La explotación agraria del territorio propició la aparición de un elevado número
de viviendas rurales además de las que ya hemos comentado. Algunas de ellas
destacan por su originalidad, como pasa con los denominados «chozos» o «torrucas»,
que aún se mantienen en varias dehesas de Baños de la Encina. Son
construcciones circulares en piedra (granito o pizarra) de unos 4 metros de
diámetro y una altura aproximada de 1,20 m., completadas con una techumbre
cónica y vegetal (vigas de encina, ramaje de jara y retama), hasta alcanzar en
la cúspide los 4,5 m. aproximadamente. Junto a ellas se emplazan eras
empedradas, pues la finalidad de la torruca era ser centro de un sistema
agrícola propio de los pobres suelos mariánicos: la roza de cama para sembrar
cereales de forma itinerante.
En el
norte del municipio de Andújar, pero todavía en las estribaciones serranas, se
formaron, por su parte, pequeñas viñas, compuestas por una pequeña casa y un
lagar anexo. Desaparecido el cultivo de la vid, las residencias secundarias del
término, que han proliferado por la zona, han mantenido la denominación y
multiplicado su número de forma espectacular. Por supuesto, en la zona
campiñesa tenemos magníficos ejemplos de molinos aceiteros, si bien han desaparecido
las docenas de instalaciones que se reportaron en informes como el del Marqués
de la Ensenada, sobre todo a partir de la formación de enormes almazaras
industriales. No obstante, en el municipio de Villanueva de la Reina se ha
producido la recuperación de viejas instalaciones, ya sea para integrarlas en
modernas infraestructuras, ya para exponerlas en lugares públicos de la localidad.
Sobre
la vivienda tradicional hay que referirse también a las casas de hortelanos,
emparejadas junto a las terrazas del Guadalquivir. Generalmente son de pequeñas
dimensiones y una sola estancia, a la que se asocia un pequeño porche a la
entrada que frecuentemente está protegido del sol veraniego por una parra.
Tampoco faltan ejemplos de hábitat más reciente y concentrado, fruto en ambos
casos de políticas públicas de enorme resonancia en la comarca de referencia.
Por una parte, encontramos los poblados de colonización ligados a los embalses
construidos, surgidos para acoger a los obreros que durante años trabajaron en ellos,
como ya referimos anteriormente. Por otra, los poblados de colonización,
alzados en los años sesenta del siglo pasado para cobijar a la población que se
instalaría en las tierras bonificadas por la transformación en regadío. En
total, en la zona se levantaron seis de estos poblados, tres en la denominada
Zona Regable del Rumblar (La Quintería, Los Villares y La Ropera) y los otros
en la Zona Baja de Vegas del Guadalquivir (Vegas de Triana, Llanos del Sotillo
y San Julián). Junto a los canales de riego y las diferentes estaciones
elevadoras que fueron necesarias para poner en marcha el ambicioso proyecto,
los colonos recibieron pequeños lotes familiares o huertos complementarios, así
como la correspondiente vivienda, de diseño homogéneo aunque de mayor tamaño y
con almacén-garaje anexo en el caso de los beneficiados con lotes familiares
(unas 5 Has. Por término medio). Además de las viviendas, en el trazado en
damero típico encontramos los edificios de uso público (Araque, Sánchez y
Gallego, 2005).
Sierra
Morena, una lectura geográfica para un destino turístico en ciernes
Eduardo Araque Jiménez; José María Cantarero
Quesada, Antonio Garrido Almonacid, Egidio Moya García y José Domingo Sánchez
Martínez.
Cuadernos de Turismo de la Universidad de
Murcia, nº 16. 2005
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