sábado, 20 de febrero de 2010

Sobre las Salas Galiarda y otros 1

Días atrás, mi buena amiga Estrella me hizo llegar una noticia interesante. Había hallado un extraño libro que mencionaba varios términos de Baños: Salas Galiarda, Piedras Letreras, etc. Indagando su enlace llegué a situar tan interesante edición. Se trata de “Enciclopedia de las Maravillas”, su tomo II, denominado “De gentes del otro Mundo” escrito por Mario Roso de Luna en 1917.

Dejo un extracto del escrito y, en una segunda entrada, aporto el resto y algunos comentarios. No tiene desperdicio.
… Los tres incidentes relatados me hicieron temer que aquellos parajes no estuviesen demasiado bien frecuentados por gentes del astral, y a paso más que ligero al pueblo en unión de varios labriegos y cazadores, a quienes pedimos informes acerca de las repetidas Cuevas de Lituergo, que, por lo visto, eran completamente desconocidas en la comarca. En cambio, nos hablaron con cierto misterio de las llamadas Salas de Galiarda.
Por lo que nos manifestaron nuestros acompañantes, parece ser que en plena Sierra Morena, a siete leguas de Andújar, existe el palacio encantado de un rey, en la cima de la montaña. Inútiles han sido siempre las tentativas hechas por algunos atrevidos para penetrar en las Salas de Galiarda o del Palacio dicho, pues, aunque hay escaleras para bajar, sobreviene de improviso un vientecillo traidor que hiela la sangre y apaga cuantas lámparas se lleven, ¡incluso las eléctricas!; tan es así, que uno de nuestros informantes dijo había bajado seis tramos de escaleras. El hostelero, que era un guardia civil retirado y persona muy honrada, no pudo bajar más de dos tramos por la causa dicha. Otros dos circunstantes, en cambio, nos manifestaron que se puede entrar; pero que hay un lago subterráneo que corta el paso, aunque todavía deja ver al otro lado una puerta de hierro que parece ocultar algo detrás. Tiénese por todos como empresa de locos el tanto de forzar el paso, y no falta por allí la consabida gallina de los huevos de oro, con sus polluelos.
No hay que añadir si se nos pondrían los dientes largos al escuchar tales maravillas. Partimos, pues, en el primer tren al otro día, a las tres de la madrugada, con nuestro arsenal de máquinas fotográficas, brújula, gemelos, lupa, acumuladores y reflectores eléctricos, etc., etc., ávidos de visitar un palacio encantado en pleno siglo XX. Era aquella la Noche de Difuntos, en la que el triste y árido paisaje parecía estar a tono con las zozobras e inquietudes de nuestro ánimo…
A los 12 kilómetros de carretera entramos por una vereda imposible: más bien un torrente. Por terreno granítico, cada vez más abrupto, terminamos de recorrer los 25 kilómetros que separan a Andújar de aquella Sierra, hasta topar con la Casa de la Nava, en plena montaña. Allí nos salieron al paso un hombre y una mujer, al parecer labriegos. Ésta desapareció pronto, y aquél se prestó a servirnos de guía. Díjonos que estaba por aquellos sitios porque había venido desde Bailén para cazar pajarillos, cosa estupenda dado lo desiertos y desolados que eran semejantes parajes y la distancia a que Bailén se encuentra. A más no le podimos ver escopeta, trampas ni redes de clase alguna.
Érase nuestro guía, el pajarero, un anciano como de sesenta años, enjuto, nervudo y de larga caballera plateada (semejante anciano de blanca barba nos recuerda el consabido anciano jina de la narración andina que va al principio de este libro; esotro anciano que hizo las revelaciones estampadas en el capítulo de los Tuatha de Danand, acerca de los galos, y tantos otros, en fin, como tienen siempre las leyendas de todos los países). Apenas comenzamos a interrogarle, nos dejó estupefactos por lo sensacional de sus revelaciones. Procuraré reproducir su larga perorata, jurándole, por lo más sagrado, que mi fantasía no añade a la realidad ni un solo concepto, antes bien olvidaré quizá no pocos.
- Estas montañas que aquí veis son el Or de Caravajal, y en todas ellas han existido castillos de los Penitentes Mudos. Ellos son anteriores a moros y romanos, y a todo cuanto digan de que las cosas que aquí existen fueron obras de estas razas, es una completa falsedad. Los Penitentes Mudos construyeron numerosos castillos en época anterior al Diluvio, y como éste no fue universal, como creen las gentes, hubo parte de los habitantes de la región que se inundó, que sobrevivieron, entre ellos los que emigraron hacia Castilla y los que permanecieron en las montañas de Marruecos y otras de África…¡yo sé de estas cosas mucho más que ustedes!

- No lo dudo –exclamamos maravillados.


