Andaba anoche con la cabeza en desvaríos, cuando me vino a la mente una afirmación tajante que ya hace unos años me soltó mi buen amigo Alfonso Hortelano allá por tierras de Soria: “No le des vueltas, el turismo puede echar una mano, pero, en verdad, la dinamización económica de lo rural sólo puede venir de la mano de unas nuevas formas agrícolas”; y tenía más razón que un santo, como suele decirse.
La santa globalización entre la que nadamos ya ha designado su papel a cada ámbito de la sociedad y cada rincón geográfico, encorsetando a tierras y gentes; y aún nos vanagloriamos de nuestra grandeza. La sierra, decadente en usos ganaderos tradicionales, se dedica para pasto de gloriosos trofeos una vez cercenados caminos y cañadas. La campiña, saturada de unos olivos de alto coste ecológico, se mueve al antojo de una economía entre grilletes. Y las gentes, nuestras gentes, siguen siendo aquellos jornaleros del siglo XIX y parte del XX, que iban a la plaza a esperar turno de tajo, otrora agrario y hogaño pegado, en lo que puede, al ladrillo y al hormigón.
Y ahora, decadente en faena, no le queda otra que llorar al padre consistorial, que ha de tornar su tiempo de gestión en mendigar a las ufanas instituciones mayores los cuartos que por derecho le son propiedad ¡ja!
Porque, a decir verdad, como bien me contaba el amigo Hortelano, ¿cuáles son las materias primas que nacen al amparo de nuestro ámbito rural (Baños de la Encina) y que nos pueden abrir nuevos caminos económicos? Y no me valen las manidas plantas aromáticas, y sino que le pregunten al señor que las vende secas en la Plaza de Abastos de Andújar que no puede adquirir más cupos de material, porque para cortar las plantas aromáticas hay que tener la pertinente autorización, ¿lo sabemos?
Otro día hablaremos del inconsciente cierre del Matadero Municipal y como puso fin de manera tajante a un modo tradicional, la ganadería ovina y caprina, y dejó manga ancha al sistema cinegético “globalizado”, y etc., etc.
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