Mi último trabajo, Los apelativos del callejero, evolución histórica. Baños de la Encina (Jaén), publicado en la Revista digital Argentaria. Para descargar, pulsa en el título.
el cotanillo
.....horneamos experiencias
domingo, 8 de diciembre de 2024
domingo, 1 de diciembre de 2024
A vueltas con el camino 'romano': los puertos del Rey y del Muradal
Ahora, desgranando nuevas capas históricas, damos un salto en el tiempo para detenernos en los siglos XVII y XVIII, y, paralelamente, aumentar nuestro espacio territorial de análisis. Hasta comienzos del siglo XVII y según el Repertorio de todos los Caminos de España, de Juan de Villuga (1543), el Repertorio de Caminos de Alonso Meneses (1576), la Descripción y Cosmografía de Fernando Colón (1517-1523) y, más cercana en el tiempo, la Guía de Pedro Pontón (1727), los principales caminos que conectaba la meseta manchega con Andalucía por la provincia de Jaén, tenía como paso obligado el puerto del Muradal, entre las ventas de La Iruela y Los Palacios, al norte del actual término de Santa Elena. Estos caminos, que eran los de Toledo a Málaga por Jaén y Toledo a Granada por Úbeda, venían como uno sólo hasta la Venta de Linares, hoy entidad menor de Navas de Tolosa (La Carolina), donde se bifurcaban. El principal problema de este puerto y camino, el del Muradal o de La Losa, es que era un camino de mulas que no permitía el tránsito de carrozas y carruajes. Ante esta situación, ya desde finales del XVI, comenzó a utilizarse un camino y puerto alternativo, el Camino del Rey por el collado de la Estrella, situado a occidente del Muradal y, entonces, en término bañusco. Camino este, que si era acorde para el movimiento de carruajes. Con toda seguridad, el uso de esta variante caminera se intensificó con mayor o menor éxito en el periodo comprendido entre 1626, cuando Baños obtuvo el título de villa, y hasta la construcción del camino de Olavide (1769) y la carretera de Despeñaperros (1779-1783), aunque preferentemente durante los tres primeros cuartos del siglo XVIII. Fue en aquellos años cuando, en el entorno de Despeñaperros, se edificó Venta Nueva, en término de Vilches, se redactó y ejecutó una variante más cómoda y eficaz entre la venta de Linares y el propio puerto del Rey (1707), por los Estrechos de Miranda y según documento que se conserva en el Archivo de la Real Chancillería de Granada, y se produjo la rehabilitación del convento de la comunidad carmelita de la Peñuela (La Carolina), que permitió el regreso de los miembros de la orden (1682). Por otra parte, en nuestro entorno más cercano y en un territorio muy concreto situado a una legua del núcleo urbano de Baños de la Encina, en torno al santuario de la Virgen de la Encina, se dan una serie de acontecimientos que indican el vigor caminero del momento. Así ocurre con la edificación de la ermita de Jesús del Camino (1719) —en cuya entrada puede leerse ‘Ego sum via’—, la ejecución de la más importante ampliación del santuario de la Virgen de la Encina, la que se corresponde con el camarín de la virgen y el establecimiento frustrado de la hospedería aneja (1713-1723), o que, por aquellos años, junto al camino de Majavieja, que por cierto se pavimenta con ripios de piedra arenisca, se levanten dos de las caserías más notables del término, Salcedo y Manrique, cortijadas agrícolas (almazaras) de nuevo cuño surgidas a la sombra del nuevo empuje económico y donde el camino tiene un papel protagonista.
Volviendo al documento cartográfico de 1707, dirección norte y dejando atrás los Estrechos de Miranda, tras superar lo que hoy es la aldea de Miranda del Rey y, en su día, Venta de Miranda (entonces propiedad del concejo bañusco), el proyecto propone una variante que, haciendo un arco hacia poniente, abandono la trazada de las Asperillas y se acerca al cortijo del Hornillo buscando suavizar las pendientes de subida y, paralelamente, dar esquinazo a las roderas o rodaduras del tramo de las Asperillas, muy deteriorado por el tránsito de carruajes. De acercarnos a este paraje, cercano a la Mesa del Rey, aún podremos apreciar los surcos sobre la roca madre. En este estado de la cuestión, si analizamos el territorio a pie de campo, podremos apreciar que esta variante de 1707 incluye el tramo empedrado de lo que hoy hemos dado en renombrar como ‘Empedraíllo’, un recurso patrimonial muy valorizado en el interior del parque natural de Despeñaperros y que, gracias a este documento, podemos fechar. Por tanto, el origen de este tramo empedrado no sería romano sino de comienzos del siglo XVIII, por otra parte, como nos evidencian las propias técnicas de construcción utilizadas para elaborar su fábrica. Veamos.
