viernes, 14 de junio de 2013

Los espacios naturales de la Sierra Morena Continental

La Sierra Morena Continental se eleva en la zona centro oriental de Andalucía dando forma a suaves lomas pobladas de encinas y alcornoques que se suceden interminablemente, a modo de colosales escalones que nos elevaran desde lo hondo del Valle del Guadalquivir hasta colonizar el otero manchego; siempre, sobre nuestras cabezas, el atento vuelo del águila imperial ibérica y el buitre leonado.
 
La sierra, una de las cordilleras más antiguas de la Península Ibérica, sustenta una gran variedad geológica, lo que ha condicionado el relieve y la presencia de una importante diversidad paisajística. Al norte dominan las cuarcitas que dan forma a un relieve abrupto, de encajados barrancos, como se pone de manifiesto en Despeñaperros o en la Cascada de la Cimbarra. Según descendemos, aparece un relieve de pizarra más suave, que atesorara gran parte de los filones metalíferos del histórico distrito minero Linares-La Carolina. Entre estas rocas se cuelan gigantescos bolos y canchales de granito que tienen su mejor exponente en la llanura Pedrocheña que ocupa el norte del parque natural de la Sierra de Cardeña y Montoro. Ya en contacto con el valle del Guadalquivir, la sierra da paso a solitarios cerros de arenisca, antiguos depósitos fluviales cuya piedra es usada tradicionalmente para los edificios monumentales de los municipios serranos y que también ha dado lugar a elementos geológicos de sumo interés, como el conjunto de huellas de dinosaurio (icnitas) de Santisteban del Puerto.
 
Los bosques de encina, en su mayoría adehesados, manchas mixtas de acebuches, quejigos y alcornoques, y, en las umbrías frescas y húmedas, bosquetes de roble melojo van a caracterizar la flora de estas sierras, dando lugar a una de las masas forestales mejor conservadas de la Península y a uno de los enclaves más singulares y de mayor valor ecológico de todo el territorio andaluz. El matorral noble es denso y diverso en las zonas menos alteradas, siendo las especies más frecuentes madroños, lentiscos, labiérnagos, aladiernos, espinos, mirtos y brezos y a los que se les unen coscojas. La vegetación de ribera, con presencia de sauces, fresnos, almeces y alisos, forma en ríos como el Yeguas o el Jándula algunos de los bosques de galería más auténticos de Andalucía.
 
Por sus agrestes laderas se mueve la población más numerosa de lince ibérico, uno de los carnívoros más amenazados, o el lobo, que encuentra en estas sierras su principal cobijo en Andalucía. Es de destacar la presencia de un número importante de grandes rapaces que pueden avistarse con facilidad desde los senderos señalizados, como son águila real, buitre negro o búho real, aunque el principal protagonista de esta sierra es el águila imperial ibérica. También se contabiliza una buena cantidad de parejas de cigüeña negra, cernícalo primilla y otras especies variopintas como nutria, meloncillo y un endemismo exclusivo de las aguas de los ríos Jándula y Rumblar: la Bogardilla. Las especies de caza mayor, como ciervo, jabalí y gamo, campean aquí por algunos de los cotos cinegéticos más prestigiosos de la Península.
 
La historia de estos lugares viene marcada por su carácter fronterizo entre la meseta y el valle del Guadalquivir, que los ha dotado de castillos, plazas fuertes monumentales y reconocidas batallas (Navas de Tolosa, Baecula y Bailén), pero también de caminos históricos, vías romanas y ventas bajomedievales. La minería ha sido otro de los componentes económicos que ha acompañado el devenir histórico de estas sierras, como ponen de manifiesto las minas de El Centenillo, el poblado argárico de Peñalosa o la ciudad íbero romana de Cástulo que, junto a las pinturas rupestres Patrimonio de la Humanidad que salpican todo el macizo, son los mejores exponentes de prehistoria de este territorio.
 
En la zona más oriental, sobre el Guadalquivir, a modo de atalaya que controla el importante cruce de caminos sobre el que se sitúa, Montoro es el máximo exponente monumental de este espacio: la Casa Ducal, las parroquias de Nuestra Señora del Carmen y San Bartolomé o el edificio de las Tercias, Museo del Olivo, son solo una muestra que se complementa con la arquitectura popular de las aldeas, como Venta el Charco, y las molinas, viejas almazaras levantadas sobre una roja piedra local, la molinaza. Hay también artesanos que siguen haciendo de lo que da la tierra una obra de arte; así aparecen maestros de la miel, mazapán, esparto, corcho,…, y hasta del calzado más artesano.
 
La presencia de suaves pendientes determina un escenario excelente para la práctica del senderismo, pero también para realizar rutas ecuestres y de cicloturismo aprovechando en su caso puentes, como el de las Donadas, o viejas calzadas romanas que surcan estas tierras. Según ascendemos, donde el control de los caminos es fundamental, la historia ha ido moteando de bastiones los oteros, como es el caso del castillo de Azuel o las atalayas de las Mañuelas y El Escorial. Pero es la arquitectura menor, como herramienta de la economía, la que identifica a la dehesa, apareciendo por doquier abrevaderos, vallas y bardales realizados con la dura materia prima que la soporta: el granito.
 
