(Fotografías: Juan Manuel Ortiz).
Aunque
la reciente bonanza económica había elevado de manera considerable la altura de
las casas linderas, tornando cámaras en alcobas individuales, los primeros hilos
de luz del día seguían saludando prematuramente al herbazal desordenado que
corona el Corralón, un altillo de amapoles y jaramagos. Éste, una vieja casona
venida a menos cuyas historias de antaño yacen bajo los escombros, es hoy un
otero que cobija las travesuras de la chiquillería. La solería, de tierra
apisonada e irregular, se alza poco más de dos metros sobre la calle principal,
la de la empinada Amargura cuando está se torna ya altozano, quedando el lugar al
suficiente resguardo para evadir juegos y triquiñuelas de la mirada atenta de
los mayores. Al lado de occidente cierra por el Cotanillo, apenas calleja, sin
luz, sucia y apretada entre paredes de ripios de piedra calzados con pizarra
que se pierden en un fondo tabicado de ruinas.
Aquella
mañana de sábado, como desde siempre, iría llenando de carreras y voceríos el
solar del Corralón mientras las madres abrían de par en par ventanas y puertas
para hacer sábado, la limpieza
general de la semana. Los primeros llegados recibían un sol apenas templado de una
primavera aún infante; los más rezagados lo sufrían bien entrada la mañana.
Pero aquel día, por esperado, era bastante especial. La calleja del Cotanillo
daba paso a portillos y portones, a cuadras y pajares, a traseras de casonas
otrora influyentes y hogaño volcadas al abandono, presas fáciles de zagales muy
arrimados a la aventura y de imaginación ligera. La de la moscarra, la de la ratilla,…
eran historia, poca cosa, aquella mañana venía cargada de traje de domingo: la
presa sería la Casa
de Joaquinito, una de las más
importantes haciendas del siglo XVIII que, como el resto, volcaba sus mejores prendas
a la calle Mestanza, eje viario muy principal. ¡Aquello eran palabras mayores!
Separado
del Corralón por una decrépita y reducida tapia de triples, hundido apenas unos
tres metros por debajo de éste y a espaldas de la casona principal de la
travesía Amargura, el corral de las vacas de Juan Manuel “el de la tonta” era lugar principal de encuentros, juegos y algún
que otro desvarío de chiquillos. Y su pajar centro neurálgico para planificar
escaramuzas y bravatas, como aquélla que nos traía entre manos: desvirgar el casón
del piano, hasta entonces harto impenetrable.
Ya
conocíamos cuadras y pajares, pozos y empiedros, pero el patio de la casa
principal, que daba acceso a los bajos nobles, nos era rebelde un día sí y otro
también; pues el desnivel entre los corrales de servicio, los que daban al
Cotanillo, y el principal era grande en exceso. Aún salvando la altura y
llegando al patio central, donde pozo y emparrado lucían bellas estructuras de
hierro, los portones se alzaban como molinos henchidos de poder trazando
puertas inexpugnables al campo de nuestra curiosidad. Semanas atrás, saltando
no sin poco riesgo entre bardales y tejados, tocamos pelo. Hasta ahí llegó la
cosa, no más, menguando en parte nuestra ilusión.
Pero
la paciencia, un arte que no se aprende y que la mayoría de las veces es hija
de la persistencia, nos regaló sus dones. Algunos días atrás, con la corta, la
casona se hizo acopio de abundante leña de la que fuimos atentos espectadores.
En esas, aprovechamos un resquicio de los empleados para violar la intimidad de
los portales, lo que nos permitió deambular por los bajos y memorizar cada una
de las estancias pudiendo apreciar que, entre la cocina y el patio, la leña
ocultaba un reciente derrumbe que nos permitiría el paso desde el corral de las
parras a través del boquete.
El
descuido de los empleados dio paso al entusiasmo de los intrigantes, que nos
quedamos de piedra al toparnos de una con el codiciado piano. La ambición no
tiene medida y es madre del atrevimiento, así que ni cortos ni perezosos le
martilleamos unas estrepitosas notas al botín que pusieron en aviso al guardián
de la casona, Pedro, que nos entonó con unos bien merecidos correazos. Los
cardenales nos alentaron para programar con celeridad el definitivo asalto para
la mañana del sábado siguiente;…y en esas estábamos.
Con
los años, todo ese mundo de la infancia, de la mía y de la de los muchos que me
precedieron, fue extinguiéndose a zarpazos hasta quedar como un recuerdo
endémico sepultado por una modernidad global que cada vez entiendo menos. Pero
aún queda el escenario donde dormían aquellos recuerdos, y quedamos nosotros,
los chiquillos de antaño, memoria con fecha de caducidad.
O
eso creía. Pero el Corralón recientemente ha finado. Del Cotanillo, del corral de
las vacas, las cuadras y el pajar queda poco menos que la impronta; y la mole
de Joaquinito, perdidos emparrados y parras, puertas y alacenas... y hasta Pedro, y el piano, se derrumba, por ahora despacio, pero su
caída es inminente.
Que cada cual descanse como pueda.
Y ..... te podria contar...la de recuerdos que esa casa encierra. Recuerdos que se mezclan ya, y se van perdiendo en los pliegues de la memoria. Pero siempre quedan algunos imborrables..... las canicas en la escalera en el triangulo de la ultima curva, el olor de las sabanas que, en la sala de plancha, las hijas de.... no me viene el nombre, ahora... preparaban cuando venian los señores, el reloj de cuco de la sala principal, los regalos de reyes que traian de Madrid para mi y mi hermana, del telefono de cuerda que habia entrando a la derecha, en mitad del pasillo, del deespacho de mi padre, saliendo al patio y sobretodo el olor de los donpedros quebrados en mis juegos junto al pozo de abajo....... los nidos de golondrinas de las cuadras, las putadas que me hacian los braceros de la casa, el trabajo que les costaba subir los costales de trigo a las camaras y la coz que una vez me dio un potrillo en mitad del pecho.... recuerdos... que han vuelto a aprecer con tu entrada, que han estado dormidos... pero no muertos... que siguen hasta...
ResponderEliminarGracias Jose MAria por esta entrada.
Qué casa tan espléndida y qué pena que se vaya perdiendo, porque incluso aún contaría muchas cosas.
ResponderEliminarYo también te doy las gracias por llevarnos dentro y retener las imágenes.
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