Hoy toca quitar el portalico, bueno los dos, pues mi señora, que no yo, le dedica también un rinconcito de nuestra casa rural, a la subida de la escalera. Mi relación con los belenes entiendo que ha sido compleja siguiendo, con el tiempo, una muy clara evolución.
De muy chico me vienen a la mente algunas imágenes de un belén pequeño, cobijado en una esquina, en un lebrillo sobre el suelo del despacho de pan que mis padres tenían en la casa del “serio”. Pero sobre todo me vienen otras, mucho más nítidas, donde me veo jugando con los camellos en el corral que compartíamos con los abuelos de mi amigo Juanito, “el rata”. En aquellos tiempos mi devoción era desmontar el portalico, cuanto antes mejor, mi objetivo no era otro que obtener en botín las distintas figuras que lo componían, ¡menudos ejércitos y menudos ratos de juego! Eran tiempos en los que los “indios”, y los juguetes en general, escaseaban.
Con los años vino la mudanza. Casi estaba deseando que llegara la “Pura” para desempolvar las figuras cuidadosamente liadas en papel de periódico, en una caja situada sobre el armario del dormitorio que compartíamos mi hermano Juan y yo. De los días previos, tenía ya localizada alguna obra de la que obtener arena para el desierto y, por entonces, ya había realizado alguna escapada por el cerro de las Migaldías, en la umbría, o al pantano, lugares donde el musgo abunda según vengan las aguas. De allí obtenía grandes tortas que cuidadosamente sacaba con una espátula larga, bien larga, que utilizaba en la panadería. A mi madre, a Catalina, le gustaba subrayar la decoración mediante abundante lentisco, así que esos días me metía en faena y cortaba un poco, ocasión que aprovechaba para traer alguna bonita piedra que decorara y, de camino, creara contrastes que no se daban en un portalico a pie llano.
Maniático, o "chuminoso", no había momento que pasara por su lado y no aprovechara para poner de pie alguna pieza caída por la irregularidad vegetal o, en su ausencia, cambiara alguna que otra de sitio. Hacía por donde para que no arribara el fatídico de la retirada. Aún en los primeros días de mi casa navegaba por estas aguas.
Hoy, casi no me doy cuenta de su presencia. Quizá, si no fuera por el día de su retirada no sería consciente que protagoniza uno de los rincones más cálidos de la casa; bueno, también se hace presente en cuanto me roba ese espacio vital que todos necesitamos en nuestra hogar para dejar o, como algunas dirían, para "tirar las cosas" nada más llegamos.
Así que como afirmó mi señora en cuestión con la entrada del perfil “ahora sí que le has dado”, sería raro que no me preguntara el por qué de esa evolución emocional, y en esas estoy. Y es que posiblemente está uno en tanto “portalico” ajeno que hasta he perdido las figuritas del propio. Bueno, el tiempo dirá.
Recuerdo, aunque niña, un año en la panadería del serio, regentada por tus padres , sí aquel rincón del despacho de pan, a la entrada a mano derecha, enfrente, ese año no pusieron un lebrillo si no, un pan enorme al que le habían quitado la miga, o sea le habían dejado hueco, en forma de cueva, en el pusieron el Belén les quedó muy original.
ResponderEliminar¡Como se recuerdan esos años!
La verdad que aquellos recuerdos los tengo bastante vagos, unos más que otros, pero me fui de allí con apenas cinco años recién cumplidos. Un saludo.
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