Cuando chico, de Pedro no tenía más noticia que verlo en la tienda de Lucía, su esposa, de los tiempos en que mi abuela Pura y yo atendíamos el despacho que mi padre tenía en casa de mi tía Rafaela. Por reiteradas, sólo lo asociaba a dos situaciones que me transmitían erróneamente la imagen de un hombre huraño. La primera de ellas se daba cuando, a primera hora, tenía que ir a comprar alguna engañifa para el bocadillo, pues debía coger pronto el autobús de Manolo para irme a estudiar a Linares. Lo veía con Juan “el ganforro”, en la tienda, haciendo un descanso de sus faenas, amarrados momentáneamente a una botella “del mono” y hablando de su pasión, la liria.
La segunda, y seguro que era la que me tenía en equívoco, lo situaba trajinando con una gran faca. Con una destreza sin igual, movía el cuchillo entre sus manazas hasta hacer desaparecer la corteza de los jamones. Este hacer cotidiano le dejaba a su señora “campo libre” para cortar los pedidos de jamón, por entonces eran pocos los que podían comprar un jamón entero.
Muchos años después lo encontré compartiendo aficiones y trabajos con mi padre y con Juan Ramón el carpintero. Las mañanas las echaban en el huerto, donde Juan Ramón sólo acudía a ratos, a razón de su situación laboral, muy dispar de la de sus socios jubilados. Y los encontrabas en faena cinegética los fines de semana, con la llegada del otoño. Para ellos la liria era mucho más que cazar, era una forma de refrendar los ratos de buena amistad. Ahora si conocí al verdadero Pedro, todo “humanidad”.
En una de las mañanas de verano que echaba con ellos en el huerto, surgió el tema de los licores y como Pedro los hacía, sobre todo con zarzamoras. Envalentonados con la discusión y el vino acabé quedando para acercarnos por la tarde a “Juan de las Vacas” y coger unas pocas moras. Sólo aparecimos Pedro y yo en plena calina.
Muy pronto llené una bolsa, aunque lo hice rodeando con cuidado los bajos de la zarza y dando de lado a los altos, pues no se me ocurrió otra grandeza que ir en pantalón corto. Con mi bolsa llena y todo orgulloso le digo a Pedro que podíamos regresar, él también había llenado la suya. Y me dice -Nene, con esa birria de moras no vamos a ir-, y va y me saca un manojo de bolsas del pantalón. De nada me sirvió la excusa de la cortedad de mi calzón, era tal su ánimo que acabamos con un palo y las bolsas encaramados por encima de unas zarzas de más de cuatro metros de alto, una verdadera selva enmarañada.
Finalmente, cogimos bolsas y bolsas de moras y mi adrenalina llegó a cotas inimaginables, tal era la grandeza de su espíritu. Acabé hecho un “ecce homo” pero pase una de esas tardes que nunca se olvidan, de las que uno se siente orgulloso al contarlas. Gracias Pedro por una de muchas tardes y mañanas buenas, como alguna por esos llanos “furtivos” de la foto.
La segunda, y seguro que era la que me tenía en equívoco, lo situaba trajinando con una gran faca. Con una destreza sin igual, movía el cuchillo entre sus manazas hasta hacer desaparecer la corteza de los jamones. Este hacer cotidiano le dejaba a su señora “campo libre” para cortar los pedidos de jamón, por entonces eran pocos los que podían comprar un jamón entero.
Muchos años después lo encontré compartiendo aficiones y trabajos con mi padre y con Juan Ramón el carpintero. Las mañanas las echaban en el huerto, donde Juan Ramón sólo acudía a ratos, a razón de su situación laboral, muy dispar de la de sus socios jubilados. Y los encontrabas en faena cinegética los fines de semana, con la llegada del otoño. Para ellos la liria era mucho más que cazar, era una forma de refrendar los ratos de buena amistad. Ahora si conocí al verdadero Pedro, todo “humanidad”.
En una de las mañanas de verano que echaba con ellos en el huerto, surgió el tema de los licores y como Pedro los hacía, sobre todo con zarzamoras. Envalentonados con la discusión y el vino acabé quedando para acercarnos por la tarde a “Juan de las Vacas” y coger unas pocas moras. Sólo aparecimos Pedro y yo en plena calina.
Muy pronto llené una bolsa, aunque lo hice rodeando con cuidado los bajos de la zarza y dando de lado a los altos, pues no se me ocurrió otra grandeza que ir en pantalón corto. Con mi bolsa llena y todo orgulloso le digo a Pedro que podíamos regresar, él también había llenado la suya. Y me dice -Nene, con esa birria de moras no vamos a ir-, y va y me saca un manojo de bolsas del pantalón. De nada me sirvió la excusa de la cortedad de mi calzón, era tal su ánimo que acabamos con un palo y las bolsas encaramados por encima de unas zarzas de más de cuatro metros de alto, una verdadera selva enmarañada.
Finalmente, cogimos bolsas y bolsas de moras y mi adrenalina llegó a cotas inimaginables, tal era la grandeza de su espíritu. Acabé hecho un “ecce homo” pero pase una de esas tardes que nunca se olvidan, de las que uno se siente orgulloso al contarlas. Gracias Pedro por una de muchas tardes y mañanas buenas, como alguna por esos llanos “furtivos” de la foto.
Sabia la estima que le tenias a Pedro y a esa tarde pero hasta que no lo he leído no imaginaba cuanto
ResponderEliminarPEDRO el mejor vecino y el mas quemasangres para los chiquillos pero te echaremos de menos. Le pido a (DIOS) que le abra las puertas del cielo por que se lo merece, un abrazo de animo para la familia en especial para mi JOSE MANUEL
ResponderEliminarLA COPA DE ANIS DE LAS MAÑANAS, PEDRO LA PEDIA COMO " UNA MONADA"
ResponderEliminarUNA DE LAS MEJORES PERSONAS QUE HE CONOCIDO EN MI VIDA.