viernes, 17 de julio de 2020

Al caño del Aguadero -1-, la subida de Belmez a Torre Lucero

Andaba días atrás en brega con los sopores que nos doblan, cuando decidí escaparme de mi sierra, árida y reseca como pocas, y patearme otra más generosa. A ser posible, que fuera una donde el susurro del agua me envolviera el ánimo y tuviera la sanadora propiedad de remojarme el ingenio.
Por necesidad de las obligaciones, la escapada debía de ser de un ir y venir sin posibilidad de posta. Así que me aventuré a adentrarme en la hechizante curiosidad que desprende el techo de nuestra provincia, Sierra Mágina. La intención primera fue dirigirme a Cuadros y subir al Caño del Aguadero por la cara norte de la sierra, persiguiendo las siempre desdeñadas huellas de los viejos trasterminantes, a la antigua usanza caminera. Pero, como deseaba llevar compañía y no las tenía todas conmigo en cuanto a la forma física del acompañante, pensé que sería mejor opción realizar un trayecto algo más reducido. De esta manera, si finalmente me engañaba la previsión y se daba una situación mucho más óptima, podríamos subir al abrevadero antes mencionado siguiendo la variante meridional que asciende desde el pueblo de Belmez de la Moraleda. En todo caso, se reduciría el trayecto en un porcentaje más que notable. Así que, definitivamente, tomé la decisión de conducir hasta el municipio de Belmez, famoso por sus ‘caras’, y ascender por la solana hasta el Hoyo de la Laguna utilizando en parte la traza de una vereda ya en desuso, el Camino de los Chorrillos a Belmez. Procediendo de esta manera, discurriríamos entre los huertos y acequias que flanquean el arroyo de Moraleda, o así me las prometía feliz por la información recopilada. Ya en el puerto, y si las fuerzas nos lo permitían, nos engancharíamos a la subida que viene desde Cuadros por el antiguo y modificado Camino del Pecho de La Herradura y proseguiríamos ruta por la alternativa planteada inicialmente hasta el Caño del Aguadero.
Llegados al lugar, a la Plaza del Nacimiento, donde el callejero de la localidad de Belmez se entreabre en dos pliegos uncidos por el barranco y arroyo de Moraleda, arrancamos con las primeras luces, cuando la tierra se digna en liberar los vapores de su aliento y el hombre corta y quema cualquier ínfula de una vegetación por siglos domeñada. O, como diría Braulio, cuando el olor a café entona el alma y el carajillo de anís encorajina la boca. El panel de inicio, ubicado por encima de la Plaza y en un extremo de la Avenida de Sierra Mágina, nos indicaba que el recorrido tenía algo más de cinco kilómetros, ida, y presentaba una dificultad media. ¡Ay!, ¡cómo y con qué mala gana me recordaría el acompañante que la información era un tanto errónea! Es cierto que la distancia no era excesiva y la pendiente, no siendo poca, tampoco era desmesurada, pero lo que verdaderamente vino a ocurrir es que la inclinación del tramo inicial, la de los dos primeros kilómetros, era de aúpa. Por otra parte, a partir de ese punto, y ya en la mesetilla que vuelca al arroyo de la Cueva de los Cervatos, la señalización hasta coronar el Hoyo de la Laguna era bastante precaria. Pero bueno, aún con ésas el recorrido se presentaba con bastante encanto e imaginábamos que era medianamente accesible. ¡¡¡El regreso fue ya otra cosa!!!
Como decía, comenzamos la subida con la fresca. Según fuimos dejando atrás el pueblo, pudimos apreciar que aquello de los huertos y acequias fue y tuvo un papel principal, y así quedaba reflejado en antiguas cartografías, pero que ya no era tal o, al menos, el hormigonado hilo caminero lo disimulaba y ocultaba a la perfección cualquier atisbo de aquello, salvando la presencia de alguna alberca diminuta y mucha tubería. El terrazgo hortícola se había reducido día con día bajo la opresora tenaza de las ordenadas huestes de olivos y los viejos bancales, arrasados o derruidos parcialmente, derramaban lágrimas pétreas pendiente abajo. Como reminiscencia de lo que fue, de tanto en tanto, de entre los bardales y dando fe de lo que llegó a ser, asomaba aquí una higuera, algo más allá un granado y al fondo varios balates escalonados salpicados de almendros resecos. De la cultura hídrica que un día fue dominante, se apreciaba algún testigo menor. El ligero susurro del regato había mudado a reventones de válvulas y llaves de paso, de las acequias poco testimonio vimos, a no ser que tomáramos por tales las amorcilladas tuberías embutidas de negro pvc.
Con todo, el paisaje nos ofrecía su encanto y un horizonte bastante atrayente. Quedo atrás el empinado hormigón, que dio paso a una estrecha y polvorienta vereda, un zigzagueante rompe piernas que minaba los ánimos. En todas y cada una de las muchas paradas, por recuperar el aliento, alzábamos la vista al horizonte y apreciábamos la atrayente llamada de la montaña. ¡¡¡Venga que ya está ahí!!! Sin saber qué. Por poniente asomaba la cúspide de Cerro Gordo, mientras que, a levante y muy arriba, haciendo honor a su propio nombre, nos guiaba la medieval Torre Lucero. Entre uno y otro referente, con la Morra de Mágina de fondo —aunque desconozco si también es nominada con el apelativo de Peña Grajera—, se dejaba caer el barranco del arroyo de Moraleda y el sendero que nos traía ascendía en quiebres cada vez más crecientes, casi desmesurados. Por fin, cuando el olivar dio por finalizada su conquista, pudimos apreciar con más claridad el frente de los viejos bancales, que, en ascenso, iban escalonando un barranco salpicado de decrépitos almendros, diminutos puntitos de un verde brillante sobre un telón blanquecino. Aún nos quedaba lo peor de la subida, la huida hacia adelante en busca de un horizonte que se perdía muy arriba, sobre una senda encajada, retorcida, blanquecina y polvorienta. Siempre bajo la atención inmisericorde del lucero, que ya remontaba su vuelo.






2 comentarios:

  1. No dilates en el tiempo la continuación de estas sendas, permite que siga tras de ti, así podré rememorar lo que ya intuí hace años, algunos de esos "pasos" los hice siendo muy joven. A veces el tiempo se acorta y estrecha para dejarnos volver a pasar. Enhorabuena por regalar palabras a cambio de nada.

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  2. Rosa, el tiempo, muchas veces traicionero, hay ocasiones que no es mal compañero. Es como viento, que sopla a su antojo. No es que te deje seguirme, es que me ayudas a seguir, ¡¡¡muchas gracias!!! En cuanto a regalar, es de buena gente hacerlo cuando tienes para hacerlo. Gracias

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