jueves, 31 de diciembre de 2020

¡Cuídate de la bonanza!

El día despertó plomizo y frío, acunado por una adolescente primavera. Y amaneció desnudo, apenas abrigado por un espeso velo de niebla.

Sin ser consciente de lo que realmente acontecía, comenzó a desperezarse una de aquellas mañanas en las que un chiquillo aprende a disfrutar con los pliegues más sencillos de su corta vida. Recluido entre las cuatro paredes de la estancia debido a las inclemencias atmosféricas, pero también por el manto protector de mis mayores, encaramado a una silla de anea, me entretenía en dibujar un encaje de aliento en el empañado cristal de la ventana. Desde aquel sencillo y privilegiado otero, descalzo y arropado por las ascuas del horno moruno que se consumían en la planta baja, observaba con cautela la danza con que los gorriones desmigaban los brotes de yerba en el callejón del chacho Laruta, picoteando aquí y allá, en cada uno de los zurcidos que ribeteaban el viejo empedrado. Su estridente trajín presagiaba que el día echaría el telón con tormenta.

Las horas se tejieron plácidamente, y con cada puntada se deshilachaba una costura de luz.

Volcada en sus retazos, mi abuela Pura, sentada en su silla baja y aprovechando el último hilo de luz del crepúsculo, se metía la tarde en un dedal. En su papel de matriarca, a intervalos más que calculados y pese a estar encallada en sus costuras, nos enhebraba una cantinela previsora, una salmodia hilvanada en los dobladillos más enraizados de sus ancestros:

—Venga, poneos el calzao y acercaros al brasero, —nos avisó por primera vez.

—Ca, ¡qué no! Venga, subid los pies a la tarima, —anunció en una segunda ocasión.

Irremediablemente, llegó una tercera y, previendo que nos iba a tener que amenazar alpargata en mano, se lo pensó con más calma y determinó vestir su mandato con buenos argumentos. Y entonces, metida de lleno en aquella urdimbre, nos relató una vieja historia, un hilo de memoria que hilvanó siendo aún chiquilla. De aquello hacía muchos años, cuando desmadejaba las entretelas de su infancia en el bastidor serrano de Doña Eva, una diminuta costura en el ancho pellejo de Sierra Morena. Allí, al calor de su hermana mayor, mi chacha Mariana, y su cuñado Bartolo bordaba sus primeras vivencias. El uno y la otra se complementaban a la perfección, pues la una era de poco cuerpo mientras el otro lo acaparaba todo; éste era hombre tranquilo, pausado, pero de enérgica voz, la otra era dinamita siempre a punto de estallar.

La abuela levantó la vista de su labor, chistó y llamó nuestra atención. Comenzó a relatarnos la trama acaecida en un lejano día, de hace tanto que ella lo recordaba como una borrosa maraña hilada con seda fina. Nos contó como en un instante, el cielo, fondeado en la quietud de la tarde, se tornó de un rojo vivo, como cuando los últimos rescoldos del hogar se desperezan y avivan bajo el soplo del fuelle. El paño de la tarde se calzó entonces de sombras y desplegó un manto negro, tan oscuro como la umbría que desagua en el río Pinto. Y llegó el crepúsculo. Cielo, tierra y arroyos eran de color ceniza, y lo eran las rozas y las rastrojeras, las parideras y las torrucas. Rancheros y pastores se vistieron de gris. El intenso frío sepultó cualquier recuerdo de la cándida primavera y el viento, que andaba en calma chicha, se rebeló en un instante. Se cerró entonces la noche más impenetrable, vino la lluvia, abundante, y la madrugada quedó hecha retales, rasgada por los quejidos de luz de una borrasca de las que desbarata cualquier plan premeditado.

En noches como aquélla, y viniendo el tiempo como venía, el chacho Bartolo tenía por costumbre aparejar una buena lumbre y acostar pronto el hato familiar porque no perdiese el calor, para que cuando llegase la tormenta eléctrica los cogiese guarecidos en el tinao y con las esparteñas en alto.

A tiro de piedra de la casa principal, por encima de la Cañá del Rastrojo, se elevaba un viejo y destartalado chozo de pizarra y monte, una achaparrada torruca fondeada junto a un redil empedrado. En un instante, aquel recóndito rincón del mundo quedó envuelto en la más oscura soledad, asaeteado una y mil veces por una trepidante multitud de aguijones eléctricos. En el interior, creyéndose protegidos de la noche y de las inclemencias meteorológicas, una cuadrilla de pastores dejaba pasar el temporal sin más luz que los rescoldos de lo que fue contundente lumbre de encina. Los unos, junto al hogar e imaginando ser caporales cuando no pasaban de zagales, desafiaban la tormenta tirando de baraja y bota; y otros dos, más temerosos de Dios y de sus advertencias, dormían en el catre colocando las alpargatas y su propia vida sobre la farfolla del colchón. Estando en aquellos trajines, mientras pastoreaban con vino los unos y sesteaban con temor los otros, un relámpago no tuvo otro alcance que partir la torruca en dos y dejar tiesos a los que, pies en tierra, se desgañitaban cantando por bastos.

Los supervivientes, desorientados y tiznados como jeta de churras, adormilados y sin llegar a saber por dónde les había entrado el lobo, salieron tan en desbandada que, de no haberse dado de morros con la casa grande, con seguridad hubieran hecho la vereda de un tirón y sin repostar en aprisco ni abrevadero. El chacho Bartolo, cogido tan de improviso como matanza en Cuaresma, los atendió y socorrió en la medida que pudo e inmediatamente dio aviso del siniestro a las autoridades.

Fue de esta manera, quizá algo anecdótica, como aquel trágico capítulo serrano se integró en el tejido familiar y pasó a formar parte de su memoria. Y así, en situación similar y venido el caso, mi abuela hacía uso de aquellas brasas de su niñez para argumentar la obligada prudencia que había de tenerse en materia de tormentas y temporales.

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Días atrás, cuando los protagonistas ya son memoria y ejemplo, superadas muchas lunas, tantas que la memoria es ya pavesa, templados por mil aguaceros, solaneras y temporales, cayó en mis manos la noticia de prensa del acontecimiento (ABC de 28 de abril de 1923). Y de esta manera tan rocambolesca, aquel viejo comunicado vino a dar certeza a lo que, siendo niños, nos parecía más cuento para amedrentar la imprudente juventud en tarde de borrasca que crónica real.





lunes, 28 de diciembre de 2020

Avaricia

Martín Esteban había sido cabrero, pastor  y tratante de lanas desde que se desenganchó de la teta de su madre, desde siempre, como lo fue su padre, lo fue su abuelo y con seguridad lo fue el primero de su estirpe. Y sin duda, algún pariente suyo iba en la tropa de Abraham cuando el patriarca movió su hato de ovejas por todas y cada una de las majadas del Creciente Fértil. De andares poco vacilantes y dormir un instante, como burro y a cabezás, era hombre de morder aquí y allá, como las hormigas, de juntar mucha plata, gastar ninguna y vender a su padre si era menester para obtener una miguica de ganancia.

Habiendo heredado un rebaño notable, en poco tiempo y por su mucho bullir, lo había doblado en número y camino llevaba de triplicarlo. Contrariamente, día con día menguaba en carnes y ganaba en harapos. Pues hete ahí que, en las cosas de gestionar su hacienda y dejándose llevar por los consejos de los que decían tener buenas entendederas y mejor apostolado, había cambiado el campo abierto y la ancha vereda por la pestilente estrechez de las cuadras, pastorear a la par que el ganado por darle metódica vuelta y grano contado, cantar coplas al viento y disfrutar soleándose por un bregar sin tino ni rumbo… y, pese a todo, consumido, abatido, se quejaba de andar sin cuartos y día con día se le resecaba el alma un poquito mientras hacía las mayores cábalas monetarias.

