“A pesar de tener Baños de la Encina unos 3.200 habitantes y
debido a su riqueza olivarera varias fábricas de aceite que consumen un caudal
importante de agua no tiene abastecimiento de agua propiamente dicho. Unas
casas se surten de pozos situados dentro de la población a pesar de ser estos
de malas condiciones higiénicas y otros vecinos van a buscar el agua a
fuentecillas situadas fuera del pueblo,
algunas a bastante distancia, y todas de caudal muy corto sobre todo en la
época de estiaje."
E. Dupuy de Lomé, 1924.
Pese a ello y como muestra de la calidad de las aguas
de esas fuentecillas un “botón”: puede apreciarse en la parte superior derecha
del arco de ladrillo la presencia de una lata, útil popular para beber de las
aguas “de hierro” de la fuente del Socavón, cuando el Rumblar la deja al
descubierto; cola del barranco de Valdeloshuertos.
miércoles, 30 de julio de 2014
lunes, 21 de julio de 2014
jueves, 17 de julio de 2014
viernes, 11 de julio de 2014
domingo, 6 de julio de 2014
De postura
Por este tiempo y cuando chico, a los zagales del Corralón nos daba
por echar la mañana subiendo y ordenando alpacas en el pajar de la
vaquería de Juan Manuel, el de “la tonta”, un señor con una vozarrón
tremenda, que asustaba, pero con un corazón que no desmerecía el tamaño
de la voz.
La paliza, el calor y los picores mermaban con el juego y las ricias que le liábamos con la paja y con la vacas, por no decir con el viejo pasquali, pero además teníamos como recompensa ser partícipes de una auténtica postura bañusca.
Al amparo del primer portal, donde el fresquito de la casa rebajaba las calores oportunas, las del tiempo y las del “castro”, una retahíla de gente de buen beber y mejor discusión mermaba la alacena de la buena de Isabel: mi tío Dioni “el de las cabras”, José “el municipal”, mi chacho “laruta”, Balbino, “el diablo”, “goyico” un tipo único, “maquilera”, “el abogao”,… seguro que me dejo alguno.
Al final, poco más que una berenjena o cuatro chorchos pillábamos, pero la ligera conquista y las muchas voces y “afrentas” llenaban con colmo nuestra infante andadura por este mundo.
La paliza, el calor y los picores mermaban con el juego y las ricias que le liábamos con la paja y con la vacas, por no decir con el viejo pasquali, pero además teníamos como recompensa ser partícipes de una auténtica postura bañusca.
Al amparo del primer portal, donde el fresquito de la casa rebajaba las calores oportunas, las del tiempo y las del “castro”, una retahíla de gente de buen beber y mejor discusión mermaba la alacena de la buena de Isabel: mi tío Dioni “el de las cabras”, José “el municipal”, mi chacho “laruta”, Balbino, “el diablo”, “goyico” un tipo único, “maquilera”, “el abogao”,… seguro que me dejo alguno.
Al final, poco más que una berenjena o cuatro chorchos pillábamos, pero la ligera conquista y las muchas voces y “afrentas” llenaban con colmo nuestra infante andadura por este mundo.
De mecos
Siendo
chico, las calles de mi pueblo, las que no eran terrizas, estaban
empedradas con ripios de arenisca, de asperón. Con la inocencia que
caracteriza a los infantes, todos los días, antes de echarnos unos mecos
al trompo - yo tenía un "macaco" de lujo- a la punta le pasábamos un
restre por la piedra. Igual perdías, pero ¡al que le dieras jugando con
la punta bien afilá!
Arranque de la calle Mestanza.
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