jueves, 25 de marzo de 2010

Sobre Salas Galiarda y otros 2

- ¿Dónde encontrar la entrada de las Salas?- pregunté al guía. Hubiera sido necesario una cuadrilla de hombres trabajando varios días, para hacer un hueco donde cupiese un hombre. Naufragábamos, pues, a la entrada del puerto… y dejamos, contrariados, nuestra empresa para mejores días, regresando al caserío de la Nava, donde, un cabrero, amigo del guía, nos contó lo que sigue:

- Cierto día fui llamado por un señor extranjero para que le acompañara desde Bailén hasta determinado sitio de aquella sierra. El cabrero le acompañó, y, una vez en el lugar buscado, pagole el extranjero con largueza, despidiéndole, y como aquél le hiciese observar que, si le dejaba solo, acaso no sabría volver a Bailén, el caballero le dijo sonriendo, que se llegase hasta un chaparro que se veía a pocos pasos de allí y no volviera la cara hasta que a él llegase, Así lo hizo el cabrero, pero, ¿cuál no sería su sorpresa al volver la cara y advertir que el caballero había desaparecido y sólo entrevió un hoyo en la tierra que, al cerrarse no permitía averiguar por donde se había abierto aquel sitio? El cabrero, aterrorizado, huyó de aquellos lugares más que deprisa.

- ¿Usted no cree, señor, que tales personas puedan desaparecer? -Interrogome el jina-. ¡Eso será por la electricidad, verdad! Ja… ja… ja… -y se reía en nuestras mismas barbas, haciéndome concebir contra él cierta sorda irritación.

No le contesté siquiera. Llegamos al fin al coche y despedimos al guía, quien echó a andar por la planicie aquélla donde no se veía ni un árbol ni otro accidente del terreno capaz de servir de escondite a nadie, pero… el viejo había desaparecido, y, por más que partimos al punto, fustigando lo caballos, ya no volvimos a verle más… O se escondió en algún hoyo, o se lo trago la tierra, después de habernos dado las señas para poder dirigirnos a los Penitentes Mudos…

Nosotros no acabaríamos nunca si a detallar fuésemos las innumerables leyendas de los jinas y de sus tesoros, que en todo el ámbito de la Península se guardan. Los bathi, espantosos pero fieles gnomos, guardan estos últimos; diremos parafraseando lo que acerca del Gobbi dice nuestra Maestra. -Ellos esperan el día en que nuestra patria querida entre en un nuevo ciclo de restauración de su sublime pasado y el que esas armas ocultistas de fino temple toledano que poseímos siempre, se limpien de la herrumbre que sobre ellas han depositado veinte siglos de persecuciones e intolerancias. La tumba del Cid –no del Cid de tiempo de Alfonso VI, sino del Alcide, El Señor, el Hércules prehistórico, español-, esa tumba que Costa quiso cerrar con los siete sellos apocalípticos, recuerda aquella otra tumba del gran Ghengis-khan mogol junto al lago Tabasun Nor, donde, al decir de la tradición local, éste yace como dormido, en espera de despertar dentro de poco tiempo para conducir a su sufrido e incomprendido pueblo a nuevas victorias, no contra morisma alguna, sino contra esa lepra y ese cretinismo sanchopancesco que ha hecho de la raza de Don Quijote, caballero andante, o séase ocultista, una raza que lo ignora todo, que lo teme todo y que vanamente espera de fuera una redención que sólo puede venirle de si misma y de sus glorias en el campo de la Poligrafía y del Ocultismo.

Sucesores de los primitivos Penitentes Mudo anticristianos, a que se refiere nuestro amigo, son, sin duda, los eremitas que pueblan las llamadas Ermitas de la Sierra de Córdoba, y un estudio detallado de ellos y de su historia sería de cierto interés ocultista, porque, a bien decir, en España, pese a todas las tradicionales persecuciones, no hay rincón alguno de carezca de semejante interés.

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