jueves, 31 de enero de 2019

Subordinado al tiempo

En aquellos días y situación, también por los azares de ser modernos, accedíamos a las cuadras en una suerte de cuatro latas de diferente pelaje que subían al rabioso compás de Kortatu (nire burua babestu behar dudanez, / eta iragana da oso azkarra, / karrera bat egingo diot…), hasta donde nos permitía la geografía en pendiente y la mucha estrechez del acceso final… y nos soltaban casi a pie de tajo. El tramo restante, muy corto, era andando y complicado, de mucho charco y no menos barro, de dejar los perniles del pantalón hechos un ecce homo. En el interior, la nave aneja a las cuadras, de aperos varados en la incertidumbre de una mañana dudosa, era ancha y medianamente desordenada, oscura y fría, tomada por una atmósfera donde bullían a la par diminutas motas de tierra colorá y delgados hilos de pulpa, al modo de una enorme y espesa bandada de mosquitillas suspendidas, una densa masa oscura sajada en oblicuo por un cálido cuchillo de luz. En un suspiro dejábamos atrás el vestíbulo mientras nos sacudíamos el barro a pisotones. La cocina, al fondo, pese a su estrechez y poco avituallamiento, era hacienda de mayor agrado. Le daba ser un cuchitril abarrotado de luminosidad, un cuadrilátero donde se escuchaban con gozosa paz los melódicos tintineos de la lluvia en su intento de desbordar los vidrios de sendos ventanucos. Era también el lugar un estrecho rincón preñado de taburetes y voces, de mucho crepitar leños, trago largo y bocao oportuno. En cuanto a los anfitriones, era el uno un tipo achaparraete, de poco parar y mucha brega, de hablar sin dobleces y mucha enseñanza. El otro, Gregorio, ponía de su parte que era hombre de mucha inspiración, chispa y mundo, de reírse cuanto podía de la vida, y de uno mismo, y de disfrutar de cada momento.

"Como tengo que protegerme,
y el pasado es muy rápido,
le haré una carrera a la memoria
..."


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