De cara a los próximos medievales, removiendo cosas para ponerme al día y preparar lo concerniente, he topado con los papeles que me acercaron por primera vez a participar de forma activa en estas fiestas: la libre adaptación teatral que hice de la leyenda de "Las dos hermanas" en la que participó Rosi. Fue hace ya algunos años y, bueno, aquí os la dejo:
Narrador 1- Cuenta la memoria de los tiempos que estando las tierras al sur de las montañas negras Sierra Morena bajo el poder de las gentes “de la media luna”, numerosas eran las veces que nobles castellanos, ansiosos de mostrar su valentía, se aventuraban acompañados de sus huestes por aquellos lares saqueando alquerías morunas e incendiando sus cosechas de trigo.
No eran menores las ocasiones en que, avistados desde las torres y castillos que flanqueaban las estribaciones serranas, hallaban dura oposición perdiendo la vida en el campo de batalla o cayendo presos en manos sarracenas.
Narrador 2- Así fue como una triste y gris mañana, cuando ya finaba el invierno manchego, don pere Manrique, bravo joven búrlales, se hizo acompañar de un pequeño grupo de guerreros calatravos que más que tropa parecían “tuna”. Saltaron el puerto de la losa llegando a la cañada ovina de Guadarromán. Allí en el paraje que con toda razón después pasaría a llamarse de la Celada o la “zala”, les esperaban emboscados medio centenar de aguerridos moros que estaban acantonados en el castillo de Burch al-Hammam. Previamente habían sido alertados por lo centinelas que desde la torre del Castro Ferral guarecían el paso del Muradal.
Narrador 1- Dura fue la batalla y triste el resultado. De los once jóvenes que acompañaban a don Pere, cinco dejaron su vida en las aguas del río Herrumbrar, muy cerca del pasaje llamado de la Picoza. Tres, volviendo sobre sus pasos, dejaron la vida en los barrancos que se suceden hasta ver la ancha llanura manchega. Los tres restantes, junto a don Pere, cuyo corazón no le cabía en el pecho, aún tuvieron la valentía de alcanzar la terrible sombra del castillo de “los baños”. Al pie de las murallas Ruy Hernández y Gome Diegez, bañados en heridas sangrantes, entregaban su alma a Dios. Finalmente, Pere y su hermano menor, Diego, caían en manos del alcalde Almutamid. Mientras el primero dejaba caer sus huesos en el calabozo del castillo, el segundo marchaba libre a las vastas tierras de Castilla a comunicar la mala nueva: la libertad de su hermano a cambio de una buena recompensa.
Narrador 2- La primavera chillaba colores que salpicaban de esplendor el pellejo serrano. Llegaba la noche y con ella una luna grande y amarillenta se elevaba en cielo al ritmo de los triste sones del laúd de don Pere; ya se habían sucedido tres lunas en el limpio cielo de las tierras norteñas del Al Andalus desde que Diego marchara a Castilla.
Azucena- Amigo Pere parece que tus padres han olvidado que uno de sus hijos anda perdido en tierras musulmanas.
Pere- Los últimos inviernos, duros y fríos, han helado el verdor de los trigos antes que llegaran a dorarse, el olor de pan caliente ha dejado de corretear por nuestras calles y plazas, ovejas y cabras parecen tener vacías sus ubres, la carne de sus corderos se muestra seca como el aíre que corre en invierno por los paramos de la meseta castellana.
Jazmín- Pero cómo puede un padre no pagar un rescate, llegar incluso a dar su vida a cambio de uno de sus vástagos. Nuestro padre, el alcaide, tras la muerte de nuestra madre llora sin descanso con sólo pensar en que algún día habremos de casarnos mi hermana y yo alejándonos de su protección.
Pere- Muchos son los hijos que viven bajo el techo de mis padres, muchas las bocas que alimentar. Ellos siempre son los últimos en sentarse junto a la pobre sartén que mi madre prepara. No creo que logren reunir el precio que han de pagar por mi liberación. No importa, el martirio de este calabozo se aplaca cada noche con vuestra compaña. Vuestra conversación es suficiente recompensa para cicatrizar el eterno dolor que se va acumulando en mi corazón.
Azucena- En este alejado castillo, tierra de luchas, muy pocos son los espíritus que saben apreciar la olorosa belleza de la flor del romero, menos los ojos que se deleitan mirando los vivos colores de la jara o tiemblan bajo el murmullo que produce el suave discurrir del agua. Por eso las notas de vuestro laúd son como estrellas en la noche oscura, que alumbran serenando el alma. Tus cantos son frescas gotas de agua que sacian nuestra sed.
Narrador 1- En la tranquila noche, sigilosamente, una sombra que parece pegada al seco tapial de los adarves, se acerca a los calabozos. Dos brillantes y secas lucecitas parecen coronarla; parece escudriñar la escena que desarrollan los jóvenes en la oscuridad. Se trata de Alí, consejero del alcaide, antaño despechado por Jazmín.
Jazmín- Es ya muy tarde, nuestro padre nos habrá echado en falta. Debemos volver a los aposentos de la torre antes que se inquiete. Imagino que la seca sombra de Alí se hallará junto a él cultivando su preocupación e ira.
Pere- Antes de marcharos quisiera obsequiar vuestra bondad. Mis abuelas, tanto materna como paterna, aún siendo muy pequeño, me dieron un cristo crucificado y una medalla con una sencilla virgen, debían proteger mis pasos como soldado. Las dos sois el único hilo que sostiene mi ánimo en este duro tránsito, creo que estarán mejor en vuestros cuellos. Quizás ejerzan sobre vosotras la protección que a mi no me han prestado.
