Andaba yo más que mediada la antigua E.B.G . y los primeros ayuntamientos democráticos recién estrenados, cuando una buena mañana, entre novedades y sorpresas, al llegar a la escuela nos comunican que íbamos a participar en una siembra de pinos; antes todo era más fácil, para muestra un botón: “reforestación compostada”.
En verdad, al final sólo fueron “cuatro pinos” mal contados que situamos linderos con la verea de las aguas donde los cabeceros de nuestra Playa del Tamujoso. Así me lo recordaba días atrás un buen amigo de aquellos tiempos, subrayando la precariedad de la iniciativa como así deja constancia la orfandad de los pocos vástagos que salieron adelante, a poco contables con los dedos de una mano.
Mientras los plantones apenas recibían unas pésimas lágrimas de agua, que ya nunca más vieron, en tan tierna edad pasamos por un primer ensayo de lo que luego serían las muy dadas y populares sardinadas y paellas varias. La iniciativa más me parece, a la vista de los años, que fue un intento de dejar huella a destiempo en la adulterada dehesa de nuestros mayores que, como las pirámides, cobija tras la magnificencia de su sombra cruentos episodios menores.
Las plantas, como el propio proceso democrático que nacía, languidecieron con el castigo sucesivo de las estaciones hasta tomar una forma amorfa, retorcida, apenas referente de los objetivos de antaño.
Hoy, cuando llevábamos a cabo con los chiquillos la 2ª reforestación compostada en el marco de la Agenda21 me venían a la mente aquellos recuerdos. Hogaño, en el discurso de la actividad prima la información como pilar de la educación ambiental, el reciclaje (compost), el carácter autóctono de los plantones (o casi), el seguimiento posterior,… y espero que con ello mejore la salud democrática de los días que ellos rijan.
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