"...de aquellas mujeres serranas que mermaban el frío de sus hijos taponando con barro, nacido de las cenizas del carburo, las rendijas de la torruca por las que éste suspiraba cauteloso”
Genéricamente, en conversaciones de carácter privado, cuando he participado en debates sobre territorio y gestión política, económica, social o ideológica del mismo, la primera impresión que suelen transmitirme mis contertulianos es la concepción de un espacio geográfico bajo la organización de un poder político o económico cuya mejor expresión física se muestra bajo el cobijo de edificaciones que podemos entender como sobresalientes o ciertamente monumentales.
Durante mis años de estudios universitarios esta concepción, en cierto sentido “elitista”, se fue difuminado gracias a las aportaciones que profesores, como el doctor Francisco Contreras Cortés o el catedrático Eduardo Araque, me hicieron llegar. En referencia al primero, en sus estudios sobre el desarrollo de la cultura argárica en el norte de la provincia de Jaén, grosso modo, venía a concluir que hace cuatro mil años un territorio, en este caso la cuenca media y alta del río Rumblar, en Sierra Morena, se encontraba perfectamente organizado con el objetivo final de la obtención, transformación y comercialización de mineral de cobre. La óptima explotación minera de este espacio geográfico venía condicionada por una compleja organización territorial que tenía en la existencia de tres distintas tipologías de poblados, muy especializados funcionalmente, su eje principal: poblados centrales, cortas mineras y fortines vigía. Pero en todos ellos aparecía un nexo común, la precariedad de los materiales constructivos como componente más sobresaliente.
El desarrollo de mi labor profesional ha impedido, en gran medida, que pudiera profundizar lo suficiente, y lo que quisiera, en el estudio de la organización económica del territorio y los paralelismos arquitectónicos y urbanísticos. En este sentido tengo ya avanzado un estudio de la distribución de la arquitectura en piedra seca -o a hueso- y sus vinculaciones con aspectos de carácter físico y económico para gran parte de la provincia de Jaén (Paisajes Dormidos).
En esta entrada, sin embargo, vamos a profundizar en un caso concreto que nos permita argumentar la ausencia de razones que indiquen la correspondencia entre edificaciones de carácter “sobresaliente” y la organización, en este caso económica, de un territorio; más aún, vamos a dejar constancia como una construcción de carácter precario puede condicionar el proceso económico, social, demográfico y ambiental de ese territorio.
I.- LA TORRUCA, primer acercamiento: tipología y distribución territorial:
Pese a su ubicación a modo de atalaya, quizá sea uno de los elementos constructivos que de manera más discreta ha sabido cobijarse en las suaves lomas de la Sierra Morena giennense. Como decimos, aunque se sitúa en las mayores cotas de esta serranía, el chozo bañusco o torruca ha logrado pasar desapercibido ya que, de alguna manera, arrinconada en las mayores pendientes serranas, tierras de naturaleza poco fértil y vegetación agreste, se fue distanciando visualmente de aquellos visitantes que realizaban fortuitas incursiones por estos lares siguiendo la red caminera que surca la zona, por naturaleza pareja a ríos y arroyos. Por otra parte, el abandono agrario de estas sierras fue anillando de una vegetación natural, a veces inexpugnable (principalmente de un sotobosque de jara pringosa, retama y chaparreras), estas pequeñas estructuras hasta quedar totalmente ocultas a la vista de cualquier paseante curioso.
Nos adentramos desde Baños de la Encina en el interior de la sierra siguiendo el camino de Los Llanos y, después, cruzando la finca del Marquigüelo, ascendemos por el camino de “La Castellana” buscando la cañada real de la Plata por la Mojonera, que nos acerca al valle manchego de Alcudia a enlazar con la Soriana. Según ascendemos, podemos apreciar como un rosario de desvencijados torreones parecen coronar, a intervalos, los pequeños cerretes que dominan las tierras bajo el macizo del Navamorquín. Se trata de pequeñas estructuras en piedra cuyas principales características son las que siguen:
1.- Está formada por una estructura muraria circular, cuyas medidas se corresponden con las siguientes:
1.1- Presenta un diámetro interior de cuatro metros, a los que hemos de sumar sesenta centímetros de grosor en muros.
1.2- El muro alcanza una altura de un metro y veinte centímetros.
1.3- La apertura en el muro, a modo de puerta de acceso al círculo interior, presenta unos ochenta centímetros de ancho. No presenta ningún elemento adintelado que cierre el vano en altura. En líneas generales, el hueco presenta una orientación hacia el este, buscando la salida del sol.