Cierta tarde, cuando volvía de darle una vuelta al hato que tenía en la Dehesilla, se paró un momento en el otero del Cueto, por confirmar desde la distancia la buena maniobraba del rebaño. Mientras andaba abstraído con su obligación, se le acercó uno del gremio, un tratante que conocía de vista, de alguna que otra feria de ganados en la que habían coincidido. Sin precisar mucho, le sonaba que el personaje era un tipo extraño, callado y ojeroso, muy dado a jugarse los cuartos y también los corderos. Según las malas lenguas, perdía en contadas ocasiones, pues se jactaba sin remordimiento de cierto pacto que tenía con los demonios.

—Buena tarde tenga, compadre —le espetó el tahúr.

            —¡Ehhh! —gruñó con desconfianza el cabrero previendo un posible engaño.

            —¿Qué?, ¿cómo va la hacienda?

            —Con pérdidas, ¡cómo va a ir!

El tratante, sabiendo que Martín no era de bastos ni dados, pero que, como buen pastor, tenía querencia por el juego de ‘los lobos’, una variante local del 'alquerque de doce', intentó sacarle la tajada por ese agujero.

            —¿No quieres ganarme unos cuartos? Ahí al lado, sobre las piedras del atrio de Santa María, hay tallado un tablero. ¿Nos apostamos unas pesetas? Mejor aún, ¿unos corderos? Sí ganas, te quedas los que ya tengo casi apalabrados con el matarife del matadero, para Navidades. Si pierdes, me quedo la majada que tienes pastando en la Dehesilla.

Enfrascado en sus falsas cavilaciones, el pastor, que tenía muy reconocida fama en estos lances, imaginó doblar el rebaño.

            —Tan solo una condición. Tú juegas con ‘lobos’ y yo con ‘ovejas’ y, si hacemos tablas, me pagas con las doce ovejas, pero de carne y hueso, y posponemos la partida una noche más. Y así hasta lograr el desempate, —aseveró Martín con cierto brillo de avaricia en los ojos.

El cabrero, muy habilidoso en este juego y creyendo haber engañado al fullero, y éste, dejándose llevar por intenciones ocultas, prolongaron el juego noche tras noche empatando en un carrusel sin fin. La ganancia de ovejas se hacía interminable y, con todo, el pastor nunca saciaba su avaricia. Llegó un momento en que parecía que Martín jugara solo y el divertimento se limitara a sumar y sumar corderos. Por fin, cierta noche oscura, dicen que por el solsticio de invierno, Martín intentó levantar la mirada del tablero, pero fue incapaz. Llevaba lunas atrapado en el interior de la piedra, envuelto tan solo por el terrible y negro hilo de su avaricia, y ya no jugaba contra adversario alguno. Quiso lanzar un grito de auxilio, pero de su garganta no salió sonido alguno.

Pasaron muchos lustros, aunque pareció que fueran siglos, y la capilla funeraria se desarmó piedra a piedra. Unas acabaron adornando una vieja huerta, la mayoría levantando una nueva edificación, la Casa del Pueblo, de algunas se perdió el rastro y unas pocas acabaron como sillares en las casonas colindantes de la Calle Santa María, entre ellas el viejo tablero de juego.

Y hay quien dice que en ciertas noches de invierno, cuando más largas y oscuras son, cuando el pueblo duerme en silencio y la escarcha tiñe de negro los pastos de la Dehesilla, al pasear por las calle se oye contar corderos: 12, 24, 36, 48...


miércoles, 28 de octubre de 2020

Renacuajos y tritones, Monte Burguillos

El viajero curioso que camine por este lugar observará multitud de desmontes en el terreno que con las primeras lluvias, y a modo de estanque, se inundan de agua. Aunque los chiquillos del terreno, ahora ya con cierta edad, lo recordarán como un paraíso para la captura de 'cabezolones' y 'tiros', lo que en realidad se aprecia son las huellas de una cantera para obtener piedra arenisca o asperón, una roca sedimentaria y porosa en la que sus componentes minerales se concentran en tamaño arena.

Esta piedra da a las construcciones cierto carácter de solidez medieval, pero valorándola en su lugar de origen nos permite realizar un maravilloso viaje en el tiempo, 200 millones de años atrás, cuando los dinosaurios campaban a sus anchas. Por entonces, todo el reborde actual de Sierra Morena era una inmensa marisma y en la cuenca se depositaban las arenas que, por compactación, gestarían una roca que adquiere su característico tono rojizo por las impurezas contenidas en los minerales.

Castilla en Andalucía

El uso de la arenisca está muy extendido por la comarca, debido a su abundancia y a que es una piedra relativamente resistente y fácil de labrar. Tiene el inconveniente de que, al exterior, acusa los cambios meteorológicos y el paso del tiempo.

En nuestras calles abundan los ejemplos de construcciones que utilizaron este tipo de piedra, principalmente a partir del siglo XVI, de tal forma que los pueblos del entorno más parecen Castilla que Andalucía. Así es, cuando en la Baja Edad Media el pueblo de Bailén se derrama a la vera de su Castillo y a la par que el Camino Real, con esta peculiar piedra ‘colorá’ se elevan su iglesia y capillas, las casonas de la Calle Real y sus adoquinados, las torres de prensa de las almazaras… y hasta el mismísimo palacio de sus condes. Pero podemos viajar aún más atrás en el tiempo, a la génesis de la población actual, cuando corrían los años finales del siglo VII y el Abad Locuber erige la iglesia visigoda de San Andrés en el lugar donde después se edificaría el castillo. De entonces, como afirmaba el prior Rus Puerta en 1634, queda escrito sobre una ‘piedra de color bermejo, propia del lugar’ la fundación de la primera iglesia cristiana de la ciudad.

Artesanos del tiempo

Aunque, en función de la dureza y resistencia de la roca, hay diversas maneras de extraerla, en nuestro caso se utilizaban cuñas de hierro o madera mojada para ir desprendiendo los bloques. Después vendría desbastarlos para cuadrar las esquinas y aplanar y alisar las caras, para lo que les era muy útil la escuadra y el compás. El trabajo final consistía en el labrado, en perfilar y nivelar las superficies mediante talla, usando algunas herramientas como el puntero, la picola, el escoplo o la gradilla, con lo que se conseguía el acabado final deseado.

Normalmente, los trabajos de extracción y los posteriores de desbastado/labrado se realizaban en canteras cercanas al lugar de edificación, con lo que se evitaban costes de transporte y se ahorraba tiempo… y el tiempo debió ser una de las grandes preocupaciones de nuestros antepasados, pues hasta diez relojes de sol tallaron en los sillares de la parroquia de la Encarnación, de Bailén. ¿Te animas a localizarlos?

Reloj de sol, Cortijo del Salcedo







domingo, 25 de octubre de 2020

Cultura del Agua y senderos temáticos

Mi último trabajo para el Congreso Virtual de Historia de la Caminería, realizado con la colaboración de mi hijo José Fernando.

