perteneciente a la Unión de Criadores del Toro de Lidia.
14.- Jesús Andreu Merchante.
Finca Los Llanos. Perteneciente a la Asociación de Ganaderías de Lidia.
15.- José Santolaya Blázquez.
Finca los Cuellos y Pousibeles. Perteneciente a la Asociación de Ganaderías de Lidia.
16.- Herederas de Raúl Lario Valdeolivas.
Finca Corrales. Perteneciente a la Asociación de Ganaderías de Lidia.
17.- Ana Pomar Algué (con fincas en municipios vecinos, pero domicilio fiscal en Baños de la Encina).
Finca Las Ocho Casas (La Carolina) y Las Yeguas (Bailén). Perteneciente a la Asociación de Ganaderías de Lidia.
Posiblemente, la situación actual del sector taurino en nuestro municipio, salvando las distancias, sea muy similar a la que se produjo durante la segunda mitad del siglo XIX con la cabaña merina. Los costes para la cría se han disparado, pues gran parte del año los animales no pueden pastar y hay que proporcionarles pienso o paja; a ello se suma que la trashumancia, en verea o camión, prácticamente ha desaparecido. Su carácter social se ha ido diluyendo hasta proporcionar unos niveles de empleo que representan unos porcentajes bajo mínimos. Es quizá, el momento de compaginar el bagaje de estos casi tres siglos de cultura taurina con las nuevas demandas que exige nuestra moderna sociedad.
Quizá sea el momento de recuperar el carácter abierto de nuestra sierra, de desempolvar viejos caminos y ser capaces de compaginar la necesaria privacidad y seguridad de estos animales en el campo con el uso lúdico de una sociedad que cada vez quiere conocer más sobre los modelos históricos de unos territorios muy concretos. Seguro que es el momento de reconocer el valor etnográfico, pero también histórico y monumental, de muchos de los edificios inmuebles que han formado parte de los quehaceres cotidianos: plaza de tientas, majadas y parideras, casas de pastores y torrucas, apartaderos,... Es el momento de dar a conocer la cultura taurina y el paisaje cultural que se ciñe a ella, pero también es momento de airear los componentes que han ido moldeando la ganadería histórica que ha pastado en nuestras sierras durante, al menos, los ocho últimos siglos. Seguro que es necesario abordar un estudio más profundo que permita que estos anhelos puedan sentar las bases para estructurar un producto turístico cultural competitivo, pero también capaz de identificar al bañusco con estas “mimbres” tan suyas.