miércoles, 7 de febrero de 2024

Naufragio en el Rumblar

Con todo aquello, y para ser fieles a la verdad, mis primeros recuerdos sobre Valdeloshuertos navegan sobre una barcaza desguazada, un navío que regurgitaba singladuras que nunca fueron y que quedó apeada en la margen fluvial de la ‘cola’, junto al puente de las aguas de Gorgogil. Fondeada en aquellos jirones del embalse de la Cerrada de la Lóbrega o Rumblar, nos evocaba lo que nunca fue, galeón de Manila abierto a los inmensos océanos.

Cierta tarde de mano sobre mano, mucho que inventar y más que desbaratar nos vimos zarpando con rumbo imaginario y siempre exótico, pero sin otra meta que la orilla contraria, la del Gólgota o cerro del Algarrobo. Sin capitán y con mucho grumete, unos pocos se subieron al navío y el resto nos fuimos enfrente, a esperar y buscando buen puerto. Como a todas luces la barca hacía aguas, y no había más herramienta para achicar que una vieja y oxidada lata de tomate, la barcaza parecía venirse a pique. En esas estaban, cuando el grumete de proa, harto de sacar agua y no teniendo cofa a la que subirse y agarrarse, viendo que el bote se iba al garete, se tiró en bomba a las siempre procelosas aguas del Rumblar de entonces. La cosa estuvo en que no había más de tres cuartas de líquido putrefacto y el timonel cayo sentado. A la vuelta, improvisando artificios que justificaran el naufragio fluvial, los que íbamos de punto en blanco caminábamos a paso ligero para evitar el tufo hediondo de los a bordo de tan disparatada aventura.



Fotografía: Antonio Moreno 'Miravés'

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