'Pese a todo ello, o quizá por el déficit hídrico mencionado, y también por la concentración en un espacio tan reducido de una gran diversidad geomorfológica fruto del encuentro de dos ámbitos geológicos muy diferentes, los pobladores tuvieron la oportunidad de agudizar su creatividad modelando una infinidad de maneras e ingenios para obtener y almacenar agua para los diferentes usos cotidianos, ya fueran estos domésticos, agrícolas o industriales. Todo ello provocó que en un espacio extremadamente reducido se concentrara un interesante número de bienes, un acervo cultural que en su mayor parte estaba relacionado con la obtención, retención y uso del agua. Un patrimonio etnográfico singular, diverso y muy significativo, que hoy es carta de presentación de unos reductos paisajísticos bastante peculiares que buscan no naufragar en un inmenso océano de olivos'.

Para verlo, pulsad aquí: Cultura del Agua

Cisterna de Peñalosa, con agua.


lunes, 19 de octubre de 2020

Cantera de granito: un paisaje de cuento, Monte Burguillos

Viajero, te encuentras en un lugar rebosante de historia y seducción, un paisaje gestado por la madre naturaleza durante millones de años y donde las rocas son sus principales protagonistas: cuarzo, arenisca, pizarra… y granito. Sí, granito, un mágico berrocal compuesto por una multitud de bolos y canchales, un rebaño pétreo agostado en total desorden junto a las aguas del Rumblar. Estas formas, en ocasiones tan caprichosas, se deben a la meteorización o alteración física y química que sufren los batolitos graníticos al estar expuestos a los agentes erosivos (agua, hielo, viento...). La acción conjunta de estos duendecillos climatológicos moldea un paisaje de cuento, donde rocas y vegetación, el viento y los aromas a sierra, cabalgan en común acuerdo tallando formas espectaculares, como la llamada ‘Piedra Caballera” o la más lejana ‘Siete Piedras’, donde roca sobre roca se sostienen en un equilibrio inexplicable. Otro tanto ocurre en el cauce del río Rumblar, donde el agua ha labrado un tobogán natural de formas inconcebibles y fantasmagóricas.

El maestro de los sentidos

El granito (roca ígnea formado por cuarzo, mica y feldespato) se obtiene a cielo abierto -cantería- mediante técnicas extractivas y herramientas que han pervivido prácticamente inalterables desde la presencia romana en la Península Ibérica (s. I-IV) hasta la Revolución Industrial, cuando la piedra tuvo que competir con nuevos materiales (hormigón, acero, plásticos,...) y renovadas técnicas constructivas.

El cantero inicia su trabajo observando la superficie de la piedra y localizando las fisuras o vetas internas que presenta, para después realizar con un pico de cantero y en la zona elegida unas aberturas. Estas aberturas o "cuñeras" se disponen a distancias regulares a lo largo de una línea recta y en la dirección de la veta de la roca, que es por donde la piedra "raja". Después de insertar en cada una de las aberturas unos punteros metálicos, normalmente de hierro, se golpean alternativamente con un marrillo hasta que la roca abre por igual. La aparición de una pequeña fisura por entre las cuñeras marca el momento en que el cantero da unos pequeños golpes hasta que se produce la fractura definitiva del bloque.

Este trabajo, y a lo largo del tiempo, refuerza la importancia del cantero en la vida cotidiana de la población como uno de los marcadores fundamentales de su desarrollo socioeconómico y tecnológico. El aprendizaje de sus mayores y la experiencia es la verdadera escuela de un maestro cantero. La observación de las masas rocosas, su tacto al acariciarla y el sonido mientras la trabaja son las más valiosas herramientas de este maestro de los sentidos.

El granito, símbolo de tránsito

En nuestro entorno más inmediato se obtiene una piedra de granito que se desmorona con facilidad, por lo que para usos industriales, sobre todo para fabricar las muelas de molinos harineros y almazaras, se ha conseguido externamente, principalmente de la comarca cordobesa de Los Pedroches. Sin embargo, por ese carácter de mutabilidad, nuestra roca ha sido usada en términos menos materiales y mayor contenido simbólico e ideológico, como marcador de tránsito. Así ocurrió en la antigüedad tardía con la construcción de sarcófagos, dando lugar a parajes de honda ritualidad, como así certifica la cercana Loma de las Sepulturas; o como ponen de manifiesto los humilladeros y cruces de término, como la de Las Azucenas en el próximo pueblo de Baños de la Encina, cuya columna se erigió con esta roca, y los llamados mojones de término, que a modo de enormes menhires segregaron las tierras de Baeza y Baños de las del Señorío de Bailén —siglo XIV— (de los Ponce de León, Duque de Arcos). Lamentablemente, durante las obras de remodelación de la carretera que une los dos pueblos vecinos el último de ellos fue expoliado.












martes, 13 de octubre de 2020

Monte Burguillos, Bailén

El Monte Burguillos se localiza al noroeste de Bailén, entre la depresión Linares-Bailén y las primeras estribaciones de Sierra Morena. Su estratégica ubicación, como vía de comunicación entre las tierras del interior y las del mediodía peninsular, así como la cantidad y diversidad de recursos naturales que posee han propiciado su ocupación desde tiempos remotos.

El poblamiento parece iniciarse durante el Paleolítico Medio (ca. 127.000 a.C.–70.000 a.C.), como así lo ponen de manifiesto diferentes útiles en cuarcita —bifaces, raederas, raspadores, etc.— hallados en zonas en particular del Área Recreativa, La Casa de Buenaplata, El Chaparralillo o La Huerta de los García. Dando un enorme salto en el tiempo, en el II Milenio a.C. se produce una autentica colonización de toda la cuenca del Rumblar, pues los poblados adscritos a la Cultura del Argar (Edad del Bronce del Sureste Penínsular) obtienen en la zona abundante mineral de cobre. Burguillos volverá a poblarse nuevamente, siendo uno de estos asentamientos típicamente argáricos el conocido como la Tiná.

Durante la Edad del Hierro y la posterior ocupación romana, mientras que la depresión Linares-Bailén experimentará  una colonización sucesiva, Burguillos se verá relegado a zona de captación de materias primas y de recursos naturales. Testimonios de este pasado son las más de 40 canteras de granito catalogadas, algunas de ellas, como Piedra Caballera, explotada, al menos, desde el siglo I a.C. en función de los materiales encontrados en superficie. Desde el siglo V, coincidiendo con  las invasiones de los pueblos germánicos y la caída del Imperio Romano de Occidente, se produce un cambio del poblamiento, desplazándose de las zonas llanas hacia otras en altura, con un mayor control del territorio y de las vías de comunicación. A este periodo pertenecería el asentamiento desplegado en el Arroyo de Las Mirabelas y en el del entorno del Chaparralillo.

Las primeras referencias escritas sobre Burguillos datan del siglo XIII, cuando Alfonso X el Sabio le otorga a Bailén el privilegio de su uso comunal como Dehesa Boyal. Con este nombre fue conocido hasta 1594, cuando pasó a denominarse Dehesa de la Villa. Por entonces, limitaba al sur con el Guadalquivir y por levante con el Camino de Baños a Andújar, y pareja al Rumblar subía desde la Venta del Toledillo, por Sevilleja y Los Arenales, hasta Burguillos, hoy último reducto de aquella enorme dehesa boyal del pueblo de Bailén, donde, a mediados del siglo XVIII, pastaban 130 yuntas de bueyes y 14 pares de mulas. Fue a finales del siglo XVIII, con la política colonizadora de Sierra Morena impulsada por Carlos III, cuando la extensión de la dehesa, determinada hasta entonces por el curso del río Rumblar, se redujo quedando definitivamente marcados sus límites. La Vereda de Bailén quedó como la línea que segregaba la dehesa y el término de la actual población de Zocueca.

