Siempre he sido partidario de las pequeñas obras, las grandes tienen demasiados flecos y conllevan aspavientos en exceso. Creo en la suma, grano a grano, y esa creencia ha sido la que he intentado implementar en la difusa periferia de mi pueblo, en ese estado de las cosas donde la naturaleza humanizada sucumbe ante la hecatombe de la barbarie urbana o lo urbano viene a degradarse en estado crítico.
La suma de pequeñeces, el origen variopinto de los recursos económicos, la alternancia de los modos de contratación, la preservación y valorización de nimios elementos de nuestro bagaje etnográfico, el rejuvenecimiento de recortados tramos de caminos de uso público, la educación, el voluntariado y la ganancia en espacios verdes, la interpretación didáctica y los nuevos usos reales del territorio,… todos estos términos han dado compaña y regido el proceso de implementación de lo que en su día vine a nominar como “Ecomuseo de los Ruedos”; o lo que es lo mismo, un programa para la revitalización social de la periferia inmediata a nuestro núcleo urbano de Baños de la Encina.
De entre esas pequeñas actuaciones, todas bajo el amparo y la previsión de proyectos visados desde el “primer día” por la Consejería de Medio Ambiente, una ha quedado un poco rezagada, la del Barranco del Pilarejo. Preñado del diálogo y buen consejo de mi amigo “el merguis, José Luis, se ha ido aferrando a pequeñas dádivas y sobrantes, Aún le queda mucho para dar a luz a la criatura que con un buen vaso de vino preñamos, pero al ver en alza casi definitiva la efigie del aljibe que tendrá a buen recaudo las aguas otrora perdidas, que con buen término y días seguro darán vida al viejo pilarejo, uno piensa que aquella postura tuvo buenos principios.
Ahora, cuando a diario me desplazo a Úbeda parejo a las permanentes obras de la futura autovía del Levante me hago mis cuentas. Ni me atrevo a poner los ceros que contabiliza esta magnífica intervención que remueve cielo y tierra para comodidad de sus futuros conductores, pese a que cuando no hay tráfico, casi nunca, uno rueda perfectamente por la vieja 322 hilando trazados de pendientes y curvas variopintas que con certeza sumaron muchos menos ceros en sus tribulaciones. Si el problema es el tráfico ¿por qué la solución se encuentra en una obra magna que altera y endereza paisajes en exceso? Si a fin de cuentas, en el mejor de los casos, vamos a circular a 120, ¿no es suficiente con doblar el viario sin más pretensiones?
Lo que me digo, demasiados aspavientos y flecos.
Precioso está quedando.
ResponderEliminarSaludos