el cotanillo
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viernes, 3 de enero de 2025
Arquitectura en piedra seca: castillos de Despeñaperros
martes, 24 de diciembre de 2024
Por las eras del Camino de Bailén
Puestos en el sitio, ribeteando la falda del cerro del Cueto, lo que parece un conjunto de bancales rompe la ladera y arropa la salida suroeste del pueblo, la que, siguiendo una estela sinuosa de asfalto, lo acerca al vecino de Bailén. Labrado por la mano del hombre, la enorme escalinata se asemeja a una cascada de tierra amarillenta y ripios de arenisca, aunque en realidad se trata de una sucesión de eras, hoy baldío estéril que engulle en sus adentros la carretera de Bailén, la que popularmente es conocida bajo el apelativo de Camino Ancho. Derramándose por la solana, en días el empedrado de su pavimento dio forman a una sucesión de manchas más o menos redondeadas, ásperas y yermas para cosas de labor, pero generosas en tierra que fue de pan. Sin quererlo, era un tránsito necesario entre el blanco impoluto del callejero y la inmensidad dorada de una campiña que se alargaba hasta dibujar un horizonte que se perdía inexorablemente por todos los frentes. En días, cuando ya peinaban ruina y apenas tenían otra utilidad que guardar trastos como desván, hicieron las veces de cancha futbolera para después sufrir el mayor agravio: el olvido, que poco a poco las muerde y desmenuza hasta conseguir su destrucción final.
Visto desde la lejanía, el lugar puede parecer la desordenada suma de cinco teatros griegos, de ancha escena y la altura de su balate como único graderío. La cávea, cincelada en la roca amarillenta, en una arenisca marina formada durante millones de años, deja entrever pequeños trozos de coral retorcidos como cagarrutas blanquecinas. En el trasiego de los tiempos, imagino señoras armadas con palos y capachetes, arrancando terrones ocres de las entrañas rocosas, una tierra polvorienta que, mezclaba con ceniza, utilizaban para limpiar sartenes, ollas y la más sencilla cubertería. Una tras otra, en caída continua, se suceden las cinco eras: las de Casa, Valentín y Currillo, Bartolico Recena, Quijaílla y el Barta. Envolviendo por poniente al desorden empedrado, entallado entre un murete de mesta y los balates que sostienen a las eras, una cañada merina se deja llevar hasta ocultarse bajo el viejo cenagal de Los Charcones. La calzada, pétrea y preñada en un oscuro pretérito, según unos y otros igual mece sus ancestros entre romanos como en medievos, pero lo cierto es que discurre escoltada entre nuevas eras de pan trillar y un bardal de pizarra que nos aleja de manera decidida de la vera del castillo.
‘A pie de era, aquellos olían los vientos por ver si el ábrego venía picando y podían ablentar la parva’. Ahora, cuando paseo paciente por la era, cuando sólo queda el eco sonoro de una tarde de fútbol y patadas, de cualquier pelea a pedradas o de alguna canción de trilla, el vacío de la desmemoria se hace añicos e invento tertulias que quizá ya no son.
Recuerdo la cocina, al fondo, estrecha y de poco avituallamiento, aunque enrocada junto a la chimenea. Se trata un chamizo abarrotado de luminosidad, un otero volcado a la Campiñuela donde se escuchaba con gozosa paz los melódicos tintineos de la lluvia. El lugar, un desorden preñado de taburetes y voces, era de mucho crepitar leños, trago largo y el bocado oportuno. En cuanto a los anfitriones, el uno era un tipo hecho a la mucha brega, de hablar sin dobleces e inspirar mucha enseñanza. El otro, de porte bizarro, ponía de su parte que era hombre de mucha inspiración, chispa y mundo, de reírse cuanto podía de la vida, y de uno mismo, y de disfrutar de cada momento sin pensar si es el último. Achaparraete de planta, de común el hombre era persona paciente, de desgranar con mucha calma las situaciones a las que se enfrentaba y quedarse atinela para verlas venir. Aunque andaba por este mundo dando de lado a los contratiempos, cuando venían negras solía dar la cara a cualquier eventualidad para sacarles el mejor partido posible si las circunstancias eran propicias. Atado a la tierra y sujeto a la azada desde su nacimiento, fue sacagéneros por tradición paterna, de lo que casi pierde la vida en los más oscuro de un pozo minero, para acabar siendo cabrero por filiación marital. Igual no, pero es de esa clase de personas que faena en silencio, miguica a miguica, logrando que el mundo ruede sin tropezones y sea un poquito más habitable. Seguramente es de los pocos sujetos que no saben de la existencia de la palabra sostenibilidad, tampoco la nombra ni falta que le hace, pero en su diario la practica sin ningún aspaviento, muy al contrario de aquellos que siempre la tienen en la boca y hacen caja a costa de aquello, pues no en vano caminan a las órdenes y sueldo de los señores del hormigón y comisiones anejas. En las postrimerías de su vida laboral, la que mandan los papeles que no la cotidiana, pues nunca ha dejado a apacentar bestias de cualquier pelaje aunque en su vejez son gallinas, dejó a un lado yegua y pollino y se encaramó a un destartalado pasquali, un cascajo armado de hierros y envuelto sonoramente en reventones de carburador, un vehículo desvaído que avisaba con gran estruendo de su paso. Allí se hablaba poco de fútbol, vamos, ¡nada!, y sí de siega. La tertulia giraba en torno a rastrojos, pozos y eras, y mucho de cañadas y veredas. Y tanto era así, que, sin patearme un camino había ocasiones en las que podía desgranar cada uno de los ripios que formaban su empedrado.