Será a partir de época Contemporánea cuando en las tierras de Burguillos se incremente la actividad. La penuria económica de un amplio sector de la sociedad motivará que las clases más necesitadas busquen su sustento en estas tierras. Las huellas de estos rancheros —carboneros, labriegos y pastores trashumantes— han quedado fosilizadas en el paisaje a través de sus construcciones: torrucas, apriscos, molinos, caleras,... Durante la guerra civil  (1936-1939), Burguillos es protagonista pasivo de tan cruento episodio. El bando republicano, previendo la ofensiva de los nacionales hacia el interior, despliega a lo largo del río Rumblar, y hasta su desembocadura en el río Guadalquivir, una serie de recintos fortificados. El Cerro de las Trincheras es uno de los vestigios más interesantes de este programa.

En el año 1969 el Monte Burguillos pasará finalmente a ser de titularidad pública tal como lo conocemos en la actualidad.


Solsticio de invierno, en Burguillos

Arroyo Andújar y río Rumblar entran en nupcias

Cauce del río Rumblar

Pastizal de Burguillos

¿Virgen, Diosa...?

Corraliza

Laguna de Burguillos


Quimi, haciendo de las suyas

viernes, 9 de octubre de 2020

Andalucía, 'legado universal'

Erróneamente, el viajero podría caer en la tentación de los tópicos y concebir Andalucía sólo en su faceta más folclórica, entendiendo que esta tierra tan sólo dispone de encantadores pueblitos blancos. Y siendo en parte así, basta con darse un paseo visual por Andalucía para percibir que cualquier rincón de su ancha geografía hunde sus raíces en la memoria del tiempo y está arropado por el mágico hechizo de la historia. La riqueza monumental, artística y cultural que salpica los cuatro puntos cardinales de este territorio ha gestado un legado universal de tal magnitud y admiración que, de no haberse concebido, la ‘Cultura Occidental’, aún más, el mundo como hoy se conoce no serían los mismos. Por todo ello y no sin razones, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) ha reconocido a cinco andaluzas, a sus conjuntos históricos o a diferentes monumentos a título individual, como Patrimonio Mundial.

Metafóricamente, habrá a quien las ciudades ‘Patrimonio de la Humanidad’ les puede parecer un magnífico, pero polvoriento libro con cubierta de cuero repujado y letras grabadas en oro, un incunable situado adrede en el anaquel de mayor visibilidad de una estantería y sin ninguna otra finalidad que dar mayor mérito a la librería de turno. Pero no, no ocurre así con las ciudades andaluzas ‘Patrimonio Mundial’. Por el contrario, son un legado universal en constante ebullición creativa. Sirvan como muestra el Festival de Internacional de Jóvenes Intérpretes de Baeza, el Festival de la Guitarra de Córdoba, el Festival Internacional de Música y Danza de Granada, la Bienal de Flamenco de Sevilla o el Festival Internacional de Música y Danza Ciudad de Úbeda…, en fin, un catálogo interminable de creaciones culturales que se cuecen en la tahona de nuestras ‘Ciudades Patrimonio Mundial’.

En Andalucía te espera el libro con las historias mejor contadas, abierto por el capítulo que te apetezca. Disfrutarás intensamente de su lectura, entrarás en un diálogo apasionante y podrás redactar tus propias experiencias y emociones de tu misma pluma. ¡No te pierdas los próximos capítulos!

BAEZA, la Ciudad del dorado silencio

Aunque sus raíces se remontan a la Prehistoria, cuando, sobre un promontorio natural, el llamado ‘Cerro del Alcázar’, se erigió la primera ‘Ciudad del Bronce’, íberos, romanos y andalusíes poblaron el amurallado altozano que hoy se eleva dominando un despliegue interminable de olivos, un ordenado ejercito de hoplitas que plácidamente desciende hasta la ribera del Guadalquivir. Pero, será tras la Conquista y con la primera Edad Moderna cuando las ideas italianas del Renacimiento calen en todos y cada uno de sus hilos urbanos provocando, de esta manera, que la población alcance sus más singulares expresiones constructivas y la ciudad se convierta en uno de los principales centros culturales, eclesiásticos y educativos de los reinos del sur peninsular. Entre la Plaza de Santa María, núcleo de la mágica y ‘detenida en el tiempo’ ciudad medieval, y el Paseo de la Constitución se derrama un magnífico reguero monumental reconocido por la Unesco como Patrimonio Mundial, digna representación de la grandeza baezana: como su Catedral, antigua mezquita mayor, o el Seminario de San Felipe Neri, el Palacio de Jabalquinto, y la Vieja Universidad, ambos en la aledaña plaza de Santa Cruz, las Antiguas Carnicerías, el Balcón del Concejo o las ruinas del Convento de San Francisco.

Al pasear por sus calles, el silencio y los aromas del primer aceite pueden hacernos creer que Baeza es un hoy una urbe pequeña y laboriosa, cuando en realidad es un pueblo de una cultura inabarcable. En la dorada luz que desprenden sus edificios anidan las musas que inspiraron a insignes personajes, como Machado, San Juan de la Cruz o Argote de Molina, entre muchos otros. En toda la ciudad está presente aquel pensamiento humanista, la impronta de ilustres celebridades que dejaron de una manera u otra, entre sus centenarias piedras, su huella y su recuerdo.

CÓRDOBA, la Ciudad vivida

Arropada por las colinas de Sierra Morena, Córdoba, ciudad sabia y estoica como pocas, mece sus anhelos y sueños en comunión con el Guadalquivir. La población se encuentra en una estratégica encrucijada, a medio camino entre sierra, valle y campiña, motivo más que suficiente para justificar sus hondas raíces históricas, su extraordinaria amalgama cultural y que se haya alzado en numerosas ocasiones como ciudad capital, tratando de iguales a urbes como Roma, Constantinopla, Damasco o Bagdad. Todo ese maravilloso poso histórico ha dejado un legado excepcional que gira en torno a su singular Mezquita, el monumento islámico más importante de Occidente, y al bello y laberíntico entramado de callejas de la Judería, pero se extiende sin parangón por todo lo ancho de su geografía urbana. Así lo pone de manifiesto un enorme elenco de monumentos levantados por todas las civilizaciones que han forjado la ciudad: el puente y templo romanos, puertas y murallas omeyas, el Alcázar de los Reyes Cristianos, el Palacio de Viana, su Sinagoga, la Posada del Potro, el Convento de la Merced o el conjunto fluvial formado por la Torre de la Calahorra, los Sotos de la Albolafia y sus molinos. La mayor parte de este patrimonio ha sido reconocido por la UNESCO como Patrimonio Mundial y, con posterioridad, se le han sumado otros bienes como la Fiesta de los Patios, Patrimonio Cultural Inmaterial, y la Ciudad Califal de Medina Azahara. De tal manera, Córdoba es la ciudad europea con más Inscripciones UNESCO y es la segunda a nivel mundial, sólo superada por Beijing.

Pero su conjunto histórico, el segundo más grande de Europa, es ante todo una ‘ciudad vivida’, el hogar de gentes sencillas y de instituciones comprometidas con su vida cultural. Córdoba oculta su alma en lo más recóndito de su laberinto urbano, en el silencio de sus callejas y patios, para quién alcance a escucharla. Porque, como diría el poeta, ‘Una vez más, uno comprende que en esta tierra se le hayan quedado enredados para siempre el corazón y la memoria’.

