El tramo inicial de este itinerario coincide con su homónimo del Geosendero de la Pizarrilla. Por tanto, arrancamos desde la “Casa del Pueblo”, en la terraza que se eleva sobre la salida del municipio por la carretera de Bailén.
Encorsetados por la nueva verea del Camino Ancho, tiralínea labrado sobre la dura pizarra, avanzamos sobre un suave descenso donde tenemos por compaña, a nuestra izquierda, la vertiente norte del castillo, a tramos y tiempo salpicada de matas verdeblanquecinas de habas entre cepellones de retorcidas olivas. A poco que nos aventuramos, se asoma por la diestra la raja del barranco de Valdeloshuertos, vieja sucesión de estrechos huertos que avanzaban en procesión hasta asomarse al curso del río Rumblar; hoy adormecen bajo la cola de agua del mismo nombre. A medio cerro, en la vertiente derecha, como trazado a cartabón, a modo de arañazo sobre la ladera, nos aparece el camino de la Fuente Cayetana, a cuya vera, acaso descolgada de él, apreciamos la Cueva del Grajo, una minúscula mota horadada sobre la roca, antaño refugio de cabreros en días de tiempo revuelto.
Por la izquierda del barranco y enfrente nuestra, en suave sucesión y a modo de anchos escalones, se van elevando esquilmados quiñones de tierra calma apresados por el lento avance de la encina y una jara que va colonizando apresuradamente; a modo de inexpugnables bastiones, huertos como el de rojo, salpicados de extravagantes granados y tenebrosas zarzas, luchan por una improbable pervivencia. Arriba, coronando el llamado cerro del Gólgota y mirando ya casi de reojo al valle, las ruinas de una pequeña casa se asoman ofreciendo la cara al coloso del castillo. Casi sin darnos cuenta, a nuestra “siniestra” se no abre el negro orificio de la Cueva de la Mona, una cata minera que penetra en las entrañas del cerro del Cueto y que mece sus orígenes en leyendas de bellas mujeres y tesoros ocultos.
A poco que dejamos la cueva y con ésta a nuestra espaldas, frente a nosotros, a pie de monte, simula huir en el horizonte una ancha franja que raja el desencuentro entre el valle y la sierra. Se trata de una rafa o mina a cielo abierto, la del Polígono-Contraminas, que hunde sus orígenes en la lejana Edad del Cobre (hace 5000 años).
Cuando ya el descenso se torna decidido y el valle se abre sin solución, la pizarra viene a alternar con una roca amarillenta, casi arenosa, que se formó hace unos 7 millones de años en lo que por entonces era un fondo marino. Sobre ella y a nuestra izquierda, en los últimos retazos de pizarra negra y al cobijo de crecidas palas de chumbos, asoman los destartalados maderos de unas colmenas olvidadas por el pasado de una apicultura histórica casi decadente por estas sierras. Ahora, como antaño, los últimos colmeneros siguen estrujando, aunque en cantidades menores, el néctar de una tierra áspera y agreste que se ofrece en la belleza de su flora.
Abajo, por nuestra derecha y sorteando la carretera, se lanza en frenética caída un viario de traza empedrada. Por el contrario, a la izquierda, queda adormecida la era de Casas, un llano pétreo robado a la roca amarilla, una tosca que en días, machacada, igual porfiaba con dar brillo a la vieja vajilla que, mezclada con agua, daba lustro a redores y paredes de cocina.
Fotografías: Dpto. de Prehistoria y Arqueología Universidad de Granada (Proyecto Peñalosa), Dpto. de Geología Universidad de Jaén (proyecto Geosendero de la Pizarrilla y archivo propio.
Hola Jose Maria: preciosas fotos y buenos recuerdos, ahora en la lejanía de la niñez, cuando era pequeña, desde la ventana del cuartel, que presentaba una vista excepcional,adivinaba a lo lejos la cueva de la mona y de la niña bonita, el cerro del Gólgota y tantos y tantos rincones preciosos que tiene mi Baños, te estoy eternamente agradecida por remover recuerdos y sensaciones que tanto tu como Ana Ortiz y Anna han despertado en mi mente aunque nunca estuvieron dormidas del todo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Hola Tremendita, me alegra. Iré dejando más cosas nuestras. Un saludo.
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