miércoles, 9 de mayo de 2012

Tienda en beneficio de Haití

Hace ya tantos años que a veces me parece más que fuera un cuento que una realidad, más una invención que una parte importante de mi trayectoria vital. Aunque a muchos de los que me conocen les pueda parecer extraño me crié y crecí detrás del mostrador de un despacho de pan (aunque a ratos éste fuera ambulante).


Aunque una parte de ese tramo fue en la Cuesta Herradores y otra en el rincón donde vivían mis abuelos paternos y ahora mi primo José María, la mayoría fue a las espaldas de la casa de mi tía Rafaela, en una parte de lo que eran las cuadras del corral de las cabras, de frente con el autobús de primera hora y la ermita del Cristo del Llano. Ya fuera a fuerza del roce que tenían con mi tía Rafaela o por la simpatía de las Hermanas, tuve muy buena relación con todas las monjas que pasaron por el convento,… hasta que llegó la Hermana Carmen, que más que aterrizar arribó de la mano de una tempestad.

Bueno, esa fue la primera impresión, pero el tiempo va dejando el poso de todas y cada una de las personas y también, ¡como no!, el suyo, aunque ella no pueda estar un momento con las manos y la cabeza quietas. Llegué a tenerle mucho cariño por el empeño y la fuerza que ponía en las cosas, seguro que algo de ella pillé, pero sobre todo por la entrega hacia los demás. Sabe (Dios) que nunca he sido muy creyente, seguro que nada, pero admiro a personas con la capacidad de arremangarse por el prójimo que tiene esta señora. Recuerdo aún cuando nos metimos en faena de limpiar las escaleras que subían al campanario de la ermita, que seguro no habían conocido escoba desde su construcción, tal era la cosa que, una vez limpias, redujeron su altura en casi medio metro.

Tiempo atrás, de vuelta a nuestro pueblo tras un corto intervalo ajena a estos lares, me tiró un buen y merecido estirón de oreja por no haber ido a visitarla tras su retorno. La señora, algo más mayor pero sin darse por aludida pese al camino de los años, volvía cargada de ese ánimo que nunca pierde y, puesta en faena, a la mínima, no tuvo otro impulso que marcharse a Haití a participar en la reconstrucción de un país (o algo parecido) desolado: casas, caminos, puentes, acueductos, etc., y lo más importante, a inculcar en esas gentes el espíritu del trabajo en común que los haga participes de un futuro compartido mejor,… y ella, como siempre, es la primera en arremangarse.

En esas, con el objetivo de recaudar dinero que ayude a levantar esa ruina, dinero que llegué en mano y no se pierda en trámites e intermediarios, se le ha ocurrido, bajo el lema “NO TE OLVIDES DE HAITÍ”, montar un mercadillo a las espaldas de la ermita (en lo que eran las aulas de infantil del Colegio de las Hermanas Apostólicas de Cristo Crucificado) donde se vende todo tipo de género (también se acepta cualquier donación para su posterior venta).

El mercado está abierto en horario de tarde hasta que se agoten existencias (incluso durante los días de Feria). Animo a todos a participar y a difundirlo por todas las redes sociales a vuestro alcance, el fin vale la pena y también este huracán de señora.










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