GRANADA, la Ciudad brillante

Con seguridad, el laberíntico barrio de casonas encaladas y callejas empedradas que da forma al Albaicín, embrión que fue de la primera ciudad de Granada, es el conjunto monumental más colosal jamás levantado a la arquitectura efímera y sencilla, a la que mágicamente fluye y muda de continuo como lo hace el agua de los veneros que discurre por las entrañas del barrio y emerge y encandila en aljibes, huertos y ‘cármenes’. A levante y por frente suya, sobre el cerro y viejo arrabal sefardí de la Sabika, quedando por medio el río Darro y el nostálgico Paseo de los Tristes, que no los separa, sino que los une mediante un hilván de agua y bosque indisoluble, se eleva a los cielos de Sierra Nevada el Conjunto Palaciego de la Alhambra y los Jardines del Generalife, posiblemente la ciudadela más bella construida bajo los dictados del Islam. Con seguridad, los estucos de sus paredes están en la cumbre del arte decorativo andalusí y la mimada complicidad de jardines y arquitectura refleja la magnífica suntuosidad de una época que nos envuelve bajo una atmósfera que embruja. Por tratarse de creaciones artísticas únicas, singulares, y por ser una muestra excepcional de las residencias palaciegas de los reyes nazaríes de la época, el conjunto formado por la Alhambra, el Generalife y el Albaicín está declarado Patrimonio Mundial por la UNESCO.

Callejear por el barrio del Albaicín, saber de sus orígenes íberos y romanos o identificar la complejidad edificatoria de su muralla zirí, germen de la ‘Garnata’ andalusí, son etapas necesarias para, obligatoriamente, asomarse al Mirador de San Nicolás. Desde allí, podrás reconocer la solidez de la fortaleza de la Alhambra y la delicadeza de sus jardines, ensoñar con su fastuosa vida cortesana, rememorar las leyendas que la arropan y contemplar la más bella puesta de sol que uno pueda imaginar con la ‘Ciudad brillante’ como testigo de excepción.

SEVILLA, la Ciudad-puerto de Indias

Desde sus más hondas raíces, la ciudad de Sevilla ha sido lugar de encuentro y fusión: allí tierra y agua son una, el río que emana de la Bética más profunda se hermana con la ‘Mar Oceána’ y gentes de las dos márgenes del Mediterráneo forjaron el mayor crisol de culturas hasta hoy conocido; en fin, fue el buen puerto en el que pueblos de todo el orbe amarraban sus sueños para volcar sus anhelos hacia el horizonte marino. En tiempos, la ciudad fue timón de gobierno del mundo entonces conocido. La agitación mercantil de su dársena impuso su frenético ritmo a todo el Occidente Europeo y en su muelle fondearon mercaderes y navegantes de todos los rincones del orbe. Entonces, fue puente de mando de ideas expresadas en cualquier lengua, en lonja donde maridarían aromas y sabores de todas las latitudes del planisferio. Y fruto de aquello gesta, el conjunto formado por la Catedral, el Alcázar y el Archivo de Indias de Sevilla ha sido reconocido como Patrimonio Mundial por la UNESCO. La Catedral, el templo gótico más grande Europa, alberga la Giralda y el Patio de los Naranjos como reminiscencias almohades, mientras que el Real Alcázar, uno de los palacios en uso más antiguo del mundo, se dibuja como mágico testimonio de la convivencia cultural entre Occidente y Oriente. Así nos lo certifica el arte mudéjar que lo inspira, fenómeno singular sólo existente en España. Además, en la antigua lonja, convertida en Archivo de Indias, se conservan fondos documentales de valor inestimable procedentes de los virreinatos españoles en las Indias, tanto Occidentales como Orientales.

Aunque hoy sigue siendo una urbe moderna, inquieta, creativa…, a Sevilla hay que pasearla con parsimonia, casi en silencio, pues es una ciudad de atmósfera acogedora, poética, que cautiva y envuelve al viajero bajo una mantilla de magia, aromas, belleza y sentimiento. Es de obligación conocer la grandeza interior de sus monumentos, pero en Sevilla, ante todo, se disfruta de la calle como en ningún otro lugar.

ÚBEDA, la Ciudad armoniosa

Como sucede con su vecina Baeza, la ciudad de Úbeda hunde sus raíces en la memoria de los tiempos. Su espléndido aspecto urbano es fruto de los avatares de siglos de frontera con el Reino de Granada, de su protagonismo en la ‘aventura’ americana y de la posterior pujanza económica (agroganadera, alfarera y textil) de una próspera clase nobiliaria encabezada por Francisco de Cobos, secretario del emperador Carlos I. Cuando el viajero pasea bajo el luminoso cielo de la ciudad, arropado por el silencio, queda asombrado por la innumerable cantidad de palacios que atesora, símbolo del poder de unos linajes que no dudaron en contar con los más afamados arquitectos de la Europa del Renacimiento para la construcción de unas residencias (Andrés de Vandelvira) al gusto de las nuevas tendencias de la Italia del siglo XVI. Al sur de la ciudad, donde se levanta la Colegiata de Santa María de los Reales Alcázares, se despliega la Plaza Vázquez de Molina, una de las más bellas de España. En ella se dan cita algunos de los monumentos más relevantes, como la Sacra Capilla de El Salvador o los Palacios del Deán Ortega y Juan Vázquez de Molina. Pero, según se penetra en la trama histórica de la ciudad, el número de edificaciones sobresalientes se irá haciendo interminable: Hospital de Santiago, Iglesia de San Pablo, Monasterio de Santa Clara, Iglesia de San Lorenzo, Palacio Vela de los Cobo o la Casa de las Torres. Todo ello motivo más que suficiente para el reconocimiento de la ciudad de Úbeda como Patrimonio Mundial.

Pero, con ser la arquitectura renacentista el rasgo más sobresaliente de su urbanismo, en la integración con otros estilos arquitectónicos y con un entorno paisajístico de agua, huertas y olivos radica la prodigiosa fisonomía de Úbeda, en donde cada calle, cada plaza y cada barrio son como células en completa armonía. La sorpresa está presente al doblar cualquier esquina, en el primer recoveco amurallado, donde, inesperadamente, emerge una sinagoga olvidada durante siglos, un centenario taller artesano erigido sobre la sabiduría de generaciones, la evocación de una leyenda o la mágica sencillez de una fachada popular. Siendo Úbeda una ciudad ecuménica, abierta al mundo, en lo más escondido de su laberíntico callejero sigue oliendo a chimenea, puchero y hogaza recién horneada.



domingo, 27 de septiembre de 2020

El agua como elemento ordenador del territorio

Realmente, el objetivo último de estas infraestructuras no era ordenar o regular las tierras del entorno, pero sí es cierto que, al trazarlas o socavarlas, ya fuera para reconducir las aguas de lluvia o para evitar los daños de las riadas, se conseguía tal fin, pues se ordenaba la trama urbana del pueblo, se regulaban sus usos y, en ocasiones, se obtenían nuevas tierras para cultivo. Veámoslo. En líneas generales, son dos las construcciones que aquí tienen cabida.  De una parte, se cuenta con las llamadas como callejas de agua (Precipicio, Fugitivos, Arroyo —luego segregada en Mestanza, Del Pilar y Cuidado—, Trinidad baja, Herradores, Barranco, Mazacote y Cuesta de los Molinos), ejes viarios que canalizaban y evacuaban las aguas de un callejero con pendientes muy significativas y minimizaban los daños de las lluvias, a veces torrenciales. Se trataba de callejas estrechas, asombrosamente empinadas y, en un número elevado de ellas, sin vecindad —aunque en algunas ocasiones sí son el acceso a cuadras y corrales—. Su función era alejar las aguas de lluvia de las calles más frecuentadas por la población, éstas ‘tiradas’ en horizontal a las líneas de nivel del cerro, evitando así posibles daños y catástrofes. Según la trama urbana iba creciendo, de poniente a levante y alejándose del castillo, se trazaron nuevas calles que cortaban las líneas de nivel y vertebraban una población a salvo de inundaciones y riadas. Se trata de un paisaje urbano muy singular, que fue, entre otros muchos argumentos de tipo monumental e histórico, pilar básico de la declaración del pueblo de Baños de la Encina como Conjunto Histórico (1969).

