viernes, 27 de octubre de 2023

De Santos

Corrían tardes como las de hoy, de las que barren el verano y barruntan un merecido otoño, y aun así bufábamos sin disimulo y con el mayor desenfreno.

Las obligaciones militares habían reducido la compañía en los últimos Santos y año con otro la peña mermaba o crecía, cuando no era que mudaban los integrantes. Quizá, por todo aquello, los que agostamos en caladero fijo nunca faltábamos a nuestras ‘obligaciones’ con una fiesta tan señalada.

Por medio, nos desnudamos de lo que pensamos erróneamente que eran lastres de la tradición y nos quedamos en nada, tan sólo con la facha.

Hubo ocasiones en las que se sumaron amigos y compañeros de estudios, que diríamos ultramontanos, aunque en realidad procedían de a tiro de piedra. Como fue el caso de Sergio e Hilario, que no tuvieron otra que comenzar la ‘santería’, de antemano y por su cuenta, faenándose una botella de anís en la mismísima puerta del Santuario, a la buena vista y severo juicio de mi tía Rafaela. ¡Qué desatinos! En otra situación, y no buen criterio, no tuvimos otra ocurrencia que ahogar al ‘cuatro latas’ de mi padre en Navarredonda, viéndonos obligados a venir a pie y toda prisa desde la Atalaya. Como por entonces el coche era una herramienta de trabajo, armamos tal trajín que aún martillea en mi memoria.

Y en materia de abasto, cómo no recordar cuando nos avituallamos de mucho pan, algo de aceite y poca chicha. Tan sólo llevamos dos pollos para asar sin más aliño que nuestra mucha inexperiencia. Pan casi no faltó, pero en lo que respecta a las gallináceas, la primera la engulló la lumbre. Nada extraño, si consideramos que la parrilla que armamos era el espaldar de una vieja silla de madera. Y qué contar del segundo que, siguiendo las enseñanzas del precedente, nos lo hurtó un perro pulgoso, que no envidiaba calamidad alguna al mismísimo podenco de don Alonso Quijano, y se lo tragó sin el mayor pudor.

En otro caso, con borrasca por medio, un enorme barrizal y de perdidos al río, medio chasis de la moto de Félix acabó en los asientos traseros de mi Simca…, y allí hubiera quedado por toda la eternidad de no haber enviado a aquel blindado al desguace.

Pero un año en las que las vacantes fueron numerosas, por no faltar a las buenas costumbres y porque mi primo Dioni y yo nos aferrábamos a un hierro ardiendo en estas cosas de montar un sarao, armamos la de Cristo a partes iguales con Atila, como nómadas errantes y sin rumbo. De peña en peña, nos dio por dejarnos caer por esas sierras de dios en su ‘cuatro latas’, que era más fiable que el mencionado más arriba. De compañía, una buena ristra de chorizos, mucho pan de mi padre, sendos litronas de la tiendecilla de Manuela y una impenitente cinta de ‘Egin’, un préstamo del Torreño que nos legó un verdadero desconcierto musical.

No fueron unos Santos de ir a preparar el chozo, echarnos la manta a la cabeza y no montar nada, como otros que les precedieron cuando la ‘partía’ andaba completa, con Juan y los Merguis, o en otras ocasiones en las se sumaron Juan Carlos ‘el Pelao’ y Félix, o como cuando nos acompañó el Toni de Santanita. Estos fueron de echar un rato a pie de la lumbre sin organizar ningún dislate fuera de lugar, pero donde no faltaron las muchas voces. Ahora, eso sí ¡los chorizos sudaron como nunca y dieron para mucho concilio!

Fueron unos Santos de un par de fines de semana, de mucha bulla y ningún tropiezo. En cierta manera fueron raros, como ningunos otros, ¡únicos! De los que con seguridad ya nunca repetiremos.

Ahora sí, el otoño llegó en serio.




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