Y ahora, cuando camino por el llamado ‘romano’, el que atenaza por poniente las eras del camino de Bailén, imagino postales inéditas que ya no son e indago en sus orígenes.
domingo, 8 de diciembre de 2024
Mi último trabajo, Los apelativos del callejero, evolución histórica. Baños de la Encina (Jaén), publicado en la Revista digital Argentaria. Para descargar, pulsa en el título.
domingo, 1 de diciembre de 2024
A vueltas con el camino 'romano': los puertos del Rey y del Muradal
Ahora, desgranando nuevas capas históricas, damos un salto en el tiempo para detenernos en los siglos XVII y XVIII, y, paralelamente, aumentar nuestro espacio territorial de análisis. Hasta comienzos del siglo XVII y según el Repertorio de todos los Caminos de España, de Juan de Villuga (1543), el Repertorio de Caminos de Alonso Meneses (1576), la Descripción y Cosmografía de Fernando Colón (1517-1523) y, más cercana en el tiempo, la Guía de Pedro Pontón (1727), los principales caminos que conectaba la meseta manchega con Andalucía por la provincia de Jaén, tenía como paso obligado el puerto del Muradal, entre las ventas de La Iruela y Los Palacios, al norte del actual término de Santa Elena. Estos caminos, que eran los de Toledo a Málaga por Jaén y Toledo a Granada por Úbeda, venían como uno sólo hasta la Venta de Linares, hoy entidad menor de Navas de Tolosa (La Carolina), donde se bifurcaban. El principal problema de este puerto y camino, el del Muradal o de La Losa, es que era un camino de mulas que no permitía el tránsito de carrozas y carruajes. Ante esta situación, ya desde finales del XVI, comenzó a utilizarse un camino y puerto alternativo, el Camino del Rey por el collado de la Estrella, situado a occidente del Muradal y, entonces, en término bañusco. Camino este, que si era acorde para el movimiento de carruajes. Con toda seguridad, el uso de esta variante caminera se intensificó con mayor o menor éxito en el periodo comprendido entre 1626, cuando Baños obtuvo el título de villa, y hasta la construcción del camino de Olavide (1769) y la carretera de Despeñaperros (1779-1783), aunque preferentemente durante los tres primeros cuartos del siglo XVIII. Fue en aquellos años cuando, en el entorno de Despeñaperros, se edificó Venta Nueva, en término de Vilches, se redactó y ejecutó una variante más cómoda y eficaz entre la venta de Linares y el propio puerto del Rey (1707), por los Estrechos de Miranda y según documento que se conserva en el Archivo de la Real Chancillería de Granada, y se produjo la rehabilitación del convento de la comunidad carmelita de la Peñuela (La Carolina), que permitió el regreso de los miembros de la orden (1682). Por otra parte, en nuestro entorno más cercano y en un territorio muy concreto situado a una legua del núcleo urbano de Baños de la Encina, en torno al santuario de la Virgen de la Encina, se dan una serie de acontecimientos que indican el vigor caminero del momento. Así ocurre con la edificación de la ermita de Jesús del Camino (1719) —en cuya entrada puede leerse ‘Ego sum via’—, la ejecución de la más importante ampliación del santuario de la Virgen de la Encina, la que se corresponde con el camarín de la virgen y el establecimiento frustrado de la hospedería aneja (1713-1723), o que, por aquellos años, junto al camino de Majavieja, que por cierto se pavimenta con ripios de piedra arenisca, se levanten dos de las caserías más notables del término, Salcedo y Manrique, cortijadas agrícolas (almazaras) de nuevo cuño surgidas a la sombra del nuevo empuje económico y donde el camino tiene un papel protagonista.