En la parte inferior del pueblo, en La Serna y Ruedos, los arroyuelos que fluían del callejero eran reconducidos a las zanjas empedradas que discurrían por la porción de campiña que no volcaba aguas al río Nacimiento o ‘de Las Cañás’, gregario por su margen derecha del Guadiel. Con este último tipo de canalización se evitaba que las aguas de lluvia se estancaran en los viejos humedales de Los Charcones y Cantalasranas, al menos durante la mayor parte del año, y finalmente eran evacuadas al Barranco de Valdeloshuertos y al río Rumblar. Mediante esta estrategia se evitaban posibles daños a los cultivos y equipamientos viarios de Los Ruedos y, complementariamente, se obtenía una cuña de tierra fértil para uso hortícola y localizada en las inmediaciones del pueblo: Arenales, Zambrana, Charcones, Huertas del Camino de Bailén, etc.

Junto a este tipo de zanjas, que evacuaban las aguas que llegaban a la campiña, hay unas segundas que ejercen de igual manera que las callejas de agua urbanas y que se repartían por los cerros a levante del Cueto. Éstas canalizaban las aguas de lluvia desde el escalón serrano de la falla a la base del piedemonte, donde eran reconducidas por las primeras. De esta manera, con la canalización controlada, se evitaban daños mayores en los cultivos, se conseguía la correcta evacuación de las aguas y su acopio en lugares muy concretos, en los que se elevaba el nivel freático y se favorecía la presencia de pozos y abrevaderos (Pozo de la Vega, Barranco de la Serna-Zambrana, Huerto Lucero-Pozo Nuevo o Huertas de los Charcones).

Si se observa una imagen satélite de la zona, podrá apreciarse como el territorio que circunda el pueblo está totalmente surcado por una serie de líneas que asemejan un conjunto de cicatrices comunicadas entre sí, un complejo e histórico sistema de zanjas que, a modo de abanico o embudo, volcaba las aguas que llegaban a una porción importante de la campiña hacía el arroyo de Valdeloshuertos y posteriormente al Rumblar. De esta forma, se gestan nuevos usos para el territorio que las aguas han ido dejando atrás: norias, albercas, huertas, huertos y abrevaderos a pie del Camino de Andalucía por la Barca de Espeluy… en fin, un rosario de isletas singulares que aún hoy se elevan de entre un todo dominado abrumadoramente por los olivos.








viernes, 11 de septiembre de 2020

A vueltas con la 'Vía Dolorosa'

    Durante décadas, en el esquinazo de levante, donde la mesa del Calvario Viejo se asoma a la preñatura del arroyo de La Alcubilla, se conservaron los hormazos mal pergeñados de la ermita de Santa Olalla. Erigida impenitente entre un hato de eras, como pica sobre lunas en creciente destripadas en el llano, en buena y lejana hora se edificó donde el Camino del Hoyo y el cordel merino de Guarromán entraban en nupcias y continuaban como uno sólo hasta el corazón de la ‘Villa Vieja’. Como un servidor, hay quien, bajo su cuenta y riesgo, afirma que en su génesis y día fue torreón vigía y que tuvo como encomienda, apoyándose visualmente en la atalaya que después sería ermita de Santo Domingo y guardián sempiterno del Camino de San Lorenzo —o de la Zalá—, mediar entre la primitiva torre del Santuario de la Virgen de la Encina y el mismísimo castillo de Baños. Con la desamortización del primer tercio decimonónico, perdió capellanías y santero, derramó sus piedras por la cuerda y acabó en casi nada. Los sillares buenos acabaron aplomando las esquinas de unas cuantas casuchas, los mampuestos de mayor tamaño enderezaron las corralizas vecinas y los ripios se utilizaron para gestar una de aquellas rechonchas eras de pan trillar, rueda de piedra, sudor y viento que se desparramaba a la sombra vespertina de la ruina.

Localización de caminos, ermitas y baluartes defensivos. Fuente: Mapa Cartográfico del Instituto Geográfico y Estadístico, hoja La Carolina, 1895.

    El paraje, conocido no sin razones como Buenos Aires, coronaba la cota más alta del lugar y era, a juicio de los entendidos en vientos y muelas, el lugar más adecuado para levantar un molino al uso manchego. Y así, con decisión, se elevó uno con no pocos imprevistos y mucho gasto, pues la Iglesia, como la Benita, para la cosa de especular con sus rentas, aunque fuera con escombros, era aventajada y sagaz. Y después, por la condición de la ruina y por aprovechar los cimientos de la ermita, se erigió el artilugio como si se tratase de torre almenara o faro elevado sobre arrecife, con anchos muros de arenisca conseguida en las canteras del llano. En la estrechura de su interior, recia y robusta como en casa fuerte, pero ajustada como horma chica, se ayuntaba sin miramiento hacienda con morada, cuadra con granero y almacén con mentidero. El piso postrero, levantado con adobes de barro colorao del Santo Cristo y mucho ventanuco para oler los vientos, se destinó a las faenas propias de la molienda. Pero, a todo esto y con la industria en marcha, cuando el molino fondeaba en la plácida quietud del mediodía, el cielo se tornó de un rojo vivo, como cuando los últimos rescoldos del hogar se desperezan y avivan bajo el efecto del fuelle. Y llegó la tarde. Cielo, tierra y ríos eran de color ceniza, y lo eran las plantas, calles y viviendas, y la gente se vistió de gris. El intenso calor sepultó los recuerdos y el viento, que andaba en calma chicha, se rebeló en un instante. Cuando la negra oscuridad cubrió la noche, vino la lluvia, abundante, y durante la madrugada no fue menos. Llegó aparejada con una tormenta de las que desbarata cualquier plan premeditado. Todo el ingenio interior se vino abajo, maderas, herrajes, granos, haciendas y sueños. Una hora, dos, el viento se calmó y la lluvia comenzó a deslizarse con suavidad, calaera, deshaciendo pacientemente los adobes de barro y las ambiciones del molinero.



Callejero de Baños de la Encina, portada. 1888. Fuente: Instituto Geográfico y Estadístico, Trabajos Topográficos.

    El molino de viento se fue al garete. De ello, y con estas palabras «Ruinas de un Molino», se dejó constancia en un callejero del Instituto Geográfico y Estadístico cuando corría el año de Nuestro Señor de 1888. La anchura de sus muros, la ruina de sus muelas y la memoria popular, que es sabia como pocas, hicieron otro tanto para recordar su origen y trágico fin.