Siendo uno de los principales pasos de Sierra Morena, a escala local comunicaba la venta Bazana o del Marqués, en la vertiente norte, con la venta de Miranda, en el sur del macizo serrano. Analizando el trazado, aún pueden observarse las guías paralelas, cruzadas con otras perpendicularmente, que forman las cajas del empedrado elaborado con ripios de cuarcita. En todo el trayecto presenta una cuneta en su parte septentrional, mientras que la meridional en gran parte se soporta sobre un muro de contención, o arrecife, que allana el camino. Si se estudia con detalle, en toda la amplitud del carril que lleva hasta la venta del Marqués y El Viso, podremos apreciar numerosos testigos empedrados muy similares, tanto en la subida al puerto como en las inmediaciones del río y la aldea de Magaña. Buscando comparativos, las similitudes con nuestro ‘camino romano’ son numerosas, por los que, sin descartar posibles parcheados posteriores, todos estos tramos, tanto los del Puerto del Rey como de Majavieja y ‘romano’, se corresponderían con una actuación más global que integraría el documento cartográfico citado más arriba, el relacionado con el puerto del Rey y fechado en 1707. Así que, con un mínimo riesgo a equivocarnos, nos atrevemos a datar la fisonomía actual de nuestro ‘camino romano’ en una fecha cercana a esta de 1707.
miércoles, 27 de noviembre de 2024
¿Camino romano?
Como punto de partida de nuestros razonamientos pensamos que su origen no es romano, o al menos de la fisonomía que hoy podemos apreciar. ¿En qué cimentamos nuestra opinión? Veamos. La sabiduría popular, también la comunidad científica, nos viene a decir que el caballo, en su estado natural, venía compensando el crecimiento de los cascos con el desgaste que se producía de manera cotidiana, ya fuera en sus desplazamientos o en la obtención de su alimento. Sin embargo, cuando se domestica el 'Equus ferus', cuando se le obliga a llevar o arrastrar peso, realizar grandes desplazamientos o cabalgar por pavimentos de gran dureza, caso de los caminos empedrados, el desgaste se incrementa de tal manera que puede llegar dañar gravemente al animal y, subsidiariamente, provocar accidentes de enorme calado, sobre todo en el tránsito de carruajes. Pero la humanidad obtuvo una solución que llegó a paliar los efectos de esta problemática, una herramienta que fue motor y acelerador de las conquistas que se gestaron con la caída del Imperio Romano: el invento y difusión de la herradura. Para el caso que nos trae, está totalmente aceptado por la comunidad científica que el mundo grecorromano desconocía su uso. En el occidente europeo no tenemos evidencia de su utilización hasta avanzado el siglo V, cuando está presente entre las comunidades celtas de los galos, que las anclaban al casco mediante un tipo de clavo característico cuya cabeza tenía forma de violín. Realmente, en los despojos territoriales del Imperio Romano su uso no se generalizó hasta avanzado el siglo VIII. Este hecho, junto con la introducción del estribo, que llegó a occidente, y por derivación a la península, en el siglo IX de la mano de los jinetes mongoles, favoreció que caballería y carruajes pudieran desplazarse por potenciales caminos empedrados. Aunque en realidad aquellos no eran tales, por entonces la ingeniería y los ingenieros eran historia de pasado, así que en realidad transitaban por las viejas calzadas romanas que, por la falta de mantenimiento, descarnadas, habían perdido el pavimento superior de zahorras naturales aflorando las rocas de mayor tamaño presentes en su cimentación. En todo caso, estos caminos ‘falsamente’ empedrados eran muy diferentes a lo que se entiende como un camino empedrado, como ocurre con el nuestro. En los primeros, la disposición de las rocas se distribuye en diferentes tongadas y ordenación anárquica, mientras que en los segundos se organizan superficialmente en torno a líneas guía y espigas.