2.- En la actualidad hay pocas torrucas que podamos anotar como completas y que nos permitan conocer su estado originario (en todo caso la de la Cañá el Rastrojo y la del Chozo de los Panaderos), el resto ha perdido el techo de materia orgánica formado por vigas de encina y ramaje de árboles y arbustos o “monte”. Las que aún perviven es debido a la continuidad de uso que hasta hace pocos años han tenido, debido principalmente a la presencia de personas dedicadas a la obtención de picón o cisco o al ser utilizadas como “chozo de Santos”. Pese al carácter singular de las pocas que perviven, están capacitadas para aportarnos suficiente y fidedigna información sobre aspectos que debemos aventurar y que en el resto están ausentes, como es la composición de la techumbre.
El techo, cónico, cuya base se sitúa sobre el muro pétreo, está formado por un “esqueleto” de vigas de encina que se levanta hasta una altura aproximada sobre el suelo de cuatro metros y medio en su parte central. Este soporte, troncos de encina a los que no se les ha quitado la corteza, era encajado, por un extremo, en la parte superior del muro; los extremos contrarios de todas las vigas, eran atados entre ellos mediante maromas sustentándose en el centro de la torruca. Este “chasis” vegetal soportaba distinto monte, principalmente ramas de “chaparro”, carrasca y lentisco que enmarañaban el hueco entre vigas. Sobre esta cobertura se situaba otro monte más ligero, mezcla de jara pringosa y retama. Era norma situar la retama en la capa más exterior, presentando las largas y finas hojas orientadas de arriba a bajo para facilitar el deslizamiento externo de la lluvia. Este tipo de cubierta, aunque no presenta ningún tipo de apertura al exterior para salida de humos (hogar o lumbre), permite sin embargo la filtración de los mismos entre el ramaje.
3.- Los interiores, muy sencillos, presentaban un suelo de tierra pisada o un humilde empedrado de pizarra (algo por debajo del nivel externo del suelo buscando mayor frescor en verano). A modo de alacenas, sólo muestra algunos pequeños huecos en el muro que, adintelados mediante lajas de pizarra, funcionalmente eran utilizados para depositar pequeños objetos (su tamaño es muy reducido) o para ubicar elementos que facilitarán la iluminación nocturna (candil y/o carburo). Adosados a las paredes solían situarse pequeños catres realizados con troncos de encina fijados a la pared, haciendo la función de somier recias sogas de esparto. El colchón, de monte, finalmente era tapado con mantas de lana. Funcionalmente, hacen de cama y silla en torno al hogar.
En el centro de la torruca, un círculo de piedras hace las funciones de hogar. La mayoría de las veces se le suministraba carbón o ascuas de una lumbre que ardía en el exterior, aunque en los días de mayor dureza, necesariamente, la lumbre se encendía y mantenía en el interior. Sobre este hogar se situaba un omnipresente caldero colgando de la unión central de las vigas de encina o de un trípode de hierro clavado en el suelo (sobre todo los pastores trashumantes). Con el tiempo, un anafre u hornillo, elaborado de forma muy artesanal, vino a convertirse en protagonista del calor del hogar.
En ciertos casos hallamos en el interior, entre las rendijas formadas por la unión de las irregulares piedras que forman el muro, una especie de raro revoco -recordamos que estamos haciendo la descripción de un inmueble elaborado según las técnicas de la arquitectura en seco o a hueso-. Consultadas varias de las “anfitrionas” que vivieron en los últimos años de ocupación de este hábitat (esposas de pastores en casi todos los casos), nos confirman que este infraenlucido está elaborado con barro mezclado con la ceniza del carburo que les servía para iluminarse. Su cometido funcional era tapar los huecos interiores entre piedras, evitando de esta manera que el frío aire del invierno entrara entre las ranuras (adelantamos que, orientadas las torrucas en cierto periodo de su uso funcional a utilizar los vientos -aventar en la era-, como ya veremos, provocaban unas duras condiciones de vida en las largas noches del invierno pastoril).
4.- Los muros están formados por piedra de carácter irregular o sillar descompuesto, recogido directamente del entorno. Su naturaleza es distinta según la ubicación geográfica y el material geológico dominante en ese lugar:
4.1- En el entorno más cercano al macizo del Navamorquín domina el granito extraído del mismo (Retamón o Doña Eva).
4.2- Según nos alejamos de esta formación geológica, se va haciendo omnipresente la pizarra (Cañá del Rastrojo, Malhumo o Barranco Don Juan).
4.3- En algunos casos, muy excepcionales, aparece cuarcita y arenisca (Garbancillares) pero siempre asociada a uno u otro de los materiales pétreos mencionados con anterioridad.
