Martín, por llamar la atención y crear ciertas expectativas en los oyentes, cosa muy común en el diario proceder de sus negocios, pidió la palabra, detuvo la conversación un momento que se hizo eterno, suspiro, tiró con parsimonia del porrón y, tras unos instantes de silencio, cuando se le antojó, disparó la idea que había madurado.
—Si como se dice
en los mentideros la Cruz de las Azucenas fue picota, es posible que la
Amargura fuera usada como corredera, a modo de puerta de atrás por la que desfilarían los condenados que subían desde
el calabozo de la Casa Consistorial. El fin de tanto paseíllo no sería otro que
exhibirlos como monigotes antes de darles público matarile en el humilladero y exponer allí mismo y a los cuatro
vientos el cadáver, —añadió después mientras se limpiaba los belfos con la
manga.
En torno a este argumento, cabría la posibilidad de que, en la susodicha cruz, ya fuera picota o rollo, símbolo de señorío y jurisdicción que indicaba que en la Villa se administraba justicia menor y mayor en nombre del rey, se ejecutara a los condenados y se hiciera exposición pública de sus desmembrados ‘cuartos’. La Cruz de las Azucenas, por tanto, podría ser el lugar donde se exhibía a vergüenza pública a los criminales…, o lo que quedara de ellos, y la calle, por ser camino de suplicio y cuesta de mucha pendiente, y sufrimiento, debería su nombre a la amargura que soportaba el reo durante el traslado.
Tras oír aquella argumentación y como si el debate le
fuera ajeno, Patricio se levantó un instante y los observó con las manos atrás
y ligeramente encorvado hacia delante. Algunos lo tienen por huraño y cenobita,
otros lo consideran muy leído y hombre de costumbres austeras. Lo cierto es que
el labriego es de porte bronco y ojo más seco que ripio, según se dice fruto de
un disparate digno de callar. En su papel de augur, pues se tiene por
autodidacta y sabio que pocos comprenden, haciendo gala de la fría y
premeditada inexpresividad que acostumbra, alzó la vista y miró fijamente al
contertulio.
—Mucho presupones y más fantaseas, compadre. ¡No
disparates! —Sentenció con la rotundidad que le proporcionaba el vozarrón de su
garganta.
Si nos atenemos a las fuentes y documentos escritos,
es cierto que surgen numerosas dudas sobre la hipótesis argumentada anteriormente.
En los diferentes censos y catastros de la segunda mitad del siglo XVIII (sobre
todo en las Preguntas Particulares del Catastro de Ensenada), cuando la calzada
estaba flanqueada por corrales sin edificación y alguna casa suelta, las menos,
la calle no se menciona con un nombre particular. Se refieren a ella como el ‘viario
que sube al Santuario’. Si a esta información le añadimos que la Constitución
de 1812 decretó la demolición de rollos y picotas y prohibió la exposición
pública de los cadáveres, no parece posible que esta calle hubiera sido bautizada
por el ejercicio de una función que nunca tuvo tiempo real de desempeñar.
—¡Uh, pues no sé! Si lo que se quería era burlarse de
unos tipejos de mala vida, de unos criminales torturados y engrilletados hasta
los ojos con la intención de dar escarmiento, de poco serviría realizar tan
particular ‘vía crucis’ por una calle periférica, prácticamente deshabitada,
cuando podría hacerse por arteria principal para mayor escarnio y difusión pública:
la calle Mestanza, —apostilló Benita con mejor criterio y voz pausada.
Braulio, un
tipo de barba descuidada y entrecana, más propia de mendigo que de persona de
provecho, se autoproclamaba como ‘erudito más bragado en los tejemanejes
históricos del pueblo’. Lo que argumentaba en su mucha lectura y saber interpretar
las piedras. Así que, impaciente como era y queriendo en todo momento meter
baza, aprovechó uno de los silencios, sin meditarlo ni pedir la vez, para
manifestar con cierta precipitación sus ideas.
—Va, va, ¡cuánto maestrillo sin carrera! En otras
tierras, donde el rollo fue realmente picota y escenario de ejecuciones, su estirada
forma quería aparentar una espada clavada en tierra. El fuste de la columna representaba
la hoja y los brazos, en los que se sujetaba al condenado, la empuñadura, —sentenció
con rotundidad.
En tal caso y como es obvio, el conjunto escultórico se
elevaba como símbolo inquebrantable de la aplicación universal de la Justicia.
A modo de referente y tomándole la palabra a Braulio,
así sucede con picotas muy reconocidas de la Meseta Norte, como es el caso de
Villalón de Campos o Aguilar de Campos, ambas en la provincia de Valladolid.