Narrador 2- Así se despedían cuando la oculta y felina sombra se apegó aún más al tapial de la cercana torre intentando pasar desapercibido. En la oscuridad, la cruel sonrisa de Alí parecía romper el silencio de la noche.
Narrador 1- Cuenta la memoria de los tiempos que estando las tierras al sur de las montañas negras Sierra Morena bajo el poder de las gentes “de la media luna”, numerosas eran las veces que nobles castellanos, ansiosos de mostrar su valentía, se aventuraban acompañados de sus huestes por aquellos lares saqueando alquerías morunas e incendiando sus cosechas de trigo.
No eran menores las ocasiones en que, avistados desde las torres y castillos que flanqueaban las estribaciones serranas, hallaban dura oposición perdiendo la vida en el campo de batalla o cayendo presos en manos sarracenas.
Narrador 2- Así fue como una triste y gris mañana, cuando ya finaba el invierno manchego, don pere Manrique, bravo joven búrlales, se hizo acompañar de un pequeño grupo de guerreros calatravos que más que tropa parecían “tuna”. Saltaron el puerto de la losa llegando a la cañada ovina de Guadarromán. Allí en el paraje que con toda razón después pasaría a llamarse de la Celada o la “zala”, les esperaban emboscados medio centenar de aguerridos moros que estaban acantonados en el castillo de Burch al-Hammam. Previamente habían sido alertados por lo centinelas que desde la torre del Castro Ferral guarecían el paso del Muradal.
Narrador 1- Dura fue la batalla y triste el resultado. De los once jóvenes que acompañaban a don Pere, cinco dejaron su vida en las aguas del río Herrumbrar, muy cerca del pasaje llamado de la Picoza. Tres, volviendo sobre sus pasos, dejaron la vida en los barrancos que se suceden hasta ver la ancha llanura manchega. Los tres restantes, junto a don Pere, cuyo corazón no le cabía en el pecho, aún tuvieron la valentía de alcanzar la terrible sombra del castillo de “los baños”. Al pie de las murallas Ruy Hernández y Gome Diegez, bañados en heridas sangrantes, entregaban su alma a Dios. Finalmente, Pere y su hermano menor, Diego, caían en manos del alcalde Almutamid. Mientras el primero dejaba caer sus huesos en el calabozo del castillo, el segundo marchaba libre a las vastas tierras de Castilla a comunicar la mala nueva: la libertad de su hermano a cambio de una buena recompensa.
Narrador 2- La primavera chillaba colores que salpicaban de esplendor el pellejo serrano. Llegaba la noche y con ella una luna grande y amarillenta se elevaba en cielo al ritmo de los triste sones del laúd de don Pere; ya se habían sucedido tres lunas en el limpio cielo de las tierras norteñas del Al Andalus desde que Diego marchara a Castilla.
Azucena- Amigo Pere parece que tus padres han olvidado que uno de sus hijos anda perdido en tierras musulmanas.
Pere- Los últimos inviernos, duros y fríos, han helado el verdor de los trigos antes que llegaran a dorarse, el olor de pan caliente ha dejado de corretear por nuestras calles y plazas, ovejas y cabras parecen tener vacías sus ubres, la carne de sus corderos se muestra seca como el aíre que corre en invierno por los paramos de la meseta castellana.
Jazmín- Pero cómo puede un padre no pagar un rescate, llegar incluso a dar su vida a cambio de uno de sus vástagos. Nuestro padre, el alcaide, tras la muerte de nuestra madre llora sin descanso con sólo pensar en que algún día habremos de casarnos mi hermana y yo alejándonos de su protección.
Pere- Muchos son los hijos que viven bajo el techo de mis padres, muchas las bocas que alimentar. Ellos siempre son los últimos en sentarse junto a la pobre sartén que mi madre prepara. No creo que logren reunir el precio que han de pagar por mi liberación. No importa, el martirio de este calabozo se aplaca cada noche con vuestra compaña. Vuestra conversación es suficiente recompensa para cicatrizar el eterno dolor que se va acumulando en mi corazón.
Azucena- En este alejado castillo, tierra de luchas, muy pocos son los espíritus que saben apreciar la olorosa belleza de la flor del romero, menos los ojos que se deleitan mirando los vivos colores de la jara o tiemblan bajo el murmullo que produce el suave discurrir del agua. Por eso las notas de vuestro laúd son como estrellas en la noche oscura, que alumbran serenando el alma. Tus cantos son frescas gotas de agua que sacian nuestra sed.
Narrador 1- En la tranquila noche, sigilosamente, una sombra que parece pegada al seco tapial de los adarves, se acerca a los calabozos. Dos brillantes y secas lucecitas parecen coronarla; parece escudriñar la escena que desarrollan los jóvenes en la oscuridad. Se trata de Alí, consejero del alcaide, antaño despechado por Jazmín.
Jazmín- Es ya muy tarde, nuestro padre nos habrá echado en falta. Debemos volver a los aposentos de la torre antes que se inquiete. Imagino que la seca sombra de Alí se hallará junto a él cultivando su preocupación e ira.
Pere- Antes de marcharos quisiera obsequiar vuestra bondad. Mis abuelas, tanto materna como paterna, aún siendo muy pequeño, me dieron un cristo crucificado y una medalla con una sencilla virgen, debían proteger mis pasos como soldado. Las dos sois el único hilo que sostiene mi ánimo en este duro tránsito, creo que estarán mejor en vuestros cuellos. Quizás ejerzan sobre vosotras la protección que a mi no me han prestado.
Narrador 2- Así se despedían cuando la oculta y felina sombra se apegó aún más al tapial de la cercana torre intentando pasar desapercibido. En la oscuridad, la cruel sonrisa de Alí parecía romper el silencio de la noche.
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