miércoles, 2 de febrero de 2011

La Transandalus a su paso por Baños de la Encina (Jaén); el Camino de Majavieja

Cuando en un pequeño anchuroncillo tenemos la portera de Navarredonda a nuestra diestra, la ruta nos obliga a girar noventa grados a la izquierda buscando el cortijo del Salcedo. En ese momento debemos echar la vista atrás para otear las últimas estribaciones de una ondulada serranía salpicada de amplias manchas de encinar, restos de históricas minas y majadas taurinas, pues momentáneamente, hasta la próxima etapa, olvidamos la sierra para adentrarnos en las entrañas de la campiña jaenera, una tierra llana que alarga hasta el infinito el horizonte, eternamente pasajera, pletórica de olivar. En esta situación y antes del giro mencionado, si nos apeteciera prolongar nuestra marcha por cauces serranos, podríamos seguir al frente, cogiendo en dirección inversa el hilo del GR-48 Sierra Morena que viene a saludarnos. Durante unos seis kilómetros y sobre la traza del cordel de Guarromán cabalgaríamos sobre la falla de Baños, entre pinares y encinas, hasta toparnos con la mancha, entre parda y blanca y rematada por un molino al uso manchego, de un pueblo de Sierra Morena: Baños de la Encina.

Pero rodamos definitivamente sobre el trazado de la Transandalus que, a poco, antes de penetrar entre ordenadas hiladas de olivos, nos lleva a darnos de bruces con la señorial casería del Salcedo, hoy una vieja casona que administra de manera productiva el fruto de Atenea, pero que antaño lo compaginaba con el néctar de Baco. Se trata de un amplio cortijo de claros tintes pétreos que aunque rezuma de las nuevas tendencias clasicistas de finales del siglo XVIII y los primeros devaneos del XIX, hunde sus raíces en aquellos años del XVII cuando cuatro caserías bañuscas (Manrique, del Conde, Mendozas y la propia del Salcedo) comandan la mudanza masiva de unas tierras de calma (cereal y legumbres) en anchuroso olivar. En el cortijo giramos a la derecha, sobre un camino de tierra que, ahora ya sí, penetra entre un mar verde plata hilvanado de olivos.

Avanzamos por el camino de Majavieja, a poco también del santuario de Nuestra Señora de la Encina. Por la derecha quedan atrás las ruinas del cortijo del Rubial o Casa del Miedo, cuando por nuestra siniestra, como una de esas imágines que asoman momentáneamente en nuestra retina, entre las hiladas verde plata, por momentos, hace como que quiere llamar la atención una enorme masa pétrea, con seguridad el eterno santuario de Nuestra Señora de la Encina. Sus cimientos albergan un viejo torreón que controlara los polvorientos caminos de la baja Edad Media de estas tierras, lugar de cruentas batallas en el albor de la Edad Moderna, que no tuvo reparo en mudar a una pequeña ermita que, con los años, el parabién de Nuestra Señora y el trabajo de los bañuscos creció hasta tomar las formas que hoy engalana (1621). Al amparo de una centenaria encina, de la que aún hoy podemos apreciar el arranque de su magnífico tronco y un vástago orgullo, este santuario recibe en romería, el segundo domingo de mayo, a los bañuscos que vitorean a su chiquitilla de los olivares.

Aún con el recuerdo de tan magno edificio, casi tropezamos con la pequeña, pero recia mole de la ermita del Cristo del Camino; torreón que fuera compañero de batallas de su parejo de la Encina, e igual que él mudado de la milicia a la vida calma y a la contemplación divina. Cuenta la tradición y sigue siendo costumbre que, en tiempo de cosecha, los bañuscos que por allí arribaran debían echar un puñado de aceitunas por la ventana de la ermita, de tal manera que con este fruto se obtuviera suficiente aceite para iluminar al Cristo del Camino durante el año, cuya humilde y querida romería, a modo de víspera, se adelanta una semana a la de su vecina y Madre. En este punto podemos acercarnos, de ida y vuelta, al santuario de la Encina donde, junto a la ermita (la antecede por nuestra derecha), podremos apreciar las ruinas de una vieja villa romana que nos habla de la situación principal de este enclave.

Sobre la traza del polvoriento camino, a tramos salpicado de viejos empedrados que denotan un origen más noble como viario entre las Castillas y Andalucía, avanzamos rápido entre padrones rasurados por el avance del olivar, aunque en contadas ocasiones, entre los muros de piedra que aguantan la sacudida de la modernidad de los arados, asoma algún majuelo o una zarza que resiste el envite. Como de la nada, tras una curva algo cerrada, por nuestra diestra nos recibe la vieja casona de los Manrique, otrora casería aceitera y hogaño finca taurina; antaño recia construcción castellana hoy vestida de flecos que tiran para la baja Andalucía. Donde hubiera un milenario lentisco señorea ahora una bella “plaza de tientas” que deja clara constancia de la mudanza de los usos, ¡cosas de la vida que hoy luzca como apelativo el de Finca el Lentisco!

De nuevo y a nuestra derecha, rompiendo la cotidianidad del camino, nos viene a saludar una blanca y agachada estructura que, en un amago de acompañarnos en nuestra ruta, parece querer estirar su perfil hasta la próxima curva que oculta la traza caminera. Se trata de un pequeño pilar o abrevadero, el de la Virgen, al modo de los de ganado, que recoge las aguas de un viejo venero que aprovecha la falla, el encuentro entre la roca serrana y las tierras del valle, para dejar que mane, unas hiladas más arriba del pilar, en pleno olivar, un agua de pizarra limpia y de una calidad extrema. Según avanzamos, el pilar asume la despedida como apretándose contra el firme mientras que, al frente, comienza a elevarse el desafiante perfil de la villa de Baños.

En breve nos topamos con un cruce viario que antaño diera cobijo a la desamortizada ermita de San Marcos y que hoy oculta la polvorienta historia de este camino de carros y verea de carne bajo un asfalto que simplifica lo cotidiano. Al frente, la carretera nos arrastra de manera irremisible a nuestro destino; a la siniestra, pareja al carril que va en busca de la vecina Linares, asoma un almazara de aceite, la de Jesús del Camino, y, casi a su vera, se eleva desolada una torre que fuera para fabricar perdigones de plomo. Por la diestra, a poco que avanzamos hacia el pueblo, nos abre paso una pequeña área de descanso, la del Pozo Nuevo. Se trata de una vieja industria hídrica, casi de tintes monumentales, que sestea sus recias piedras entre una plácida alameda.

Como avanzando hacia nosotros, se atisba ya cercano el castillo de Baños o ¿quizá sea el Hish Banya?, queda para otra etapa.

 El Salcedo

 Baños de la Encina, desde la Sierra

 Santuario de la Virgen de la Encina entre los olivares

 Ermita de Jesús del Camino

 Santuario de la Virgen de la Encina

Pozo Nuevo

Castillo y San Mateo con el Cerco de los Corvera en primer plano
 
Fotografías: Antonio Antolín y un servidor.

2 comentarios:

  1. Gracias mil por los distintos y sensacionales paseos virtuales que me doy un dia si y otro no por Baños, es posible gracias a tus desvelos e implicación en nuestro pueblo.
    Un abrazo

    ResponderEliminar
  2. Hola buenas tardes, me gustaria ponerme en contacto con la finca El Salcedo, agradeceria me informaran de tfno. o mails. gracias
    abalonani48@hormail.com

    ResponderEliminar