Por tanto, barajando cualquier hipótesis y dándolo como muy antiguo, nuestro camino ‘romano’ no podría ser obra anterior a la introducción de estos dos artefactos: la herradura y el estribo. Aunque tampoco es el caso, es necesario que sigamos sacudiendo la historia de nuestra calzada para precisar su origen.
lunes, 18 de noviembre de 2024
El 'Camino romano', argumento 2
Buceando en el pasado más próximo, trasteando en el origen del adjetivo ‘romano’ que le venimos dando al camino, vamos a desempolvar el siguiente envoltorio histórico que empaca nuestro objetivo de estudio. Los argumentos los encontraremos ahora en diversos documentos cartográficos, apuntes topográficos y menciones escritas.
Bien es cierto que mi generación, incluso la anterior, ha venido llamando a este camino empedrado como ‘romano’, pero si hurgamos en la memoria del pasado, en los documentos que nos dan información al respecto, podemos apreciar que nunca se mencionó de esta manera más allá de los años 40-50 del pasado siglo XX. Incluso después, siguió apareciendo como ‘Camino de Bailén’, como así ocurre con el Proyecto de Clasificación de Vías Pecuarias, Vereda de Bailén, aprobado por Orden Ministerial de 24 de marzo de 1972 y elaborado por Manuel Gómez de las Cortinas en 1971: ‘…Deja dicha carretera del pantano por la derecha y, tomando como eje el Camino de Juan de las Vacas, sigue entre las parcelas de olivar de Contraminas, que quedan por la derecha, y las del Cerro del Algarrobo por su izquierda, llegando al abrevadero del Pozo de la Alameda. Continúa dejando a su derecha parcelas de La Colmenera, para tomar torciendo a la izquierda, el Camino de Bailén y, rodeando el pueblo por la Llanada, llega al Descansadero del Santo Cristo, donde termina’.
Y es cosa extraña que, de conocerse como romano, no apareciera con este apelativo en los diferentes documentos cartográficos, pues es de sobra conocido que los geógrafos y topógrafos del XIX, cuando comenzaron a elaborar las primeras hojas cartográficas y siempre que había una mínima mención de que un camino fuera romano o la memoria popular lo diera por romano, lo subrayaban en su hoja correspondiente como romano. Valga, a modo de ejemplo cercano, las diferentes hojas cartográficas que recogen el territorio del actual parque natural de Despeñaperros, donde diversos caminos vienen recogidos como ‘calzadas romanas’. No ocurre lo mismo en nuestro caso, donde, ya sea en los ‘catastrones’ del primer tercio del XX o en las hojas cartográficas del final del XIX y comienzos del XX, el camino siempre viene recogido como ‘Camino de Bailén’. Es el caso de los trabajos realizados para obtener el Catastro Parcelario bañusco. Dirigido por el Instituto Geográfico y Catastral, en su Polígono 19 y elaborado por el topógrafo Doroteo Martín Coromina en marzo de 1936, la calzada viene marcada como Camino de Bailén. Otro tanto ocurre con los trabajos realizados por la Dirección General del Instituto Geográfico y Estadístico, donde, en sus Mapas Topográficos 1:50000, hojas La Carolina 884 (primera edición 1895 y segunda edición 1919) y Linares 905 (primera edición 1901 y segunda edición 1915), viene a repetirse el apelativo Camino de Bailén para la calzada que nos trae.
Por tanto, aún con riesgo a equivocarnos, entendemos que el apelativo romano, quizá fundamentado erróneamente en el empiedro de su pavimento, es de origen moderno y no se popularizó hasta el segundo tercio del siglo XX, posiblemente durante las décadas de los cuarenta y cincuenta del siglo XX y en el marco que, por aquellos años, pretendía recuperar nuestros valores históricos y situar Baños de la Encina en el mapa de España.
viernes, 25 de octubre de 2024
Una de Santos
Corrían tardes como las de hoy, de las que barren el verano y barruntan un otoño de lluvias. Y, pese a ello, la poca edad y la mucha sangre pedían calle sin el menor disimulo.