Molino de viento del Santo Cristo, ruinas. Fuente: Callejero de Baños de la Encina, 1888. Instituto Geográfico y Estadístico, Trabajos Topográficos.

    Y unos lustros después, cuando el molino ya era leyenda y la ermita olvido, finalizada siega y trilla y esperando las bondades de la media noche, en Buenos Aires se reunía buena tropa. Al amparo del molino, a pie de era, olían los vientos por ver si el ábrego venía picando y podían ablentar la parva. Entre tanto, los cuatro compadres andaban en cosa de ningún provecho, mano sobre mano y atinela por aprovechar de una cuando el viento soplara de abajo. Mientras, armaban tertulias de tal calibre y vocerío que enmudecían el estridente sonido de la grillera. Aunque andaba el vino, no queriendo meterse en finca ajena ni llegar a disputa, cada cual se apañaba con su cuartillo de tal manera que la cosa fuera por su cauce, sin meterse en torrentera. Y allí, apoyado contra las ennegrecidas piedras del harinal, por controlar cualquier sombra que se dejara caer por el llano, estaba el interesado, Martín Esteban, que siendo cabrero también tenía unas pocas hazás de tierra calma y buena cosecha. Era hombre de poco vacilar y dormir un instante, como burro y a cabezás. Un pieza de morder aquí y allá, como las hormigas, de juntar mucha plata, gastar ninguna y vender a su padre si fuese menester. Habiendo heredado un rebaño considerable, en poco tiempo y por su mucho bullir lo había doblado en número y camino llevaba de triplicarlo. Contrariamente, día con día menguaba en carnes y ganaba en harapos. Por frente de éste y sobre las desbaratadas piedras de moler, por echar una mano, aunque también por pillar un cuscurro y estar al día de cotilleos, se repartían el resto de contertulios. De una mano Patricio, hortelano de siempre, inalterable, pensativo, callado como muerto; de la otra Braulio, hombre de oficio poco declarado y mucho trajín, sentado sobre la solera mayor y espantando musarañas, inquieto como niño chico. Recortada en la media penumbra y dando la cara a todos, en el umbral, sentada sobre los escombros de la otra muela y concentrada en la hacienda que les traía, La Chacona murmuraba por lo bajo el poco interés que los otros ponían por barruntar los aires y el mucho en tirar del porrón. Cristianizada con el nombre de Benita, la mujer, por ser muy echada para adelante e ir por camino propio, era considerada por muchos como puta y bruja. En realidad, se ganaba la vida moliendo el chocolate de los demás y lo mismo te aventuraba el porvenir con una docena de habas secas que te destripaba unas semillas de cacao en el metate. Los que sabían más de ella, que eran los menos, la tenían por señora de muy buen criterio y conversación, aunque en ocasiones su oratoria lindaba con la demagogia. Y es que, a sus años, visto mucho y corrido más, se dejaba llevar por el regato de la vida con el menor daño posible. Era La Chacona mujer de ciertas carnes, aunque no suficientes para los que mal suponían su oficio, y, pese a que era yerma, olía a tierra mojada. Pero de ella, si había algo que con certeza llamara verdaderamente la atención era su irónica sonrisa, como de importarle todo un carajo.


Molino de viento del Santo Cristo.

    Por rascar en sarna, pero sin otra intención que reírse un rato, arrancaron la conversación metiéndose con la Benita. Pues, decían que se había echado un novio, un agrimensor de los muchos que llegaban al pueblo para tasar y mal subastar las cuatro fanegas del Común. Que le había puesto mesa y cama y que era de los que entraban de vacío para llenar el saco. Pues, como todos, decía no ir por una vereda ni por la otra, que ni siquiera miraba por la bolsa del rey, pero, como todos, se iba con la tajá más magra entre los dientes. Pero La Chacona, que como de costumbre no estaba de ningún humor y ardía con la chusca de un mechero de pescozón, cortó por lo sano y de una dentellá. Tras unos instantes de incómodo y chirriante silencio, porque corriera el tiempo y no el vino, aunque también por provocar algún que otro dislate de Braulio y conseguir las risas que antes no fueron, el Martín viró la conversación a los chismes de Historia. Argumentó entonces, que era tan poco el interés que el vecindario ponía en las cosas de todos, y más aún en los asuntos de la crónica común y cotidiana, que hasta se desconocía la causa del apelativo de una gran parte de las calles del pueblo, cuando no de la mayoría. Y, metidos de lleno en el asunto, sacaron al hilo la Amargura, arteria que linda con el Corralón y que corre pareja a la vieja y destartalada calleja del Cotanillo.

    El Martín, por llamar más la atención y crear ciertas expectativas, cosa muy común en el diario proceder de sus negocios, detuvo la conversación un suspiro y tiró del porrón.

    —Dando por bueno que la Cruz de las Azucenas fue utilizada como picota, se cuenta en el pueblo que tiempo atrás la calle fue corredera por la que subían los condenados, para darles matarile, —añadió después mientras se limpiaba los belfos con la manga.

    Cabría la posibilidad de que, en la susodicha cruz, picota o rollo, símbolo de señorío y jurisdicción que indicaba que en la Villa se administraba justicia menor y mayor en nombre del rey, se ejecutara a los condenados y se hiciera exposición pública de sus desmembrados ‘cuartos’. La Cruz, por tanto, podría ser el lugar donde se exhibía a vergüenza pública a los criminales…, o lo que de ellos quedara, y la calle, por ser camino de suplicio, debería su nombre a la amargura que sufría el reo durante el traslado.


Ermita el Cristo del Llano y Cruz de las Azucenas.

    —Patricio, haciendo gala de la fría y premeditada inexpresividad que acostumbraba, tras oír aquella argumentación como si la cosa no fuera con él, alzó la vista y miró fijamente al contertulio—. Mucho supones y más imaginas, compadre, —sentenció con la rotundidad que le proporcionaba el trueno de su voz.

    Si nos atenemos a las fuentes y documentos, es cierto que surgen numerosas dudas sobre la hipótesis anterior. Pues, en los catastros de la segunda mitad del siglo XVIII, cuando en esta vía abundaban más los solares en vacío que las casas habitadas, la calle no aparece con un nombre concreto. Se refieren a ella como el viario que sube al Santuario. Si a esta información le añadimos que la Constitución de 1812 decretó la demolición de rollos y picotas y prohibió la exposición pública de los cadáveres, no parece posible que esta calle hubiera sido bautizada por el ejercicio de una función que nunca tuvo tiempo real de desempeñar.

    —En verdad, me pones en duda. Pues, si lo que se deseaba era dar ‘paseo’ a unos criminales torturados y engrilletados hasta los ojos con la intención de dar escarmiento, de poco servía realizar tan particular ‘vía crucis’ por una calle periférica, prácticamente deshabitada, cuando podría hacerse por la corredera principal para mayor y general escarnio público: la calle Mestanza, —apostilló Benita con mejor razonamiento y voz pausada.

    Braulio, hombre de barba descuidada y entrecana, más propia de mendigo que de persona de provecho, se reconocía a sí mismo como más bragado en los tejemanejes históricos. Así que, impaciente como era y queriendo meter baza en todo momento, aprovechó uno de los silencios, sin meditarlo ni pedir vez, para manifestar con cierta precipitación sus ideas.

    —En otras tierras, donde el rollo fue realmente escenario de ejecuciones, su estirada forma quería simular una espada clavada en tierra, donde el fuste representaba la hoja y los brazos, en los que se sujetaba al condenado, la empuñadura. El conjunto era símbolo inquebrantable de la aplicación universal de justicia.   

