domingo, 15 de octubre de 2023

'Castilla' en Baños

El carácter fronterizo de su sierra, a caballo entre la llanura manchega y los valles que evacuan sus aguas a la cuenca del Alto Guadalquivir, ha favorecido el protagonismo de sus puertos, desfiladeros y collados, ya fuera en momentos de encarnizado enfrentamiento bélico o en periodos de fructíferas relaciones comerciales. De esta manera, la actividad caminera y los trasiegos comerciales a ella asociados, o la defensa del territorio, han dibujado toda una red de caminos, puentes y pontanillas, castillos y fortines, fuentes, ventas y mesones… que aún hoy salpica toda su geografía.

Con diferencia, el baluarte militar que más reconocimientos atesora es su castillo. Edificado durante el califato beréber, posiblemente a finales del siglo XII, y siguiendo la más pura tradición hispano romana, el interior de su recinto acoge evidencias materiales que arrancan en los albores de la Edad del Bronce (Bronce argárico) y, sin apenas interrupción histórica, suma poblado fortificado, torrus íbera, mausoleo funerario, burch emiral, cementerios cristiano, corral de juegos y hasta una pista de baile que igual giró al son de un pasodoble que al frenético compás de Ska-P. Germen del actual pueblo de Baños de la Encina, fue declarado Monumento Histórico Artístico en 1931.

Estudios recientes, cada vez más acertados y que nunca renuncian a reconocer el mérito de los precursores, han ido desentrañando el magnífico y variopinto patrimonio encastillado que este municipio de Sierra Morena acoge en su término histórico.

Así es. Durante la Edad del Bronce (1800 a. C), gentes de aculturación argárica, y casi con seguridad procedentes de lo que hoy es la comarca de La Loma, atrincheraron la cuenca del Rumblar mediante un metódico programa organizativo, cuya finalidad no era otra que obtener un exhaustivo control del territorio. De esta manera se aseguraban la más eficaz explotación de los filones de cobre existentes en las entrañas metalíferas de Sierra Morena. En este sentido, se levantan pequeños y recios fortines que controlan los pasos y collados que, desde el valle del Nacimiento, dan acceso a la cuenca del río Rumblar. Este es el caso los fortines de Migaldías y Playa del Tamujoso o la Era de la Mesta. Y en el interior de la cuenca, sobre escarpas y espolones naturales, se construyen y amurallan con lienzos y bastiones una serie de poblados principales, mayores de una hectárea, que controlarían todo el proceso extractivo y metalúrgico (Peñalosa, Cueto o Verónica, entre otros), aunque también dibujarían el orden político y social que marcaría estos modos de habitar y colonizar la sierra. Durante el Bronce Tardío y los albores de la primera Edad del Hierro la cuenca del Rumblar sería un solar demográfico, pero aun así hay ciertas reminiscencias del poblamiento anterior, como podemos apreciar en el cerro del Cueto. Aquí se levanta, por entonces, un pequeño torrus que reutiliza las estructuras preexistentes de tradición argárica. Sin poder alcanzar una conclusión definitiva, su presencia podría estar relacionada con un uso variopinto del territorio, que iría desde la ocupación agraria de las tierras del piedemonte al control de los pasos de esta parte de Sierra Morena (vados del Tamujoso). En esto último, quizá con finalidad minera, aunque también propiamente caminera (relaciones geopolíticas y comerciales con la Oretanía de la vertiente norte serrana).

Posteriormente, durante época romana y persiguiendo ahora intereses mineros (extracción de galena argentífera: plomo y plata), se levantan, de una parte, diferentes fortines que vigilarían los pasos hacia las explotaciones mineras, y, de otra, castilletes, que las regentarían asegurándoles protección. En este sentido, y encuadrado en la segunda tipología, uno de los baluartes más representativos es con seguridad el castellum romano de Salas Galiarda, pero también los de Escoriales y el Castellón del río Guadalevín. En este primer caso, nos encontramos con un castillo que domina un paisaje increíble desde las alturas del macizo del Navamorquín. La muralla norte presenta un estado de conservación excepcional, tan evidente que nos puede parecer de envergadura ciclópea, pero que en realidad sigue las pautas constructivas propias de la República y el Alto Imperio, como dejan ver sus lienzos y torres levantadas mediante opus cuadratum. No muestra menor interés la batería de fortines que salpican todo el escalón de Baños, mirando al valle de la Campiñuela y defendiendo los pasos y collados que penetran en el pellejo serrano y minero. Algunos de ellos aprovechan recintos anteriores, del Bronce, como son los casos del fortín de la Playa del Tamujoso y la propia Peñalosa, donde se limitan a reutilizar parte de la acrópolis occidental y defenderla mediante un sistema de doble foso. Pero también hay otros que parecen ser de nuevo cuño, como es el caso de cerro del Salcedo y, probablemente, de los Comederos de Garbancillares. El primero, situado en las cercanías del Santuario de Nuestra Señora de la Encina, controlaba el collado del barranco de la Fuente del Pilar dando paso a Navarredonda y la cuenca baja del río Grande, puerta del territorio minero que gira en torno al río Guadalevín (actual El Centenillo).

