domingo, 4 de julio de 2010

La leyenda de las dos hermanas (y 3)

Narrador 2- Aunque era noche de poca luna, el gastado camino de pizarra de la Picoza, sorteando continúas bajadas y subidas, no tardó en llevarles hasta el paraje llamado de las Migaldías y Cerro Molinos. Aunque había sido invierno de poco agua, este lugar, debido al encuentro de los río Pinto y Acero, mantenía algunas tablas que mostraban cierta profundidad.

Narrador 1- Lentamente, los dos militares quitaron del cuello de las jóvenes el regalo que la noche anterior habían recibido del noble burgalés don Pere. Las joyas fueron sustituidas por dos bermejas piedras de pórfido, a ellas volvieron a atar el crucifijo y la medalla de la virgen.

Narrador 2- La lentitud de la escena parecía satisfacer a Alí, cuya sonrisa daba a entender que cicatrizaba la vileza de su corazón.

Alí- Acabemos pronto, la luz de la mañana no ha de ser testigo de esta infame ejecución.

Narrador 1- Así decía Alí, cuando los soldados ejecutando su orden lanzaron a las hermanas al río, de sus cuellos colgaban sendas y pesadas rocas.

Narrador 2- En medio de un tremendo estruendo, a la par que las hermanas se sumergían en las negras aguas del río Herrumbrar, dos grandes y blancas piedras emergieron del agua convirtiéndose en fieles testimonios de la vileza realizada.

Narrador 1- Tal fue el brillo emanado de las rocas gemelas que los asustados testigos quedaron de inmediato ciegos.

Narrador 2- Con la venida del día los dos soldados y Alí habían encontrado la muerte despeñados entre las riscas de pizarra que escoltan el río Herrumbrar.

Narrador 1- Se sucedían los días y no mejoraba el ánimo de Almutamid. Cada mañana, dejándose llevar por el sinuoso arroyo de Valdeloshuertos, solía ir a cobijarse bajo la preñada roca de Peñalosa. Allí dejaba pasar las horas muertas del día sin poder olvidar la última mirada que le dirigieron sus hijas.

Narrador 2- A ratos se acercaba a la próxima fuente de Salsipuedes, allí confundía sus amargas lagrimas con la dulce agua del manantial que se derramaba bajo la lastra de pizarra.

Narrador 1- Era ya avanzado el verano, por lo que no era de extrañar que, con la caída de la tarde, los dos astros se confundieran bajo el cielo serrano. Sol y luna iban a un encuentro imposible.

Narrador 2- Almutamid, tras beber un corto sorbo de agua, se dejó caer sobre una piedra blanca, de cuarzo, a modo de asiento.

Alcaide- Muchos fueron los malos ratos que me permitieron criar en soledad dos nobles corazones que poco habrían de envidiar a los astros del firmamento.

Mayores fueron los gozos que me dieron hasta el día que injustamente les di muerte. Seguro que ya fui perdonado. Pero no hay perdón para la envidia, el pecado de mayor vileza, así fue la justicia de dios la que puso remedio a mi mal juicio.

Solo queda a mi persona poner reparo a mi equivocación poniendo fin a mis trágicos días. Espero que mis hijas vengan a mi encuentro.

Narrador 1- Así decía Almutamid clavándose una daga en el corazón. No tardo en caer muerto al pie del manantial de Salsipuedes.

Narrador 2- El agua torno de inmediato a roja, no dejando de manar hasta el día de hoy con este color, fiel recuerdo de la vileza del hombre y la justicia de Dios.

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