    Y de tal manera sucede, sirva como referencia, con las picotas de Villalón de Campos o Aguilar de Campos (Valladolid). Por el contrario, la Cruz de las Azucenas, estandarte que precedió al viejo humilladero bañusco y germen de la ermita barroca del Cristo del Llano, se asemeja mucho más al rollo que antecede al Humilladero de Medinaceli (Soria). Parecido que no es de extrañar, pues quizá tuvieron un modelo común en el que mirarse. Y, por qué no, es posible que otra de nuestras ermitas, la pequeña de Jesús del Camino, reprodujera también las formas ‘torreadas’ de aquélla de Medinaceli. La función del humilladero soriano, como cruce de caminos, era purificar el alma del caminante que se detuviese un instante a rezar junto a su cruz. Posiblemente y en esa misma dirección, esa utilidad, la purificación de los creyentes, fue la que motivó que nuestra Cruz estuviese rematada por un haz de azucenas, símbolo de pureza e inocencia. Más parece, como con buen criterio nos dice nuestro viejo cronista, Juan Muñoz-Cobo, que, de exponerse los cuartos en algún rincón del vecindario, hubiera sido en la parte de abajo del vecindario, en el encuentro de la población con el Camino de Andalucía, lugar mucho más pasajero que el Camino del Hoyo (ubicación de la Cruz de la Azucenas). De tal forma ocurrió en la segunda década del siglo XIX, cuando el autor de un cruento asesinato fue ejecutado en La Carolina y su mano derecha expuesta hasta consumirse en un poste de madera, en las Eras de Casa (Camino de Andalucía). Quizá, con ese acto de encarnizada justicia, se trataba de evocar la ubicación de una picota anteriormente presente en el lugar. Construida con materiales menos efímeros que los leños de la decimonónica, posiblemente fue derribada bajo los auspicios de la ‘Pepa’. Al hilo de este tema, recordar que, a tiro de piedra, hay un pequeño fragmento de columna reutilizado como sillarejo de un bardal y, a no mucha más distancia, en Fugitivos, durante años otro de mayor tamaño ejerció de asiento.


Rollo de Aguilar de Campos. Fuente: https://jesusantaroca.wordpress.com/2019/03/13/los-nueve-rollos-de-valladolid/


Humilladero de Medinaceli. Fuente: Wikimedia Commons, autor: Diego Delso.


Ermita de Jesús del Camino.

    Imaginando que aquello podría acabar en un soliloquio, La Chacona cortó por lo sano pasándole al augur su porrón. Martín, más puesto en conciliar y sacarle a todo provecho, tomó ahora la palabra.

    —Bueno, pues entonces, estando como estábamos seguimos como al comienzo, sin viento y sin ponernos de acuerdo en el origen del nombre de tan entrañable calle. —Martín intentó aprovechar la palabra y ocasión para cambiar de tercio, pero se la quitó Benita.

    —¡Buf! Es que en cuestión de opiniones ocurre como con las formas de hablar, que hay ciento, un millón…, en cada pueblo y en cada casa se tiene la propia. Que cada cual, en lo suyo, llama al pan y aceite como bien le viene en gana o tiene por costumbre para que así se den por aludidos los convecinos. Aquí le llamamos cucharro y a tiro de piedra le dicen hoyo, pero esos no son motivos para ir desyuntado de la vecindad, —reflexionó La Chacona—. Y, digo yo, ¿el nombre no vendrá a cuento por la cosa de la religión, por su relación con la Semana Santa? No hay nada más que dar un repaso a las calles de alrededor: Cruz, Desengaño, Calvario…

    —Puede ser, —argumentó pensativo y con buen juicio Patricio, que, por otra parte, en relación con la disparatada diversidad de criterio y la presencia de tanto ‘apóstol’ opinaba que era mejor dejar sueltos a los perros—. Durante la mañana del Viernes Santo se escenifica la Pasión de Cristo, que tiene su preámbulo en la parroquial con el Sermón de Jesús y los Pregones. Es posible que dicha representación tuviera su prolongación en la calle, donde se reproduciría con mayor o menor exactitud el recorrido original de la ‘Vía Dolorosa’.

    La tesis es posible. En los primeros siglos de la Edad Moderna, de diferentes maneras, en los pueblos y ciudades de Europa se fue reproduciendo la ‘Vía Dolorosa’ o ‘Viacrucis’, imitando la original de Tierra Santa. Las variantes fueron numerosas, ya fuera mediante el levantamiento de ‘estaciones de la cruz’ a lo largo del itinerario procesional o dibujando el recorrido original, con sus diferentes apelativos, en la topografía y callejero del pueblo o villa correspondiente. En Andalucía no fueron pocos los casos. Sirva, a modo de ejemplo, Priego de Córdoba, pueblo de la Subbética con el que nos unen estrechos lazos y evidentes influencias barrocas. En aquella ciudad, tras algunas vicisitudes y cambios, el itinerario por donde procesiona el Nazareno la mañana del Viernes Santo discurre por una calle Amargura y sube a la Ermita del Calvario, para después finalizar bajando por las calles del Río y Acequia al Convento de San Francisco, de donde salió a las 6 de la mañana.

    Braulio, que estaba a la que saltaba y por no perder su papel de hombre de papeles y profundo conocimiento histórico, tomó la palabra.

    —Pues sí, atando cabos aquí y allá podría ser. Si confrontamos el callejero de la segunda mitad del siglo XVIII con las nomenclaturas del XIX, es posible, —afirmó en voz baja, como pensando para sus adentros.

    La calle de La Cruz, hasta el XIX del Potro, representaría la segunda estación, cuando Cristo carga con la Cruz, mientras que Amargura (sin apelativo reconocible en el siglo anterior) y Calvario «viejo», que habiendo viejo hubo nuevo y queda para otra ocasión, son muestras más que evidentes de la recreación callejera del Viacrucis. Por otra parte, Suspiro (llamada antes y después como Herradores o Cuesta de los Herradores), Visitación (hasta entonces Chacona) y Desengaño son apelativos ciertamente relacionados con actitudes y comportamientos muy humanos de Dios hecho hombre durante su viacrucis particular. Es cierto, podrían representar, respectivamente, el alivio que recibió Jesús cuando Simón Cireneo le ayudó con el peso de la cruz (Suspiro), el encuentro con su madre, con la Verónica o con ambas (Visitación), y la tercera caída o la creencia definitiva de que ya no habría marcha atrás en su camino al Calvario, a la muerte… y resurrección (Desengaño). En lo más profundo, el significado de ‘Amargura’ y ‘Calvario’ es idéntico, la única diferencia es geográfica, pues la una es previa, amargura o suplicio, y lleva irremisiblemente al segundo, a un fatídico desenlace final: el calvario.


'Vía Dolorosa', Baños de la Encina. Fuente: Callejero de Baños de la Encina, 1888. Instituto Geográfico y Estadístico, Trabajos Topográficos.

    —Y, como en Priego —apuntaló La Chacona—, la vuelta a San Mateo, o al Convento de San Francisco, en su caso, se realiza por el río, acequia o arroyo, con el agua como símbolo de renovación, de la resurrección que tiene que llegar. Pues, para quién lo desconozca, ése es el nombre que recibía la calle Mestanza en los catastros del XVIII. Pero, Dios mediante, ¡dejad ya el vino y la cháchara! Aprecio cierto relente y el aire comienza removerse, —apostilló mientras se ponía en pie bieldo en mano.