En la baja Edad Media esta parte de Sierra Morena ha dejado de tener la importancia minera que tuvo en otros momentos, o al menos no se hace uso de esta fuente económica, pero su carácter abrupto y fronterizo la sigue posicionando como estratégica. Primero, como escenario de las luchas encarnizadas que se desarrolla durante la fitna que sacudió el emirato cordobés entre los siglos IX y X, posteriormente, de las batallas que enfrentaron al reino norteño de Castilla con las diferentes oleadas beréberes, primero almorávides y después almohades. Aunque en término bañusco nos quedan pocas evidencias de ese primer periodo, este debió ser el caso de nuestro hisn o iz del Cueto, que, reutilizando las estructuras precedentes, tanto del Bronce, como íberas y romanas (templo o mausoleo funerario de Ilicia), se encastilló en altura para tener continuidad durante el califato Omeya. Algunos ejemplos muy similares sí los podemos identificar mucho más al norte, en los pasos de Despeñaperros, donde estructuras muy sencillas, pero bien protegidas, en ocasiones reutilizando estructuras murarias de carácter ciclópeo y posible origen íbero, controlaban caminos imposibles. Esta es la situación del cerro del Castillo, sobre el collado de los Jardines, Peñaflor y el Castellón de los Órganos.

En este sentido, y haciendo alusión al segundo término, a las batallas que se desarrollaron entre los siglos XII y XIII, el castillo de Baños se posiciona como elemento protagonista e integrado en una maraña defensiva mucho más compleja, donde también tienen participación otros castillos y torres o castilletes, hisn y burch, que van salpicando todos y cada uno de los pasos de esta parte de Sierra Morena. Así ocurre con fortificaciones como los castillos de las Navas y Castro Ferral, en días situados en el término privativo de Baños, aunque hoy le son ajenos; pero también es el caso del discutido Burgalimar o burch al hamar, que nos burch al hamman, cuya enorme torre de cuarcita roja aún sorprende oteando vigilante la enormidad de la fisonomía serrana. Los estudios más recientes certifican su localización al norte del término bañusco, en el paraje de las Tres Hermanas y fiscalizando el histórico camino de Baños a San Lorenzo, que en días fue de Cástulo a Oreto, en las inmediaciones de la aldea minera de El Centenillo.

Aunque pocas evidencias nos quedan de ello, durante el periodo mencionado anteriormente o posiblemente en la etapa inmediatamente posterior, de la primera ocupación castellana y cuando los calatravos son vanguardia y manejan la batuta, el alfoz bañusco se ve salpicado de pequeñas torres de control visual. Así ocurre con los pasos de altura, los que se venían ocupando desde la Edad del Bronce, pero también con el llano, en las tierras inmediatas al piedemonte y custodiando abastecimientos de agua junto a un camino que, ahora, canalizará las avanzadillas calatravas. Entre los primeros, tenemos los casos de Buenos Aires y la Celada, cuyas piedras, corriendo el tiempo, servirían para armar el molino de viento del Santo Cristo y la ermita de Santa Domingo, junto a la calera. Por su parte, entre los segundos, se cuentan otras infraestructuras militares que gestarían con posterioridad ermitas, santuarios y caserías. Con seguridad, esta es la situación del torreón viejo del santuario de la Virgen de la Encina, pero es posible que también lo fuera de la casería del Salcedo y las ermitas de san Marcos y san Ildefonso, la primera frente al fortín romano del Salcedo y las segundas en la periferia de la aldea vieja de Vannos: san Marcos junto al pozo Nuevo y san Ildefonso a la vera del pozo Vilches.

Con la llegada de la Edad Moderna y la pacificación del territorio, los baluartes otrora defensivos tendrán otras funciones y ocuparán otros enclaves. Ahora, el empeño no es otro que fiscalizar el cobro de los impuestos que generan los caminos y el comercio, principalmente la robda y el portazgo, y asegurarse los ingresos generados por el arrendamiento de los pastos de un término privativo enorme: el montazgo. Paralelamente, es su obligación guardar el camino y darle avituallamiento. Con esta finalidad, se construyen el Cerco Aldeano y se sacraliza el torreón viejo del Santuario de Nuestra Señora de la Encina, pero también se asegura la viabilidad de los caminos, muchos de ellos empedrados, y se consolidan unos ingenios hídricos que hoy presentan un interés etnográfico sobresaliente: alcubillas del Salcedo y la Serna, pozos Nuevo, Vilches, de la Vega y Charcones, fuente del Barranco del Pilar y pilar de la Virgen.

 

Posible camino calatravo

 

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