Volviendo al documento cartográfico de 1707, dirección norte y dejando atrás los Estrechos de Miranda, tras superar lo que hoy es la aldea de Miranda del Rey y, en su día, Venta de Miranda (entonces propiedad del concejo bañusco), el proyecto propone una variante que, haciendo un arco hacia poniente, abandono la trazada de las Asperillas y se acerca al cortijo del Hornillo buscando suavizar las pendientes de subida y, paralelamente, dar esquinazo a las roderas o rodaduras del tramo de las Asperillas, muy deteriorado por el tránsito de carruajes. De acercarnos a este paraje, cercano a la Mesa del Rey, aún podremos apreciar los surcos sobre la roca madre. En este estado de la cuestión, si analizamos el territorio a pie de campo, podremos apreciar que esta variante de 1707 incluye el tramo empedrado de lo que hoy hemos dado en renombrar como ‘Empedraíllo’, un recurso patrimonial muy valorizado en el interior del parque natural de Despeñaperros y que, gracias a este documento, podemos fechar. Por tanto, el origen de este tramo empedrado no sería romano sino de comienzos del siglo XVIII, por otra parte, como nos evidencian las propias técnicas de construcción utilizadas para elaborar su fábrica. Veamos.
Siendo uno de los principales pasos de Sierra Morena, a escala local comunicaba la venta Bazana o del Marqués, en la vertiente norte, con la venta de Miranda, en el sur del macizo serrano. Analizando el trazado, aún pueden observarse las guías paralelas, cruzadas con otras perpendicularmente, que forman las cajas del empedrado elaborado con ripios de cuarcita. En todo el trayecto presenta una cuneta en su parte septentrional, mientras que la meridional en gran parte se soporta sobre un muro de contención, o arrecife, que allana el camino. Si se estudia con detalle, en toda la amplitud del carril que lleva hasta la venta del Marqués y El Viso, podremos apreciar numerosos testigos empedrados muy similares, tanto en la subida al puerto como en las inmediaciones del río y la aldea de Magaña. Buscando comparativos, las similitudes con nuestro ‘camino romano’ son numerosas, por los que, sin descartar posibles parcheados posteriores, todos estos tramos, tanto los del Puerto del Rey como de Majavieja y ‘romano’, se corresponderían con una actuación más global que integraría el documento cartográfico citado más arriba, el relacionado con el puerto del Rey y fechado en 1707. Así que, con un mínimo riesgo a equivocarnos, nos atrevemos a datar la fisonomía actual de nuestro ‘camino romano’ en una fecha cercana a esta de 1707.
miércoles, 27 de noviembre de 2024
¿Camino romano?
Como punto de partida de nuestros razonamientos pensamos que su origen no es romano, o al menos de la fisonomía que hoy podemos apreciar. ¿En qué cimentamos nuestra opinión? Veamos. La sabiduría popular, también la comunidad científica, nos viene a decir que el caballo, en su estado natural, venía compensando el crecimiento de los cascos con el desgaste que se producía de manera cotidiana, ya fuera en sus desplazamientos o en la obtención de su alimento. Sin embargo, cuando se domestica el 'Equus ferus', cuando se le obliga a llevar o arrastrar peso, realizar grandes desplazamientos o cabalgar por pavimentos de gran dureza, caso de los caminos empedrados, el desgaste se incrementa de tal manera que puede llegar dañar gravemente al animal y, subsidiariamente, provocar accidentes de enorme calado, sobre todo en el tránsito de carruajes. Pero la humanidad obtuvo una solución que llegó a paliar los efectos de esta problemática, una herramienta que fue motor y acelerador de las conquistas que se gestaron con la caída del Imperio Romano: el invento y difusión de la herradura. Para el caso que nos trae, está totalmente aceptado por la comunidad científica que el mundo grecorromano desconocía su uso. En el occidente europeo no tenemos evidencia de su utilización hasta avanzado el siglo V, cuando está presente entre las comunidades celtas de los galos, que las anclaban al casco mediante un tipo de clavo característico cuya cabeza tenía forma de violín. Realmente, en los despojos territoriales del Imperio Romano su uso no se generalizó hasta avanzado el siglo VIII. Este hecho, junto con la introducción del estribo, que llegó a occidente, y por derivación a la península, en el siglo IX de la mano de los jinetes mongoles, favoreció que caballería y carruajes pudieran desplazarse por potenciales caminos empedrados. Aunque en realidad aquellos no eran tales, por entonces la ingeniería y los ingenieros eran historia de pasado, así que en realidad transitaban por las viejas calzadas romanas que, por la falta de mantenimiento, descarnadas, habían perdido el pavimento superior de zahorras naturales aflorando las rocas de mayor tamaño presentes en su cimentación. En todo caso, estos caminos ‘falsamente’ empedrados eran muy diferentes a lo que se entiende como un camino empedrado, como ocurre con el nuestro. En los primeros, la disposición de las rocas se distribuye en diferentes tongadas y ordenación anárquica, mientras que en los segundos se organizan superficialmente en torno a líneas guía y espigas.
Por tanto, barajando cualquier hipótesis y dándolo como muy antiguo, nuestro camino ‘romano’ no podría ser obra anterior a la introducción de estos dos artefactos: la herradura y el estribo. Aunque tampoco es el caso, es necesario que sigamos sacudiendo la historia de nuestra calzada para precisar su origen.