5.- Puntualmente, en el exterior de la torruca, ubicada esta última en un extremo de la misma, aparece una gran era empedrada. La mayoría de las veces está elaborada con cantos de arenisca, aunque excepcionalmente también aparecen formadas por lajas de pizarra -Valhondo-). Cada una de estas eras se encontraba estratégicamente situada en el territorio, dando sus servicios a un número dispar de torrucas, según la facilidad de las comunicaciones (Cañá del Rastrojo).
6.- Genéricamente, se presentan de forma individual, aunque hay casos excepcionales en los que nos encontramos varias torrucas, en casos mezcladas con estructuras inmuebles de tipo rectangular (Santa Amalia-Huerta El Gato). Hay lugares, como el Gólgota, donde está presente la era y no la torruca, que puede haber desaparecido bajo los cimientos de una estructura rectangular más reciente.
A modo de resumen de esta descripción tipológica, es necesario subrayar la ausencia de variaciones en los distintos elementos que configuran este chozo o “torruca”, a excepción de la mencionada variabilidad en el uso de los materiales pétreos, hecho condicionado de manera evidente por los afloramientos geológicos. Podemos, por tanto, subrayar que el nacimiento y desarrollo de este hábitat constructivo se produce en un momento muy preciso, bajo un patrón estricto. Es importante poner de relieve que, habiendo encontrado tipologías similares en otros lares geográficos muy diversos, algunos en la propia provincia de Jaén (Albanchez de Mágina) y otros en provincias cercanas, andaluzas o no, como Córdoba, Huelva, Sevilla, Caceres o Badajoz, sólo hemos hallado la utilización de esta denominación local en una construcción en piedra seca distinta situada en los Montes Universales.
Como decimos, la nomenclatura constructiva “torruca” también está vinculada a las Serranías de Cuenca, Guadalajara y Teruel y se refiere a otro tipo de construcción en piedra seca que también tiene amplia presencia en nuestra provincia; así ocurre con los “caracoles” de la Loma o Sierra Mágina y los chozos de la Sierra Sur. En todos los casos, como la torruca del Sistema Ibérico, se caracterizan por poseer una cubierta o cerramiento construido utilizando la técnica denominada en falsa bóveda, cuya ejecución, siendo adintelada, va formando una cúpula por acercamiento de de hiladas de piedra. Recientemente hemos detectado también el uso de esta denominación en tierras pacenses. La fuerte vinculación entre aquel territorio norteño (Montes Universales) y la Sierra Morena de Jaén a través de los movimientos de los trashumantes merinos, evidencian cierta implicación de esta actividad económica con el proceso de desarrollo de la torruca bañusca.
Su distribución, por otra parte, está muy concentrada en un espacio en la margen derecha del río Rumblar o Herrumblar, como antaño se le llamara. Al noroeste del núcleo urbano de Baños de la Encina, en el ámbito territorial comprendido entre la actual presa del Rumblar al sur, el macizo del Navamorquín a poniente, la denominada Junta de los Ríos al norte (confluencia de los ríos Pinto y Grande, donde en el río Rumblar hacen aporte sus dos grandes afluentes) y el propio curso del río a oriente.
Ajeno a este espacio hay una prolongación hacia el este, introduciéndose en la llamada dehesa de Navarredonda (chozo de los Panaderos) que, debido a la actual presencia del embalse de Rumblar, aparece segregada del conjunto. Se trata de suelos de baja calidad edáfica sobre un soporte geomorfológico suavemente alomado en el que el material dominante es la pizarra cruzada a intervalos por vetas de cuarcita, aunque con presencia esporádica de bolos graníticos y filones metalíferos en los que domina el mineral de cobre.
Aunque no quedan evidencias de ello, tras varias consultas a la tradición oral, los mayores del lugar quieren recordar estructuras muy similares en el paraje denominado Peñón Gordo y Turrembetes, en la zona más occidental del núcleo urbano enclavado en la loma de la Calera (Baños de la Encina). En este espacio, destinado fundamentalmente a la extracción de arenisca para la construcción local y la explotación de una pequeña calera, la torruca desempeño un papel vinculado a la propia actividad de la cantera. Asimismo, un barrio de la localidad sigue recibiendo el sobrenombre de “calle de las chozas”, (actual Santa Eulalia) que, en la misma línea, parece haber estado constituido por estructuras con esta tipología constructiva aunque las fotos más antiguas nos muestran inmuebles de planta rectangular y techumbre de “monte”. Es posible que fueran precedidas por chozas o torrucas de planta circular.