Situadas en amplios e importantes espacios sociales, como plazas mayores, son
instrumento de organización de las mismas: el patíbulo se convierte en centro de
especial atención pública. Y ésa y no otra era su verdadera función: dar
ejemplo en un lugar de máxima visibilidad.
Por el
contrario, nuestra Cruz de las Azucenas, antesala que fue del viejo humilladero
bañusco del Cristo de la Luz o del Santo Cristo[1]
(germen de la actual ermita barroca del Nuestro Padre Jesús del Llano), se
asemeja mucho más al rollo que antecede al Humilladero de Medinaceli (Soria). Parecido,
por otra parte, que no debe extrañarnos, pues quizá tuvieron un modelo común en
el que mirarse que se expandió con los movimientos trashumantes.
Otro tanto ocurriría con otra de las ermitas bañuscas,
la pequeña, pero robusta, de Jesús del Camino que, muy próxima al Santuario de
Nuestra Señora de la Virgen de la Encina, reprodujo la forma ‘torreada’ de
aquélla de Medinaceli. Como también sucede con la ermita del Cristo del Llano,
apartado del núcleo urbano y ubicado en un cruce de caminos, la principal
finalidad del humilladero soriano, además de ser lugar donde los viandantes
pedían protección para el viaje (física y espiritual), sería la de purificar el
alma del caminante que se detuviese un instante a rezar junto a su cruz.
Posiblemente, en la misma dirección y utilidad, la de purgar los pecados de los
creyentes, estuvo la causa de que nuestra Cruz del Cristo de la Luz estuviese
rematada por un haz de azucenas, símbolo de pureza e inocencia.
Más parece,
como con buen criterio nos dice nuestro viejo cronista local, Juan Muñoz-Cobo
(Muñoz-Cobo 1988), que de exponerse los cuartos en algún rincón de cierto
tránsito del vecindario esto hubiera sido en el barrio de abajo de la villa, en
el encuentro del Camino de Andalucía con la población (suroeste). Lugar éste mucho
más pasajero que el cruce del Camino del Hoyo/San Lorenzo con el Camino de Los
Llanos y Doña Eva, o Castellana, al
noroeste del núcleo urbano y donde está ubicada la Cruz de la Azucenas y la
ermita del Cristo (junto al viejo aprisco ganadero del Santo Cristo).
De tal forma se procedió en la segunda década del
siglo XIX, cuando el autor de un cruento asesinato fue ejecutado en La Carolina
y su mano derecha expuesta hasta consumirse en un poste de madera de las Eras
de Casa (Camino de Andalucía). Quizá, con ese acto de encarnizada justicia y en
este enclave concreto, se trataba de evocar la ubicación de una picota
anteriormente presente en el lugar y que documentalmente desconocemos. Pese a
ello, en las inmediaciones de la calzada, en el tramo llamado como Camino Romano,
hemos identificado la presencia de un fuste, de granito, reutilizado como parte
de un bardal y que, con cierta probabilidad, podría haber desempeñado aquella
utilidad. Construida con materiales menos efímeros que los leños de la picota
decimonónica, posiblemente fue derribada bajo los auspicios de la Pepa (Constitución de Cádiz, 1812).
Conociendo al tipo e imaginando que aquello podría
acabar en un soliloquio, La Chacona cortó por lo sano acercándole
el porrón al auto proclamado como cronista. Martín, más dado a conciliar y
sacarle unas perras a todo, tomó
ahora la palabra.
—¡Paisanos, vaya faena!, estando como estábamos
seguimos como al comienzo, sin aire para aventar y sin ponernos de acuerdo con
la cosa del nombre de una calle que para algunos es tan entrañable, —afirmó
mirando a La Chacona, que moraba en este
vecindario, en el encuentro de Amargura con Visitación.
Martín intentó aprovechar el turno de palabra para
cambiar de tercio y charla, pero Benita se lo quitó.
—¡Buf! Es que en cuestión de opiniones ocurre como con
las maneras de hablar, que hay ciento, un millón…, en cada pueblo y cada casa
se tiene la propia. Que cada cual, en lo suyo, llama al pan y aceite como bien
le viene en gana o tiene por costumbre para que así se den por aludidos los
convecinos. Aquí, en este pueblo, le llamamos cucharro, pero a tiro de piedra
le dicen hoyo, canto y hasta hay quien lo alude como cachurro
o cachucho[2].