Las obligaciones militares habían ido reduciendo la compañía en los últimos Santos, así que la peña mermaba y la cara de los integrantes mudaba de un año para otro. Quizá, por todo aquello, los que agostamos en caladero fijo, como fue mi caso debido a exenciones con la milicia, nunca faltábamos a aquellas otras obligaciones, las de disparatar en una fiesta tan señalada.
Por medio, por la rueda de las cosas y los tiempos, nos desnudamos de los lastres de la tradición y nos quedamos en nada, sólo con la facha.
Hubo ocasiones en las que se sumaron amigos y compañeros de estudios, que un servidor tildaba de ultramontanos, aunque en realidad procedían de a tiro de piedra. Como fue el caso de Sergio e Hilario, que no tuvieron otra que comenzar la ‘santería’, de antemano y por su cuenta, faenándose una botella de anís en la mismísima puerta del Santuario, a la buena vista y severo juicio de mi tía Rafaela. ¡Qué desatinos! En otra situación, y no buen criterio, no tuvimos otra ocurrencia que ahogar el ‘cuatro latas’ de mi padre en Navarredonda después de menudear por el chozo de los panaderos. Por entonces, siendo el coche era una herramienta de trabajo, obligados a venir a pie y a toda prisa desde la Atalaya, armamos un trajín de dios que aún martillea en algún hueco de mi memoria.
Y en las cosas de abasto, cómo no recordar cuando nos avituallamos de mucho pan, algo de aceite y poca chicha. En materia grasa solamente llevamos dos pollos para asar, sin más aliño que nuestra mucha inexperiencia. Pan casi no faltó, pero en lo que respecta a las gallináceas, la primera la engulló la lumbre. Nada extraño, si consideramos que la parrilla que armamos era el espaldar de una vieja silla de madera. ¡Y qué contar del segundo! Siguiendo las trazas del precedente, nos lo hurtó un perro tan pulgoso, que no envidiaba calamidad alguna al mismísimo podenco de don Alonso Quijano. El bicho se lo tragó sin el mayor pudor.
En otra ocasión, con borrasca por medio y metidos en un enorme barrizal, hicimos de perdidos al río: medio chasis de la moto de Félix acabó en los asientos traseros de mi Simca…, y allí hubiera quedado por toda la eternidad de no haber enviado aquel endiablado, y blindado 1200, al desguace.
Pero un año en las que las vacantes fueron numerosas, por no faltar a las buenas costumbres, también porque mi primo Dioni y yo nos aferrábamos a un hierro ardiendo en estas cosas de montar un sarao, armamos la de Cristo a partes iguales con Atila. Andamos por media sierra como nómadas errantes y sin rumbo. De peña en peña, nos dio por dejarnos caer por esas sierras de dios en su ‘cuatro latas’, que por cierto era más fiable que el mencionado más arriba. Poca compañía llevamos. Una buena ristra de chorizos, mucho pan paterno, algunos litronas de la tiendecilla de Manuela y una doble e impenitente cinta de Egin, préstamo del Torreño, que no paró de sonar en el maltrecho radiocasete y nos dejó buena herencia: un verdadero desconcierto musical.
Aquellos no fueron unos Santos de ir a preparar el chozo, echarnos la manta a la cabeza y no edificar nada, como otros que les precedieron cuando la partía andaba completa, con Juan y los Merguis. O de otras ocasiones, en las se sumaron Juan Carlos el Pelao, Félix y Juan Carlos el de la Bomba, o como cuando nos acompañó el Toni de Santanita. Estos fueron unos Santos de echar un rato a pie de la lumbre sin organizar ningún dislate, al menos fuera de lugar, pero donde no faltó cerveza y las muchas voces. Ahora, eso sí ¡los chorizos sudaron como nunca y dieron para mucho concilio! Faltó pan.
Los Santos duraron varios fines de semana, que fueron de mucha bulla y ningún tropiezo. En cierta manera fueron raros, como ningunos otros, ¡únicos! De los que con seguridad ya nunca repetiremos.