domingo, 2 de junio de 2013

De puntos calientes...


Y de un día para otro parece que se nos ha caído el sombrajo encima, y es que ahora hay demasiados puntos calientes que enfriar.
 
Andaban otros tiempos, hace ya más de dos días. Por entonces, cada tarde después de la escuela, tenía entre mis obligaciones preparar la carga de leña que necesitaba el horno para echar la noche. Aunque parte del avío anual se almacenaba en la vieja leñera, ahora techada, una parte importante era amontonada en el hueco que había entre la cuadra de ordeñar las vacas y el corral de Juan Manuel el de la tonta, bajo la pasarela del pajar; Cotanillo arriba. Aunque solo eran dos carrillos de mano, para un chiquillo de mis años y hechuras era un buen rato que restaba tiempo a las andanzas con mis compañeros, que no a mis deberes de escuela.
 
De un buen día para otro, durante un nefasto verano, el buen horno, en aras de la modernidad, dejó paso a un extraño vacío. Ahora había mucha más amplitud, todo era mucho más aséptico, ¡teníamos huecos por doquier!
 
Sobraban los gigantescos armarios, ahora mudados a ligeros carros de acero.
 
Sobraba la larga pala, y su amplio campo de acción.
 
Sobraba la vasta leñera y los anejos del Cotanillo.
 
Y sobraban quiénes traían el carburante. La leña mudó de ser un valor añadido de la corta a una carga, sin saber qué hacer con ella.
 
Poco metido en asuntos de mundo lo acepté sin más trauma, pero me quedó el pellizco cuando cada lunes, sin falta, veía venir el camión del gasoil. Bajo el polvo quedaron los trajines de mi tío Dioni y su pascuali, con aquellas cargas de leña que llenaban de tumulto las tardes de marzo y abril.
 
Los tiempos que habían traído el gasóleo no tardaron en arrastrar cargas novedosas.
 
Los dulces más delicados, los que se vendían en la aceituna, para los que no había noche en la panadería por su compleja elaboración, dejaron de venir de Guarromán, de Bermúdez. Se vieron arrastrados por Cropán, Phosquitos, Martínez,… También aparecieron los sustitutos de la harina del bizcocho, del huevo y hasta de la levadura madre.
 
Paralelamente, por el bien de una comunidad aséptica, apareció la normativa de “puntos críticos” que venía a machacar con modernidad a las tahonas y pastelerías de pueblos. De camino se llevó por delante a los pequeños mataderos, como el de Baños, si total era utilizado por dos matachivos. Un detalle sin importancia que derrumbó definitivamente el poblamiento en la sierra y acabó con una tradición culinaria, que desde siglos había hecho del choto la carne más utilizada en esta villa.
 
Los precongelados, que llegaron de la mano de la dulzaina no tardaron en traer en andas a las muy modernas y estilosas baguettes. Solo vinieron a marcar una traza que ya estaba más que definida.
 
Posiblemente sean los puntos calientes la metáfora que mejor expresa el caos socioeconómico que rige en nuestro medio rural, donde una economía vaciada hasta lo más hondo deambula perdida. Pero todo sea por el bien de la globalidad que hasta hace bien poco tanto nos atraía.
 
Fotografía: Dietmar Roth.

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