El pantano de las Tejoneras, a poco más de seis kilómetros de Cardeña, permite que los aficionados a la observación de las aves encuentren aquí un enclave de sumo interés. Para los que buscan sosiego, el tránsito otoño-invierno es interesante por la recogida de setas o la observación de la berrea, que el amante de las tradiciones puede combinar con la apreciación de la cría del cerdo ibérico en la dehesa y la visita a un centro de transformación de sus carnes.
 
En la zona central, al este del Yeguas y en el parque natural de las Sierras de Andújar, aparecen repartidos por toda su geografía senderos, uno de ellos señalizado como de Gran Recorrido (GR-48 de Sierra Morena), miradores, áreas recreativas y un jardín botánico que permiten que el turista disfrute de uno de los bosques mediterráneos mejor conservados de la Península. Un escenario idóneo para la práctica de actividades de bajo impacto ambiental, como el senderismo o la caza fotográfica. La existencia de una calzada de tierra que une el centro de visitantes de las Viñas de Peñallana, puerta del parque natural, con el poblado de El Centenillo, permite observar la disparidad paisajística de las fincas donde pasta el toro de lidia y las dedicadas a la caza. Así mismo ofrece un entorno idóneo para la observación de fauna salvaje: durante el tránsito del verano al otoño es escenario excepcional para apreciar la “berrea” del ciervo. Sus embalses, tanto el del Encinarejo como el Rumblar, conforman un litoral interior que favorece la práctica náutica (canoa) y el avistamiento de avifauna.
 
Con seguridad el patrimonio cultural es otra de las grandes bazas de este espacio. A la monumentalidad de sus municipios -Baños de la Encina y Andújar- se suma un patrimonio arqueológico y etnográfico nada desdeñable representado entre otros por yacimientos prehistóricos como Peñalosa, los castilletes íbero romanos de Los Escoriales y Salas Galiarda o el poblado minero y decimonónico de El Centenillo, edificado a la usanza británica. El Santuario de la Virgen de la Cabeza acoge anualmente la romería en honor a la patrona de los monteros, posiblemente la más antigua de España.
 
Ajeno al ajetreo motorizado que supone la autovía A4, podemos encontrar un verdadero paraíso para los amantes del senderismo y el cicloturismo: el parque natural de Despeñaperros. De los senderos que ofrece el espacio protegido, el de la Cueva de los Muñecos profundiza en el legado histórico -santuario ibérico- y el del Barranco de Valdeazores ofrece un destacada riqueza botánica y unos privilegiados enclaves para observar la fauna: desde el mirador del Collado de la Aviación se puede avistar al buitre leonado o al águila real sobrevolando el monumento natural de Los Órganos.
 
Con la llegada del otoño y las primeras aguas, es también una zona de interés para escuchar la berrea del ciervo o recoger níscalos; pero sin lugar a dudas es un espacio en el que se puede conocer con profundidad el arte rupestre esquemático -Cueva del Santo o Vacas del Retamoso-, Patrimonio de la Humanidad, pues a la cantidad de recursos presentes se une la posibilidad de realizar visitas guiadas con personal formado. En este sentido, es interesante desplazarse a la vecina localidad de Aldeaquemada, al paraje natural de la Cascada de la Cimbarra, donde un escenario natural impresionante cobija un número más que notable del mejor arte rupestre.
 
Pero es y ha sido el eje viario hacia la llanura manchega, de ahí que aún encontremos un legado más que interesante vinculado a esa mudanza: calzada romana del Empedraíllo, Venta Nueva (siglo XVIII), la Estación ferroviaria de Santa Elena o los castillos de Castro Ferral y las Navas. Es interesante también conocer sus aldeas, como la Aliseda, que concentró uno de los balnearios más destacados del siglo XIX; o la de Magaña, de un valor etnográfico más que sobresaliente. Estos mismos barrancos fueron escenario de acontecimientos bélicos de primer orden, como la Batalla de las Navas de Tolosa (1212).
 
Ajeno a los espacios protegidos, la comarca del Condado, en la zona más oriental de la Sierra Morena de Jaén y lindera con la Sierras de Segura y el manchego Campo de Montiel, se eleva hogaño como un verdadero territorio museo. Opidum como el de Giribaile (Vilches), cascos históricos como los de Vilches, Santisteban del Puerto, Castellar y la bella atalaya de Chiclana de Segura, núcleos ilustrados como Arquillos o el santuario ibérico de La Lobera en Castellar son solo la aguja de un pajar por aún explorar.


Fotografía: Alex Casas.


Fotografía: Cati Sabalete.

Fotografía: Proyecto Peñalosa.

Fotografía: Cati Sabalete.



Fotografía: Cati Sabalete.

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