lunes, 24 de enero de 2011

Verea de las aguas a Peñalosa 2

La calzada pétrea, preñada en oscuro pretérito, que igual mece sus ancestros entre romanos como en medievos, discurre escoltada entre nuevas eras de pan trillar y un bardal de pizarra que nos aleja de manera decidida de la vera del castillo. Las piedras, en un atrevido giro a la derecha, caen sumisas bajo el asfalto de la modernidad dando paso a un ancho escenario mecido entre casicas y muros, norias y albercas, toda una sucesión de herrumbrosas huertas que han sucumbido ante la arrolladora trama de olivos hilvanados en perfecta formación. Espontáneamente nos sale al paso algún quejumbroso y caduco granado que testimonia lo que en tiempos sus tierras fueran. El camino se encorseta hasta achucharnos a la boca de un estrecho y coqueto puente que oculta sus piedras entre la maleza, el olvido y un asfalto polvoriento.






A poco, el camino deja el alquitrán y nos asoma a una explanada desolada que mantiene intactos retazos de su trágica historia; al frente, antes de dar paso a la loma que se aleja entre olivares, el llano cierra entre eucaliptos colosales que en las noches de viento se aprietan entre crujidos fantasmales. El conjunto vegetal es digno del apelativo de “monumento natural”.


La llanura que nos enfrenta es la mudanza de una vieja laguna que ha ido perdiendo sus atributos bajo las tierras que la zanja del llano, la que orienta todas las aguas de la vasta llanura de la Campiñuela hacía la cuenca del Rumblar, ha ido depositando en su cubeta. La riqueza hídrica de estos suelos, no en vano el nombre del paraje susurra aguas “Los Charcones”, dio posada a pastores trashumantes, como así atestiguan los pozos y piletas de descansadero de ganados que pugnan por asomar a la existencia entre lodos secos; y cobijo a hortelanos que, en retroceso las mesnadas merinas, avanzan fuera de los pétreos muros que cercan sus verdes dominios. Entre los anchos eucaliptos, nuestra verea da un giro brusco a la derecha, abandonando huertas de cangilones varados, para seguir la cadencia de las aguas del arroyo en busca del Rumblar.



Por nuestra derecha, la huerta, pese a que el olivar se ha ido adueñando del terruño, se cuela como una cuña dando escolta al susurro del agua; por la siniestra, zarzales y pitas cobijan el camino de los posibles avances del árbol de Atenea, otrora imparable y hogaño adormilado entre las mecidas aguas de la economía pese a que el jugo de estos árboles alcanza hoy cotas de calidad supremas. Cuando el camino viene a llanear, se ensancha apenas el valle como preludio del estrechamiento que ira apremiando hasta que el arroyo de Valdeloshuertos abrace a las aguas del viejo Herrumblar. Enfrente, viene a cerrarnos el paso una desconchada alberca que, roto el cordón umbilical que la unía por la derecha a una noria que señorea sus ruinas, oculta su seco fondo, ausente de ovas y verdines, con despojos de la modernidad mientras los inclinados lavaderos de su pared sur chillan la sequedad de la vida. A la izquierda y por encima, sobre una desvencijada casuca de pizarra que parece ser mera prolongación de la propia roca del suelo, apenas se asoma la raja minera que oteamos desde el Camino Ancho; a su izquierda, a apenas unos pasos, un enorme hoyo sobre el suelo evidencia el próximo origen de la piedra que da apenas aliento al casuchín de huerta.







Junto a la casa, por la margen izquierda del arroyo, y después de la cola, arranca la verea de las aguas que ya de manera inequívoca nos lleva a Peñalosa una vez se supera el extremo siniestro de un puente, cruzado a todo lo ancho del valle, y que acerca las aguas potables del Rumblar desde los depósitos de tratamiento del Gólgota hasta el pueblo. Apenas se deja atrás el puente y en su extremo opuesto, desde la distancia casi podremos apreciar una estrecha y oculta raja en el suelo. Si nos acercamos momentáneamente, a poco las ranas con su salto nos darán aviso de la presencia de agua en su interior. Se trata de una noria a ras de suelo, ¡precaución!, que tras un mínimo canal dirige sus aguas a una pequeña alberca labrada en la tierra y revestida con mortero de cal. Sin más incidencias, regresamos al camino.





Ahora, ya con el horizonte del barranco al frente y la sombra del castillo a nuestra espalda, nos colamos en Sierra Morena.


5 comentarios:

  1. QUE BONITOOOOOOOOO, ME ENCANTA QUE ENVIDIA ESTAR AHI.

    ResponderEliminar
  2. Yo digo lo que Ester y, además, ¡con la de veces que he recorrido todos esos vericuetos para bañarme en "las colas"!

    ResponderEliminar
  3. Que bonitas las colas, yo tmabién me he bañado montones de veces en las colas y como no sabia nada me ponia de flotador un neumatico de camión que pesaba mas que yo y asi cruzba de un lado a otro.
    Gracias Jose Maria por la visita virtual a mi pueblo, a los que estamos lejos es para nosotros un premio inestimable.

    ResponderEliminar
  4. Se me cruzan las palabras, me faltan letras por querer correr mas de la cuenta.
    PERDON.Un abrazo.

    ResponderEliminar
  5. Pasé un buen rato con la familia, enseñándoles rincones, metiéndolos por vericuetos y echándoles algún que otro chisme.

    ResponderEliminar