Pero esos no son motivos suficientes para ir desuncido de la vecindad,
—reflexionó La Chacona—. Y, digo yo, ¿el nombre no vendrá a cuento
por la cosa de la religión, por su relación con la Semana Santa? No hay nada
más que dar un repaso a los apelativos de las calles de su entorno para apreciar
nombres con cierto apego al ‘negociado’ de la iglesia: Cruz, Desengaño,
Calvario…
—Podría ser, —meditó pensativo y buen juicio Patricio,
que de estos temas estaba bien informado. No en vano era asiduo lector de la
Biblia y tenía sus versículos y sentencias siempre en la boca.
El tipo, en relación con la disparatada diversidad de
criterio de las gentes, del poco criterio que atesoraban según decía él, y la
mucha verborrea de tanto ‘apóstol’ y sabiondo, opinaba que era mejor dejar
sueltos a los perros para que hicieran su trabajo.
Al hilo de lo comentado, en la parroquial, durante la madrugada del Viernes
Santo, se escenifica una representación dramático-religiosa y tono aflamencado,
los ‘Sermones y Pregones de Cristo’, donde interviene el pueblo llano y se
recita el ‘Proceso’ de nuestro Señor: El Prendimiento, Soberano Redentor, Poncio
Pilato y La Sentencia (Pregones). Este tipo
de acto también tuvo, y tiene en menor medida, una amplia repercusión en otros pueblos
del entorno, caso de Mengíbar, Villacarrillo, Villanueva del Arzobispo, Cabra
del Santo Cristo o Guarromán, y del área sur de la provincia de Córdoba
(Subbética)[3]. Posteriormente,
como colofón de la ceremonia y por las calles del pueblo, se procesiona la
Pasión de Cristo.
—Sí, podría ser, —volvió a repetir Patricio sin
inmutarse—. Es posible que la ‘parafernalia’ que tiene lugar en la parroquial
durante la madrugada del Viernes Santo, a modo de preámbulo, tuviera su
prolongación y epílogo en la calle, donde los ‘pasos procesionales’ emularían,
con mayor o menor acierto, el recorrido original de la ‘Vía Dolorosa’. No sería
de extrañar que las estaciones tomaran cuerpo en las calles.
Como bien afirma Patricio, el itinerario de la
procesión matinal de Viernes Santo, a modo de camino de peregrinaje, es la
plasmación física y territorial del viacrucis sobre el callejero bañusco.
Proceso de implementación que posiblemente tuvo lugar durante el tránsito del
siglo XVIII al XIX, cuando se transformaron los apelativos del callejero.
En las ciudades de mayor entidad, pues se desconoce si
también fue de tal manera en pueblos de menor población, parece que existe
cierta relación entre la Orden Franciscana, la fundación de cofradías bajo la
advocación de Nuestro Padre Jesús Nazareno y el asunto que tenemos entre manos:
los sermones y la representación procesional de la Pasión de Cristo[4].
La hipótesis que propone Patricio es posible. En los primeros siglos de la Edad
Moderna y aún después, de diferentes maneras, en los pueblos y ciudades de
Europa se fue reproduciendo la ‘Vía Dolorosa’ o ‘Viacrucis’, imitando la
original de Tierra Santa. Las variantes fueron numerosas, ya fuera
mediante el levantamiento de ‘estaciones de la cruz’ a lo largo del itinerario
procesional o dibujando el recorrido original, con sus diferentes apelativos,
en la topografía y callejero del pueblo o villa correspondiente. En Andalucía
no fueron pocos los casos. Sirva, a modo de ejemplo, Priego de Córdoba, pueblo
de la Subbética con el que Baños tiene estrechos lazos y del que recibió intensas
influencias artísticas de corte barroco. En aquella ciudad, tras algunas
vicisitudes históricas y cambios bien documentados, el itinerario por donde
procesiona el Nazareno la mañana del Viernes Santo discurre por una calle
Amargura, como ocurre en Baños, y sube a la Ermita del Calvario para después
finalizar bajando por las calles del Río y Acequia al Convento de San
Francisco, de donde partió a las seis de la mañana. Y es aquí, de la presencia
del convento y su capacidad organizativa, donde entroncamos con el papel
principal que parece desempeñó la Orden Franciscana en el desarrollo del
proceso[5],
o al menos así ocurre con este caso concreto.
Braulio, que estaba a la que salta y por no perder su
papel de hombre de documentos y profundo conocimiento histórico, tomó la
palabra.
