jueves, 7 de agosto de 2014

El Santo Cristo

Arranca la senda en el llano del Santo Cristo. Aunque hoy sienta reales bajo una maraña de viviendas y asfalto, este descansadero de ganado merino ofrecía hasta hace bien poco un horizonte totalmente limpio de obstáculos sólo roto, al fondo, en la lejanía, por los pétreos bardales de la Viña “la tonta”. Teniendo, como tenía, principal cometido la posta de los ganados trashumantes, compaginaba con otros usos de interés para el común. Así, un rosario de eras de pan trillar se sucedían a modo de gigantescos círculos empedrados que, en días de asueto, soportaban a empedernidos futboleros que removían polvos un día en la era de “Vidal” y otro mudaban a la “vuelta la pera”.

 Pero fueron las canteras para extraer arenisca (la piedra local) la actividad que mayor empuje tuvo, quizá ya desde la edificación del santuario o aún, antes, cuando la Vieja Santa María alzaba sus verticales. Así, apreciamos la de “Marquitos” a nuestra derecha, dando cobijo a la piscina local, como antaño lo diera a docenas de mozalbetes que, arremangados los calzones por encima de la rodilla, buscaban entre las aguas del hoyo, sucias y estancadas, cabezolones (renacuajos) y tiros (salamandras). De aquí, de su suelo, se obtuvieron las principales materias primas que dieron forma a nuestro castillo: tierra -roja-, también utilizada para el barro de los tejados y las legendarias “bolas de barro” (canicas), y cal -blanca- (a la sazón éste es el cerro de la Calera).

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