viernes, 12 de noviembre de 2010

Textos para el geosendero de la Pizarrilla 3

Según avanzamos sobre la empinada cuesta, a nuestra izquierda va levantándose una magnífica panorámica de la Depresión, con la campiña hilvanada de olivar en primer término. El ascenso, escoltado a nuestra derecha por grandes losas o lajas de pizarra, nos lleva ya en la ceja a la mesa de areniscas sobre las que se sitúa el pueblo, más concretamente al paraje denominado “Calvario Viejo”, una meseta formada hace más de 200 millones en un ambiente fluvial, hoy un antiguo solar de eras empedradas con ripios de arenisca, que aún intentan asomar muy tímidamente de entre el desuso. La mayor resistencia a la erosión de este tipo de roca respecto al resto de materiales que afloran en las proximidades (pizarras, margas y arenas carbonatadas) ha dejado un cerro residual, semiaislado, de cima peniplanizada, ocupado por el pueblo y rodeado de áreas a inferior altura: la Depresión del Guadalquivir al este y barrancos de abruptas laderas encajados por ríos en pizarras como el que queda al sur de la localidad, el Rumblar al oeste y el arroyo de la Alcubilla al norte. Más o menos cerca hallamos otros espacios testigo de este tipo de roca como el Cerro del Gólgota, frente al castillo en dirección suroeste; y Los Llanos-Dehesilla, a los pies del macizo granítico del Navamorquín. Debido a la dureza y baja tenacidad de la arenisca, hecho que facilita su labra, y a su abundancia, se ha convertido en la piedra por antonomasia de la localidad, presente en todos y cada uno de sus edificios históricos y tradicionales.

Sobre el camino, éste nos obligará en breve a girar a la derecha para encarar el camino de la Alcubilla que atraviesa de pleno el dique de granito que corre parejo al arroyo del mismo nombre y que nos guiará en nuestros próximos pasos. Hace 300 millones de años, tras el plegamiento de las pizarras, un material fundido, ígneo, ácido, es decir, con elevado contenido en sílice (magma ácido) ascendió a través de una superficie de debilidad subvertical en las pizarras (una fractura o diaclasa) desde una cámara magmática. El material fundido se enfrió lentamente bajo la superficie topográfica cristalizando los minerales componentes del granito. El desmantelamiento por erosión de las pizarras que cubrían el dique granítico dejaron al descubierto el cuerpo granítico que quedó expuesto en superficie a las condiciones atmosféricas. Hoy podemos apreciar como en un mar de pizarra aparecen pequeños reductos de bolos y canchales rojos, formando un paisaje de aspecto desordenado y belleza extrema que tiene continuidad en la vecina “Piedra Bermeja”.

Tras superar en descenso “La Piedra Escurridera”, un elemento natural con unos tintes etnográficos sobresalientes, nos dejamos caer al “Pocico Ciego”, ingenio hídrico que aprovecha el encuentro entre los quebrados pliegues de la pizarra y el dique emergente para abastecer sus veneros de agua. A poco, el camino, que va por encima del pozo, y el propio arroyo, nos obligan a girar a la izquierda para, entre eucaliptos, encarar el paraje de la alcubilla. Aquí encontramos uno de esos paisajes culturales que dan sensación de eterna placidez; en realidad se trata de un complejo hídrico formado por pozo (agua para animales), alcubilla (fuente para las personas), rebosaderos y sus correspondientes canales de evacuación elaborados con mortero de cal. Por encima emerge el “Huerto Miguelico”, prototipo del huerto en barranco presente en la Dehesa Santo Cristo por la que discurrimos ahora, cuyos verdes bancales luchan por sujetar la vida vegetal a la pendiente del cerro. En general, el paraje se constituye como un ingenio hídrico, que de modo endémico parece atado a otro tiempo y a otros usos.

Dejándonos llevar por el camino que discurre entre un bosque cerrado de pinos y algunos eucaliptos, donde el matorral mediterráneo ya tiene una mayor presencia (distintas variedades de jara, romero, cantueso, mejorana, retama, etc.), surcamos por el corazón del dique de granito rojo que exhibe su mayor belleza en el paraje de “Piedras Bermejas”. A unos pocos metros del último gran giro a la izquierda que ya nos acerca sin solución al final de nuestro recorrido, sobre el trazado aparecen restos de un viejo camino empedrado fabricado con la técnica denominada “glarea strata” (utilizando grandes ripios de granito), de posible origen romano.

El tramo final nos lleva al llano del Santo Cristo, lugar donde antaño estaba la mayor concentración de canteras de arenisca, hoy ocultas bajo el asfalto de la modernidad.

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