—¡Leches,
claro que sí!, atando cabos aquí y allá podría darse esa circunstancia. Si
confrontamos el callejero bañusco de la primera mitad del siglo XVIII (1718)[6]
con las nomenclaturas del XIX, si desmenuzamos los cambios que se produjeron, seguro
que hubo una voluntad de construir, de simular, ‘el camino de la vía dolorosa’,
estación a estación, en el empedrado de nuestras calles, —vociferó efusivamente
Braulio, alzando la voz cuanto le permitían sus cuerdas vocales.
En Baños, la calle de La Cruz, hasta el XIX segregada
en dos y llamadas como del Potro (tramo superior) y Ejido (tramo inferior),
representaría la segunda estación en el Vía Crucis, el momento que Jesucristo carga
con la Cruz; mientras que Amargura, sin apelativo reconocible en el siglo
anterior a no ser que se tome como tal ‘viario que sube al Santuario’, y
Calvario «viejo» son pruebas más que evidentes de la recreación callejera del
Viacrucis, como ocurriera en Priego de Córdoba. Por otra parte, Suspiro, que antes
del siglo XIX aparece mencionada como Herradores o Cuesta de los Herradores
(tras perderlo momentáneamente volvería recuperarlo a lo largo del XX),
Visitación (hasta entonces Chacona) y Desengaño son apelativos ciertamente
relacionados con actitudes y comportamientos muy humanos de Dios hecho hombre
durante su particular viacrucis. En cierta manera podrían representar,
respectivamente, el alivio que recibió Jesús cuando Simón Cireneo le ayudó con
el peso de la cruz (Suspiro), el encuentro con su madre, con la Verónica o con
ambas (Visitación) y la tercera caída o creencia definitiva de que ya no habría
atrás en su misión, en su camino al Calvario, a la muerte (Desengaño), antesala
de la resurrección. En lo más profundo, el significado de ‘Amargura’ y
‘Calvario’ es idéntico, la única diferencia es geográfica, territorial, pues la
amargura o suplicio es previa, es camino, y conduce irremisiblemente al
segundo, a un fatídico desenlace final: al lugar del calvario. Y tal cual se
dibujó en la trama urbana bañusca.
—Y aquí, en Baños, —apuntaló Braulio sin apenas dar un respiro—, el regreso
a la parroquia de San Mateo se encarrila por una calle nombrada como arroyo.
¡Sí, arroyo, pues para quién lo desconozca ése y no otro es el nombre que
recibía el tramo inferior de la calle Mestanza en los catastros del XVIII
(Ensenada), ‘del roio’ o del arroyo! —afirmó mientras daba saltos de alegría.
[1] ‘Al norte de Bailén, a una legua de distancia está Baños; tiene una
Parroquial antigua dedicada a Nuestra Señora y la moderna de San Mateo. La
Ermita de la Señora que llaman de la Encina por haberse hallado su Santa Imagen
en el hueco de una encina, es antiquísima (…). Hay también en esta Villa las
Ermitas siguientes: De Santo Domingo, de San Sebastián, San Ildefonso, Santa
Olalla y el humilladero del Santo Xpt.’ (Libro de las Fundaciones de Úbeda,
Siglo XVII), recogido en MUÑOZ-COBO FRESCO, Juan: Baños de la Encina: un viaje
por su historia milenaria. Jaén: Caja Rural de Jaén, 1988.
[2] https://elcotanillo.blogspot.com/2017/05/sobre-cachurros-cachuchos-y-cucharros.html. Última consulta 3 de
septiembre de 2021.
[3] PADILLA CERÓN, Andrés:
‘El Sermón de los nazarenos. Una tradición barroca, también en Linares’, Actas
del I Congreso de Historia de Linares. Linares: Centro de Estudios Linarenses,
Diputación Provincial de Jaén, 2008.
[4] PADILLA CERÓN, Andrés:
‘El Sermón de los nazarenos. Una tradición barroca, también en Linares’, Actas
del I Congreso de Historia de Linares. Linares: Centro de Estudios Linarenses,
Diputación Provincial de Jaén, 2008.
[5] PELÁEZ DEL ROSAL,
Manuel: ‘Una secuencia pasionista: de la calle de la Amargura al Calvario en un
imaginario popular barroco’, en Actas del Congreso Internacional Calle de la
Amargura. Cádiz: Cofradía de Nuestro Padre Jesús de los Afligidos, 2019. pág.
649-664.
[6] Archivo Municipal de Baños
de la Encina (AMBE): ‘Del Pozo Vilches, de las Eras, Ejido y Del Potro,
Becerrada, Pósito y Herradores, Chacona, Ejidillo, Peñas, Arroyo, Mestanza,
Luzonas, Plaza, Cueto y Cestería’.
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