lunes, 26 de julio de 2010

Texto del castillo de Baños para una recreación en 3D

Castillo de Burch al Hammam (Baños de la encina, Jaén)

La primera ocupación del Cerro del Cueto, donde se sitúa el castillo de la localidad jiennense Baños de la Encina, nos remonta a la Edad del Cobre (4.000 años). Desde este lugar la población ejercía el control de la mina de cobre del Polígono-Contraminas, a pie del vecino cerro del Gólgota. Asimismo, encontramos en el interior del castillo muros pertenecientes la Edad del Bronce y de la cultura Íbera, que también tienen continuidad fuera de sus muros. Roma plantó un mausoleo funerario, a modo de templo, en la corona artificialmente amesetada de su cota más elevada.

Heredero de las clásicas fortalezas bizantinas, que tuvieron su predecesor en los campamentos castrenses de Roma, es quizá su mejor testigo en toda Europa. De rara forma ovalada -adaptándose a las curvas de nivel del cerro- y tabiyya como principal componente (cal, chino de río, tierra y agua), está formado por quince torres cuadradas que avanzan desde el lienzo de muralla. En su interior presenta una complicada urbanística de época almohade (siglo XII) que, ya bajo control castellano, es alterada mediante la construcción de un reducido y bien defendido castillete o alcazarejo. Paralelamente, se reviste de piedra la torre cuadrada más al noreste, dando lugar a una estructura cilíndrica que se eleva en altura sobre las demás: la torre del homenaje o Almena Gorda.

Sobre la meseta central se sitúan los aljibes, dos naves excavadas en la roca y cerradas en altura por una doble bóveda de medio punto elaborada con ladrillo. Los muros laterales están construidos con la técnica del “opus signinum” para evitar filtraciones del agua embalsada; cada vez hay más investigadores que certifican un probable origen romano de este equipamiento hídrico.

Tierra roja libre de materia orgánica, chino de río, cal como aglutinante y agua es la fórmula mágica que ha permitido que este coloso, después de muchos siglos, siga perfectamente en pie.

Sobre el nivel del suelo, donde aparece un hormigón muy rico en piedra de considerable tamaño, que nivela la superficie, se van levantando sucesivas hiladas de este mortero, denominado por los musulmanes tabiyya o tapial. En realidad, no es otro material que el “opus caementicium” heredado de la arquitectura romana. En cada hilada de mortero se formaba vertiendo el material sobre un molde rectangular de madera o encofrado, a modo de cajón sin fondo ni tapa, que medía dos codos de altura y entre cuatro y seis codos de longitud (el codo equivale a 42 centímetros). Entre hiladas se situaban pequeños maderos (agujas) que sostenían el encofrado de madera y que, al pudrirse, funcionaban a modo de junta de dilatación. Podemos apreciar la huella que dejaron estos maderos en la sucesión de agujeros o mechinales que surcan todos los muros del castillo. El cajón se ayudaba de otros elementos complementarios, como el costal o vara vertical que evitaba que los cajones se abrieran; y el codal, que hacia lo propio impidiendo que se cerraran. El material se vertía en tandas, que eran apelmazadas con un pesado pisón de madera.

Acabados los muros, se remataban con un enlucido rico en cal decorado con elementos vegetales muy esquemáticos (ataurique), que protegía de las inclemencias meteorológicas.


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