- Yo se bien -continuó el extraño guía- que Nazareth está muy cerca de aquí y que Belén es el pueblo donde vivo, y que por corrupción se llama Bailén, como Linares es Liñares y Jaén es otra cosa. No hay que buscar muy lejos el origen de los gitanos, pues son los que mejor han conservado el aspecto de la raza que primeramente vivió en estas montañas…

-Pero -exclamé-, ¿cómo sabe usted estas cosas, quién ha podido enseñárselas?

- Yo he aprendido mucho rodando por el mundo. He estado en muchos hospitales y he aprendido la Biblia de memoria. Además, los señores que aquí residían, los Penitentes Mudos, me enseñaron que a Cristo se le crucifica todos los días, y que tanto él como Pilatos podría decirse en cierto sentido que también vivieron en Andalucía; Jesús fue nazareno, es decir, de la hermandad de los Penitentes Mudos, que desde entonces se llamaron Nazarenos y residían en estas montañas. Por las enseñanzas suyas sé que no existe gloria ni infierno, sino que el que aquí la hace aquí la paga; pero el alma es inmortal y va pasando de un cuerpo a otro para mejorarse.

Al oír todo aquello, mi compañero y yo nos miramos sin saber a qué atenernos respecto a nuestro guía. ¿Era él un hombre vulgar que sólo repetía lo oído a otros, o algún emisario de los Señores aquéllos de Sierra Morena, un jina, un espíritu de las montañas aquellas? El guía continuó, tras breve descanso:

- Después del Diluvio, los Nazarenos viven en el interior de las montañas, dejando que sus antiguos castillos, cuyos restos aún se ven, cayesen en ruinas. Ya vivían ocultos durante la dominación romana y árabe, pero dejaron entrar a Isabel la Católica, quien para ello tuvo que dejar toda su hueste en el llano y penetrar sola en aquellas profundidades. Desde entonces quedó asegurada la Reconquista.

Mientras así hablaba el extraño personaje, vino inopinadamente a mi memoria el recuerdo de la batalla de Bailén contra los franceses invasores, en la que se cuenta de que unos piqueros desconocidos -allí donde nunca hubo piqueros- dieron aquella célebre carga que decidió el éxito de la batalla y con ella puso fin a la dominación napoleónica en España.

- Entonces -interrogué a mi guía-, ¿existen todavía por estas montañas los Nazarenos, o, al menos, conoce usted en estos alrededores algunas personas que se dediquen a hacer el bien por el bien entre sus semejantes, ya retirados, ya viviendo en Fraternidad o comunidad monástica?

- ¡No sé nada! -me respondió secamente el guía, cortando de plano su anterior peroración, cual si no le hubiese agradado poco ni mucho la pregunta.

Disimulé, pues, y después de varios circunloquios pregunté de nuevo al guía acerca de las Salas Galiarda.

- Existe, -respondióme- una famosa piedra que se llama la piedra letrera, con escritura que nadie ha podido entender. Quien la levante, se dice que hallará el tesoro. Yo vi la piedra cuando era joven, pero cuando volví para levantarla ya no pude dar con ella y es que esa piedra encantada, cuando se encuentra, no se encuentra más que una vez. Por eso, por la cabeza de toro que allí verá en la piedra, se dice quien corte la cabeza al toro, éste hallará el tesoro.

- ¡Vamos! -exclamé ya fuera de mi, de pura curiosidad como me dominaba, y, sin pérdida de tiempo, comenzamos a andar las dos buenas leguas que aún nos separaban de la enhiesta montaña en cuya cumbre esperaba encontrar la solución al enigma.

Para reponer nuestras fuerzas hicimos un alto en la marcha en un pradezuelo rodeado de pelados picachos, en los que vi verdaderas obras de cíclopes y pronto tropezamos con un admirable dolmen, del que hicimos fotografías. Cruzamos luego por un peligroso lugar, guarida de jabalíes. Todos, bajo aquel sol de justicia, apenas si podíamos ya caminar, pero nuestro anciano guía saltaba de risco en risco como una cabra, hasta que le perdimos de vista.

Ascendimos, no sé como, a un derruido recinto, especie de fortaleza ciclópea, y allí tratamos de buscar la entrada de las dichosas Salas de Galiarda, pero era imposible hallar hueco alguno practicable y, para mayor contrariedad, nuestro extraño guía había desaparecido. Por fin, pudimos volverle a encontrar en otro picacho de más arriba, entre grandes sillares de granito asentados unos sobre otros sin argamasa alguna. Vimos allí también arcos dibujando entradas a galerías y pozos cegados e impracticables.


2 comentarios:

  1. J. A. Estepa Blanco27 de febrero de 2010, 12:38

    Roso de Luna merece estar, sin duda, en la nómina inabarcable de lo que Menéndez Pelayo llamó heterodoxos españoles. Lo suyo fue, lejos del oficialismo académico, investigar la historia oculta de las cosas, la región mágica en la que adquiere sentido lo inexplicable. Supe de don Mario hacia el 2005 cuando leí, casi de un tirón, las 1000 páginas del "Gárgoris y Habidis" de Sánchez Dragó, y ahora me complace ver que en el blog de un historiador se vindica y recupera su memoria.

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