Existía la
costumbre entre los vecinos próximos al molino —
hoy casi imposible de practicar en las modernas
almazaras— de acudir por las mañanas con su rebanada de pan para tostarlo en la
fogata de la caldera, untarlo con ajo y empaparlo después en aceite nuevo
sumergiéndolo en una de las tinajas: eran
los apetitosos y nutritivos “tostones” de
aquellos tiempos. Las calorías aportadas al
organismo por una de estas tostadas eran suficientes para que la
persona estuviera alimentada durante todo el día,
ocupada en las duras faenas agrícolas,…
Tampoco me
olvido del delicioso y sencillo “hoyo de
aceite” - “cucharro” en el cercano Alfarnate y otros
lugares— que los niños pedían por las mañanas al
“maestro de molino”, y en ausencia de éste a sus madres, llenase su oquedad
vaciada de miga con un chorreón del mismo hasta quedar el
pan empapado, y todo sazonado con una pizca de
sal para que estuviera más sabroso… El “hoyo
de aceite” es uno de los más exquisitos y sanos manjares
de nuestra gastronomía andaluza - mejor si lo acompañamos
de tomate y un pedazo de bacalao-, que convendría
no cayera en el olvido, relegado, como lo está siendo, por la
antinatural e insana bollería tan rica en el colesterol
que nos sobra y obstruye nuestras arterias desde la niñez.
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