miércoles, 11 de agosto de 2010

Un mar de catetos

Ha hecho algo más de 17 años que visité por primera vez la Ciudad Encantada, en la Serranía de Cuenca. Después, hará unos 12, realicé mi segunda visita. La primera vez fue una escapada esporádica, de esas que hacía uno a la aventura, a descubrir un mundo que se iba quedando pequeño.



Serpenteando por una carretera inaudita, solitaria, silenciosa, sólo a tramos alterada por un camión que transportaba madera, fui a llegar a Uña, donde descubrí su laguna y a la “coloretes” barriendo la puerta de la casa que tenía en esta población; una señora muy agradable que conocía de “ir vendiendo pan por las calles” y que ubicaba en Baños al principio de la calle de “las chozas”. Tras su amable recibida me dejó constancia de la vida trashumante con su marido. El encuentro fortuito dio pie a toda una lección de “cosas que ver” por esas tierras.

Así, a la vuelta, sin excusa, tuve que pasar por la “ciudad encantada”, para mí todo un descubrimiento geológico. Una joya del buen hacer de la naturaleza sólo perturbada por la presencia de una minúscula y destartalada taberna de sierra, donde un seco “alcarreño” dejaba constancia de las hondas raíces de sus gentes. El paseo, aunque silencioso, era todo un tumulto de armoniosos sonidos e intensos aromas; el sendero era todo un mar de preguntas de “querer saber lo que iba descubriendo”.

Cinco años después el silencio iba rompiéndose y la tasca había sido tumbada bajo los designios de la modernidad dando paso a un “hotel universal”, ¡qué paradoja para estas tierras! La nueva carretera de Serranía iba dando pujanza a una actividad cada vez más presente: el turismo rural. Entendí que primero había sido el hotel pero que después llegarían capítulos de índole más positiva como una mejor organización de las visitas que irían impregnado de un carácter más didáctico la experiencia, formando así una vivencia mucho más cercana al territorio y más alejada de la “pandereta”.

Bueno, pues con esas intenciones me acerqué este fin de semana, con ganas que mis hijos tocaran la roca y supieran algo más del suelo sobre el que pisan.

Pues bien, las visitas están mejor organizadas, todo el mundo, hasta los más niños, deben pagar 3€ por visitar, a tu aire, un zoológico de piedra, eso sí, tras superar una suma de kioscos y artesanías con encanto, que yo más bien diría de “feria”. Ya dentro, un magnífico panel, posiblemente realizado por niños de primaria (incluidas faltas de ortografía), a modo de tablón de helados, nos informa sobre este paraje lo mismo que podría mal hacerlo del karst de Sorbas.

Tras este magnífico recibimiento, un tinglado de complejas papeleras soportadas por tubos de antena de televisión, carteles faunísticos varados sobre la roca y flechas desdibujados sobre “animales pétreos” se van sucediendo dejando de lado sorprendentes WC. Toda una experiencia, bendita esta modernidad.







2 comentarios:

  1. me duele que tenga un comentario tan feo y se guarde lo bonito que tiene Cuenca

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  2. Junto a Teruel son las provincias españolas a las que más he viajado y de las que mejores vivencias tengo, hecho que expresa mi querencia por esas tierras. Dicho esto, nada me impide dejar constancia de una gestión nefasta, cateta y "pesetera".

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