viernes, 23 de febrero de 2018

De iglesias, ermitas y humilladeros (2)

De cuando chico, recuerdo momentos inolvidables que tienen aquel escenario como atrezo. No en vano Santa María era lugar inevitable de juegos y disparates, de uno y mil desencuentros de la chiquillería. Del desván de la memoria destapo imágenes jugando al trompo en un rondel de barro, a las bolas sobre un cuadrado marcado sobre la tierra…, siempre bajo las barbas del coloso, a unos metros de donde andaba la vieja portada renacentista de las postales de antaño. Al hilo, me imagino vigilante, con un ojo sobre los negros mechinales de la muralla, por ver si se despeña una cría de primilla. También recuerdo escenas de embarcar balones Laero abajo, en el trigal verde, y pugnar con Daniel para que no nos rajara la pelota por amortizar el daño hecho en la siembra…, y aprecio, a media luna, como una candelaria se consume y con ella muchas ilusiones se tornan pavesas y ceniza. De las entretelas de la desmemoria, cuando zagalón, rescato ir de “litros” y “poncharrinas” a una escalera de pendiente inmisericorde, que en su afán de dar la nota ocultó gran parte de las ruinas de la ermita; pero también me veo difuso, haciendo intentos vanos por colarme en el baile del castillo, cuando el Emigrante, y sin éxito acabo engullendo chumbos de las palas del entorno… Una ráfaga de viento frío, como aquéllas que te cogían en lo ancho del castillo en noches de verano, levanta una polvareda gélida que te trae al presente: quisiera ser encina, o al menos coscoja.

Puesto ahora en estas cosas de los templos del señor, que era en lo que andaba con el mentor, los primeros datos que disponemos los ofrece un censo “los vesinos e moradores de Baños, lugar de la noble çiubdad de Baeça…” (AGS, Secretaría de Mar y Tierra, Guerra Antigua, legajo 1313). El documento, fechado en 1407 (en Argente del Castillo Ocaña, C. y Rodríguez Molina, J.: “Reglamentación de la vida de una ciudad en la Edad Media. Las Ordenanzas de Baeza), nos aporta algunos apuntes más que interesantes. De una parte, que la cuantía de vecinos rondaba la centena (cabezas de familia). De ellos un 10% eran viejos e impedidos, una treintena ballesteros y el resto, el grupo más numeroso, lanceros escudados. El perfil militar de algunos de estos inquilinos, una mínima parte, se complementa con el desempeño de un oficio administrativo o civil, según caso. Así encontramos en nómina, como era de esperar, personajes que desempeñan funciones de gestión del castillo y la vida pública: alcaide, jurado, escribano o pregonero (viejo impedido); pero el listado también muestra la presencia de oficios con más apego a la tierra, como lo son dos colmeneros, un herrero y dos pastores, uno que ejerce como tal y su padre, viejo, que también fuera pastor en días. Asimismo, se documenta la presencia de un sacristán, que confirma la existencia de un mínimo espacio de culto.

De éstas, del perfil militar de todos los vecinos y de la ausencia de labradores, campesinos u hortelanos que signifiquen un mayor arraigo con la tierra y sus obligaciones, podemos concluir que la población, para aquellos años, se reducía a la que se ordenaba y habitaba en las viviendas presentes en el interior del castillo, un entramado de calles empedradas y casonas que giraban en torno al espacio abierto que rodeaba los aljibes. No descartamos la existencia de un arrabal exterior y reducido, aún incipiente, de casuchines de barro y monte, que siendo ocupado temporalmente estaría localizado en la Cestería. La situación no sería la misma medio siglo después, cuando la agricultura se ha hecho hueco y es pilar económico del lugar, y los arrabales experimentan un interesante proceso de consolidación. Así lo deja entrever la carta perdón que los Reyes Católicos otorgan a Diego de Corvera en 1480, cuyas huestes, hasta ese momento y contra la voluntad de los monarcas, controlaban el castillo:

Por cuanto al tiempo que vos, Digo de Corvera, nos distes e entregastes la fortaleza de Baños que vos tenyades, nos suplicastes e pedistes por merced que vos diesemos perdon e remysion a vos e a vuestro padre, e a (…), que fueron en tomar la dicha fortaleza, e con vos despues han estado en ella (…) E sy por la dicha rason algunos de vuestros byenes bos tyenen entrados e tomados e ocupados, por esta nuestra carta les mandamos que luego vos los den e tornen e restityan,…” (AGS, RGS, IV-1480, fol. 107) Esos bienes, como recogen los fol. 60, fol. 145, fol. 166 y fol. 178, se listan de tal forma “le talaron e fisyeron talar çiertos  panes (tierra calma destinada a cereal) que el tenya sembrados en los termynos de Vaños y arrabales de la dicha çiudad de Vaeça”.


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